En el diccionario español, existe una palabra para referirse al hijo que ha perdido a su progenitor, pero no encontramos ninguna para hablar del padre que vive la muerte de un hijo. Francisco Javier Jiménez Sáiz (53 años) decidió ordenar todas las que tenía en la cabeza tras el suicidio de su hija Sara en plena pandemia, y tras la muerte de su mujer, para escribir su primer libro, Vacunas para un duelo.
En él, narra cómo sucedió todo e intenta transmitir su dolor por un duelo que, como bien relata a EL ESPAÑOL, “nunca termina de cerrarse”. Además, también cuenta su experiencia como voluntario en la campaña de vacunación contra la Covid, la cual se convirtió en uno de sus salvavidas.
Nos recibe en su casa, desde donde teletrabaja y también descansa, pues desde el suicidio de su hija Sara combina su empleo con tareas de voluntariado, así como con las firmas en diferentes ferias del libro. La última, en Madrid. “A mí lo del libro me ha sobrepasado porque yo lo escribí por recomendación de la psicóloga, que es experta en duelos traumáticos. Y ahora en la feria del libro de Madrid, que sé que allí no firma libros cualquier persona. Además, era una visita de obligado cumplimiento con mi mujer y mi hija, que siempre íbamos a comprar la guía Repsol del año pasado porque era más barata. Entonces… han sido sentimientos encontrados. Claro que luego ves a un montón de gente que te apoya, te ayuda, y que está detrás de ti y bueno… En general, la experiencia es buena”.
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Paloma, la mujer de Javier, murió en el año 2000 tras un largo cáncer. Su hija Sara tenía entonces seis años y el padre se convirtió en su figura de referencia. Hasta tal punto que, tal y como relata él mismo, “yo para mi hija era como Dios, me lo han dicho hasta sus amigos”.
“No se echaba novio porque decía que no iba a encontrar a nadie que la quisiera y la cuidara tanto. Se iba todos los años a Irlanda a estudiar y me decía que se quería quedar allí, y que solo quería volver por estar conmigo. Y luego hace lo que hizo y te quedas… No sé. También puede tener que ver con algo de su madre, pues lo hizo el día antes del aniversario”, explica.
Suicidio de Sara
Sara se arrojó al vacío desde un sexto piso un día antes del 14 aniversario de la muerte de su madre: el 23 de septiembre de 2020. Lo hizo en el piso de estudiantes de una amiga suya, tras una discusión con el propio Javier.
“Yo cada vez me creo más que fue premeditado, porque ese día en vez de venir a casa, se cogió el metro y se cruzó Madrid para hacerlo. Pero es que no dio ninguna señal, ni a mí ni a nadie, nunca habló de eso. De hecho, era una niña que la quería todo el mundo, tenía buenas notas, no había problemas en casa. Y un día, por una tontería discutes y… La discusión al final fue el detonante, pero… Es tan raro porque el mismo día por la mañana me pidió un libro para la universidad”.
A partir de entonces, y al no encontrar una explicación, Javier se culpa a sí mismo de lo sucedido y busca ayuda en una psicóloga y un sacerdote, tal y como explica: “¿Qué no he visto para que llegue a hacer eso? ¿Qué se me ha escapado? Me lo preguntaba todo el rato. Pero claro, la psicóloga y el sacerdote me decían que, si lo hubiese visto, hubiera hecho algo, que me quitara esa culpa. Luego ves que llevan razón pero… Ese sentimiento… Te puedes imaginar 10.000 cosas, pero no vas a saber nunca el motivo, porque a lo mejor ni lo hay”.
Desde el primer momento, su empresa es la encargada de buscarle una terapia psicológica, que a su vez le derivó a un psiquiatra. Han pasado casi dos años y el proceso, en palabras del propio Javier, está siendo “una montaña rusa”.
En este momento, admite encontrarse en un momento “de bajón”: “La psicóloga dice que es normal, que he tenido mucha presentación del libro donde me he sentido muy arropado por mucha gente y ahora me he relajado un poco, veo más la realidad. El verano es una época difícil y aunque sea normal, me dice que no se me escape de las manos. Empecé yendo cada 15 días, luego una vez al mes, y ahora he vuelto a ir cada dos semanas. Más que nada, para tener un seguimiento, porque hay días que todavía lo pasas mal”.
La terapia de ayudar
Al perder a su hija, el sacerdote y la psicóloga de Javier fueron y son claves en su recuperación. El primero se ha convertido en un buen amigo: “Antes iba a conversar con él todos los jueves, pero ahora voy una vez al mes. Viene aquí a comer o voy yo a comer a algún sitio con él. Más que otra cosa, es relación de amigos, porque es un hombre muy directo, él no lo enfoca desde una manera religiosa 100%. No habla de religión, lo trata de una manera humana”.
