Ana Rojas Javier Carbajal

“La pandemia es parte de nuestra vida”, dice Elena Ruda, estudiante sevillana a quien el inicio del COVID-19 alcanzó con 17 años. Una frase que describe el sentir de una generación atravesada por la crisis sanitaria, que ha pasado desde festividades y alegrías, hasta duelos y despedidas en estricto confinamiento. Han sido dos años en que la vida, y la forma de percibirla, ha cambiado para siempre, sobre todo con el aumento de trastornos mentales en todas las capas de la sociedad. La conclusión: desequilibrios, depresiones, adicción y hasta suicidios. Todo sumado ha cargado sobre los hombros una cruda hostilidad en cada ola de contagios.

La pandemia representa una parte imborrable de la identidad de nuestros jóvenes. Y hoy son ellos quienes nos lo cuentan. No se conocen, pero tienen algo en común: ninguno ha vuelto a ser el mismo después de aquel 14 de marzo de 2020, día en el que se decretó el estado de alarma que puso en pausa la vida tal y como la conocemos. Y la reanudó de una forma completamente distinta.

“Era como vivir en una película apocalíptica”, admite Hodei Ontoria (22 años), estudiante y periodista de Bilbao, recordando las primeras semanas de histeria colectiva que desabastecieron supermercados y farmacias. Misma sensación de irrealidad tenía Alba Rodríguez Albán (18 años) estudiante tinerfeña, que pensaba que el confinamiento sería como “unas vacaciones y después vuelta a clase”, hasta que empezaron las prórrogas. De un día para otro la pandemia recorrió el país de punta a punta, transformando sus vidas y expectativas.

'Las 'secuelas' mentales de la pandemia en los jóvenes' Sara Fernández

Nuevos tipos de relaciones

La crisis sanitaria ha atravesado nuestra cotidianidad y también nuestras relaciones. “Hemos percibido al otro como una amenaza, incluso a las personas que queremos. Nos hemos tenido que aislar y relacionarnos en burbujas muy pequeñas, mundos redundantes”, explica a EL ESPAÑOL Liliana Arroyo, Doctora en Sociología y especialista en Innovación Digital en ESADE. “Esto afecta mucho a la cohesión social y a nuestros círculos de apoyo. Hemos fortalecido aquellos que hemos mantenido, pero nos hemos alejado mucho de los que no han estado durante este tiempo”.

Las sensaciones de miedo, aislamiento e incertidumbre en los primeros meses de pandemia marcaron un distanciamiento repentino difícil de expresar y asimilar para los más jóvenes. “Recuerdo que después del confinamiento mis amigos y yo nos saludábamos con mucha ilusión, pero también con mucho miedo, porque no sabes si podías acercarte, abrazarlos o no”, cuenta Hodei. “Empecé a tratar a todos como posibles positivos, y me costó, porque soy una persona de contacto, de dar muchos abrazos… pero no podía ni con mis amigos más cercanos”, admite Alba.

De izquierda a derecha, el psicóloco Guillermo Fouce junto a Yassin El Aghmich (21), Elena Ruda (19), Ángel Luis García (21), Hodei Ontoria (22) y Delia Saiz (21). Javier Carbajal El Español

Un miedo que se extendía también a la posibilidad de contagiar a la propia familia y a las personas de riesgo cercanas, lo que les distanció también de ellas. “Era una enfermedad desconocida, no sabíamos cuántas vías de contagio habría, y con el déficit de EPIs… Al principio ni siquiera tenía contacto con mis familiares, tenía que tranquilizar al resto”, explica Sergio Hernández, un joven técnico de emergencias tinerfeño de 21 años.

Temores que llegaban a materializarse de la peor manera, dando lugar a momentos de pérdidas y duelo sin despedidas en un caos pandémico. “Pasamos un momento muy duro porque perdí a mi abuelo en la pandemia, y desde entonces teníamos mucho pánico a que pudiera volver a pasar”, expresa Ángel Luis García, estudiante ciudadrealeño de 21 años.

A la izquierda, Ángel Luis García; a la derecha, Delia Sáiz. Javier Carbajal El Español

El distanciamiento impuesto fue mucho más duro en momentos donde se hacía necesario recibir un apoyo cercano. “Antes del estado de alarma, mi madre falleció, y tuve que enfrentar un confinamiento totalmente solo”, cuenta Hodei. Situaciones que, a falta de una red de apoyos cercanos sobre la que sostenerse, empuja a los más jóvenes a buscar vías de evasión rápida, como el alcohol o las drogas: “Lidié con ello a través del alcohol, lo viví en modo zombi, en modo automático. Hasta que mis amigos más cercanos me hicieron darme cuenta y pude superarlo todo al final, pero conozco a muchas personas a las que les ha pasado lo mismo, pasaron de consumir esporádicamente a hacerlo a diario” admite el joven.

