Nos aproximamos al umbral y se abren, de manera automática, las puertas de una entrada octogonal. Parece que nos vamos a adentrar en el futuro; en una nave espacial propia de una película de ciencia ficción lista para despegar hacia el espacio. Todo es luminoso, blanco y azul, con motivos estelares. Que si un extraterrestre por aquí; que si un astronauta por allá... “Así es como debe lucir la sede de la NASA en Cabo Cañaveral (EE. UU.)”, imaginamos. Pero no. Nos encontramos en la Comunidad de Madrid y, más concretamente, en un restaurante.
Un restaurante situado en Las Rozas de Madrid que persigue darle al consumidor una experiencia galáctica con un decorado firmado por Paloma Fang, una emprendedora española con origen taiwanés que ya lidera siete restaurantes por toda la autonomía. “Primero queremos consolidar nuestra posición en Madrid y ya daremos, en poco tiempo, el salto al resto de España”, se sincera mientras fija sus expresivos ojos rasgados en el reportero de EL ESPAÑOL.
Pero su físico asiático es sólo la fachada. Ella, nacida en Madrid en 1985 y afincada desde niña en la calle Huertas, es más madrileña que los chulapos de San Isidro. Ahora, no obstante, quiere redescubrir a los españoles el mundo asiático a través de la gastronomía. Lo ha hecho en cada uno de los seis restaurantes que ha abierto desde 2016 con Bellaciao, el grupo que dirige. Y lo quiere volver a hacer ahora con Runni Space, el nuevo restaurante con el que quiere llevar al consumidor al espacio desde 14,95 euros por comensal.
Nada más entrar, también llaman mucho la atención los asientos del local. Son plateados, simulando los que puede tener una nave espacial. Es parte del decorado y de la propuesta integral del restaurante que, al menos en nuestro caso, nos ha recordado al Pizza Planet de Toy Story, porque el espacio es el protagonista de todo. Hasta de la comida, que llega al comensal a través de una doble cinta giratoria que recorre todo el local trasladando los platos. Ah, ¡y el camarero de las bebidas es un robot!
–Paloma, ha abierto varios restaurantes con temáticas asiáticas, pero ninguno tenía al espacio como protagonista. ¿Por qué es así la decoración de Runni Space?
–Pese al éxito que están teniendo los demás restaurantes, lo fácil para mí hubiese sido copiar y pegar el modelo. Pero no. A mí me gusta hacer cambios y que cada comensal viaje a un lugar distinto cuando entre a uno de los restaurantes. Y, en este caso, como la comida que ofrecemos no sólo es asiática, sino también española o mexicana… pues era difícil decorar el restaurante con motivos de algún país concreto. Así que pensé que al ser un restaurante de comida internacional, el espacio sería algo común a todos los países.
Conexión Madrid-Taiwán
Aunque Runni Space es la novedad, lo cierto es que Paloma Fang se ha desarrollado bastante en el mundo de la hostelería desde que abrió Ninja Ramen, su primer restaurante, en 2016. Desde entonces, el grupo Bellaciao no ha hecho más que crecer y, por ejemplo, de 2021 a 2022 la facturación tuvo un crecimiento del 162 %, según los cálculos realizados por este diario.
Un incremento exponencial a juzgar que Paloma, hija de hosteleros, siempre intentó alejarse de la hostelería. “Mis padres se dedicaron a la hostelería toda la vida y me parecía un mundo muy duro. Yo quería tener vida y, por eso, intenté hacer otras cosas, a pesar de haber crecido en su restaurante de la calle Huertas”, se sincera Paloma a este periódico.
Y es que los padres de Paloma Fang, de origen taiwanés, fueron de los primeros inmigrantes procedentes de Asia, al menos en el último periodo democrático que ha vivido España. Fue en la década de los 70 cuando su madre, Fei Cheng, y su padre, Xi Ming, llegaron a este país desde Taiwán para labrarse un mejor futuro. Eso sí, cada uno por su lado y sin conocerse. Ella estudiaba “en una universidad con las monjas” y él buscaba trabajo, hasta que se conocieron, enamoraron y tuvieron dos hijos: Paloma y Enrique.
“A ellos les apasionaba Madrid, por eso decidieron quedarse, pero cuando tenía tres años les empezó a preocupar que cuando me hablaban en mandarín, siempre contestaba en español. Al parecer, yo lo entendía todo, pero no lo hablaba. Así que para practicar el idioma decidieron enviarme a estudiar a Taiwán de los tres a los 15 años. Era también una manera de conocer mis otras raíces”, expresa la empresaria.
Tras su vuelta a España, rozando los 2000, Paloma Fang terminó sus estudios de secundaria y todos los fines de semana “ayudaba en el restaurante de mis padres, que se llamaba Shaolin”, dice. “Era el típico restaurante chino en el que hay rollitos de primavera, arroz tres delicias, pollo al limón, etc… Comidas que realmente no son de China, pero que sirvieron a los primeros hosteleros chinos en España introducir su gastronomía. Pero es una adaptación. Yo ahora lo que persigo es enseñar la gastronomía de verdad de China, Japón, etc.…”, añade.
Pero antes de iniciar ese proyecto, Paloma Fang, aún alejada y renegando del mundo de la hostelería, se formó en “diseño de calzado y moda en Elche (Alicante)”. Allí llegó a emprender con una marca de zapatos llamada Mismi, “por la que tuve que viajar mucho entre China o Taiwán y España, para conseguir ideas y proveedores”, rememora. A eso se dedicó desde 2006 hasta 2013, pero la emprendedora pronto tuvo que tomar la decisión de apostar por la hostelería.
Siete restaurantes
Esta decisión llegaba aparejada con la jubilación de sus padres, que le insistían en heredar y seguir con el restaurante que regentaban. “Pero no me convencía que en 30 años las cartas de los restaurantes chinos fueran todas iguales, y los decorados, siempre rojos, también. Por ello me animé a abrir el primer restaurante asiático, pero cambiando el concepto, para que los consumidores de España conocieran la verdadera comida asiática”, dice.
Así nació Ninja Ramen, emulando a una izayaka –taberna tradicional japonesa– cuando el plato japonés aún no estaba de moda y Paloma, para promocionarlo, decía que era como “un cocido japonés”. Empezó a venderlo y aunque hubo que esperar hasta 2020 para la apertura de un segundo restaurante asiático, luego cayeron en cascada hasta llegar a los siete. “Aunque nos gustaría acabar el año con dos aperturas más”, informa Paloma.
“A diferencia de muchas personas, a nosotros nos vino bien la pandemia, porque abrimos un restaurante de sushi con cintas japonesas de toda la vida que llevan la comida a los comensales. La gente pensó que era una propuesta para evitar el contacto entre los camareros y los clientes, ya que había mucho miedo por la Covid. Los cocineros ponen los planos en las cintas que los trasladan por todo el restaurante y cada persona coge lo que quiere comer en su mesa. Eso lo hemos hecho en más restaurantes”, explica.
Es el caso de Runni Space, que para continuar con la experiencia sideral, dos cintas –una sobre otra– llevan los 200 platos de comida internacional por todo el local. La de arriba, cerrada en un cubículo a 36 grados, traslada los platos calientes, y la de abajo, en otro espacio a cuatro grados, los fríos. Todo ello es un suma y sigue para que el consumidor viaje a Japón para ver la tecnología gastronómica; y para que el comensal viaje al espacio pagando entre 14,95 y 21,95 euros –en función de día y hora– por menú.
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