José Calvo Poyato (Cabra, 1951) es un novelista de éxito. También un hombre templado, sosegado, sereno, que diluyó sus ambiciones políticas casi a la par que el andalucismo capituló ante cualquier sueño de grandeza. Asegura, sin embargo, que sus aspiraciones nada tenían que ver con el apetito autoritario de otros nacionalismos periféricos. Sí con combatir la caricatura, el estereotipo del andaluz vago que tan sólo hace sonar las cuerdas de su guitarra. Reclamar el encaje que Andalucía merece en el Estado. "Fue un David contra Goliat que ganó el Partido Socialista, que fue a triturarlo", describe sobre el fatal destino de la formación donde militó.
Bajo esas siglas, las del Partido Andalucista, fue alcalde de su pueblo entre los años 1991 y 2000. También diputado en el Parlamento andaluz en dos períodos: entre 1990 y 1994 y durante el primer lustro del siglo XXI. Ahora ejerce como patrono de la Fundación Centro de Estudios Andaluces, adscrita a la Consejería de la Presidencia de la Junta de Andalucía, presidida por el popular Juanma Moreno.
Profesor de instituto e historiador, sus inclinaciones políticas cobran aún más relevancia al conocer cierto parentesco: es hermano de la ex vicepresidenta del Gobierno Carmen Calvo, todavía diputada socialista en el Congreso. Ese Parlamento que es, de hecho, el epicentro de su última novela: El año de la República (Harper Collins). Un fresco novelado de la Primera República. Un experimento político fallido, tan carpetovetónico, que pese a las fechas oficiales duró menos de un año. Hasta que en la madrugada del 2 al 3 de enero el general Pavía asedió las Cortes; aunque, lamentablemente, no entró a lomos de su caballo. Tampoco a pie, acota Calvo Poyato en un correo posterior.
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Pertenece la novela a ese gran género literario que es Madrid, el Foro, siempre alterado por mentideros y tertulias. Casi como Woody Allen en Midnight in Paris, Calvo Poyato conduce su máquina del tiempo hasta 1873. Y en ese tiempo que aviva en él la nostalgia de lo no vivido hace saltar a escena a periodistas, políticos y toreros. Porque el libro, por cierto, también narra la rivalidad entre Lagartijo y Frascuelo.
Todos hablan. Todos murmuran. Todos participan. Juan Varela, Benito Pérez Galdós o Fernández Flores desde la tribuna de prensa o el Café Suizo. Castelar, Cánovas, Nocedal, Serrano, Sagasta, Pi y Margall, Ruiz Zorrilla, Salmerón desde la tribuna de oradores. Dos trincheras cuya importancia ha mutado de la mano. ¿Eran mejores aquellos políticos? "Creo que había auténticos colosos de la oratoria", estima el autor. ¿Y los periodistas? ¿Somos peores? "No sabría decirlo. Lo que sí tengo claro es que el periodismo de prensa en papel era mucho más importante entonces que hoy", considera.
La conversación de EL ESPAÑOL con el novelista se produce el viernes. En vísperas de una Nochebuena que pasará, como cada año, en casa de su hermana Carmen. Es condición sine qua non no ahondar en esa relación. "Hablamos ella y yo", zanja. Las conversaciones deben de ser intensas. "A veces hay tertulias interesantes y coincidimos en muchas cosas, en otras no. Pero la vida es mucho más que la política. Tenemos la familia, nietos... Para nosotros ha sido un año triste, se ha muerto nuestro hermano. Estamos deseando que se acabe el 2022".
Paralelismos entre 1873 y 2022
—¿En qué se parece esa España de febrero de 1873, donde arranca su novela, con la actual?
—Yo soy de lo que sostienen que la Historia no se repite, que un momento es diferente a otro. Las circunstancias ambientales, digamos, de tipo económico y social que adornaban la vida diaria de la España de 1873 poco tienen que ver con la España de 2022. Ahora bien, tengo la impresión de que alguno de los problemas que ya preocupaban a aquellos políticos de 1873 permanecen con plena vigencia 150 años después.
—¿Como cuáles?
—Por ejemplo, en el Diario de Sesiones de 1873 hay una manifestación reiterada de preocupación por la unidad del país. Había quienes pensaban que España podía descomponerse, deshacerse, a la hora de organizar una república de tipo federal. Está claro que esa es una de las preocupaciones que hay también ahora. Desde luego, había determinadas realidades cotidianas que se parecían también a las de nuestra época. 1873 fue también un año de crisis económica donde los precios se habían disparado y la gente estaba muy preocupada por lo que podía valer el kilo de garbanzos o las velas con las que se alumbraban, que era la energía de la época.
