"Era enjuto, con la mirada de un abuelo": Benedicto XVI visto por el español que le enseñó a tuitear
Corría 2009 cuando el empresario envió una misiva a la Santa Sede ofreciéndose a modernizar su comunicación e imagen.
2 enero, 2023 02:04Gustavo Entrala es un virtuoso de la comunicación que sabe atrapar las oportunidades al vuelo. Cuando en 2009 la Iglesia Católica sufría una grave crisis de imagen, el entonces papa Benedicto XVI firmó un documento público en el que confesaba que parte del problema venía del pésimo uso que la Santa Sede hacía, entre otras cosas, de las redes sociales. La comunicación con los fieles estaba fallando. Al fin y al cabo, se trataba –y se trata– de una institución hermética con más de dos mil años de antigüedad que evoluciona a pasos lentos, casi imperceptibles. Necesitaba un terremoto, y Entrala estaba decidido a provocarlo.
Aquel documento en el que la Santa Sede pedía a gritos auxilio tecnológico llegó a ojos del empresario español, que por aquel entonces lideraba la agencia de publicidad 101. Como buen cristiano practicante, estaba al tanto de todas las misivas vaticanas. La ecuación era sencilla: ellos necesitaban un maestro de la comunicación y él estaba dispuesto a brindarles su expertise.
Como la institución católica no tenía redes sociales ni siquiera un correo al que dirigirse, Entrala se vio obligado a enviarles una carta. En ella se ofreció a llevarles su imagen, a abrirles sendas cuentas de Twitter e Instagram, a desarrollar una estrategia de comunicación eficaz y a ayudar a los cardenales y al mismísimo Papa a utilizar las nuevas tecnologías. Esa modernización exprés serviría de acicate para conectar con las las generaciones de jóvenes al tiempo que contribuiría a difundir la fe cristiana en con una eficacia y rapidez sin precedentes.
Cuatro meses después, en febrero de 2010, Gustavo Entrala recibió una llamada telefónica. El Vaticano quería que impartiese un workshop e instruyese al equipo de comunicación de la curia. Él fue una revelación para los purpurados. Quedaron tan encantados con su trabajo que le encargaron desarrollar una página web de noticias, poner en marcha un canal de YouTube y crear una nueva app. Todo salió a pedir de boca, y Entrala y su equipo le plantearon al sucesor de San Pedro la posibilidad de abrir una cuenta en Twitter y otra en Instagram. La revolución tecnológica estaba a punto de eclosionar en la casa de Dios.
En la era de la sobreinformación, del click, de los mensajes directos, de las tablets y de los dispositivos inteligentes, la institución religiosa más importante del mundo no podía permitirse quedar atrás. Si el mundo necesitó décadas para cumplir su transición tecnológica, el Vaticano estaba dispuesto a experimentar su revolución particular en menos de seis años. Pero la rigidez de la comunicación y la falta de una estrategia clara con la que dirigirse al mundo eran dos gigantescas losas que pesaban sobre los avejentados hombros de la Santa Sede. Había que librarse de ellas.
"Cuando entramos allí, el Papa se comunicaba a través de encíclicas de 100 páginas", recuerda Entrala a EL ESPAÑOL. "Hacía una audiencia semanal súper formal, parecida a las que se celebraban en las cortes medievales, donde los reyes recibían a los señores feudales. El Pontífice daba una rueda de prensa cuando iba de viaje, y ese era el único contacto que tenía con la opinión pública". Por aquel entonces, la Iglesia miraba con sospecha todo lo relacionado con las redes sociales. "Existía el miedo a abrir la comunicación hacia afuera, hacer al papa un 'igual' a ojos de las redes sociales. Por eso fue importante la influencia de la curia joven, que quería impulsar cambios".
Entrala y su equipo no sólo lograron poner a punto a lo largo de seis años –de 2010 a 2016– la estrategia de comunicación del Vaticano en redes sociales, sino que ayudó a la curia a desarrollar todo un plan de comunicación eficaz y de gestión de crisis. Uno de sus trabajos más notables fue, por ejemplo, el trato mediático de los casos de pederastia. "Planteamos la estrategia de comunicación y las narrativas sobre la crisis de la Iglesia en Irlanda", confiesa el entrevistado.
PREGUNTA.– ¿Se trató de ocultar algo o había una intención de esclarecer los hechos?
RESPUESTA.– Yo he trabajado mucho con el anterior portavoz vaticano, Federico Lombardi, y lo que vi en la Santa Sede es que siempre hubo una intención de hacer un reconocimiento explícito de los hechos. En todo el trabajo que se hizo había una intención de clarificar lo ocurrido. Había un ánimo bastante claro de contar la verdad.
P.– Entonces puede asegurar que siempre hubo transparencia.
R.– Sí, y de hecho les animamos a seguir siempre esa línea, a no ocultar nada. Si quieres que la gente confíe en ti, debes sacar toda la basura. Te aseguro que si yo hubiera visto pufos, mentiras o falsificaciones, lo tendría en mi conciencia. Pero no lo tengo. No era un trabajo agradable. Era muy grave, y no es fácil de tratar. Pero el primer criterio que les dimos fue contestar cuanto antes con la verdad de los hechos, siempre a través del mismo medio por el que surgen las crisis. Antes, la Iglesia dejaba las cosas correr, se pudrían, pero con Benedicto XVI la institución se hizo más humilde. En un discurso él llegó a sugerir que la cantidad de basura que había clamaba al cielo. Un reconocimiento explícito de que había un reto que debían afrontar.
