Gabriel, el joven español que quedó en coma inducido tras sufrir una agresión en el McDonald's de Inglaterra en el que trabajaba.

Gabriel, el joven español que quedó en coma inducido tras sufrir una agresión en el McDonald's de Inglaterra en el que trabajaba. Cedida

Reportajes

La lucha de Gabriel contra McDonald’s en Reino Unido tras una agresión que lo dejó en coma inducido

Un joven valenciano que trabajaba en un McDonald’s fue atacado brutalmente y sufrió un traumatismo craneoencefálico con hemorragia interna.

5 diciembre, 2022 03:25

Como tantos y tantos españoles, Gabriel C. Barroso voló de Valencia a Inglaterra con un objetivo claro: quería aprender inglés para luego regresar y prosperar en España dominando la lengua de Shakespeare. Corría el año 2016, él tenía 28 años y muchas ilusiones: "En España trabajaba en una empresa de logística internacional como conductor, pero quería montar mi propia empresa de transportes, me hacía ilusión emprender, y para eso necesitaba un buen nivel de inglés".

El destino elegido fue Bournemouth, una ciudad de la costa sur de Inglaterra, a unos 170 kilómetros de Londres. "La elegí porque había sol y playa y, en cierto modo, se parecía al Mediterráneo, de donde yo soy", cuenta a EL ESPAÑOL Barroso, que tiene en la actualidad 34 años.

Gabriel llegó allí un 27 de marzo y empezó a residir en un piso con compañeros rumanos. Durante los primeros meses, destinaba sus mañanas a aprender inglés en una escuela y las tardes a dar clases de conversación. "Estaba muy contento, me enfoqué en relacionarme sobre todo con gente no española para volver al pueblo con buen inglés", recuerda. Tras tres meses dedicándose por completo al aprendizaje del idioma, el dinero que había llevado ahorrado para vivir la experiencia se redujo considerablemente.

Gabriel C. Barroso antes de la brutal agresión que recibió en Bournemouth

Gabriel C. Barroso antes de la brutal agresión que recibió en Bournemouth Imagen cedida

Decidió buscar un trabajo, y ahí empezaron todos sus problemas. "Tenía un amigo venezolano de mi clase que trabajaba en McDonald’s, así que me registré online en la página de ofertas laborales con su ayuda y enseguida me llamaron. Me puse muy contento porque yo pensaba que ese trabajo me daría mucha flexibilidad para estudiar, y además suponía algo más que limpiar platos, allí podría poner en práctica mi inglés", recuerda.

Tras una breve entrevista con la que luego fuera su manager, Gabriel obtuvo el empleo: "Fue en inglés, pero yo no me defendía muy bien aún, así que hablé con ella un poquito en español. Y como me vio muy decidido, me cogió. Entonces me puse a trabajar de pinche, friendo croquetas, haciendo hamburguesas…".

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Como Gabriel era diligente, pronto le encargaron también la descarga del camión de mercancía y, más tarde, la limpieza de la sala: "Nadie quería ir a la sala porque por allí pasaban unas 300 o 400 personas al día. Pero a mí siempre me ha gustado limpiar, era muy polivalente, así que me pusieron allí porque vieron que se me daba bien". Gabriel limpiaba mesas, recogía la basura y ayudaba a la gente con las pequeñas dudas que surgen en un establecimiento con esas características. A saber, dónde están las pajitas, las servilletas, dónde el baño, etcétera.

Todo iba bien, pero al trabajar en la sala Gabriel empezó a percibir que el ambiente del local no era el mejor: "Algunos clientes eran amables, pero otros se burlaban de mí y me insultaban, y mantenían también conductas agresivas entre ellos o con otros clientes. En el Square (la plaza central de Bounemouth, donde está situado el McDonald’s) están todos los pubs, y todas las personas que salen borrachas y drogadas van directas a comer al McDonald’s. Sobre todo los fines de semana. Aquello parecía el Apocalipsis", explica Gabriel.