Salud mental: la pandemia silenciosa

Ante la falta de herramientas para provocar acercamientos en un contexto de aislamiento físico y la búsqueda de ‘atajos’ perjudiciales a corto y largo plazo, el psicólogo y presidente de Psicólogos Sin Fronteras, Guillermo Fouce, da una clave. Expresa que ha habido un aumento considerable de asistencia psicológica entre los más jóvenes, incluso después de las fases más duras de la pandemia: “Se ha producido un repunte en la demanda de jóvenes que se sienten mal con todo lo que ha ocurrido porque no han tenido momento de expresar la necesidad de ese apoyo”, expone.

Guillermo Fouce, durante la charla. Javier Carbajal El Español

En esta línea, el diagnóstico de trastornos mentales ha aumentado considerablemente desde el inicio de la pandemia. El 46% de la población española manifestó un aumento del malestar psicológico durante el confinamiento, y un 44% señalaba que había disminuido su optimismo y confianza, según un informe de la Confederación de Salud Mental. Además, en 2020 el suicidio se convirtió en la primera causa de muerte no natural entre los jóvenes, alcanzando su máximo histórico en España. Los trastornos de salud mental afectan en mayor medida a aquellos jóvenes que han pasado el COVID-19, pues se estima que el 20% ha tenido que abordar, además, trastornos de ansiedad, depresión o insomnio.

Es el caso de Shalini Arias (23 años), antropóloga ciudadrealeña y actual directora de Comunicación de Ashoka, que padece alteraciones psíquicas y físicas derivadas del COVID persistente que sufre desde hace un año y medio. “Me ha generado mucha ansiedad y momentos de episodios depresivos, cansancio extremo, malestar, dolores de cabeza horribles…, es difícil porque quieres cumplir las expectativas en un mundo que es todo producir y producir, y cuando no puedes hacerlo te sientes como un juguete roto”, confiesa.

Delia Sáiz. Javier Carbajal El Español

Soy joven y me siento demasiado cansada, no es propio de mi edad, como si hubiera envejecido muchísimo en estos dos años”. Por suerte, esta crisis también ha brindado la posibilidad de normalizar y exteriorizar estos problemas: “Se ha empezado a hablar de salud mental porque a mucha gente le ha perjudicado más con la pandemia, aunque siempre ha habido ansiedad y depresión, pero la pandemia ha permitido que se haga hincapié en ello y es bueno porque las personas deberían estar informadas sobre estos temas”, expone Delia Sáiz (22 años), estudiante y camarera en Madrid.

Explotación, precariedad y redes sociales

Son muchos los jóvenes que, a raíz de la crisis del COVID-19, han decidido enfocarse en el trabajo o los estudios como vía de evasión a todo aquello que pasa a su alrededor. “A la falta de cohesión social se le une la brecha social del teletrabajo, la autoexplotación y la falta de desconexión digital… Nos desacostumbramos a relacionarnos con la diversidad, nuestro paisaje se ha reducido mucho en esta última época”, comenta Arroyo.

Hodei Ontoria Javier Carbajal El Español

Una situación con la que varios se sienten identificados: “El no tener espacios de ocio y desconexión hizo que me volcara en el trabajo porque es lo único que tenía para llenar las horas, y me ha hecho crecer en este ámbito, pero también ha dinamitado en mi cabeza el ‘burnout’”, expresa Shalini. “Me he vuelto mucho más controlador, me he centrado mucho más en el trabajo porque estamos en una época en la que tienes que insertarte en el mundo laboral con menos trabajo y mucha más competencia”, expone Hodei.

Una desgastante situación que también se ha percibido en el ámbito académico. “En el confinamiento nos mandaban muchas tareas para suplir las horas de clase y nos reventaban con trabajos y deberes. Yo estaba bajo mucha presión porque necesitaba una nota alta para mi carrera… No sé si lo pasé peor en el confinamiento o en 2º de Bachillerato”, confiesa Alba.

