Hagamos un ejercicio fuerte de imaginación. Como si fuéramos novelistas. Como si la realidad fuera plastilina en nuestros dedos. ¿Preparados? Recuerden sus diez años. Están un día cualquiera en la escuela. Vuelven del recreo, entre frenéticos y sudorosos. Han estado jugando al fútbol, al escondite, han escalado. Han estado enamorándose. Han estado proyectando su futuro, tirando paredes para ensanchar el mundo que les espera.

Cuando el timbre suena y toca regresar al aula, buscan una sombra de amargura, algo que les rebaje la euforia: un examen a última hora de la mañana o la próxima entrega de notas. Y, de pronto, advierten que no tienen nada que temer. En el colegio al que ustedes acuden no hay exámenes ni boletines de calificaciones. Despierten de la ensoñación, y sepan que no, no han estado escribiendo una novela distópica: en el colegio Trabenco de Madrid llevan 50 años siguiendo este método. Y les funciona.

Eso es al menos lo que se infiere de las carreras que han desarrollado muchos de sus alumnos. En EL ESPAÑOL hemos hablado con cinco de ellos: tres hombres y dos mujeres que han triunfado en las más diversas disciplinas y que no hicieron un solo examen hasta que tuvieron 13 años. Así recuerdan ellos su paso por el colegio Trabenco, que cumple ahora 50 años.

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Isaac Martínez, bailarín y formador

Durante muchos años, Isaac se dedicó a la danza profesional. Fue miembro de la compañía de danza de Leganés y del Ballet de Cámara de Madrid, con los que participó en montajes como Sylvia, la ninfa de Diana. Ahora sigue bailando, y es también formador en Google: trabaja en Irlanda impartiendo el onboarding, como lo llaman en la compañía, a los empleados nuevos de Oriente Medio, Europa y Asia.

Isaac. Cedida

"Es la formación inicial en la que se enseñan los valores de la empresa, los productos publicitarios de Google, y algunas técnicas de venta para los comerciales", cuenta a EL ESPAÑOL desde Dublín. Isaac también da clases de Comunicación y Storytelling en el Instituto de Empresa de Madrid, y tiene la carrera de Derecho y Ciencias Políticas.

Isaac gasta, por tanto, dos facetas laborales. Y encuentra las raíces de ambas en su educación elemental: "Todo empezó en Trabenco. Tanto la parte de la comunicación como la creativa. Por un lado, una de las cosas que recuerdo con más cariño es la importancia que se le daba al teatro: hacíamos producciones muy grandes para ser un colegio tan pequeño y tener tan pocos recursos. Así que el primer musical de mi vida lo hice en quinto de primaria, fue la primera vez que bailé en un escenario".

El montaje que Isaac y sus compañeros prepararon entonces fue Cantando bajo la lluvia: "Un compañero se subía a unas escaleras, me tiraba agua con una regadera, y yo abría el paraguas y empezaba a cantar y bailar". La experiencia dejó un poso tan profundo en el bailarín que ya nunca más se apartó de la escena: "Era un entorno muy seguro, no había jueces y eso favorecía mucho el hecho de salir y probar algo diferente, de atreverse".

Con esa misma edad, empezó también a formar a otros, tal como hace de adulto. "Nos dejaban proponer ideas, y uno de los proyectos que se me ocurrió con diez u once años fue enseñar cosas a las clases más pequeñas. Lo prepárabamos y luego íbamos a infantil o primaria. En esa época habíamos descubierto que mi hermano pequeño era celíaco (nadie sabía por ese entonces lo que eso significaba), y yo creé un teatrillo con títeres para explicar en qué consistía: estaba el gluten bueno y el gluten travieso, y este hacía daño al intestino".

La experiencia arraigó también en la personalidad de Isaac, por los frutos que dio: "Y yo creo que gracias a eso todo el colegio, también niños muy pequeños, terminaron sabiendo lo que era ser celíaco y por qué no le podían ofrecer a mi hermano pan, por ejemplo".

Además de dar libertad a los alumnos y buscar que cada uno desarrolle hasta donde desee sus capacidades personales, lo que más llama la atención del colegio Trabenco es que entre sus muros no se hacen exámenes ni se entregan notas a final del trimestre.

Isaac.

Y esto, que para el resto de la sociedad resulta insólito, es simplemente lo normal para quienes han estudiado allí: "Como no conocía otra cosa no lo echaba en falta. Lo más importante no era sacar un 10, se le daba más importancia al proceso que al resultado", aclara el formador.

Y eso no quiere decir que no se cumpliera con el programa curricular: "Teníamos clase de matemáticas, estudiábamos minerales, inglés, lengua… Yo recuerdo todas esas cosas muy bien. Lo que no recuerdo es estrés, que luego en el instituto sí lo tuve, me daba un tic en el párpado derecho ante los exámenes".

Y, si no existían los exámenes como tal, ¿cómo se verificaba que los alumnos estuvieran adquiriendo los conocimientos necesarios? ¿Cómo se podía certificar aquello de que progresaban adecuadamente?