—¿Había más talla política entonces?
—A tenor de lo que uno lee en los discursos del Diario de Sesiones de aquella época, creo que había auténticos colosos de la oratoria. Gente que tenía un sentido de Estado muy claro, que uno puede compartir o no, pero desde luego lo tenían claro. Cuando uno lee lo que decía Pi y Margall, Salmerón o Castelar, lo echa de menos. Leyéndolos me los he imaginado sin papeles, desarrollando las ideas que tenían en ese sentido. Hoy no encuentra uno ese tipo de oradores en el Congreso, ni tengo la impresión de que tengan las ideas tan claras.
—Con unas diferencias marcadísimas, no tenía nada que ver el federalismo de Pi y Margall con el de Castelar, por ejemplo. También era difícil llegar a acuerdos de calado para forjar algo que perdurase.
—Llama la atención el hecho de que, por ejemplo, quien proclama la república es un Congreso con una mayoría de diputados monárquicos, del Partido Radical de entonces. Quienes proclaman la Primera República fueron quienes estaban sosteniendo la monarquía de Amadeo de Saboya. Eso hizo que se celebrasen elecciones al Congreso de los Diputados en mayo de 1873. Los monárquicos se retrajeron, no participaron en las elecciones, como forma de quitar valor y crédito al resultado electoral. Solamente se presentaron prácticamente candidaturas republicanas. Uno puede pensar que, al ser la mayoría de diputados republicanos, no existirían los debates. No era así.
—¿Qué hecho termina de precipitar la caída de la Primera República?
—Fueron varios los factores. El primero, que tenía muy poco soporte social. El propio Castelar lo dice en ese discurso brillantísimo de la madrugada del 2 al 3 de enero, con las tropas del general Pavía en la Carrera de San Jerónimo, dispuestas a entrar en el Congreso. Llega a decir que son muy pocos los repubicanos que hay en España, y que la mayoría de ellos ya se han quemado. Aboga por atraer a aquellos que, sin ser republicanos, no la rechazaban abiertamente. Añádase a ello el verdadero desbarajuste que se produce: cuando en el verano de aquel año empiezan a proclamarse cantones, sobre todo en la mitad sur de España y en el Levante, fue un auténtico disparate. Eso le restó muchísima credibilidad y posibilidades de mantenerse a la república, al punto de desarrollarse una guerra cantonal (...).
También hay que destacar el intervencionismo militar, una de las características del siglo XIX. Sobre la República pesó, continuamente, la amenaza de un golpe de Estado. El punto final de facto se produce en esa madrugada del 2 al 3 de enero, cuando las tropas del general Pavía entran en el Congreso y disuelven las Cortes. La República, aunque formalmente seguía proclamada, no volvió a reunirse. Existe desde una perspectiva teórica a lo largo de 1874, pero en la práctica no, porque Serrano gobierna a golpe de decreto como un dictador prácticamente.
—Son curiosos los pasajes de la tertulia en el Café Suizo, donde alternan Galdós, Zorrilla, Fernández Flores... ¿También eran mejores los periodistas entonces?
—No sabría decirlo. Lo que sí tengo claro es que el periodismo de prensa en papel era mucho más importante entonces que hoy. Ahora tenemos muchos más medios a nuestra disposición para difundir noticias -la radio, la televisión, las redes sociales- que no existían en 1873. Pero las redacciones de los periódicos eran mucho más importantes. Me ha llamado la atención saber que en Madrid se publicaban del orden 40 o 50 cabeceras a la vez. Si el 80% de la población de la época era analfabeta, ¿quién leía tanto periódico? También es cierto que muchos de aquellos periódicos tenían una vida tan efímera, tanto como una campaña electoral. Aparecía cuando comenzaba y desaparecía cuando terminaba. Imagínese: El Imparcial. Y debajo: defiende las opiniones políticas del señor Fulano de Tal y Tal. Era el periódico que iba a utilizar durante la campaña para pedir el voto y exponer sus ideas. Claro, no había otro medio para difundir sus planteamientos ideológicos.
—Es fácil caer en la nostalgia. Decía Gistau que la irrelevancia es el mayor miedo del periodista. Hoy parece que nadie nos lee.
—Me llama mucho la atención la diferencia que hay entre los libros y la prensa. Los libros tienen una vida más prolongada, a veces incluso se reeditan 10 años después. El papel que se imprime en el periódico hoy queda sepultado al día siguiente por otra noticia. La vida es tan efímera que produce cierta tristeza. La Iberia [el diario donde trabaja el protagonista del libro], por cierto, no salía los lunes.
