Juan Carlos Rodríguez Gámez (Málaga, 23 de mayo de 1964) cuenta que a menudo recrea despierto el mismo sueño, como "visualización creativa". "Me imagino que me toca el sorteo del Euromillones, y voy a las casas de mis acreedores, les devuelvo el dinero y les digo, toma, con un extra por los daños que te haya podido causar. Voy a la Seguridad Social, a los bancos, y saldo todas las deudas. Luego abro una Fundación, con un sueldo para poder vivir, y dedico lo demás a crear casas de acogida y hacer obras sociales. Ese es el sueño del Euromillones".
A sus 58 años, Juan, como quiere que lo llamen, "como el evangelista", se aferra a ese sueño redentor de su sentimiento de culpa mientras se enfrenta cada día con lucidez y entereza a lo que podría definirse como una pesadilla real: perderlo casi todo −estatus, bienes, calor humano− y tener que levantarse otra vez.
Fue alcalde de su pueblo, Cártama, un importante municipio de casi 26.000 habitantes limítrofe con Málaga capital y el Parque Tecnológico, y luego montó como empresario una oficina inmobiliaria con una decena de trabajadores. Pero se le acumularon las deudas, se arruinó y hoy, sin vivienda propia y con su indemnización como prejubilado de Correos embargada, vive en una casa de acogida en Sevilla para hombres sin recursos.
El exalcalde sin hogar recibe a EL ESPAÑOL en la vieja casa del número 112 de la calle Feria de Sevilla, el refugio de la Asociación del Voluntariado Social y Ecuménico Cristo Vive, donde él dice que ha encontrado la protección y ayuda que necesita para no quedarse en la indigencia en la calle y poder reconstruir su vida pronto. Aquí vive desde octubre de 2022 con una decena de compañeros con diferentes trayectorias vitales.
Juan enseña, en la segunda planta, la habitación donde duerme junto a Mustafá y Manuel. Su cama es la de enmedio. En la mesilla tiene una reproducción de un cuadro de la última cena de Jesús con sus apóstoles. Entre sus cosas guarda la guitarra con la que compone sus canciones.
Vocación religiosa
Ante un café americano en un bar de la vecina calle Relator, cuenta que durante la pandemia, al ver en casa de un amigo la serie María Magdalena de Netflix, experimentó un resurgir de la vocación religiosa que había sentido y abandonado en su adolescencia, cuando pasó brevemente por el seminario pensando que quería ser cura. Esta llamada espiritual cristiana le ha dado, dice, una nueva misión tras su dura caída.
El 26 de junio de 2021 lo ordenaron sacerdote de la llamada Iglesia Católica Ecuménica −independiente del Vaticano− y el 8 de mayo de este 2022 se consagró como obispo de Comunión Ecuménica, iglesia derivada de aquella, sin remuneración. Se siente aceptado porque él, declara, es gay y su iglesia reconoce el matrimonio homosexual y cualquier orientación sexual o estado civil de sus feligreses y sacerdotes. "¡Qué más da, si lo que importa es el amor!", exclama quien fue servidor público como político y ahora quiere seguir sirviendo al pueblo como religioso. Nunca se ha casado y no tiene hijos. "Tuve pareja durante siete u ocho años, y no volví a tener otra".
Su objetivo eclesiástico es superar las etiquetas y fronteras entre las distintas confesiones y denominaciones cristianas y practicar lo que dice que es la esencia del mensaje de Cristo y de la Biblia, "ama a Dios y al prójimo como a ti mismo", que él completa con otra máxima: "No juzguéis y no seréis juzgados, dijo Jesús".
Funcionario de Correos
El más pequeño de cuatro hermanos (tres hombres y una mujer), Juan Rodríguez nació y vivió en Málaga hasta que, a los 14 años, la familia se mudó a la vecina Cártama, el pueblo de sus padres, José y Josefa, al quebrar la empresa Taillefer, donde estaba empleado como administrativo su progenitor.
El joven Juan ganó en 1992 una plaza como funcionario de Correos, la empresa estatal en la que ha trabajado la mayor parte de su carrera. Estuvo destinado en Madrid y regresó a su provincia. Pidió una excedencia para participar en la política municipal. En las elecciones locales del 13 de junio de 1999 fue el cabeza de lista del nuevo partido ciudadano Solución Independiente de Cártama (SIC), que fue tras el PSOE el segundo más votado, con 1.589 votos y cuatro concejales. Era "un partido pragmático" que tenía como objetivo llevar servicios municipales a las pedanías y mejorar las dotaciones del núcleo principal.