—¿Hasta qué punto te ha ayudado la fe en este proceso?
—A veces me ayuda y otras digo… ¿Cómo me ha pasado a mi todo esto? Dices… ‘jolin, primero mi mujer, luego mi hija’. Pero bueno, al final crees que ha tenido que ser así y en algún sitio estará que estará más feliz que aquí, porque nadie la ayudó a hacerlo.
Tanto el sacerdote como el psicólogo fueron los que le animaron a escribir el libro y a que dedicara parte de su tiempo al voluntariado. A priori no era lo que más le apetecía, pero finalmente se convirtió en su auténtica salvación. Comenzó ayudando en una unidad móvil de donantes de sangre de Cruz Roja y terminó en la campaña de vacunación contra la Covid 19 en el Wanda Metropolitano. Allí, tal y como relata en el libro, el único inconveniente grave que se le presentaba, era que él era del Real Madrid y se iba a pasar sus horas libres en el campo del enemigo.
Contar su día a día en el libro también ha formado parte del proceso de cicatrización, tiene anécdotas para aburrir, algunas lacrimógenas, otras más divertidas. Aquello era mucho más que gastar el tiempo para él: “Si no fuera por eso, no salgo de casa. Yo no podía salir de casa, no tenia ganas de nada. Pero me surgió esto y cuando vas y ya te metes en la dinámica… Pero es que en el mes de julio, en pleno verano, en el Wanda que no hace sombra, 10.000 personas que citaban los sábados, pues imagínate todo lo que me pasa allí. Pero por lo menos estás ocho horas que no estás pensando en lo que estás pensando todo el día, entonces a mi eso me sirvió para salir y decir: pues te ha pasado y te ha pasado”.
—Y verías otras historias parecidas a las tuyas.
—Sí, luego ya conoces a mucha gente que le ha pasado lo mismo, pero la gente no quiere hablar de lo que pasa, es un tema tabú, entonces yo lo digo: “mi hijo se ha suicidado”. Es que parece que como padre has tenido algo que ver. Ahora me agarro a mi familia, mi hermano y mis sobrinos, y luego a la gente que estoy conociendo que me ayudan y les ayudo.
La pandemia silenciosa
Javier relata muchas de las historias que está viviendo en primera persona durante este proceso. Todas tienen nombre y apellidos y para él son nuevas oportunidades de ayudar a gente que también pasa por una situación delicada.
La última, de hace un par de semanas, nos la relata aun emocionado: “El otro día vino una chica a donar al puesto de la Cruz Roja y no tenía el carnet de donante. Le pedí el DNI y no lo encontraba, pero tenía el de conducir y con eso nos valía. Dona sangre y cuando baja del autobús, le pregunto si ha encontrado el carnet, me dice que sí, nos despedimos y de repente… ¡boom! Cae a plomo. La subimos corriendo al bus, llega el médico y nada, un mareo normal".
Javier sigue recordando aquella experiencia: "La chica tenía apenas 20 años, e iba con su novio y estaban los dos muy nerviosos, así que le dije: 'No pasa nada, tú lo que querías era llevarte un libro firmado de la feria del libro, pero no te preocupes que yo te voy a dar uno'. Y como siempre llevo mis libros en la mochila, le dediqué uno y al día siguiente me puso una cosa en whatsapp… que todavía estoy emocionado. Tiene la edad de mi hija y ha estado en tratamiento, lo ha pasado muy mal. Le pregunté si necesitaba ayuda y me dijo que un psicólogo la está ayudando ya. Me dijo que todo pasaba por algo y que había tenido que pasar eso para conocer la historia de Sara. Es que no sabéis la cantidad de gente joven que está en esta situación… No os lo podéis imaginar”.
Precisamente en este hecho hace hincapié el propio Javier en el libro: la cantidad de jóvenes que actualmente viven una situación delicada respecto a su salud mental. Los suicidios suponen la primera causa de muerte no natural en España, donde mueren el doble de personas por esta razón que por accidentes de tráfico.
Los datos del INE del 2020 apuntan a que se suicidaron 3.941 personas durante el año de la pandemia, lo que supone un suicido cada dos minutos. A Javier le indigna que estando a mitad de 2022, aún no hayan salido los datos del 2021: “¿Por qué no salen? Entro todos los días en el INE y no los publican. Lo que piensan los psicólogos y los psiquiatras es que el número es muy superior a otros años y al final esto puede provocar un efecto llamada”.
—¿Qué le pedirías a los representantes gubernamentales?
