El desbloqueo de Alemania al envío de carros de combate de gran tamaño a Ucrania ha abierto la veda para que los aliados acudan en masa al llamado del presidente Volodímir Zelenski para reforzar su arma acorazada: en total, tras el anuncio alemán, se espera que una decena de países contribuyan con de cerca de 450 blindados pesados al ejército ucraniano para hacer frente a la ofensiva rusa en los próximos meses.
Entre ellos están, en un primer compromiso, 14 Leopard 2A4 alemanes, 31 M1A2 Abrams estadounidenses, 14 Challenger 2 británicos y más Leopard por parte de España o de países como Noruega, Suecia o Finlandia, los cuales todavía no han especificado el número de unidades y si, finalmente, los entregarán. Polonia, República Checa u Holanda esperan contribuir con modelos rusos T-72.
El golpe de efecto es sin duda aterrador: como en el pasado, los carros de combate tienen un fuerte efecto psicológico en la opinión pública y sobre las tropas enemigas en el campo de batalla. Pero su eficacia real en una guerra como la de Ucrania también plantea serias dudas.
EL ESPAÑOL ha hablado con dos expertos españoles y uno alemán en historia militar dedicados al estudio de los carros de combate, su evolución y relevancia estratégica a lo largo de las décadas desde su introducción, por primera vez, en la Primera Guerra Mundial.
Porque si hay un escenario al que se parece la guerra de Ucrania tras casi un año desde su inicio, es ese: el de la guerra de trincheras en el frente occidental europeo entre 1914 y 1918. En la actualidad, las posiciones parecen congeladas en el frente oriental ucraniano y no hay elementos que desequilibren el statu quo de las fuerzas.
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Los asaltos por oleadas de infantería han sido los protagonistas absolutos de batallas recientes como las de Bakhmut y Soledar. La introducción de carros de combate, sin embargo, pretende desequilibrar la balanza y romper con este estancamiento. Marcar una diferencia.
Al menos, así lo visualizan los oficiales ucranianos. Pero, realmente, ¿será así? ¿Serán los carros de combate occidentales en Ucrania una medida más política que muestre el apoyo militar del mundo libre contra Rusia? O, por el contrario, ¿serán un punto de inflexión real en el devenir de las operaciones militares?
Guerra de trincheras
El carro de combate siempre ha sido una idea latente en los ejércitos mundiales mucho antes de su introducción por primera vez en la Primera Guerra Mundial. Los romanos tenían torres móviles fortificadas con ruedas desde las que disparaban balistas. Los coreanos usaron carretas blindadas tiradas por caballos en la Edad Media. Leonardo Da Vinci diseñó otros artefactos móviles cubiertos, con posibilidad de disparar proyectiles durante el Renacimiento…
Pero pese a ser una idea lógica y presente a lo largo de la Historia -la de una plataforma móvil protegida que dispare al enemigo-, esta no entró en acción hasta la Primera Guerra Mundial.
“El carro de combate entra en acción en la Primera Guerra Mundial pero es una idea antigua. Muchas décadas antes de su primera puesta en escena ya existían las orugas para tractores, la artillería, el motor de combustión o el blindaje. Pero no se puso todo junto hasta ese momento porque no se creyó necesario”, explica el investigador Markus Poehlmann, del Centro de Historia Militar y Ciencias Sociales de la Bundeswehr (Defensa Federal Alemana) de Potsdam y uno de los mayores expertos mundiales en carros de combate.
Por su parte, Santiago José del Castillo Toquero, autor de la tesis de final de Máster en Historia Militar de la Universidad de Santiago de Compostela “La era de la incertidumbre. Visiones sobre la mecanización del arma acorazada en la caballería española del período de entreguerras”, añade:
“Los primeros prototipos de carro se fabrican en Austria en el siglo XIX. Pero hay una gran resistencia sociológica en los ejércitos, sobre todo en las armas de caballería, que temen ser reemplazadas. Por eso se retrasa su incorporación. Además, hay una razón moral: es un arma de destrucción total, que encuentra muchas reticencias”.
Con estos antecedentes, los tanques no entran en funcionamiento de forma masiva hasta la batalla de Cambrai, Francia, en 1917. En aquel momento, el frente occidental estaba estancado. Era una guerra de posiciones donde los soldados iban a morir a bocajarro, víctimas de ametralladoras y de enemigos atrincherados. Era necesario un elemento de desequilibrio que pudiera romper las posiciones enemigas, un escenario muy parecido al de Ucrania en la actualidad.
Los estrategas franceses e ingleses -impulsados, entre otros, por Winston Churchill- dieron con un monstruo metálico dotado con diferentes torretas de cañones y ametralladoras que se materializó, sobre todo, en el icónico carro británico Mark I.
