Les Rotes se sitúa en la parte sur de la localidad costera de Denia, salpicada por calas de agua transparente que contrastan con un paisaje agreste, rocoso. Esta zona del municipio alberga algunas de las villas más lujosas de toda el litoral alicantino y es perfecta para un eremita o un prófugo: la dispersión de sus viviendas permite el preciado anonimato.
De sus bondades quiso disfrutar el oficial de las SS Gerard Bremer cuando, en la década de los 50, fundó unos apartamentos a su nombre y eligió este rincón del mapa para retirarse plácidamente tras las tropelías cometidas con el régimen nazi: participó en la invasión de Polonia, los Balcanes y Francia y lideró la toma de Mariupol, lo que le valió ser condecorado por Adolf Hitler con la Cruz de Caballero. Aún hoy, nos dicen, sus apartamentos siguen en pie, así que cogemos la carretera que lleva hasta ellos para descubrirlos.
Al llegar, un portón de madera con celosía y recubierto de telarañas, nos da el alto. Nos parece haber viajado en el tiempo setenta años atrás, salvo porque en uno de los laterales de la casi fortificación, un portero automático con cámara integrada nos invita a llamar. Lo hacemos, pero el silencio sigue siendo rotundo. Solo se rompe por las olas del cercano mar, apenas a 20 metros de la entrada de los apartamentos. Echamos algunas fotos y nos aventuramos a preguntar en el camping Los Pinos, contiguo a los apartamentos Bremer.
"Uy, los que lo sufrieron fueron mis padres", empieza diciéndonos Carla Gómez, dueña del camping, apenas pronunciamos el apellido alemán. Nos invita a sentarnos en el agradable porche de su recepción, e iniciamos una conversación que nos lleva de nuevo a aquellos 70. "Mi padre presentaba denuncias por irregularidades arquitectónicas, por construir sin licencia y cosas así, por amenazas, bueno, hubo de todo". ¿Amenazas?, incidimos: "Sí, porque nosotros teníamos el camping y, claro, siempre queríamos silencio, pero allí hacían fiestas. Nosotros protestábamos y entonces te amenazaban: ‘Tú no eres nadie’, nos decían. Aquí mandaban ellos, porque estaba Franco", continúa Carla, encogiéndose de hombros.
Luego, evoca cómo el dictador le había otorgado a Bremer una concesión de 100 años para disfrutar de "todo el terreno que linda con el mar", y en ese espacio existía también un embarcadero privado: "Tenían barcas, y dos torretas de vigilancia (que eran como para guardar cosas, pero en realidad vigilaban) porque se cuenta que por la noche desembarcaban alemanes que estaban huyendo y los refugiaban ahí. Y ahí no entraba nadie. Nosotros éramos jovencitos y a veces lo rodeábamos y entrábamos, y nos recibían a pedradas", dice, silabeando la palabra ‘pedradas’. "Hombres, mujeres y niños alemanes nos decían ‘esto está prohibido, no entres’, pero es que el mar es de todos".
Sus bungalows
En la época en la que Bremer levantó sus bungalows (él fue el primero que importó esa palabra en la costa dianense para referirse a un complejo de apartamentos), en primera línea de mar había también un cuartel de la guardia civil, aunque Carla no recuerda que eso supusiera ningún freno para las actividades que supuestamente se llevaban a cabo en aquel embarcadero: "Era humildísimo, no tenía ni agua corriente, tan solo un pozo en el nivel del mar. Y la guardia civil estaba vendida, tenían una casa para vigilar lindando con la carretera, pero no vigilaban nada. Si era contrabando, si eran personas huidas, no lo sabemos, porque no había una denuncia ni había nada".
El negocio del nazi reconvertido en empresario era próspero y sonado: sus chalets siempre estaban llenos. "Los tenía para traer a los amigos, que les cobrara o no no lo sé. Y hacían fiestas por cualquier motivo, por su cumpleaños o por cualquier motivo", cuenta Carla a EL ESPAÑOL, y nos pone tras la pista de quién estaba presente en aquellas celebraciones: el actual alcalde de Denia que, de niño, perteneció a la banda de música de la localidad, contratada año tras año por Bremer para amenizar sus jaranas. Se llama Vicent Grimalt, y le llamamos para que nos siga llevando a aquellos años de opulencia nazi.