—Lo acota usted en las primeras páginas del libro.
—¡Y era un periódico vespertino! Salía por las tardes. Hoy ya no quedan, ahora hay que ir a la carrera. Había también debates disparatos en los periódicos, como si el ser humano sería capaz de aguantar velocidades superiores a los 50 kilómetros por hora, ya que los trenes empezaban a circular y alcanzar esas velocidades que parecían endiabladas. Debates muy sesudos con argumentos muy curiosos.
Sobre el andalucismo, Sánchez y Feijóo
—¿Es forzada o natural la estrategia del PP andaluz de enarbolarse en la bandera andaluza?
—Creo que hay un sustrato. El andaluz tiene un sentimiento que aparece cuando se le quiere agraviar en comparación con españoles de otras zonas. Cuando se nos dice que somos gente vaga, poco trabajadora, que vivimos del esfuerzo de los demás. Esa imagen del andaluz que siempre está tocando la guitarra o haciendo sonar palmas. El andaluz se rebela cuando se le ataca de manera directa. Hay cierto sentimiento, que siempre existe, que tengo la impresión que es por donde quiere ir el Partido Popular en este momento. Recoger ese sentimento de agravio que puede aparecer en un momento determinado con respecto a otras partes de España que reciben más recurso y cuya influencia política es muchísimo mayor, que pueden presionar con muchísima más fuerza al Gobierno de España.
Un PP que no quiere ser tildado de partido de derechas, sino ocupar un espacio más hacia el centro. Yo creo que es donde estaba el PA, un partido más en el centro, que disputaba un espacio electoral bastante parecido al que tenía el PSOE.
—Me dijo una vez Teodoro León Gross que Juanma Moreno podría haber sido perfectamente un presidente de la Junta del PSOE.
—No lo sé, la verdad.
—Volviendo a la actualidad, ¿cómo ve la situación política?
—Bastante complicada. Aunque alguna de las cosas que me ha enseñado la Historia es que los españoles hemos sido capacer de salir de situaciones extraordinariamente complicadas. Piense en eso que hemos llamado Sexenio Revolucionario (1868-1874), donde nuestros antepasados se dieron prácticamente con todo: destronan a Isabel II, buscan una nueva dinastía, la entronizan, esa dinastía termina por abdicar, proclaman la República, acaban con ella y acaban entronando de nuevo a la dinastía destronada. Eso sólo en seis años.
—Es tremendo.
—Pues España logra salir de esa situación. Ya sabe la frase que le atribuyen a Bismarck -aunque yo creo que nunca la pronunció- donde viene a decir que el país más fuerte del mundo es España porque los españoles llevamos 200 años tratando de destruirnos y no podemos. Creo que tenemos una capacidad de reacción muy fuerte. A veces, las soluciones han venido por una vía bastante dramática, trágica, terrible.
España, en este momento, atraviesa un momento de dificultades que deriva, en buena medida, del planteamiento de un sector de la sociedad catalana que se proclama independentista y que, a partir de ahí, quiere ir dando pasos para poder establecer ese independentismo. Por lo que ellos dicen, y no estoy especulando en absoluto, conseguir sus objetivos viene como consecuencia de la debilitación del propio Estado. Así que se intentan de nuevo lo que hicieron en 2017. Lo que llama la atención es que por parte del Gobierno de España no se ponga freno, sino que se está concediendo todo aquello que ese sector independentista viene reivindicando.
—¿Usted cree que una hipotética llegada de Alberto Núñez Feijóo al poder puede dotar de estabilidad al sistema?
—La verdad es que no lo sé. La Historia me ha enseñado que me puede explicar un poquito el presente. Tampoco completamente. Sí tener alguna clave, pero no puedo adivinar qué puede ocurrir en el futuro. Habrá que ver qué concepto de Estado es el que tiene Feijóo. Y si tiene un concepto claro y un apoyo suficiente. Yo creo que un gobierno que tiene que sostenerse en una coalición tan variopinta -creo que fue Rubalcaba quien lo denominó Frankestein-, que se tiene que sostener sobre una coalición tan compleja, hace que la estabilidad penda de un hilo. El proyecto que pueda tener Núñez Feijóo dependerá del apoyo que tenga en las urnas y le pueda permitir configurar, si es que ocurre, un gobierno que no dependa de una coalición de media docena de partidos.
—Si gobierna Feijóo parece claro que sería con Vox.
—Siempre que un gobierno no goza de una mayoría y un respaldo muy amplio tiene dificultades.