Elías y Dori vieron las llamas a las cuatro de la tarde. Se asomaron por la ventana, miraron a las faldas del Monfragüe y recordaron aquel incendio que asoló el pueblo hace más de treinta años. Se pusieron en marcha rápido, él metió las maletas en el coche, rellenó una garrafa de agua y metió las llaves en el contacto, ella cerró las ventanas, regó las puertas de la casa y le dejó comida al gato. Y esperaron. Cuando llegaron los primeros aviones, los vieron pasar de largo: “¿Pero a dónde van?”
El mismo pensamiento se pasó por la cabeza de los cincuenta vecinos que se asomaron el jueves al mirador de Casas de Miravete, el pueblo cacereño que lleva desde el jueves cercado por las llamas. En las diez horas que pasaron desde el primer foco del incendio hasta la evacuación, los curiosos que se quedaron hasta el final fueron testigos, dicen, de cómo los hidroaviones de la UME sobrevolaron sus casas mientras las llamas se acercaban. Este lunes han vuelto, abatidos y cabizbajos, al centro de la tierra quemada, entre letreros ennegrecidos y nubes de ceniza.
"Dejaron arder el pueblo para proteger Monfragüe. No la UME, sino los de arriba". Habla Abraham Grande, ganadero, vecino y dueño de un coto calcinado. Lleva cinco días esquivando a la Guardia Civil para colarse en Miravete y alimentar a sus animales, más de 500 cabezas entre vacas, gallinas y ovejas. “Si no llego a venir, o se mueren por el fuego o se mueren por no beber”, suspira desde la ranchera. A pocos metros, su hermano Carlos se coge la nariz y sube los dedos hasta los ojos, y frota.
Los hermanos salieron duros. No se quejan de su tragedia, pero señalan a un responsable: “A Pedro Sánchez le importa más el parque natural que los vecinos”. El presidente del Gobierno y su homónimo extremeño, Guillermo Fernández Vara, visitaron este lunes las inmediaciones del pueblo y fueron increpados por los vecinos afectados, asentados en el bloqueo de la Guardia Civil: “A la hora del fuego había que haber estado, no ahora”, afean.
Durante cinco días de brasas y ceniza, el triángulo del fuego extremeño era infernal, con un viento errático, de muchas rachas, que rompía los planes de todo el que quisiera predecir el curso de las llamas. Elías y Dori, el matrimonio que miraba los aviones, no pudieron contener las lágrimas al recorrer los quince kilómetros que separan su casa de Almaraz, donde fueron evacuados. Por el camino, ella rezaba por su gata, porque siguiera esperándola en la puerta. Seguía. “Lo que son los animales”.
Descontrol en Monfragüe
Este lunes, alrededor de las doce del mediodía, la Guardia Civil volvió a abrir las carreteras y permitió a los evacuados volver a Casas de Miravete. Llevaban fuera desde las dos de la madrugada del jueves, acogidos -”con un trato inmejorable”- en polideportivos de los pueblos aledaños. Los únicos que regresaron fueron los bomberos y los ilegales. Y Miguel Ángel y José Luis.
Los dos amigos regentan el bar de la piscina municipal y la tienda de alimentación, surtieron a la UME de agua y comida durante los incendios y sirven de guía a EL ESPAÑOL por las calles de la ceniza. El jueves por la noche se quedaron reponiendo los camiones y el lunes, nada más abrirse las carreteras, volcaron todo de nuevo en la tienda: “Para abrir esta tarde, que los vecinos puedan comprar comida”.
“Los bomberos estaban bebiendo agua con cloro porque se quedaron sin nada, así que les dimos todo lo que nos quedaba”, cuentan mientras descargan la furgoneta. Aunque no viven en Casas de Miravete, también comparten la indignación de los vecinos que, sin previo aviso, vieron a las avionetas y helicópteros “pasar de largo mientras el monte se quemaba. Parece que nos quieran echar de aquí, porque ni siquiera nos dejan preparar a nosotros los retenes, los cortaderos…”
A 500 metros de la tienda, un dispositivo de Infoex -Servicio de Prevención y Extinción de Incendios Forestales de Extremadura- hace un parón para comer un bocadillo en la carretera de entrada al pueblo, justo entre la ladera negra y el antiguo coto de los hermanos. Al oír las palabras de los vecinos, reproducidas por este periódico, uno de ellos gira la cara, chamuscada, y se frota los ojos para contener las lágrimas:
“Sí que nos ocupamos del pueblo, pero no tantos como en Monfragüe. El fuego no iba a llegar a las casas porque había cortafuegos suficientes, pero en el parque se podían haber descontrolado todavía más”, explica. Lleva varios días a más de 60 grados junto al fuego y a más de 40 lejos de él, sin apenas dormir ni comer. Y no entiende las quejas. A pesar de todo, sabe que no van hacia él.
Explica que el fuego empezó en un árbol pegado a la carretera, y se extendió hasta La Torre Eiffel, un restaurante cercano. Nicolás y María vieron el primer fuego, “un hilillo” a media tarde del jueves, y fueron los primeros en avisar a sus vecinos. El murmullo en el mirador de Miravete, mientras el pueblo observaba la lumbre, era el mismo que en los últimos años: “Nos tenían que haber dejado a nosotros”.