"Yo empecé a ir cuando tenía 11 años y estuve desde el 71 hasta el 82, pero la banda de música iba desde mucho antes. Acudíamos para celebrar el cumpleaños de Bremer, el 25 de julio. Nos recogían con coches la gente que él tenía allí hospedada en su urbanización, nos subían, nos llevaban hasta las puertas (las mismas que hay ahora) y cuando ya estaban todos, invitados y todos, estas se abrían y aparecía él con su uniforme de coronel de las SS y la mujer vestida con el traje típico bávaro, y a partir de ahí empezaba la fiesta", comienza relatándonos.
Después, rememora cómo toda la comitiva desfilaba hacia el interior, donde había "una especie de placeta con césped justo delante de la piscina y de la zona del restaurante". Entonces, empezaba la función, Vicent llenaba los pulmones para hacer sonar su trompeta y, junto al resto de la banda municipal, interpretaba "sobre todo pasodobles hasta la hora de comer" y, ya después del banquete, El Coro de Peregrinos de Tannhauser de la ópera de Richard Wagner y el pasodoble Valencia de Padilla. "Les gustaban los pasodobles porque para ellos era folclore puro y duro", señala.
En cuanto a lo que se cocía detrás de aquellos muros, el actual alcalde dianense recuerda haber visto "alguna fotografía de Hitler con él, con Bremer, y con alguien más", descubrimientos a los que, debido a su corta edad, no acababa de concederles la importancia que ahora entiende que tenían. "Además, con el silencio que había en este país tras todo lo que pasó en la guerra y la Segunda Guerra Mundial…", añade, dejando en suspenso el comentario. Ahora, desde la frontera de los años, Grimalt lamenta que se tuviera tanto miedo a hablar en público de aquel pasado reciente y, sobre todo, que las fiestas en el hogar de Bremer siguieran haciéndose incluso tras la muerte de Franco: "Lo lamentable es que muerto el dictador la banda continuó yendo cuatro o cinco años más".
Carla, la dueña del camping, nos cuenta que actualmente los apartamentos Bremer han pasado de manos (aunque aún conservan idéntico el portalón y el nombre, tal y como aparece en la fotografía). El único heredero vivo del oficial nazi los vendió hace pocos años, pero él aún vive en Denia, así que iniciamos su búsqueda. Preguntamos en el que nos dicen era su negocio, una cervecería alemana en el centro del pueblo, pero ahora es un restaurante mexicano. Reconstruimos el historial de traspasos del local y conseguimos, por fin, su teléfono.
"Buenas tardes, me han facilitado este número de teléfono como el de Gerardo Bremer. Tengo mucho interés en poder hablar con usted a cuenta de un reportaje que estoy escribiendo y para el que me gustaría poderle preguntar por su padre y los apartamentos que tenían en Les Rotes". Ha pasado ya una semana, pero el mensaje no ha obtenido respuesta. Tampoco nadie ha descolgado las llamadas que hemos hecho. Quienes lo conocen nos aseguran que Gerardo es una persona muy integrada en Denia y que nunca ha exhibido "símbolos ni rollos raros". Por eso nos hubiera gustado tanto hablar con él y confirmarlo.
Denia a las víctimas de Mauthausen
Son muchos los historiadores e investigadores que han acreditado que Denia se convirtió en el retiro apacible de criminales nazis como Bremer. Por ejemplo, los huesos de Anton Galler, responsable del fusilamiento y la quema posterior con gasolina de 500 personas en la localidad italiana de Santa Anna di Stazzema, descansan en el cementerio de la localidad, próximos a los de Bremer. Galler vivió en una tranquila casa de la localidad, como hizo también Johannes Bernhard, el creador de la Legión Condor (la encargada de bombardear Guernica), a quien Franco regaló otra lujosa villa aquí.
