Ana Cuartas tenía tres años cuando empezó a sufrir abusos sexuales de su padre. A ella le gusta llamarle padre -no agresor- para devolverle la responsabilidad de cuidador, un rol que nunca practicó. En abril de 2010, muchos años después de producirse los abusos y con una vida ya asentada, Ana recibe una llamada de Víctor Armando Cuartas -su padre- asegurando que es posible que su tío le llame preguntando por los tocamientos, “era como él se refería al abuso y el maltrato que recibí durante años”, asegura Ana.
Unos meses después, en julio, recibe la llamada de su tío José Antonio. Le cuenta lo que sufrió desde los 3-4 años hasta los 17, ambos lloran y ella es consciente de que ha iniciado un camino de no retorno. Cuando cuelga está muy nerviosa porque tiene miedo al rechazo que puede recibir si le cuenta a su marido lo que sufrió, esta situación, le provoca un ataque de ataque de ansiedad y acaba en el hospital con medicación.
Al día siguiente, una vez superado lo peor de la crisis de ansiedad, su marido y ella vuelven a casa y cuando se queda sola, "medicada hasta las cejas", asegura, decide llamar a su padre: “En aquel momento mi marido estaba sacándose las oposiciones de policía, usaba una grabadora para repasar los temas y según descolgó le di a grabar”, cuenta Ana Cuartas a EL ESPAÑOL.
Aquella conversación, de la que Ana se acuerda perfectamente 12 años después, duró 13 minutos: “Me dediqué a tirarle de la lengua, él lo reconoció todo y me intentó manipular. Me decía que habían pasado ya muchos años, que si decía algo iba a ir a la cárcel, que mi madre se querría divorciar y que él quedaría solo”, añade.
Según colgó y entró su marido por la puerta le mostró la grabación. Su pareja era consciente de la situación complicada, pero en ningún momento le quiso contar los más de 15 años que sufrió abusos sexuales: “No quería que pensara que era una puta, eran inseguridades, está claro que yo no tenía ninguna culpa”, apunta. Cuando acabó la reproducción “mi marido se echó las manos a la cabeza. No se lo podía creer”, añade.
El maltrato familiar
Con la grabación, Ana se armó de valor y acudió a casa de sus padres, aunque previamente envió la grabación por mail a su hermano y a la hermana de su padre. En septiembre, en una reunión familiar, sienta en la mesa a su hermano mayor, a su padre y a su madre: “Mi madre no dijo nada y mi hermano le excusó”, relata. Ana quiso dejar fuera de aquella conversación a su hermana pequeña, que en ese momento tenía sólo 16 años porque le pareció “lo más conveniente”, dice. En aquel momento Víctor Cuartas reconoció la situación, Ana cree que con el único objetivo de que “no le denunciara”, afirma. Por su parte, su hermano, policía de profesión, “no paraba de tirar balones fuera. Me dijo que papá había sufrido una depresión y que eso pasó hace muchos años”. Ella respondió: “Yo también he sufrido depresión y no se me ocurriría hacer eso”.
Paralelamente, otros miembros de su familia también le dieron la espalda: “Mi tía me dijo que en este asunto era neutral”, apunta. Además, llegó un momento en el que “el vacío por parte de mi familia era de maltrato psicológico”, relata.
El punto de inflexión se produjo cuando recibió una carta amenazante de la abogada de su padre. "En aquella carta se me decía que como siguiera enseñando la grabación me denunciarían por injurias y calumnias". Fue en ese instante en el que decidió interponer contra su padre la querella criminal por la que acabaría en prisión. Poco después, cuando interpone la querella, es su hermano quién amenaza a Ana directamente: “Me dijo que como papá entrara en la cárcel que me atuviera a las consecuencias”. La cruzada de su hermano contra ella siguió durante meses: “En el juicio mi hermano declaró contra mí, dijo que todo era mentira, me quiso dejar de loca”, cuenta indignada Cuartas.
