Flipy alcanzó gran popularidad entre los espectadores por su trabajo como científico y responsable de la sección de Ciencia de El Hormiguero en su época en Cuatro, pero en 2010 decidió dejarlo para enfrentarse a nuevos retos profesionales.
Doce años después, el madrileño cuenta con una extensa carrera detrás de las cámaras como productor, aunque también hizo algunas incursiones en el mundo del doblaje de dibujos, en el cine e, incluso, creando un videojuego para PlayStation.
EL ESPAÑOL acompañó a Flipy a recorrer las instalaciones del Museo Nacional de Ciencia y Tecnología (MUNCYT) situado en Alcobendas (Madrid) para recordar sus tiempos en el programa de Pablo Motos, sus proyectos anteriores y posteriores o la importancia de su hermano Rafa en su carrera.
En realidad, Enrique
Pocos saben que Flipy en realidad se llama Enrique Domingo Pérez, pero casi nadie le llama por su nombre, excepto su madre, “que solo lo hace cuando se enfada conmigo”, reconoce entre risas el cómico.
El mote se lo pusieron de pequeño, cuando un primo suyo le vio dormido con los ojos medio abiertos: “Pensaba que había fallecido, decía que estaba como flipado, así que me quedé con Flipy”, recuerda. Cuando empezó a hacer monólogos vio un cartel con varios cómicos y su nombre, Enrique: “Pensé que era un apodo muy feo para un cómico. Así que empecé en Paramount Comedy a llamarme Flipy… y hasta ahora”, comenta.
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—¿Cómo fueron sus inicios en el mundo de la televisión?
—He dado muchísimas vueltas. Para empezar, estudié Comercio Internacional, pero me dedico a la comedia por inquietud. Comencé con mi hermano Rafa haciendo vídeos musicales porque teníamos una banda y nos molaba mucho la música. Montamos una compañía con Carlos Galán de Subterfuge Records, luego nos independizamos y creamos Hill Valley.
En paralelo, por el año 2000, llamaron a mi hermano para que fuéramos a trabajar en Paramount Comedy, nos contaron que querían que hiciéramos monólogos, él no quería, pero yo, sí. Entonces les escribimos una serie de sketches que se llamaban Planeta Sincero, nos los compraron y seguimos produciendo algunos más.
—¿Qué importancia ha tenido su hermano Rafa en su carrera?
—Mucha porque llevamos trabajando juntos toda la vida, él siempre ha estado con el área de dirección, producción ejecutiva… Como buenos hermanos nos llevamos muy bien y cuando tenemos que discutir, lo hacemos. No habría podido hacer el volumen de cosas que he hecho si no hubiera estado mi hermano Rafa encargándose de muchas a las que no llegaba. Todos los proyectos empresariales los hemos hecho juntos y ahora hemos montado Estudio 60, nuestro nuevo proyecto.
—Poca gente sabe que en su productora se creó Muchachada Nui.
—Siempre he compaginado la parte de estar delante de la pantalla y haciendo comedia, con la parte de producción. En el caso de los chanantes, que decidieron dar el salto a la tele lineal, me llamaron a mí porque les gustaba lo que hacíamos en la productora y arrancamos Muchachada Nui. Conseguimos trasladar un programa de nicho que estaba en Paramount Comedy a La 2, hicimos cinco temporadas y dimos un salto cualitativo en la producción, ejercimos de cortafuegos para que ellos pudieran desarrollar su creatividad, donde ni me metí ni participé. Cuando te encuentras con gente con tanto talento, la suerte es poder ayudarles a que llegue al máximo posible de espectadores. Me parecen de las personas más coherentes del mundo de la comedia. Con ellos hicimos Muchacha Nui, Las aventuras de Enjuto Mojamuto, Las aventuras de Hinkli Minkli, Museo Coconut, Retorno a Lilifor… les conozco desde hace 16 años y trabajando juntos, 10. Luego en Hilla Valley produjimos La hora de José Mota y algunos más.