A la luz de los datos de la policía británica, la ciudad de Bournemouth es ciertamente una de las más peligrosas de todo el país: un total de 4.223 delitos cometidos durante el pasado año la colocan en esa tesitura. En más de una ocasión el español vio comportamientos violentos que también afectaban a sus compañeros: "Una vez arremetieron contra la manager; había insultos, amenazas…". No obstante, todo se agravó cuando las dos personas encargadas de la seguridad se dieron de baja casi simultáneamente.

Gabriel vestido con su uniforme de McDonald's

Gabriel vestido con su uniforme de McDonald's Imagen cedida

"El de seguridad cayó de baja por una cirugía que le practicaron de espalda. Luego el encargado de la sala se fue de permiso de paternidad. Y yo me quedé solo, adopté todos sus roles y nadie me ayudaba". Así fue cómo Gabriel heredó la misión de abrir y cerrar las dos grandes puertas del local a la hora establecida. Lo más sorprendente del asunto es que el español asegura que no recibió un training que lo preparara para acometer sus nuevas funciones. "Tenía que limpiar y luego abrir y cerrar las puertas, y cerrar la puerta era algo muy delicado, porque todo el mundo quería entrar aunque ya no se pudiera, pasada la hora de cierre. Si no les dejaba, se ponían furiosos, me amenazaban y golpeaban las puertas", explica.

La noche de la agresión

Así fue cómo la noche del 14 de octubre de 2016 a Gabriel le cambió la vida para siempre. "El día que pasó ya llevaba dos meses sin el de seguridad y cinco semanas sin el encargado de sala. Cuando llegó la noche, miré la hora y eran casi las once. Le pregunté a la manager si cerraba y me dijo que sí". Obedeciendo, Gabriel se encaminó a la puerta y, antes de llegar, se cruzó con un hombre cuya mirada nunca ha logrado olvidar.

"Él venía de cara y me miró de arriba abajo de forma amenazadora, pensé que me iba a preguntar por algo, pero no lo hizo. Me fui a la puerta, quité el automático y cerré manualmente". Después, Gabriel regresó a la barra, donde se atendía a las últimas personas que habían quedado en el local, unas treinta. Allí, el joven pareció advertir un ambiente cargado de tensión: "Yo me quedé limpiando las bandejas y, mientras, miraba qué pedían los últimos clientes. De pronto, me di cuenta de que el que me había mirado mal iba hacia la puerta con intención de abrirla de nuevo, y eso era ilegal; según las órdenes de mi manager, el único que podía abrirla era yo".

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Sabedor de sus funciones, Gabriel trató de impedírselo, pero no llegó a tiempo. Aquel tipo abrió la puerta y una nueva hornada de gente entró en el local. Se lo recriminó: "Le dije que cerrara la puerta y él me dijo que no le tocara, pero yo no lo había tocado, solo le puse la mano delante del pecho y le dije que no podía tocar la puerta". En este punto, los acontecimientos se precipitaron.

"Sus amigos entraron y yo volví a cerrar y me quedé al lado de la puerta, dentro, para que no entrara nadie más". Gabriel, vigilante desde la puerta, vio cómo el joven entraba a consumir y la algarada continuaba dentro. Finalmente, consiguieron despedir al personal y uno a uno fueron desfilando hacia la salida: "Lo hicimos respetuosamente como siempre, les decíamos thank u for coming, y mientras yo controlaba la puerta. Como la abres manualmente y salía mucha gente, salió una pareja y, a continuación, salió una mano negra. Me pegó un puñetazo. Caí al suelo".

A partir de este momento, se hace el vacío en la memoria de Gabriel. Por los vídeos de las cámaras de seguridad se ha sabido que su agresor, menor de edad, era el mismo chico al que se había enfrentado anteriormente, el que abrió la puerta sin permiso. El golpe que le propinó fue tan fuerte que Gabriel perdió la consciencia y fue trasladado al hospital, donde permaneció tres días en coma inducido. El diagnóstico: hemorragia intracraneal grave. Desde entonces, su vida es un rosario de secuelas.

Los meses de recuperación en Bournemouth

"Nosotros lo vivimos todo desde aquí desde España porque llamó mi otro hermano, Alejandro, que estaba pasando una temporada allí con Gabriel, diciendo que no había ido a dormir. Como somos una familia muy unida, se nos hacía muy extraño que Gabriel no manifestara absolutamente nada ni moviera el móvil desde el día anterior". Así comienza el relato de Bárbara, su hermana, que atiende a EL ESPAÑOL para contar el calvario que ella y su familia vivieron durante las largas horas en las que no supieron qué le había sucedido Gabriel.