La paradoja perversa es que, mientras Denia fue el enclave elegido por semejantes personalidades del Tercer Reich para su descanso, es también la ciudad de los familiares de varias víctimas que pasaron por el terrible campo de Mauthausen. "Yo he trabajado durante cuarenta y dos años en una farmacia a la que venían muchísimos clientes alemanes, entre ellos aquellos que yo sabía que eran nazis, incluido Bremer, y también su hijo", empieza contándonos Bernat Cardona, el sobrino de Jaime Crespo, asesinado en el campo de Mauthausen. Luego añade: "Y mi mujer en aquella época tenía un almacén de bebidas y me contaba que Bremer también iba allí y solía pedir las cosas a grito pelado, con órdenes". Bernat nos dice que en su farmacia llegó a mantener conversación con alguno de estos nazis, y que él cifraría en un 90 por ciento aquellos que se mostraban "orgullosos y contentos de haber sido lo que fueron". Por ejemplo, dice que tenía cierta relación con un capitán del Afrika Korps: "En ningún momento se mostró arrepentido", apostilla.
"Gracias al trabajo del investigador Adrián Blas hemos podido saber la causa de la muerte de mi tío, que fue un tiro en la cabeza; al fin y al cabo tuvo suerte, porque la mayoría de los prisioneros murió por una inyección de benzeno en el corazón directamente, pero él un tiro en la cabeza; digamos que fue bastante rápido", cuenta Bernat con sentimiento. De su paso por el campo de concentración no guarda "prueba física" alguna, ya que su familia se deshizo de la única carta que les envió porque "en cierto momento podía ser una prueba". En la misiva, les clamaba que le mandaran algo de comida: "Pero en aquella época mandar comida de aquí para allá, cuando se pasaba hambre por un tubo… Mi padre sí comentó que le mandaron un paquete con pasas, almendras, lo que se podía… Y luego ya nunca se supo más". Para que el tiempo no se trague su memoria, Bernat ha pintado en su piel el número escrito en su pijama, el 4809. "Es lo mínimo que puedo hacer. Y que esto no vuelva a ocurrir, pero en ningún sitio del mundo", pide.
La historia del tío de Bernat es casi idéntica a la del bisabuelo hermano de Josep Ahuir, historiador y arqueólogo, también dianense. Ambos hicieron la guerra en España en el bando de la República y, acabada esta, pasaron a engrosar las filas de la resistencia francesa. "Los nazis, cuando entraron en Francia, los barrieron. Muchos deportados se quedaron trabajando en las fábricas de la Francia ocupada, pero a ellos se los llevaron y los metieron en el campo de exterminio, les pusieron el triángulo con la S invertido, que era el símbolo de los españoles en Mauthausen, y de ahí a trabajar en las canteras", relata Ahuir. Su bisabuelo murió en el 41, cuando aún no había cámaras de gas, y Josep ha logrado saber por el testimonio oral de otros presos, pasado de generación en generación, que fue asesinado "a culetazos por quitarle el pan a un guardia para dárselo a un preso que se estaba muriendo". Se llamaba Asensio Vives Roselló, nació en 1896, y también era hijo de Denia.
Como Vicente, el padre de Teresa Pérez, a quien también nos concede su valioso testimonio a pesar de los achaques que la aquejan a sus 85 años. Cuenta que su padre advirtió a otro español del campo de Mauthausen, al que guardaba buen aprecio, de que no cogiera el tren al que los oficiales le impelían a subirse: "Y al final ese señor no lo escuchó y nunca volvió. Claro, no los subían allí para trabajar como les decían, era para matarlos". Vicente Pérez fue el único dianense que sobrevivió a Mauthausen, pero la fatalidad hizo que pocos años después perdiera la vida en un desgraciado accidente: "Fue mientras iba a casa de un español a verlo, a un pueblecito un poco más lejos, y qué pasó no se sabe… Estuvo cuatro días en coma con 42 años y luego falleció", dice Teresa.
Este año todos los familiares de las víctimas dianenses del régimen nazi les rindieron homenaje con un acto celebrado en el cementerio de Denia. Allí también, desde 2018, una placa recuerda sus nombres, para que no sean solo los de los nazis los que luzcan en las estelas del camposanto. "Mientras los nazis estaban aquí disfrutando del sol y la playa y de Denia, los dianenses estaban hechos cenizas, quemados en un horno o en cualquier cuneta de Austria o Alemania", dice el historiador y bisnieto de uno de los fallecidos, Josep Ahuir. Sabe, al igual que el resto de familiares, que no pueden recuperar los cuerpos de los suyos, pero sí honrar su recuerdo.