Por dentro, es el proyecto de un arquitecto mestizo que galopa entre el arte mudéjar y el diseño de mazmorras. Hay luces rojas; el ambiente es húmedo, sensual e íntimo; y las diferentes salas, desorganizadamente organizadas, aparecen conectadas al pasillo central como si toda la sauna Paraíso fuera una gigantesca telaraña.
El pasado 17 de mayo, el miedo volvió a aparecer en la prensa y el pensamiento colectivo a modo de flashback cuando el Ministerio de Sanidad alertó de los primeros positivos de viruela del mono en España.
Esta enfermedad, que lleva provocando brotes, desde al menos 1970, en diferentes países africanos como Nigeria, Costa de Marfil, República Democrática del Congo o Sierra Leona, empezó a expandirse en diferentes focos, aparentemente controlados, en estados europeos como Reino Unido o España.
Aunque las autoridades sanitarias han tranquilizado a la opinión pública augurando que los brotes de esta enfermedad, provocada por un orthopoxvirus, van a ser limitados y de pocos casos, lo cierto es que los fantasmas de los muertos de marzo de 2020 ya se han aparecido en el imaginario colectivo.
A día de hoy, la viruela símica ha provocado ya 242 infecciones en España, aunque todos los pacientes se encuentran aislados en sus propias casas y sin presentar sintomatología grave. De momento, esta enfermedad zoonótica no ha provocado ningún fallecido en nuestro país.
Origen
Los síntomas que la viruela presenta son, en la mayoría de los casos, bastante leves: fiebre, escalofríos, cansancio generalizado, dolor de cabeza y calambres musculares; aunque uno de los síntomas, la aparición de ronchas molestas por todo el cuerpo provocadas por la inflamación de los ganglios linfáticos, es impactante y puede dejar cicatrices.
Aunque se ha demostrado que esta no es una enfermedad de transmisión sexual (ITS) y puede contagiarse por el contacto con las pústulas y otros fluidos corporales, durante los días en los que saltaron los primeros brotes en España se puso el foco sobre la comunidad LGTBI, como también se hizo en los años setenta y ochenta con la aparición del SIDA.
Esta idea caló entre la gente, pues coincidió con que uno de los principales focos de contagio en Madrid se dio en la sauna Paraíso, un local para hombres homosexuales situada en el barrio de Malasaña.
Según expertos y autoridades sanitarias, el brote habría surgido por el contacto con algún cliente infectado, algo que podría haber sucedido también en una discoteca o sala de conciertos, por lo que el carácter específico del local no habría aumentado las posibilidades de que esto pasara.
Aun así, lo cierto es que el foco se desató en la Paraíso, lo que llevó a que la Consejería de Sanidad y los propios responsables del local decidieran cerrarla preventivamente durante veinte días. Este miércoles, finalmente, volvió a abrir.
En la reapertura
En Madrid, hay al menos seis saunas gay, tres de ellas propiedad de MundoGay, S.L., una empresa especializada en el ocio adulto homosexual. Esta compañía es la propietaria de Paraíso, que está destinada a un público general y joven; Octopus, que es un local centrado en el público bear, es decir, hombres grandes y musculosos; y la sauna Príncipe, enfocada a un público más adulto y maduro. Cada una de estas saunas, además, tiene un ambiente temático diferente, siendo el de la Paraíso las mazmorras.
El local, situado en la calle del Norte, se encuentra tras una puerta con un toldo con el nombre de la sauna sobre ella. A diferencia de lo que muchas personas puedan pensar, la sauna no se encuentra oculta al público ni tienen ningún tipo de acceso restringido; de hecho, a unos metros de la puerta hay un cartel publicitario donde la anuncian. Una sauna gay es un local erótico más, como cualquier otro, en el que puede entrar todo el mayor de edad que lo desee (y pague la entrada).
Tras cruzar la puerta, hay una recepción de unos diez metros cuadrados con una máquina y una ventanilla. En la máquina, tienes que comprar el ticket, cuyo precio oscila entre los 13 y los 18 euros.
Después de pagar con tarjeta, la máquina me dio un papelito que tuve que entregar en la ventanilla, tras la que había un hombre de unos 45 años vestido con ropa deportiva. Allí, tras preguntarme la talla de zapatillas, me dio una toalla blanca, unas chanclas azules de pala, la llave de mi taquilla (en este caso, la 32) y un preservativo de la Comunidad de Madrid.
Cuando tienes tus cosas, accedes por fin, a través de una puerta de cristal, a una sala cuadrada con dos hileras de taquillas. Antes de entrar, curiosamente, hay un cartel en rojo y blanco donde te advierten de la viruela del mono y te dan las pertinentes indicaciones de seguridad y actuación en caso de manifestar síntomas.
