La vida de Nina fue un drama y su muerte una tragedia: la estranguló un indigente al que solía ayudar. "Ella le daba comida porque le veía por la calle buscando en la basura", tal y como confirma desolado el hijo de la fallecida, Ionut Uluitu, al que conocen con cariño como Juan entre los vecinos del barrio de Las 200 Viviendas de Roquetas de Mar donde se ha producido este homicidio doloso. "La ahogó", prosigue Juan sin paños calientes, mientras atiende a EL ESPAÑOL sentado en la misma cama donde su madre murió a manos de un 'sin techo' senegalés apodado 'El Moreno'.
"La Guardia Civil me ha dicho que este hombre tiene antecedentes por violencia de género por agresiones a otras dos mujeres", subraya este joven, de 25 años, que se busca la vida montando invernaderos: las estructuras que marcan el paisaje de esta ciudad de la costa almeriense que tiene 102.881 habitantes, fuertes tasas de inmigración y donde la agricultura es uno de los motores de la economía local.
El estrangulamiento de Nina después de mantener sexo con su asesino contabilizará -previsiblemente- como un feminicidio para el Ministerio de Igualdad porque no se investiga como un crimen de género de la ley 1/2004, debido a que no existía una relación sentimental entre la víctima mortal y el homicida, pero de ser cierto el historial delictivo de 'El Moreno' se vuelve a poner de manifiesto que algo está fallando en el Sistema de Seguimiento Integral de los casos de Violencia de Género (Viogén).
Prueba de ello es lo ocurrido este domingo, cuando la muerte de Nina se convertía en la tercera vida de una mujer que se perdía en solo 24 horas, a manos de un hombre. En El Puerto de Santa María, el corazón de Eva María Haza, amante del carnaval de Cádiz, y madre de dos hijos, dejaba de latir a los 46 años, por un disparo de su pareja: Carlos. Y en Piedrabuena, un municipio de Ciudad Real, la joven Belén, de 24 años, era asesinada con un arma blanca por el padre de su hija, de 3 añitos.
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"Mi madre conoció a 'El Moreno' en el parque: le llevaba comida y todo lo que podía", insiste Juan. La rumana Nina solía frecuentar la Plaza Alcalde José Pomares Martínez donde se dedicaba a pasar los días bebiendo cerveza, junto a su amiga Yolanda y un grupo de compatriotas. Entre birra y birra, entabló amistad con un indigente de Senegal, de 30 años, al que solía ver por las calles de este barrio marginal, buscando ropa y objetos en los contenedores para venderlos en el rastro de Las 200: unas veces para comprar comida, otras para alcohol o para fumar cocaína en base.
"Ella cayó en la mala vida: últimamente estaba tomando mucha cerveza y se peleaba con la gente", tal y como admite este veinteañero porque no puede negar una realidad que era vox pópuli. La Policía Local y la Guardia Civil había acudido en más de una ocasión al piso que Nina tenía okupado en el bloque número 7 de la calle Palmeras, debido a las fiestas que organizaba, marcadas por el alcohol, la música a todo volumen y demasiados invitados llegados de la Plaza Alcalde José Pomares Martínez. Ese no era el mejor ambiente para un adolescente, pero Ionut no verbaliza un solo reproche contra su madre porque sabe que su vida ha sido un infierno.
"Mi padre le pegaba mucho a mi madre y tenían muchas peleas". Esa fue la rutina que marcó el matrimonio de Nina con Florin, tanto en Rumanía como en España, donde aterrizaron hace dos décadas, procedentes de Reghiu: una ciudad del condado de Vrancea. "Me vine aquí siendo un niño pobre", sentencia el bueno de Juan, una vez más, sin andarse por las ramas. Sus padres se buscaron la vida en Roquetas de Mar donde unos familiares les ayudaron a asentarse: alquilando un piso en la avenida Juan Carlos I y buscando trabajo en invernaderos donde recogían tomates, calabacines...
"Hace diez años se separaron y mi padre volvió a Rumanía: no sé nada de él". Aunque Ionut -en su pasaporte- y Juan -para los vecinos de Las 200- tampoco tiene el menor interés por saber algo de su progenitor. "Ella me contó que una vez le rompió las costillas: era un hijo de puta que le pegaba". De modo que a Nina (1979, Rumanía) le tocó sacar adelante a su hijo, deslomándose como jornalera, hasta que su vida entró en barrena porque no pudo superar el nuevo golpe psicológico que le causó el suicidio de Chiprian: el hombre con el que le había dado otra oportunidad al amor.
"Su novio se ahorcó en el baño una noche y a partir de ahí, mi madre quedó en shock, empezó a beber y a venirse abajo". Su hijo empezó a trabajar montando invernaderos en fincas agrícolas y acabaron viviendo de okupas en dos inmuebles distintos de la calle Palmeras porque el salario no daba para más. Del primero los desahució el banco y se acabaron instalando en un piso del bloque número 7 que estaba ocupado por Grigore: un compatriota rumano que ofreció alojamiento a Nina y a su hijo, Ionut.
"Grigore insultaba a mi madre, la llamaba de todo, siempre la molestaba y tuvo que denunciarle por malos tratos o por violencia doméstica para que la Guardia Civil lo echase del piso porque le pusieron una orden de alejamiento". Una vez más, Nina seguía sin dar con un buen hombre, mientras que se acrecentaba su única afición para evadirse -la cerveza- y decía adiós a su último trabajo en una empresa de El Ejido cortando flores.