La agudización de los ritmos productivos y la crisis económica que acompañó a la pandemia, también ha empujado a los jóvenes a vivir situaciones de gran precariedad. Y a tolerarlas por temor a ser despedidos. Yassin El Aghmich (21 años), cocinero y joven marroquí extutelado, cuenta cómo su antiguo jefe aprovechó su situación durante la crisis sanitaria para explotarle. “Necesitaba conseguir los papeles pero coincidió con el confinamiento… Tenía que trabajar muchas horas para tenerlos, lo pasé muy mal”, admite el joven.

“Tenía mucho miedo, mucha incertidumbre y pensaba que no podría volver a casa y ver a mi familia”. En este contexto, muchos jóvenes llegaron a abandonar o perder su empleo en 2020. La Organización Internacional del Trabajo estima que el 17% de jóvenes entre 18 y 24 años perdió su trabajo después del inicio de la pandemia y un 42% señala una reducción de sus ingresos.

Yassin El Aghmich. Javier Carbajal El Español

En este sentido, la encuesta El Futuro Es Ahora certifica que el acceso al mercado laboral y la calidad del empleo se sitúan entre las preocupaciones principales de los jóvenes en España. “La falta de autoestima colectiva de esta generación tiene mucho que ver con la precariedad derivada de la pandemia, porque parte de construir tu identidad también pasa por construir tu vida”, explica Arroyo.

Ante la carencia de un ocio real y la falta de desconexión, muchos también han decidido refugiarse en las redes sociales, donde han podido seguir conectando con su entorno y con otros usuarios afines, buscando nuevos ámbitos de validación social. “Aunque no pudiéramos vernos teníamos la suerte de que podíamos seguir comunicándonos por redes sociales”, admite Sergio. “Las redes eran otra forma de sentirte acompañado, por eso se han popularizado mucho, por ejemplo, los pódcast, porque escuchas a gente que son como un grupo de amigos hablando”, sugiere Delia.

Sin embargo, el contacto telemático no ha conseguido suplir las crisis de identidad personal y colectiva atravesadas por esta generación. “No es lo mismo hablar por redes que ver a tus amigos, cuando te sientes solo y afrontas dificultades y les ves mal, y no puedes abrazarles… Es muy duro”, confiesa Elena.

Además, estas plataformas, como todo en exceso, pueden convertirse en un arma de doble filo. “El ‘efecto escondite’ de las redes puede tener un efecto positivo en las personas más tímidas, pueden ser un espacio de libertad a través del cual conectar con gente afín, pero también se observa una creciente inseguridad en los jóvenes a la hora de relacionarse de forma presencial después de tres meses detrás de un filtro”, explica Arroyo.

A la izquierda, Yassin El Aghmich; a la derecha, Elena Ruda. Javier Carbajal El Español

Un futuro incierto

Todos los entrevistados coinciden en que la pandemia también ha dejado entrever aspectos positivos, entre los que destacan una mayor concienciación sobre la comunidad y la interdependencia social. “Nos tenemos que quedar con lo bueno: más comunidad y olas de solidaridad que hubo desde el inicio”, comenta Sergio. “Nos hemos dado cuenta de que sí que tenemos capacidad de transformación ayudando a las demás y que no requiere mucho esfuerzo, y eso es maravilloso”, añade Shalini.



Estos dos años de crisis sanitaria han producido la transformación colectiva de una generación que ha parado en seco, que ha aceptado sus vulnerabilidades y fortalezas y las ha reivindicado. Todos los jóvenes han tomado decisiones importantes en su vida en este período convulso.

Ángel tuvo tiempo para estar consigo mismo, reflexionar y se decidió a salir del armario. “Sin una pandemia de por medio, quizá no lo habría hecho”, dice. Delia se dio cuenta de que, aunque estaba estudiando la carrera de Periodismo, en realidad quiere ser actriz. Yassin encontró un nuevo empleo en uno de los mejores restaurantes del país. Hodei decidió lo que quería ser y mejor aún: lo que no quería ser. Shalini ha descubierto la importancia de dedicarse tiempo a uno mismo y a los demás, y reivindica modelos productivos que respeten la salud mental. Elena, que acababa de fundar la ONG Luz Azul de cooperación internacional antes de la crisis sanitaria, tuvo que reinventarse para transformarla en una red de apoyo juvenil en época de COVID. Sergio dejó el grado de animación sociocultural y, de la misma forma que Alba, comenzó a estudiar la carrera de Enfermería.

Ellos son jóvenes, jóvenes diferentes, de distintas procedencias y contextos, a los que les une un pasado resiliente y las ganas de seguir luchando por sus sueños y un futuro digno.

Noticias relacionadas