Aran Pérez-Padilla, de 33 años, tenía hasta hace poco una vida de ensueño en Barcelona, a donde llegó desde su Málaga natal buscando nuevas oportunidades cuatro años atrás. Tal y como él mismo cuenta a EL ESPAÑOL, su llegada a la ciudad fue sencilla y a los pocos días logró un empleo como cocinero. Pronto comenzó a ganar un buen sueldo y pudo permitirse alquilar un piso en el que estaba “muy a gusto”.
Sin embargo, la crisis económica provocada por la pandemia dio un giro de 180 grados a su vida, dejándole sin trabajo y con una ayuda estatal de 480 euros mensuales. “Con eso pagaba el alquiler, la comida y mientras buscaba trabajo, pero no encontraba nada”, cuenta. Unos ingresos que le duraron poco. Concretamente, hasta hace apenas un mes, momento en el que se vio obligado a abandonar su casa y comenzar a buscarse la vida en la calle.
Desde entonces, vive en los soportales de la ciudad. Cada día, amanece sobre las 07.00 horas con el ruido de los camiones de la basura. Después, busca una fuente donde poder asearse e inicia su camino hasta el comedor social Santa Anna, una iglesia encargada de ofrecer ayuda a gente desfavorecida que, como Aran, vive al día y con lo puesto.“Después cojo mi libro, me pongo en cualquier sitio con un cartelito diciendo que busco trabajo y ahí paso el día. Después suelo dar vueltas con el currículum por las zonas donde hay restaurantes para ver si encuentro trabajo”, cuenta.
Su currículum vitae recoge hasta 15 años de experiencia en el mundo de la hostelería. Ha trabajado como ayudante, como cocinero e incluso como segundo jefe de cocina, pero su larga trayectoria no se resume únicamente en los fogones. Aran trabajó durante tres años como Militar de Tropa y Marinería del Ejército de Tierra, concretamente, en la Infantería Ligera Paracaidista. También trabajó durante ocho meses como restaurador de casas antiguas, aunque sin contrato formalizado.
Sin embargo, esta extensa trayectoria no está siendo suficiente para lograr encontrar un trabajo que le permita escapar de la compleja situación que atraviesa. Entre los principales motivos se encuentran los prejuicios que, asegura, todavía existen sobre la gente que vive en la calle. “He tenido oportunidad de trabajar, pero estar en la calle acarrea muchas cosas. A la gente no le agrada mucho el tema de la higiene o el cansancio. Cuando llevas varios días durmiendo en la calle no descansas igual”.
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A los prejuicios por parte de los empresarios, hay que sumarle también las dificultades que conlleva buscar trabajo viviendo en la calle. El acceso a internet es limitado y, tal y como cuenta, no puede responder a las ofertas de trabajo tanto como le gustaría. Su mayor reto cada día es, sin duda, no tener un hogar donde poder dormir y asearse con comodidad. Cuando se quedó en la calle llevaba una mochila con ropa y mudas para cambiarse, pero sus pertenencias se convirtieron pronto en una carga más a la hora de moverse por la ciudad. “Cuando iba a las entrevistas era llamativo verme con una mochila tan grande y ya me preguntaban por mi situación”, explica a este diario. Además en una ciudad como Barcelona, un chico joven en la calle, solo y con mochila puede convertirse en un atractivo perfecto para los ladrones. “Hay que tener cuidado porque te roban”.
Con su vivienda, su trabajo y su sueldo cada mes, Aran jamás se imaginó acabar viviendo en la calle. Se considera una persona que siempre ha intentado colaborar con los más desfavorecidos, pero nunca llegó a pensar que él mismo pudiera acabar así. Comenzó a trabajar a los 15 años y, desde entonces, no ha parado. “Siempre he estado bien económicamente y siempre me ha ido bien, hasta ahora, que yo pensaba que el dinero era infinito y que estas cosas no te podían pasar a ti, hasta que te pasan”.
Su familia desconoce su situación actual y él prefiere, por el momento, seguir ocultándolo. El motivo principal de esta decisión es la enfermedad mental que sufre su madre, una mujer a la que no quiere crearle más problemas. La situación le avergüenza y lo dice con la boca grande. Vivir entre soportales le hace sentir una persona excluida de la sociedad y, tal y como explica a este periódico, el hecho de tener que pedir ayuda es para él un motivo de sentirse avergonzado.
El negocio en los comedores
Durante la pandemia, la parroquia de Santa Anna sirvió hasta 17.000 menús a personas desfavorecidas. Cada día, 200 personas se beneficiaban de un servicio que, desde julio de 2020, incorpora también duchas, lavandería y guardarropa. Aran es una de las personas beneficiadas por este servicio que, cada dos días, le ofrece agua, jabón y ropa limpia. Una ayuda desinteresada ofrecida por parte de los voluntarios, pero que no siempre se encuentra a pie de calle.
El motivo principal, asegura, se debe al “negocio” que se ha creado alrededor de los comedores sociales. Gente que se aprovecha de la generosidad del resto para sacar la mayor rentabilidad a estas ayudas. “En los comedores yo hablo con la gente y muchos se aprovechan de la indigencia. Se buscan un perro porque dicen que con ellos sacan 70 euros. Si ellos se lo van a gastar en caballo o en cualquier tipo de droga, eso la sociedad lo sabe. La gente no va a dar dinero a alguien que se va a drogar”, explica.
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A pesar de ello, Aran se muestra agradecido con todas las personas que le han ofrecido ayuda durante este tiempo. Tal y como él mismo cuenta, muchos ciudadanos se han acercado para interesarse por él e incluso le han ofrecido números de contactos conocidos para que le informen sobre ofertas de trabajo. También le han ayudado a encontrar lugares donde poder alojarse o asearse a cambio de un importe muy reducido. “Yo creo que la gente conmigo en general se ha portado bien. Siempre hay alguno que pasa y te suelta algún insulto, pero intentas no prestar atención”.
El milagro por LinkedIn
Marta Cavestany se ha convertido en la gran salvadora de Aran. Esta joven usuaria de LinkedIn se encontró con el malagueño en la calle y decidió contar su historia a través de la red social. Publicó una fotografía en la que podía leerse la frase del cartel que Aran coloca cada día frente a él: "Busco trabajo pero nadie me acepta por vivir en la calle". Explicó su caso y pidió desinteresadamente a todas aquellas personas que pudieran ofrecerle un empleo, que se pusieran en contacto con él. “Me ha llamado la atención verlo en el suelo porque estaba bien sentado, aseado y peinado como si esperara al autobús para ir a trabajar”, escribió la joven.
La publicación ya acumula más de 5.500 interacciones y casi 200 comentarios. Una viralidad que se ha visto reflejada no solo en las redes sociales, sino también en el teléfono personal de Aran, que en apenas un día ha recibido decenas de llamadas para ofrecerle trabajo. Si todo sale bien, Aran podría tener empleo mañana mismo. Otra joven de Barcelona se ha ofrecido a recogerle con el coche, llevarle a su casa y ofrecerle aseo y descanso. Será ella misma quien le lleve a un hotel, donde Aran ha conseguido cerrar una entrevista y una prueba para optar a un puesto de cocinero. Una historia que podría terminar con final feliz gracias a la ayuda desinteresada de la gente y al poder de las redes sociales.