—Que se hable de esto, que se trate desde bien pequeños, que incluso en la escuela se comente el problema que puede suponer el no tener una buena salud mental. En las exposiciones y charlas que hago me dirijo a los padres. Yo de pequeño comía y cenaba con los míos. Ahora, si tus hijos cenan contigo, cenan, pero viven en sus habitaciones, enganchados a las redes. No hablas, y si hablas, es de cosas que no tienen nada profundo. Y ahora lo fácil es dejarles jugar a la Play, porque con eso dejan en paz a los padres. Y por el ritmo que llevan los adultos, a veces es hasta mejor para ellos, porque llegan a casa y lo que menos quieren es que venga su hijo a contarle historias. Y luego piensas que el suicidio nunca te va a tocar… Pues fenomenal, porque es que al final le toca a quien menos se lo espera.
—¿Has podido hacerle llegar tu historia a algún político?
—No, solo fui un día a la asamblea de la Comunidad de Madrid, que me invitó una diputada del PP, Ana Dávila, y fue el día que se debatió la ley de salud mental. Pude hablar con varios políticos, me hice fotos con ellos…. Y todos me decían: “Qué bien”, y me cogían la tarjeta con mi teléfono. Pero nunca más. Mira, esto es una cosa que hablas con todo el mundo y todo el mundo te dice que te va a ayudar, pero a la hora de la verdad, nadie quiere hablar. No, no se quiere hablar, sigue siendo tabú. Cuando murió Verónica Forqué, estuvieron dos días hablando del tema en televisión, pero luego ya nadie comentaba nada. Pero bueno, es que son 11 personas al día, 11 personas al día no pueden estar mal de la cabeza. Se que ahora han puesto el teléfono del suicidio, y es un paso. Pero desde el Gobierno no han contado con el colegio de psicólogos, entonces jolín… que hablen con los que realmente saben de salud mental. Le dan mucho bombo para que parezca que han hecho algo.
"¿Usted tiene hijos?"
El propio Javier vivió en primera persona las consecuencias de un sistema que no está preparado para afrontar la salud mental. Tal y como relata en su libro, el día que murió Sara, el SAMUR le comunica por teléfono el estado de gravedad en el que se encuentraba y le informaron que en menos de media hora, un psicólogo visitaría su casa. “Cuando entró en casa, me dijo que Sara había muerto, pero yo ya lo sabía o si no, ¿para qué mandan un psicólogo a mi casa? El acabó llorando conmigo, porque le dije: “Cuénteme lo que quiera, pero ¿usted tiene hijos? ¿Qué haría si le pasara?”.
A partir de entonces, fue cuando comenzó un periplo que se podría haber alargado si no fuera por la ayuda que recibió desde su empresa. “Al día siguiente fui a mi médico de cabecera, que me dio la baja. Me derivó al psicólogo pero bueno… Es que ni lo intenté. Me daban cita para tres meses, cuando yo al médico le había dicho que no es que se me hubiera pasado por la mente suicidarme, pero que sí lo había planteado como una solución. Cuando me llaman para confirmar la cita les dije: “No sé si llegaré”. Y me responden que no me preocupe, que si llego un poco tarde, no pasa nada. Y les dije que no me refería a la hora, sino al día. Ellos tenían un informe de mi médico donde se informaba de que había tenido pensamientos autolíticos, y me estaban dando cita para tres meses. Así que me fui al privado de mi empresa, yo llevo 32 años trabajando ahí y el mismo día que pasó lo de Sara, a los cinco minutos de llagar a casa, ya llegó una psicóloga”.
En su conversación con este periódico, hace referencia continuamente al colapso que se está viviendo en la planta de salud mental del Hospital Gregorio Marañón. Allí se suceden los casos de jóvenes con pensamientos autolíticos por diversas enfermedades: “Están llenos de chavales con problemas de bulimia y con suicidios. Esto es un problema que está ahí y no se está hablando ni diciendo como se debería”.
Uno de sus principales objetivos al escribir el libro era, precisamente, además de intentar cerrar su duelo y mejorar su estado de ánimo, el de concienciar y acompañar a las personas que están pasando por algo parecido. Por lo que nos cuenta, parece que lo está consiguiendo.
—¿Te planteas un segundo libro?
—Sí, ya lo he empezado. Habla de cómo a partir de este libro, intento salir. Le estoy contando a Sara lo que hago y las experiencias que vivo. Hay que seguir todos los días y buscar un motivo para ello, porque hay veces que dices: “No puedo más”. Yo no lo pienso hacer por mis padres, por el daño que he visto que me ha hecho mi hija, que estoy seguro de que no quería hacérmelo, pero solo por eso, no quiero hacerlo. Tienes que encontrar algo para decir “sí que vale la pena”, y al final, te lo encuentras en lo menos pensado, como la chica del otro día en la donación de sangre.
* El teléfono corto 024 o el Teléfono de la Esperanza (717 003 717) son recursos disponibles 24 horas a las personas QUE tienen ideas suicidas, personas que conocen a alguna persona que está pasando por una situación delicada o que han perdido a un ser querido por suicidio.