Madrid ha rozado este miércoles los 40 grados. Y, pese al calor y encontrarnos en mitad de julio, los trabajadores de los pequeños comercios de la capital han levantado los cierres de sus tiendas para afrontar un nuevo día laboral. Pero cada vez se les hace más cuesta arriba, reconocen, “porque ha subido todo y los beneficios merman”. Pero ahí siguen. Incólumes. Afrontando su día a día a pesar de que la inflación está disparada superando ya los dos dígitos. Algo que los comerciantes sienten a la hora de pagar la luz de sus locales, el gas para sus negocios o los propios insumos que venden. No obstante, algunos –muy pocos– aún se resisten a subir los precios de los productos que comercian. Son valientes. Son la resistencia.
En esta especie en peligro de extinción se encuentran Rosa Riojo, dueña desde hace cinco años de dos zapaterías que llevan su propio nombre; Eliana Ibáñez, dependienta de un ultramarinos situado en el barrio de Quintana, en Madrid; o Noelia Domínguez, quien regenta una papelería en el barrio de Carabanchel, al sureste de la capital. Son tres trabajadoras poco habituales, pues de los 16 negocios visitados por EL ESPAÑOL, son de las pocas que, por diversos motivos, han logrado mantener y no subir los precios de lo que venden. Lo han hecho pese a que este miércoles el Instituto Nacional de Estadística (INE) ha confirmado que el Índice de Precios de Consumo (IPC) ha sufrido una subida interanual en junio del 10,2%, una cifra que no se había visto desde 1985.
“Desde el mes de marzo, estamos vendiendo nuestros zapatos al mismo precio. No hemos aumentado el precio a pesar de que, por ejemplo, ha subido el precio de la luz. Sin embargo, se prevé que la próxima campaña sí que cueste más adquirir el zapato que vendemos. Por tanto, se venderá más caro”, lamenta Rosa Riojo, mientras su empleada asiente y secunda lo dicho por su jefa. Y es que, como en cadena, si a Rosa le cobran más por los productos, al final ella tendrá que subir el valor de lo que comercia aunque no quiera. Aun así, por el momento, es de las únicas valientes de la resistencia.
Como Meybelin Rivera, quien lleva dos años atendiendo la tienda de Tala Cosméticos y que reconoce a este medio que su jefe hace “un gran esfuerzo” por mantener y no subir el precio de los productos de peluquería y salón de belleza que vende en la calle Alcalá. “Hemos conseguido que casi todo se mantenga, pero hay ciertos artículos, como las mascarillas o los serums que ahora son algo más caros”, añade. Un caso similar al de Eliana Ibáñez, que en el año que lleva regentando el ultramarinos ha visto cómo en su tienda no ha subido, por ejemplo, “las bebidas como la cerveza”.
Otros artículos de alimentación, en cambio, “sí han subido” de precio. Algo normal a tenor de los datos arrojados por el INE en el informe que ha hecho público este miércoles. En él, como indica este periódico, destaca que los alimentos y bebidas no alcohólicas, sitúan su tasa en el 12,9%, casi dos puntos superior a la del mes pasado, y la más alta en toda la historia de nuestro país desde que se recogen estos datos, en enero de 1994. En otras palabras, la tienda que regenta Eliana aún pertenece a la resistencia, pues aguanta el chaparrón y ha mantenido, todo lo que se ha podido, los precios.
“Subí ayer. No pude más”
Lo cierto es que estas trabajadoras son poco usuales. En general, los comerciantes de Madrid y del resto de España han tenido que subir los precios de lo que venden –aunque sea poco–, por la viabilidad de sus negocios. Por ejemplo, en Carabanchel, al otro lado de la capital, el matrimonio conformado por Hugo Ríos y Miriam Matiuss, panaderos, reconoce a EL ESPAÑOL que ha aguantado todo lo que ha podido antes de aumentar entre “un 10 y un 12%” el precio de sus productos. O hacían eso o estaban condenados a trabajar con pérdidas.
“Lo subimos ayer –por el martes–, porque ya no podíamos aguantar más. Hace cuatro años, cuando tomamos la panadería el precio del saco de harina de 25 kilogramos, por ejemplo, costaba 9,75 euros. Ahora, cuesta 21 euros. Eso sin mencionar el aumento de la luz o del gas necesarios para nuestro local y para hornear nuestros productos. Hemos intentado aguantar por nuestros clientes, pero vendíamos sin ganancias. Ahora, no podíamos empezar a vender con pérdidas”, cuenta Hugo detrás de la vitrina de su negocio. Explica que aguantó lo que pudo, pero empezar a perder sería catastrófico para la viabilidad de su panadería.
La harina, según el INE, ha subido desde el pasado mes de mayo un 28,1%, algo que el sector de la panadería y la pastelería sienten profundamente. También, el de la hostelería, cuya electricidad subió el mes pasado un 33,4%, o el de la bombona de butano, que aumentó otro 33,4%. “Esto, sumado a la subida del precio del aceite (+87,5%), no me ha dejado otra salida que subir el precio de muchas cosas de nuestra carta”, explica a la puertas de su local Elamin Elkaijairi, quien dirige el Pollo de Oro, el restaurante favorito del cantante Omar Montes. “Era eso o tendríamos que cerrar en el futuro”, lamenta.
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Subidas parciales
La tónica general que ha presenciado este medio es que los comerciantes sólo han subido el precio de aquellos productos que les salen más caros a ellos. “Si a mí me cobran por estos tornillos un 25% más, tendré que subirlos ese 25%”, se defiende el ferretero José, de Carabanchel. “Pero todo lo que me sigue saliendo igual, que es la mayoría, lo he mantenido al mismo precio a pesar de que a mí me cobran más por la luz, por ejemplo”, añade.
Es el caso de Noelia Domínguez, que lleva 20 años al mando de la papelería familiar situada en la avenida de Nuestra Señora de Valvanera. Dice que los productos de papel sí han subido, “porque el papel se ha encarecido”, pero los demás, como bolígrafos o rotuladores, ha procurado “mantenerlos con el mismo precio”.
Gabriela Matamoros, empleada de un establecimiento especializado en fotocopias y fax desde hace seis meses, nota la subida de la luz, pero su establecimiento ha mantenido igual “la mayoría” de los precios. Ella sería otra de las trabajadoras de la resistencia. Como Rosa, Eliana y Meybelin, cuyos comercios –ya sean propios o ajenos– son de los pocos de Madrid que pese a la inflación aún no han subido los precios de los que venden. Se han convertido, de este modo, en la excepción y no la regla. En la resistencia.