Gabriel junto a su hermana en un hospital de Bournemouth

Gabriel junto a su hermana en un hospital de Bournemouth Imagen cedida

"Alejandro no recibió llamada alguna, fue a la policía y no le dijeron nada, se puso en contacto con un chico del pueblo, fueron al McDonald’s y lo encontraron todo precintado y a la gente llorando. Él estaba asustadísimo y al final supo que estaba en el hospital de Southampton. Ya nos imaginamos que le habían disparado o acuchillado, porque en momentos de angustia, cuando no sabes nada y hay una desgracia tan grande, la cabeza te va a mil por hora", dice reviviendo la ansiedad de aquel momento.

Al final, su hermano les comunicó que Gabriel estaba en coma inducido en el hospital y que no sabían cómo iba a evolucionar. Bárbara no se lo pensó un momento: dejó el trabajo en el que había comenzado hacía tan sólo un mes en Valencia y voló junto a su madre para cuidar de su hermano: "Nos dejaron dinero para pagar los vuelos y fuimos allí. Lo vimos en el hospital, cuando fuimos ya estaba despierto, tenía el cerebro inflamado y la hemorragia interna, y decía cosas sin sentido", rememora. Tras pasar un mes allí, su madre, que estaba enferma, regresó a España. Fue entonces cuando Bárbara se hizo cargo por completo de Gabriel: "Mi deber era ayudar a mi familia", señala.

Así, se convirtió en su cuidadora, la encargada de "vestirlo, desvestirlo, hacerle la comida" y velar por él día y noche. Gabriel dependía completamente de su hermana, pues tuvo que llevar un collarín las 24 horas del día durante dos meses completos, y no podía hacer esfuerzo alguno. Si realizaba un mal movimiento, le advirtieron, podía quedarse paralítico. Bárbara tuvo también que lidiar con la máquina burocrática inglesa para conseguir alguna ayuda con la que ambos pudieran subsistir: "Quienes más nos ayudaron fueron la comunidad de españoles en Bornemouth de Facebook. Fue impresionante cómo se volcó la gente. Si no es por ellos no teníamos ni idea de nada", cuenta.

El periplo que la hermana de Gabriel siguió fue largo: acudió al ayuntamiento y, sin tener idea de inglés, logró una pequeña ayuda de 200 libras mensuales para pagar el alquiler de ambos, una habitación con dos camas en una residencia. Gabriel cobraba aparte el sueldo mínimo de la franquicia por su baja, apenas 90 libras por semana, y los dos se las veían y deseaban para comer: "Con 30 libras a la semana yo hacía virguerías", recuerda Bárbara, "hacía comidas de cuchara, las de pobre de antes, y gracias a eso Gabriel recuperó peso y color".

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Ambos permanecieron siete meses así. Volar de vuelta a España suponía un grave riesgo para su salud, así que estaban, de algún modo, atrapados en territorio inglés: "Al tener una hemorragia cerebral, volar era contraproducente. Nos decían que le podía dar una trombosis y morir, porque no tenía reabsorbida la hemorragia", declara Bárbara. El sistema de salud inglés también los decepcionó profundamente, cuenta con rabia: "No hizo ni rehabilitación en el hospital, salió de allí solo con una hoja de los ejercicios que tenía que hacer".

Pasados siete meses, Gabriel luchó por que el médico lo dejara volver a España a seguir su recuperación rodeado de los suyos, y lo consiguió. Empezaba para él otra cuesta arriba.

El regreso a España y las secuelas

"Yo siento como si hubiera venido un ángel y me hubiera dicho ‘tú no estás preparado aún para la muerte’", cuenta Gabriel, ya desde su casa en un pequeño pueblo de Valencia. Lleva luchando con las secuelas que la agresión le dejó los últimos seis años. Sufre hormigueos en las extremidades, ha perdido sensibilidad, le cuesta concentrarse en actividades rutinarias y retener la información. No tiene gusto ni olfato. Y se ha llenado de miedos contra los que lucha diariamente:

"Desde que tuve la agresión tengo menos ganas, estoy desmotivado y sin ilusión por nada. Mi cerebro no reacciona igual de rápido como antes, tengo el hemisferio izquierdo destrozado por completo".