—También ha trabajado con Pepe Navarro, el Gran Wyoming, Pablo Motos…
—Esa es mi otra cara, no la de productor sino la de cómico delante de las cámaras. Pero no solo me quedo con los presentadores, sino también con los equipos que formaban esos programas, en qué momento me tocó trabajar con cada uno, el formato que hicimos… Tuve mucha suerte porque, por el lado de la producción siempre me he rodeado de gente que tenía mucho talento y, por el lado de hacer pantalla, he tenido la posibilidad de aprender mucho gracias a que he trabajado en programas de éxito, como El Hormiguero, con gente que sabía mucho. De ahí me nutrí para sacar mis producciones, sabiendo un poco más.
Éxito de El Hormiguero
Su llegada a El Hormiguero le dio una gran fama en España, pero todo surgió por casualidad ya que conoció al equipo de Pablo Motos (Juan Ibáñez, Damián Mollá, Marron, Laura Llopis…) en un festival de cine de comedia que Flipy organizó en Peñíscola. “Les dimos un premio por su programa de radio No somos nadie y Pablo me invitó a colaborar un día a la semana en su espacio de M80, donde nos lo pasábamos muy bien”, recuerda el cómico.
Entonces, surgió la posibilidad en Cuatro de trasladar el espíritu del programa de la radio a la televisión y Motos le pidió a Flipy que se apuntase a su equipo, primero como coordinador de guiones gracias a su experiencia en otros programas, y luego, como responsable de la sección de Ciencia.
—¿Cómo fue su experiencia en El Hormiguero?
—Los recuerdos que tengo de esa época son todos buenos. Durante unos meses fui coordinador de guion y lo bueno que tenía es que estaba Raquel Marcos, Jandro, Luis Piedrahita… todo el núcleo duro de la gente que hacía el programa eran cómicos y cada uno se escribía sus secciones. Había una serie de guionistas, pero realmente el programa se preparaba entre la gente que salíamos a hacer pantalla. Hicimos cosas muy chulas.
Cuando arrancó El Hormiguero, su emisión era semanal. Entonces decidimos alquilar un local para ensayar los contenidos que creábamos. Íbamos los jueves y, con público, probábamos el monólogo que iba a decir Pablo en el programa, Juan y Damián hacían la sección de las revistas, Raquel su sección, Jandro la magia… probábamos el material porque para la gente que tenía menos experiencia en directo fuera cogiendo más callo de contacto con la gente.
Por otro lado, teníamos un feedback increíble porque averiguábamos si un chiste funcionaba o no. Al día siguiente, con lo que habíamos visto en el local, pulíamos algunos detalles, el sábado ensayábamos el programa y luego lo hacíamos.
Solo tengo buenas cosas que decir de El Hormiguero, aprendí muchísimo, como a no estar siempre bajo la tiranía del chiste porque, cuando vienes del stand up, siempre estás buscando la reacción del público. Ahí aprendí a disfrutar a salir sin nada. El mejor consejo que me han dado en la vida, que me lo dio Juan Herrera, uno de los grandes maestros de la televisión y la radio, fue que cuando no tuviera nada, no me preocupara, que me pusiera algo estrambótico en la cabeza y tirara. Eso lo empecé a llevar a rajatabla.
—¿Qué tal con Pablo Motos?
—Muy bien, hacíamos un poco de payaso tonto y de payaso listo. En mi sección de Ciencia, el ensayo lo hacíamos sin meter chistes ni nada y Motos nunca tenía ni idea del show que yo iba a hacer. Cuando salía en directo, igual que el espectador, él también lo veía por primera vez y, a partir de eso, jugábamos. Éramos una pareja que funcionaba muy bien, que sabíamos de dónde tirar el uno del otro y trabajábamos como un reloj. Es que me lo pasaba muy bien porque Pablo nos dejaba trabajar con nuestras ideas. El Hormiguero es una gran escuela de televisión.
—¿En qué momento decide parar e irse?
—Lo dejé básicamente porque estaba agotado, ni me acuerdo cuando fue (estuvo en el programa de 2006 a 2010, toda la etapa de Cuatro). Estaba haciendo muchísimas cosas y peté. No podía estar produciendo, haciendo actuaciones, un programa diario de lunes a jueves… y es que, para bien o para mal, todo lo que he hecho en televisión y radio lo he escrito yo. Pensé que lo ideal era parar y tomar una decisión, o seguir con una carrera delante de las cámaras que me iba muy bien, con un montón de actuaciones, estando en un programa de éxito o emprender otro camino, que era apostar más por la productora junto a mi hermano Rafa para intentar hacer ficción, que era nuestro objetivo.