“Piensa en un soldado solo, en el frío y el barro de las trincheras, escuchando el rumor creciente de un motor diésel de combustión, mucho más ruidoso que cualquier cosa que podamos imaginar, que hace temblar la tierra, que pasa por encima de las trincheras mientras dispara sus ametralladoras y es inmune a cualquier ataque”, dice Poehlmann.
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El carro se concibió entonces como un arma de apoyo a la infantería: una especie de mole acorazada que permitiese el avance de las tropas de a pie con una mínima protección frente a los nidos de ametralladoras. Fueron el Reino Unido y Francia quienes desarrollaron los primeros carros de combate, pese a la superioridad industrial de Alemania, que contaba con el sector automotriz más poderoso de la época.
“Esto se da por dos razones: primero, porque Alemania estaba en una posición defensiva. El carro de combate es un arma completamente ofensiva, con lo que no piensas en ello si tu estrategia bélica es la defensa. Segundo, porque los británicos tenían muchos menos hombres que los alemanes, con lo que dieron con la solución del carro como una forma de proteger a sus soldados, mientras que a los alemanes esto les daba igual, porque parecían tener reclutas casi infinitos que reponían una y otra vez después de que los aniquilaran en las trincheras”, explica Poehlmann.
La eficacia de aquellos carros de combate, sin embargo, fue limitada. Su introducción en la línea de posiciones como vehículo de apoyo a la infantería apenas logró resultados en el avance de la línea de frente.
“El poder del carro de combate en la Primera Guerra Mundial es más simbólico que real. Pero recuperó el mismo efecto que los elefantes de guerra persas o cartagineses: el de una bestia terrible en el campo de batalla. El carro de combate es la combinación de los elementos más arcaicos y brutales con la tecnología más moderna”, dice el investigador alemán.
La era de la velocidad
En el periodo de entreguerras, las principales naciones del mundo ponen en práctica los conocimientos aprendidos en la Primera Guerra Mundial. Ya a finales de esa contienda, los ejércitos desarrollan carros más ligeros que no se quedan embarrados en las trincheras y que son presas fáciles para las medidas contracarro que nacieron con su despliegue en la batalla.
“Al final de la Primera Guerra Mundial, todos los ejércitos principales ya desarrollan un tipo de carro de combate mucho más ligero. Priorizan la velocidad sobre la robustez, porque la clave de la guerra acorazada es la movilidad, no su potencia de fuego”, dice Poehlmann.
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“Los franceses son los primeros en desarrollar el tanque ligero en los años de entreguerras, una máquina capaz de atravesar las líneas enemigas con gran rapidez. Luego les siguen los italianos y los alemanes, que copian a los soviéticos. Los alemanes, al contrario de lo que se cree por la leyenda de los panzer pesados en la Segunda Guerra Mundial, desarrollaron primero tanques muy pequeños que pusieron a prueba en España, al igual que los soviéticos”, prosigue.
La Guerra Civil Española sería el escenario de pruebas para la nueva guerra acorazada que vendría. Se emplearon unidades mucho más ligeras, como los Fiat 3000 italianos o el Panzer I alemán, de 5 toneladas (un Leopard o un Abrams actual alcanza hasta las 60 toneladas), torretas giratorias y tripulaciones mucho más pequeñas que convirtieron a los carros en un arma decisoria en los conflictos venideros.
“En la Guerra Civil, los alemanes no aprenden muchas lecciones tácticas de cómo emplear las fuerzas acorazadas, pero sí obtienen ventajas tecnológicas sobre los soviéticos, como por ejemplo, las comunicaciones por radio entre varias unidades. Esto los hará devastadores al inicio de la Segunda Guerra Mundial con la invasión de Francia”, añade Poehlmann.
Llegada la Segunda Guerra Mundial, se aplica por primera vez la nueva doctrina militar de carros de combate basada en la acción rápida, cuyo principal responsable fue el general Heinz Guderian. Tuvo un gran éxito en la caída de Francia en la primera ofensiva alemana, conocida como Plan Amarillo. Así lo explica el experto y redactor de la Revista Ejércitos Roberto Gutiérrez:
"El carro de combate es la combinación de los elementos más arcaicos y brutales con la tecnología más moderna"
“La guerra acorazada alemana en la Segunda Guerra Mundial usa carros de combate con apoyo aéreo. Es la famosa blitzkrieg -guerra relámpago-. Se caracteriza por una gran rapidez e imita el uso de las fuerzas de caballería en siglos anteriores: envolver al enemigo y neutralizarlo rápidamente con choques directos. Los carros no se usan como vehículos de apoyo a infantería, sino como conjuntos de unidades independientes. Alemania penetró en Francia por el bosque de las Ardenas y la invadió entera gracias al rápido movimiento de los blindados como fuerza de choque”, puntualiza el experto.