"Mi madre llevaba más de un año sin trabajar", apunta el veinteañero. Ni sus peligrosas amistades de la Plaza Alcalde José Pomares Martínez, ni el ambiente decadente e insalubre del bloque en el que residía de okupa, ayudaban a Nina a dar un giro a su vida. Entretanto, el panorama de fiestas marcadas por el alcohol proseguía pasando factura a su hijo. "Yo soy un chico muy tranquilo, no fumo droga y no bebo: no me gusta eso. A veces, me sentía mal y me iba de la casa porque en ocasiones se pasaba conmigo: me echaba a la calle, pero qué iba a decir, al final era mi madre y era lo que había".
Este sábado era el 36 cumpleaños de Yolanda, una amiga de Nina. Así que la fiesta empezó en la plaza de siempre y continuó en el piso okupa donde se acumulaba la basura, las facturas de luz impagadas sumaban 2.000 euros y las de agua 500 euros, pero no faltaba cerveza y güisqui, aderezados con música folclórica rumana a todo trapo.
"Yo me fui de casa sobre las seis y media de la tarde porque algunos amigos de mi madre se emborrachan, empiezan con las tonterías y se pasan", según apunta Ionut, único testigo de este feminicidio que investiga la Guardia Civil. "No volví hasta la medianoche y me metí directamente a dormir". A esa hora todavía seguía la fiesta en el piso okupa de Nina, en el Primero E del número 7 de la calle Palmeras, y uno de los invitados que se pasó fue el indigente, de 30 años, al que los rumanos apodaban 'El Moreno' por su origen senegalés.
- ¿Qué ocurrió después?
- Me desperté al escuchar a mi madre gritar fuerte, en dos ocasiones. Eran las cinco de la madrugada del domingo, intenté salir de mi cuarto, pero la puerta de mi habitación estaba cerrada o atrancada por fuera: no podía salir. Entonces, salté desde el balcón de mi cuarto hasta la calle y llamé a la Guardia Civil para que mandasen una patrulla porque tenía miedo de lo que estaba pasando: escuché gritar a mi madre.
Cuando entraron tres o cuarto guardias civiles al piso tuvieron que darle patadas a la puerta del cuarto de mi madre porque ese hombre estaba detrás, intentando que no pasaran. Tuvieron que romper la puerta y mi madre, lamentablemente, ya había muerto. Tenía sangre en la boca.
- ¿Cómo murió su madre?
- 'El Moreno' la estranguló. Estaba a full de droga y borracho. Agredió a uno de los agentes y le lesionó la muñeca antes de ser detenido.
De hecho, fuentes de la Guardia Civil confirman a EL ESPAÑOL que este ciudadano senegalés ahogó supuestamente a la mujer después de mantener relaciones sexuales con ella. "Hasta cinco compañeros fueron lesionados en la actuación", según precisan las citadas fuentes. Una vez reducido el supuesto homicida, no se pudo hacer nada por Nina, de 43 años, porque yacía muerta en el suelo, entre la cama y el armario.
Yolanda, la amiga de la difunta Nina, corrobora la versión de Ionut que sostiene que no existía una relación sentimental entre víctima y homicida. "Nina siempre ayudaba a 'El Moreno', lo conocía desde hace seis meses", tal y como explica esta vecina de Roquetas de Mar, de 36 años. "Le daba lástima verlo sucio, buscando ropa y cosas en la basura para venderlas en el rastro". Esta mujer asegura que este indigente senegalés supuestamente estaba enganchado a la cocaína y ese pudo ser el presunto detonante del homicidio, ocurrido mientras celebraban su 36 cumpleaños.
"El sábado estábamos celebrando mi cumpleaños en el piso de Nina, había mucha gente, estuvimos bebiendo de todo y Nina le dio diez euros a 'El Moreno' para que se compase coca para fumar en base", tal y como asegura Yolanda, sobre la última vez que vio con vida a su amiga antes de marcharse del piso okupa. "Todos los rumanos se marcharon de la casa para irse de fiesta y dejaron a Nina con 'El Moreno': la agarró del cuello, la metió en el dormitorio porque quería consumir más droga, pero Nina no tenía dinero, y entonces la ahogó".
La investigación de la Guardia Civil deberá esclarecer las circunstancias en las que perdió la vida esta rumana, de 43 años. De momento, los agentes tratan de aclarar si Nina supuestamente ejercía la prostitución y sufrió un estrangulamiento tras mantener relaciones sexuales con este indigente senegalés. Su hijo lo desmiente categóricamente: "Mi madre tenía novio, no era prostituta porque la conozco muy bien y sé que no haría eso. Es muy duro que me pregunten si mi madre es prostituta y me molesta, pero tengo que decírselo a la Policía Judicial porque me lo han preguntado: les he dicho que ella no se acostaba por dinero y tampoco tomaba drogas".
Ionut se ha quedado solo en Roquetas de Mar, en un barrio marginal, en paro y sin dinero para contratar a un abogado para ejercer la acusación particular contra el hombre que le ha arrebatado a su madre, pero advierte de que siempre defenderá que recuerden a Nina de una sola manera: "Era una mujer buena, con un gran corazón, que le daba todo lo que tenía a la gente y era muy trabajadora. Ella me crió sola".