Gabriel C. Barroso tras su agresión

Gabriel C. Barroso tras su agresión Imagen cedida

Gabriel recibe tratamiento físico, psicológico y cognitivo, pero teme que su vida ya no vuelva a ser igual a como era. En todo este tiempo no ha vuelto a trabajar: "He hecho entrevistas, pero cuando les digo todo lo que tengo, me cierran la puerta. Ellos se tienen que ocupar de mí, de si tardo más o menos, de tener que ir a mis médicos, y piensan que les voy a costar más que la productividad que voy a tener", lamenta.

Batalla judicial: Gabriel contra Goliat

Por el puñetazo que le cambió la vidasólo ha recibido una indemnización por valor de 1.500 libras. Y ni siquiera la ha cobrado todavía. La Policía localizó al individuo que le agredió a través de las cámaras de seguridad, y este fue condenado a pagar esa cantidad y a realizar trabajos sociales durante un año y medio. Ahora Gabriel presenta batalla por la vía civil: en abril de 2023 acudirá a la Corte Suprema británica a enfrentarse con la empresa que le exigió realizar unas funciones para las que considera que carecía de formación.

"Nos vamos a enfrentar a Tony Bennett, el propietario de veinte franquicias de McDonald’s [entre la que se encuentra el establecimiento en el que trabajaba Gabriel], y le reclamamos por varias cosas: por las lesiones que sufrió a raíz de la agresión, y también por todas las pérdidas pasadas y futuras", cuenta a EL ESPAÑOL Isidoro Bonilla, abogado español del despacho inglés Levenes, que lleva su caso. "Probablemente Gabriel no podrá seguir trabajando", añade. Bonilla sigue la premisa inglesa del no win, no fee, por la cual trabaja a riesgo: "Cobramos sólo si ganamos", explica.

Gabriel antes de la agresión que le truncó la vida

Gabriel antes de la agresión que le truncó la vida Imagen cedida

En su haber, Gabriel y su representante legal cuentan con algunos testigos clave que corroboran que el local donde trabajaba era un lugar violento: "Tenemos a la persona que trabajó anteriormente como portero y seguridad y al que la empresa sí le había enviado a hacer un cursillo como portero de establecimiento, además de tener experiencia previa como guarda de seguridad", dice Bonilla.

Además, cuentan con un registro que acredita que la policía había visitado en numerosas ocasiones el establecimiento en el que su cliente sufrió la agresión: "Ellos calificaban el riesgo del restaurante como medio, y nosotros decimos que era un riesgo alto porque durante el año anterior la policía acudió 107 veces allí, 70 ellas por altercados graves, como peleas, amenazas y agresiones al personal o los clientes. Por eso argumentamos que ellos no tomaron las medidas oportunas y dejaron a Gabriel en una situación de riesgo", desarrolla.

Después de salir del hospital, a Gabriel la franquicia le otorgó un documento formativo, una especie de training, con intención de que lo firmara. Gabriel lo rechazó, pero para su abogado constituye una prueba de la mala voluntad por parte de la empresa: "Se lo dieron el 22 de noviembre del 16 para que firmara con fecha de 4 octubre del 16, diez días antes de la agresión sufrida. Eso muestra su manera de proceder".

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Por su parte, Gabriel es consciente de la lucha que le espera: de algún modo, se está enfrentando a Goliat. Sin embargo, tiene claro que no sólo pelea por él mismo: "Yo estoy luchando no sólo por mí y por mis secuelas, sino porque no quiero que nadie más vuelva a pasar por lo que yo he pasado", afirma. El dinero que obtenga, dice, nunca le va a compensar todo lo vivido: "Si me ofrecieran 20 millones de euros o volver al pasado como hacía el DeLorean de Regreso al futuro, te juro que cogería ese coche y me iría al pasado, antes de que nada de esto hubiera sucedido".