El encuentro de Ratzinger con Twitter
Cuando Entrala pasó al apartamento del papa Benedicto XVI por primera vez, se dio cuenta de que en aquella habitación atestada de libros ni siquiera había wifi. Tuvo que llamar a Telcom Italia para que instalaran la red. Ratzinger era, al fin y al cabo, un profesor de universidad y un teólogo de avezada edad; un intelectual entregado al estudio y no a las distracciones tecnológicas. "Sin embargo, cuando le expliqué al Santo Padre cómo debía tuitear, vi delante de mí una cabeza verdaderamente rápida y lúcida. Entendió no sólo el funcionamiento de la aplicación, sino el sentido profundo de la comunicación online".
A pesar de todo, costó convencerle de que diera el salto a la jungla digital. Era un cambio demasiado grande para alguien de 80 años. Benedicto XVI era un religioso devoto, sencillo, hermético, pero también alguien extremadamente consciente de la historia de la Iglesia. Ese fue precisamente el talón de Aquiles al que 'atacaron' Gustavo Entrala y su equipo de 101. "Conseguimos convencerle [de usar redes sociales] mediante un precedente: encontramos en los archivos de la Santa Sede una crónica del lanzamiento de la Radio Vaticana en 1931. Se hizo en una ceremonia en la que participaban Pío XI y Marconi, el inventor de la radio, que era muy creyente y después haría personalmente el diseño de la radio vaticana".
"Se trataba de una emisión en directo en la que, por primera vez en la historia, se escuchaba la voz del papa en todo el mundo. Y descubrimos que el pontífice también había introducido un mensaje en código morse. El morse por aquel entonces, era un lenguaje universal de mensajes cortos, algo innovador para la época. Creemos que esta anécdota supuso un precedente en cuanto al uso de la tecnología por parte de la Iglesia para comunicarse con sus fieles, y como Benedicto XVI era un papa muy esencialista, que conocía bien la esencia de su papel, lo tuvo muy en cuenta".
Antes de que se lanzase a tuitear, tuvieron que escoger un nombre. Acordaron que sería Pontifex. El Pontífice. "Yo propuse varios que al final no se aceptaron. Fue un acierto por parte de la Santa Sede. Discutiendo una noche con el equipo de comunicación del papa, pensamos que el nick debía poder ser utilizado por cualquier Santo Padre, para no tener que cambiarlo. Al principio tuvimos dudas, porque teníamos que ponernos siempre en el peor escenario. Hubo gente de mi equipo que dijo que Pontifex sonaba un poco al malo de Batman. Otros dijeron que podría dar lugar a bromas, en plan 'Pontisex'".
El ejemplo de Radio Vaticana y la elección de un buen nombre convencieron a Ratzinger de que debía adentrarse en el mundo digital, pero en una reunión, justo antes de estrenar la cuenta oficial del papa, dudó: "'¿Por qué el Papa tiene que estar en Twitter?', preguntó. El tema ya estaba discutido, teníamos el nombre de la cuenta, ya se había anunciado a los medios. Entonces todos se pusieron muy nerviosos. A mí se me ocurrió el argumento de los millenials y la generación Z. 'Por la gente joven', le respondí. 'Las redes sociales son el mejor medio para llegar a ellos'. El Santo Padre puso cara de entusiasmo. La idea le parecía interesante. Era un hombre de argumentos. No hay que olvidar que la Iglesia es una institución en la que cuesta introducir novedades y donde las decisiones se toman se reflexionan siempre profundamente".
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2011 fue el año en el que Gustavo tuvo que enseñar directamente a Benedicto XVI a utilizar sus redes sociales. Fue testigo de cuando recibió por primera vez un iPad. "Le pusimos de fondo de pantalla una fotografía en la que aparecía con sus padres y sus hermanos el día de su ordenación sacerdotal. Le cambió la cara. Pasamos de un ambiente formal a uno íntimo. Ese era un aspecto suyo: era muy introvertido y no le gustaban las multitudes, a diferencia de Francisco, pero en las reuniones era una persona entrañable, cariñosa, que sabía escuchar muy bien. Me sorprendía lo pequeñito que era: enjuto, con una mirada entrañable, como de abuelo".
El Vaticano comenzó así su nuevo periplo tuitero cosechando millones de seguidores en cuestión de días. Todo gracias a una actividad metódica y muchas veces guionizada. Hoy, mirando hacia atrás, la estrategia de Entrala puede considerarse un éxito. Las cuentas de @Pontifex cosechan millones de seguidores en todo el mundo y diferentes idiomas.La Iglesia Católica ha derrumbado una barrera generacional. Su comunicación con los fieles es más cercana que nunca.
Y, aunque hoy parte del éxito mediático le corresponde al papa Francisco –un hombre que adora los baños de masas, aunque tecnológicamente está bastante atrasado, ya que aún tiene un teléfono que sólo manda SMS–, fue el español Gustavo Entrala quien colocó el engranaje que haría sonar el altavoz con el que la Iglesia estaría destinada a comunicarse con el mundo en la era digital.