La sala es grande y las taquillas blancas y verdes. En esa estancia, la tipografía setentera de las paredes y la música (que es una especie de remix acelerado de grandes éxitos comerciales) te hace creer que estás en un gimnasio del extrarradio. Junto a mi taquilla, donde meto mi ropa y objetos personales, hay un chico de pelo largo, ojos azules y tatuaje en el brazo que se está cambiando. Le pregunto por los baños.
—¿Es la primera vez que vienes?
—Sí -respondo.
—Pues te lo vas a pasar bien.
Cuando sales del vestuario, el ambiente es totalmente diferente. La luz blanquecina y la música acelerada se cambian por un pasillo larguísimo, alumbrado con luces rojas y con una gigantesca pantalla al final en la que ponen películas porno de hard-sex.
En el pasillo no hay nadie. Mientras camino, me percato de que en las múltiples mesas altas hay vasos de plástico con bebidas a medio consumir, pero ni rastro de gente. El pasillo también tiene sofás sin brazos, de esos de cuero que se ponen en los centros comerciales. Los techos son altos, todo es de ladrillo y hay columnas y arcos por doquier. El local parece antiguo.
Lo primero que me encuentro, a mano izquierda, es la piscina. Decido refrescarme en ella, pero cuando me acerco, no solo me encuentro con que no hay nadie, sino con que, además, está vacía. Es pequeña, como para unas seis personas, y está alumbrada con unos focos blancos.
Junto a ella están las duchas abiertas. Son azules y húmedas, como cualquier ducha. En ellas, me encuentro por fin a alguien, un chico de unos treinta años que se refresca la nuca en el grifo del fondo.
Nada más salir de las duchas, te encuentras la sauna. El local es gigantesco, laberíntico y desordenado como un cerebro borracho, por lo que es realmente difícil hacer un plano mental del sitio. Cuando abro la puerta y entro, veo por fin a gente.
La sauna es de madera y está alumbrada por una luz roja colocada en una esquina. En ella, contándome a mí, somos seis personas. Todos están sin la toalla, así que me la quito también y me siento. El calor es espantoso.
Tras unos minutos, me pongo a charlar distendidamente con ellos. Aunque Paraíso es una sauna erótica y el objetivo de los clientes es el que es, el ambiente, aun con la constante y densa tensión sexual que hay en ella, es hasta divertido. Hay bromas, risas y miradas cómplices, como en cualquier bar o discoteca normal. Solo que aquí, claro, estamos todos desnudos.
—Me da un poco de mal rollo lo de la viruela del mono –digo, de repente.
—No es para tanto –responde un chico con el pelo liso que agarra de la mano a otro que lo tiene rizado-, pero se ha notado […]. Antes, esto estaba lleno. No podías ni ir por los pasillos. Ahora, somos cuatro gatos.
Tras charlar un rato con el grupo, me despido y continúo mi exploración. Frente a la sauna cojo otro pasillo, este con cabinas con puertas corredizas de madera a ambos lados. Dentro de las cabinas, hay pequeñas salas con sofás de cuero en las que los clientes pueden tener, si lo desean, sexo de forma íntima. Ninguna de las cabinas está ocupada; todas tienen las puertas abiertas.
Después de perderme por otro pasillo, me topo con otra sala, esta con una reja, diferentes aparatos de cuero y una curiosa cruz de San Andrés con dos chicos manteniendo relaciones.
El sitio es gigantesco y no sé ni dónde estoy. Entro en una nueva sala, esta completamente oscura. En ella espero rozarme con alguien, pero tampoco encuentro a gente. El chico de la sauna tenía razón, somos cuatro gatos.
Paso también por un jacuzzi, donde dos chicos se besan, y un nuevo cuarto oscuro. Tras quince minutos danto vueltas en busca de la salida, encuentro por fin el pasillo del porno y salgo a los vestuarios, donde la luz de los fluorescentes y el olor a desinfectante me devuelve a la realidad. Por lo que anuncian en su página web, he dejado muchas salas sin explorar, incluido el bar.
Me visto, salgo a la recepción y entrego la llave. Una de las principales formas de contagio de la viruela del mono es por el contacto con prendas íntimas, por lo que, al ir a darle la toalla y las chanclas al hombre tras el mostrador, me dice que no puede tocarlos y señala un agujero en la pared que da a la lavandería.
Cuando abro la puerta y vuelvo a pisar el caluroso asfalto de Madrid, mis ojos tardan un rato en acostumbrarse a la luz solar.