Actualmente, Ana no mantiene ninguna relación con su hermano, es más, tras el fallecimiento de su hermana a causa de un cáncer en el año 2020, su hermano mayor se quedó con lo poco que tenía su hermana: una guitarra, un ordenador… “Lo típico de una chica de 26 años. No tenía ni casa, ni tampoco hijos, cuando ella murió, no me dejaron estar en su incineración y a día de hoy ni mi madre ni yo tenemos nada de ella, no nos lo quiere dar”. La abogada de Ana, Ana García Boto, se ha intentado poner en contacto con la letrada de su hermano, la misma que defendió a su padre en el juicio por abuso sexual y “ni siquiera ha respondido a una colega de profesión”, agrega.
Condenado a 8 años de prisión
A pesar del inexistente apoyo de parte de su familia, Víctor Armando Cuartas fue condenado en 2011 por violar a Ana Cuartas, a su hija, desde el año 1983 hasta 1996 a ocho años de prisión. Pese a las continuas agresiones, se libró de una pena mayor porque el delito, en el momento de la denuncia, estaba muy cerca de prescribir, “una chorrada del juez que no pidió ni la defensa”, dice Ana García Boto, abogada de Ana.
Con la sentencia de la Audiencia Provincial en la mano, Ana quiso recurrir por establecer la pena mínima, sin embargo, su abogada le recomendó no hacerlo, ya que el Supremo podría librar al agresor de entrar en prisión. Por su parte, la defensa recurrió, y tras la ratificación de la pena en 2012 por parte del Tribunal Supremo, el violador de Ana entró en prisión con 66 años.
Hoy le queda por cumplir algo más de un año de cárcel, sin embargo, la modificación de las penas que recoge la Ley de sólo sí es sí, tras unificar el delito de abuso y de agresión sexual en uno solo, podría rebajar a Víctor Armando Cuartas su condena a seis años y, con ello, salir de forma automática de la cárcel. “En cualquier momento puede fallar la Audiencia, no sabría decirte. Ya sabes que todos tenemos plazos menos los jueces”, asegura García Boto, la letrada de la acusación.
Ana Cuartas sufre estrés postraumático. Por ello, un olor, una canción o una situación concreta le puede hacer disociarse. La disociación es un mecanismo de autodefensa del cerebro que permite olvidar hechos traumáticos. “Cuando mi padre me violaba, mi cerebro como que se desconectaba, yo me sentía un ser inerte, como un mueble más de la habitación”, lamenta. Con la posibilidad de que su padre salga antes de lo previsto de prisión y con la revictimización que está sufriendo lo está pasando “muy mal”, aunque asegura que no le tiene “ningún miedo”, dice convencida.
Ana no entiende cómo se permite que las leyes “sean prorreo y no províctima”, aunque asegura que ella no quiere entrar en cuestiones políticas porque “unos lo critican porque les beneficia y otros lo obvian porque les perjudica”. Aun así, sí reconoce que, para ella, “Irene la ha pifiado”, sentencia. Ana, aunque reconoce que “no hay pena que restaure el dolor”, sí añade que “las penas deberían ser más elevadas”, concluye.
A causa de la modificación de la ley y la posterior revisión de la pena de su padre, ella se ve en la obligación de hacer frente a unos gastos que no tenía previstos y se pregunta: “¿Por qué tengo yo que cargar con estos gastos cuando el proceso judicial ya está cerrado?”. “Yo era consciente de que mi padre iba a salir en algún momento. Hace unas semanas, antes de la revisión de la condena, le concedieron el primer permiso penitenciario, pero ahora, con esta nueva situación, ¿por qué las víctimas no estamos acompañadas durante este proceso?, ¿por qué no tenemos mayor protección?”, argumenta.
Ana Cuartas es activista contra la violencia machista, dice que “del 85-90% de los casos en los que la violencia que se ejerce por algún miembro de la familia, las primeras personas en darnos la espalda es la nuestra propia”, para evitar que le ocurra lo mismo a otras mujeres, ella seguirá visibilizando estas situaciones, pues, como asegura a EL ESPAÑOL: “De lo que no se habla, no existe”.