Los del SIC de Rodríguez llegaron a un acuerdo de gobierno con el PSOE y a él le correspondió ser concejal delegado de Vías y Obras Públicas. Pero el pacto duró poco y el SIC se retiró, al constatar, dice el antiguo edil, que su socio no respetaba sus competencias. Un año después acercaron posturas con el PP y presentaron una moción de censura por la que el 22 de mayo de 2000, en el pleno de investidura, Juan Carlos Rodríguez se convirtió en nuevo alcalde de Cártama, tras un acuerdo que preveía el relevo con el PP.
Estuvo de regidor hasta finales de 2001, cuando cedió el turno a su socio de gobierno y asumió el cargo Leonor García Aguas. Él se mantuvo como teniente de alcalde y delegado de Urbanismo y Desarrollo Local. En las elecciones de 2003, el SIC cayó de cuatro concejales a uno, y Rodríguez pasó a la oposición, aunque con sensación de deber cumplido. "La gente me decía en la calle: 'Habéis hecho más y mejor en cuatro años que en toda la democracia, pero no te perdonamos que hayas pactado con la derecha'. Cártama es un pueblo de izquierdas", comenta.
La aventura inmobiliaria
Tras su etapa en el gobierno de Cártama, inició una nueva experiencia: "El negocio por el que tengo esta ruina encima". En 2003, aún en época de bonanza en la construcción, montó la empresa Inmobiliaria Cártama, una oficina de intermediación en compraventas de viviendas, locales y solares en la que llegó a tener contratadas a diez personas. El negocio fue mal y en 2008, el año del estallido de la crisis económica, quebró y cerró. La deuda con diferentes acreedores se elevó a más de 300.000 euros. "Mi error fue no haber cerrado al primer año, con una deuda superable. Pero intenté mantenerlo abierto, y pedí un préstamo bancario hipotecando mi vivienda". Su madre figuraba como avalista.
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Aunque tuvo un par de empleados que lo "traicionaron" haciendo negocios a sus espaldas, y su empresa sufrió como tantas miles el impacto del crack inmobiliario español, él prefiere asumir toda la responsabilidad. "Es muy normal echar la culpa a los políticos, a las empresas, a los demás. No. La culpa fue solo mía. Fui un buen alcalde pero un pésimo empresario. Me equivoqué mucho y estoy pagando las consecuencias", dice con serenidad. Aunque, al preguntarle cómo lo trató su entorno, su pueblo, cuando vieron que el antiguo alcalde quebraba como empresario, se emociona y se le cortan las palabras. Le cuesta seguir hablando, al borde de las lágrimas.
Lo peor, continúa, no fue perder sus bienes materiales, embargados por sus deudas, sino sentir que su entorno social le daba la espalda. "El día que entregué las llaves de mi casa, no me llamó nadie para preguntarme cómo estaba", dice.
Fue a partir de 2011, en lo peor de la recesión en España, cuando empezaron a ejecutar los lanzamientos por las deudas que pesaban sobre Juan. Primero, perdió su piso y su coche. Luego, desalojaron de su casa a su madre, avalista de su préstamo. Recuerda que él estaba en un ensayo con el Coro de la Ópera de Málaga, donde cantaba como barítono, cuando le llegó al Whatsapp el mensaje de su abogado informándole de que su madre tendría que dejar la casa. "Me hundí".
Renacer y recaída
Juan Rodríguez, el antiguo alcalde, se fue de Cártama, donde todo le recordaba su derrota. Encontró nuevos y grandes amigos en la cercana población costera de Torremolinos, donde consiguió un estudio de alquiler barato mientras retomaba su vida gracias a la parte no embargada de su sueldo de algo más de 1.200 euros como funcionario de Correos. "En Torremolinos viví mi renacimiento", dice.