Tuve que sacrificar la tele, donde había estado 10 años y no me había ido mal, pero quería hacer otra cosa. Lo mejor que tiene un cómico, que es lo que me considero, aparte de inquieto, es que con 90 años te puedes seguir subiendo a un escenario de un bar y hablar, tratar de hacer reír a la gente, y eso no te lo puede quitar nadie. Creo que tomé la decisión correcta y no me ha ido mal, con mucho trabajo, haciendo producciones en Latinoamérica, en España, habiendo trabajado en grandes grupos… He pasado por varios sitios donde he aprendido de mucha gente.
En el momento que paré, cuando salí de El Hormiguero, fue por una necesidad. Necesitaba parar, pensar, mirar en perspectiva y ver donde quería estar diez años después.
—Para hacer la sección de Ciencia, ¿se formó de alguna manera?
—Al principio tratábamos de hacer una sección muy seria, en la que realmente se hacía una sección científica y se explicaba muy bien. Lo que pasó es que el primer día aquello falló por completo y se decidió enseñar todo lo que había ocurrido porque la ciencia es ensayo-error. De hecho, una de las novedades que incorporó El Hormiguero fue que las cosas no tenían porqué salir siempre bien en televisión. Nunca tenía la total seguridad de si funcionaría el experimento, si el efecto dominó de Marron sería el correcto… Se creaba un efecto muy bueno logrando mantener a la gente pegada a la pantalla esperando a ver qué pasaba, y para mí eso es la televisión, la sorpresa, el no saber, el no querer levantarte porque si lo haces te lo pierdes… todo eso se consiguió en El Hormiguero gracias a todo el equipo. Los espectáculos de magia de Luis Piedrahita y Jandro sí que salían siempre porque eran más profesionales que ninguno, pero los demás éramos unos chapuzas y no teníamos ni idea si aquello iba a funcionar bien o no.
Recuerdo que en esa época le hicieron una encuesta a niños sobre cuál era el científico más conocido en España y salí yo. Me invitaron en numerosos eventos, estuve en el acelerador de partículas… me permitió acceder a un montón de cosas muy interesantes sin ser científico.
—¿Cómo ve actualmente el programa?
—Ha pasado mucha gente por él, pero también es que El Hormiguero ha evolucionado, ahora tiene otras dinámicas como las tertulias u otro tipo de colaboradores, pero es lógico cuando lleva tantos años en emisión. También le dedica un programa entero a ciertos invitados porque lo que dicen es interesante, ese manejo de los contenidos, de darle espacio al entrevistado, está muy bien.
El fracaso y la ruina
El doblaje de la película de animación Lluvia de albóndigas o Campamento Flipy surgieron en la época que estaba en El Hormiguero y fueron dos proyectos fallidos, sobre todo el filme, con el que se llegó a arruinar: “Básicamente lo pagué yo. Lección aprendida, pero volví a remontar, que es de lo que más contento estoy”.
Disney le ofreció la posibilidad de hacer la película de Campamento Flipy, pero con una producción y un rodaje muy rápido para tenerla cuanto antes en los cines. Recaudó poco en taquilla, pero se ha quedado como una peli de culto, de la que todo el mundo habla, pero que nadie ha visto. “En ese momento hacía muchas cosas sin pensar, de desborde, de no ser consciente, de no saber parar a tiempo para ver todo con un poco más de perspectiva…”, recuerda Enrique.
—¿Cómo continuó su carrera?
—Hill Valley se la vendí a Vocento y monté 100 Balas. Allí fue donde creamos Sopa de Gansos, programa en el que hice un pequeño homenaje a cómicos de diferentes generaciones y por el que apostó Mediaset.