Al contrario de lo que se cree en la cultura popular, los carros alemanes de la Segunda Guerra Mundial, al menos al inicio, eran ligeros y pequeños. Luego vino el desarrollo de iconos como el Tiger o el Panther, los cuales se han encargado de encumbrar numerosas películas bélicas. Pero su efectividad real fue nula.
“El Tiger y el Panther alemanes en la Segunda Guerra Mundial son carros muy grandes y tecnológicamente avanzados, pero tenían un alto coste de producción y operativo. Las películas nos han enseñado estos monstruos como parte de la leyenda acorazada alemana, pero los soviéticos y los estadounidenses, con sus T-34 y Sherman respectivamente, mucho más ligeros y pequeños, les sobrepasaron en número porque su cadena de producción era mucho más robusta. La cadena de producción y logística alemanas se vieron rápidamente mermadas por los bombardeos aliados”, añade Gutiérrez.
Guerra acorazada moderna
A lo largo de la Guerra Fría y en la segunda mitad del siglo XX, los carros de combate tuvieron una especial relevancia en los conflictos árabe-israelíes y en la Guerra del Golfo. Los israelíes emplearon carros ligeros para devastar ejércitos acorazados enteros de sus vecinos en batallas históricas como la de los Altos del Golán, aprovechando su movilidad contra las posiciones estáticas de sus enemigos. En la Guerra del Golfo de 1991, centenares de carros estadounidenses combinados con apoyo aéreo redujeron a las fuerzas de Saddam Hussein en apenas días, de forma muy similar a como lo hizo la Alemania nazi contra Francia en 1940.
“La invasión de Francia y la operación Tormenta del Desierto son los dos mejores ejemplos históricos de cómo emplear los carros de combate en la guerra moderna: una cobertura aérea que limite los riesgos y que permita a los tanques moverse y golpear rápidamente con protección. Ese es su uso ideal”, subraya Gutiérrez.
Sin embargo, en el siglo XXI, con la extensión de la guerra asimétrica en escenarios como Irak, Afganistán o Siria los carros se han usado lejos de su propósito original, en entornos urbanos o contra fuerzas de infantería diseminadas contra las que no han podido desplegar todo su potencial.
La encrucijada ucraniana
Algo parecido ha ocurrido en Ucrania, donde el contexto bélico, al principio de la guerra, pareció mostrar la obsolescencia de los carros de combate en la táctica de guerra moderna. “En la actualidad, los carros han mostrado su vulnerabilidad. En el caso de Ucrania, lo vimos en los primeros días de la guerra. Enormes columnas de carros rusos que se quedaron paralizadas sin combustible, acosadas por pequeñas unidades terrestres con misiles Javelin o ataques de drones”, dice Gutiérrez.
“Esto nos muestra que los carros sin escolta y sin superioridad aérea están muy lejos de cumplir con su propósito principal. Lo hemos visto en otros conflictos asimétricos: carros atrapados en callejuelas de Siria siendo bombardeados por lanzagranadas… Por ello soy muy escéptico con el envío de carros occidentales a Ucrania. Ucrania no tiene superioridad aérea ni se espera que la tenga, no tienen ni logística ni personal…”
"Sin escolta y sin superioridad aérea están muy lejos de cumplir con su propósito principal"
“Si a Ucrania se le suministran cazas que puedan hacer incursiones en territorio enemigo, si se protege a su población civil e infraestructura con misiles Patriot, entonces los carros pueden marcar la diferencia en tierra; si se los usa para golpear rápidamente la retaguardia… Sino, es algo más simbólico que otra cosa”, añade el experto.
“Los carros de combate modernos están diseñados para vencer en un tiempo muy breve con un gran impacto de fuerza, como en Irak en el 91. Pero el escenario actual no es el más propicio para el gran carro de combate. Su uso no será otro que el de las grandes moles de acero en la Primera Guerra Mundial, un elemento que trate de romper la línea enemiga y de apoyo a la infantería en medio de una guerra de posiciones”.
A pesar del escepticismo en el empleo de carros de combate en Ucrania, Del Castillo Toquero señala por su parte que no es un problema de este tipo de vehículos en sí mismo, sino del contexto: “También se dijo que la caballería había quedado obsoleta, pero se siguió empleando hasta la Segunda Guerra Mundial. Los sistemas de carros tienen que adaptarse a las medidas anticarro de cada época. De momento no se ha encontrado otro elemento que los sustituya en el campo de batalla y tienen un largo camino por delante”.
“El Leopard alemán y el Abrams estadounidense son tecnológicamente superiores a la mayoría de carros rusos desplegados en el escenario de operaciones. Ganarían un uno contra uno. Pero igual que sucedió con los Tiger y Panther alemanes, su coste de operatividad y mantenimiento es muy elevado, mientras que Rusia puede optar por lo que siempre ha hecho en el pasado: producir sin descanso para vencer en superioridad numérica”, concluye Del Castillo Toquero.
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