Pero las deudas no estaban saldadas del todo. En 2022, al cumplir 58 años, se acogió al plan de "excedencia voluntaria incentivada" de Correos, una prejubilación por la que cobraría una indemnización anual de unos 16.000 euros con la que esperaba mantenerse mientras se volcaba en su nueva misión religiosa en la iglesia cristiana. Para pesar suyo, en el primer cobro descubrió que la mitad estaba embargada para seguir pagando las deudas pendientes. Sin dinero para el alquiler, se vino de Torremolinos a Sevilla al apartamento vacío que le prestaba un amigo. Cuando este se quedó a su vez en paro y tuvo que ponerlo en alquiler, Juan se quedó sin techo. Del renacimiento, a la recaída.
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Lo salvó de verse en la calle la ayuda que entonces le prestó, dice, el fundador de la Asociación Cristo Vive de la calle Feria, Joaquín Moreno. Juan, tras mudarse a Sevilla, había empezado a colaborar como voluntario en las terapias y encuentros religiosos en esta casa de acogida, y luego iba allí a comer todos los días, así que quedarse a vivir a su amparo temporalmente ha sido una solución natural mientras busca una solución para independizarse de nuevo. "Quiero que mi plaza la ocupe alguien que la necesite más que yo".
En la casa de acogida, donde hay españoles y extranjeros con diversas edades y circunstancias (antiguos adictos al alcohol y las drogas, hombres enfermos y sin familia, ancianos, discapacitados sin recursos...), el antiguo alcalde y empresario comparte con sus compañeros las tareas del hogar. La víspera, por ejemplo, le tocó a él hacer todas las comidas, servir la mesa y fregar los platos.
Escritor y compositor
En su vida de ahora dedica un tiempo cada mañana a escribir. Publicó un libro de ensayo religioso en la editorial San Pablo, Cristianos en Comunidad. Carta Fundacional, en la que propone una vida en comunidad cristiana y progresista, "sin voto de castidad y de obediencia", que sea "ecuménica, inclusiva, mixta de hombres y mujeres, con casados, solteros, gays, heteros, con creyentes de todas las religiones y también con no creyentes". Además publicó, editándolo por su cuenta, un libro de poesías en verso y prosa, Pensamientos compartidos.
En su faceta como músico (hizo algunos años de solfeo y canto en el Conservatorio en Málaga), ha compuesto con su guitarra la música y la letra de numerosas canciones, que son su especialidad artística. Le gustaría que cantantes conocidos las interpreten en su repertorio, y piensa entre sus ídolos en Pastora Soler y en Raphael. Dice que a Raphael le vendría como anillo al dedo la canción Échale otra vez valor, que Juan compuso −y enseña su letra, en una carpeta− como revulsivo para animarse a sí mismo cuando perdió su hogar en 2011. Coge la guitarra y canta: "En la escuela del fracaso está el mejor profesor. Se sale bien preparado".
No cree que vuelva a vivir a su tierra, al pueblo del que fue alcalde. Cada vez que ha regresado puntualmente, como al entierro de su madre, siente que le fallan las fuerzas. "Es algo físico, superior a mí, lo siento en el estómago", explica. "La última vez que estuve en Cártama fue en 2018, cuando nos hicieron un homenaje a todos los alcaldes y concejales de la democracia". Ahora, políticamente, dice que comulga con posiciones de PSOE, PP y Ciudadanos, aunque admite, conciliador, que en Vox y Podemos también pueden tener "buenas ideas" y que al final "lo más completo es la unión de todos".
Al elegir candidato al que votar, "me importa mucho la persona; que sea buena persona y buen gestor. Me dan igual las siglas que tenga detrás", dice, y recuerda que en el partido que fundó y con el que fue alcalde, el SIC, "había gente de PP, PSOE, Izquierda Unida... No fue un problema. No era un partido ideológico, era pragmático".
Al despedirse, el antiguo alcalde que quebró, se quedó sin hogar y hoy remonta el vuelo lanza un mensaje para que la sociedad apoye más a las personas que se encuentran en la indigencia en la calle, como le sucedió a la mayoría de sus compañeros de casa de acogida y él evitó por poco: "A cualquiera le puede tocar. Nadie está libre de que tu mundo se hunda y tú te quedes en el aire. La equivocación fue mía y sin maldad, pero eso le puede pasar a cualquiera. Cuando veamos a alguien en la calle, no pensemos que es algún peligro que hay que evitar. Mirémoslo con amor".