El espacio Involución fue mi éxito. Conseguí vender un programa a Atresmedia diciendo que el director era un chimpancé. Se emitió en Neox (presentado por Berta Collado y Flipy, con la colaboración de Ignatius Farray y del chimpancé Darwin) y mucha gente se quejó sin saber, de animalistas a proteccionistas, ninguno me llamó para preguntarme cómo lo iba a hacer, se quedaron con el titular de prensa.
En Barajas un día, un guardia civil me dijo que había mucha gente diciendo que estaba colando chimpancés ilegales en España, se llegó a ese extremo tan absurdo, o gente yendo a la puerta de Atresmedia a vigilar por si entraba por ella un chimpancé… La gente hay veces que no pilla las bromas y eso es un problema.
—Háblenos del videojuego Flipy’s Tesla. Inventemos el futuro.
—Lo hicimos en MediaPro con 100 Balas y lo creamos tras una reunión creativa con Roberto Yeste, de Sony PlayStation. Le comenté que podíamos intentar transformar la consola en un instrumento educativo y que la realidad virtual, que en aquel momento estaba en pañales, era una herramienta perfecta para democratizar la educación. El proyecto tenía una vertiente de juego con una aventura gráfica, porque es el género que más me gusta, y otra parte educativa en los que los rompecabezas que tenía que resolver el personaje protagonista y sus dos amigos los hacían a través de experimentos, con soluciones lógicas y problemas científicos.
Lo mejor de todo aquello, de nuevo, fue el aprendizaje. Hace cinco años fue un privilegio formar parte de un equipo y enterarme de cómo era la narrativa para un juego de realidad virtual, sus posibilidades presentes y futuras, cuáles son los procesos para la publicación de un videojuego y, sobre todo, lo más importante, cómo aprovechar la tecnología para los contenidos porque, a veces, no van de la mano.
—¿Qué está haciendo ahora?
—Con mi nueva productora, Estudio 60, estamos explorando series de animación infantil en la que su base es la realidad aumentada. Trabajamos entre España y Latinoamérica, donde hemos cerrado una serie con Sony. Aquí, estamos desarrollando una miniserie y, en paralelo, una película en México. Es una productora que lleva en marcha desde marzo de 2022 y estoy aprovechando mis cuatro años de trabajo al otro lado del charco. Lo que tenía claro es que quería tener una compañía propia entre los dos sitios ya que las posibilidades se multiplican por varios cientos millones de espectadores a los que les puede llegar tu contenido.
Futbolero y viajero
Pocos podrían pensar que detrás de sus gafas de científico y su barba se esconde un apasionado futbolero aficionado del Real Madrid: “Muchos se sorprenden cuando lo digo, me dicen que no me pega”, reconoce Flipy.
También le gusta mucho el mundo de la ilustración y la música, siendo un usuario habitual de diversos conciertos. También es muy curiosa su afición por coleccionar juguetes de todo tipo, sobre todo relacionados con el cine y la televisión, que tiene repartidos por toda su casa, ¡incluso en el baño!
—¿Estudió Comercio Internacional para viajar por todo el mundo?
—Si, aunque nunca ejercí, pero me sirvió para tener una mínima base de negocio para cuando he tenido productoras. Lo estudié para poder irme a vivir fuera a conocer otros sitios. Creo que ha sido en donde más dinero me he gastado en la vida, en viajar. Lo hago cada vez que tengo tiempo. Es lo que siempre me ha gustado, además, hablo bien español, inglés y francés sin comas (risas).
Quizá el sitio que más me sigue sorprendiendo cada vez que voy es Tokio, es un lugar muy divertido y loquísimo. Y el viaje en el que más me he gastado fue uno que hice recorriendo Nueva York, Los Ángeles y Hawái en un mes que me gasté una pasta. El viaje que pude hacer y no hice fue cuando fui con un amigo hasta Ushuaia, en Argentina, y me ofrecieron subirme a un carguero canadiense para ir a la Antártida y no me subí. Me arrepiento porque no sé si podré hacerlo alguna vez en la vida. Es que me mareo mucho y me dijeron que al pasar el cabo de Hornos se movía un montón el barco y podías estar hasta 24 horas mareado y no lo hice. Me arrepiento, y eso que llegabas, bajabas, lo veías y te volvías, no era una expedición.