"Las notas serían lo equivalente en el siglo XXI a una sesión de coaching, pero para niños. Hacíamos tutorías para analizar las fortalezas, aquellos aspectos en los que brillaba cada uno, y luego estaban las oportunidades de crecimiento. El enfoque siempre era ‘aquí tienes una oportunidad de crecer y mejorar esto, esto y esto’. Yo no lo recuerdo con pavor o estrés, de hecho casi ni lo recuerdo, fíjate qué poco me intimidaban", rememora.

En el colegio Trabenco se sigue haciendo así: cada alumno toma la palabra ante sus compañeros y el profesor y se analiza a sí mismo, con ayuda del resto. "Esa autorreflexión me parece importantísima, de hecho en Google usamos esa herramienta al dar feedback: siempre preguntamos primero ‘qué crees que has hecho bien’ y ‘qué crees que podrías hacer diferente’.

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Que la crítica no solo venga de la figura de autoridad me parece súper útil", remacha el formador. Desde este presente, cuando visita con el recuerdo sus años en el colegio, saca otra conclusión clara: "El que hubiera tanto espacio para la creatividad y para las relaciones interpersonales me ha marcado muchísimo, y creo que he conseguido algunas de las cosas que tengo gracias a tener ese pensamiento out of the box, creativo, no encasillado".

Susana García

"En mi carrera es bastante sencillo de explicar el poso que Trabenco dejó en mí", comienza explicando Susana García a EL ESPAÑOL. En su caso, de las múltiples y muy variadas actividades que el colegio donde se formó realiza, le marcaron especialmente las salidas al campo. Lo que ellos llaman "ir de albergues".

Susana García.

Una semana completa antes de Navidad y otra antes del verano, los alumnos conviven en plena naturaleza: "Pasábamos muchas horas averiguando qué árboles veíamos, estudiando qué es la fotosíntesis, qué es un bosque, qué es un río, qué es una pradera, informaciones geológicas… Y había mucha parte de actividad física en la naturaleza: caminábamos horas por el campo. Eso, aparte de favorecer un estilo de vida saludable, también suponía un acercamiento a la naturaleza que los niños de Leganés no teníamos", explica la bióloga.

De aquellas experiencias, Susana desarrolló su "necesidad de estar en contacto con la naturaleza en la vida adulta" y su máxima pasión: disfrutar del entorno natural con su familia y su gente cercana. El último proyecto en el que ha trabajado con el departamento de Ecología de la Universidad Autónoma de Madrid la ha llevado a Andalucía y Galicia, donde ha estado evaluando junto a sus compañeros el efecto de la pesca en áreas protegidas.

"Ahora viajo menos desde que tuve a las niñas, pero sí, he viajado mucho y he pasado muchas horas navegando, y para eso también me han venido muy bien mis aprendizajes trabenqueros: allí se desarrolla la capacidad de adaptación, la resiliencia, la capacidad para improvisar y para convivir, para responsabilizarte de tus cosas…".

De alguna manera, Susana cree que el trabajo que realizó de pequeña y el actual siguen líneas paralelas: "El aprendizaje a través del descubrimiento, esto es también lo que yo ahora hago de adulta, solo que ahora las matemáticas son un poco más difíciles", dice con simpatía.

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Además, Susana es profesora en CIS Endicott, una facultad adscrita a la universidad de Boston, y también en su faceta docente aplica técnicas aprendidas en su infancia: "Yo no me veo como una figura de autoridad, sino como una persona con más experiencia y conocimiento y que intenta transmitirlos. Y esto viene de Trabenco, donde los profesores ponen a tu alcance los métodos necesarios para que tú hagas el descubrimiento y elabores el aprendizaje".

Por eso, durante sus clases, Susana invita a sus alumnos a que levanten la mano y discutan sobre la materia que están tratando: "Pero me tienes que traer detrás de tu opinión la ciencia que lo demuestre, no trabajamos sobre opiniones infundadas, nuestro conocimiento se tiene que soportar en unas bases sólidas. Yo te voy a ayudar a elegir las fuentes que tienen el rigor necesario, y a partir de ahí trabajamos juntos", añade.

Sobre la ausencia de notas y exámenes, la investigadora refiere lo mismo que Isaac: "Para mí lo sorprendente era que alguien dijese ‘he tenido un examen’. Que mi primo no pudiese ir el sábado a la montaña porque tenía que estudiar para un examen.

Y lo de las notas era curioso. Mi primo me decía: ‘¡He sacado un 9!’. O me preguntaba si yo sabía hacer una cosa u otra, y yo no entendía esa forma de comparar conocimientos, para mí no tenía ningún sentido. ¿Qué era un 9? ¿Significaba que había aprendido muchas cosas? ¿Que le quedaba mucho por aprender?".

Otra particularidad del centro es que sus alumnos no cargan pesadamente con diez libros de texto propios. Y eso no quiere decir que no tengan a su disposición todos los ejemplares que necesiten, tal como recuerda Susana: "Teníamos bibliotecas de aula bastante bien equipadas, además de biblioteca de centro. Había libros informativos, libros que usábamos para nuestros proyectos de investigación. Había enciclopedias generales, específicas, manuales técnicos, colecciones con recortables sobre ciencia y naturaleza, la enciclopedia de Félix Rodríguez de la Fuente... En Trabenco había y hay muchísimos libros".

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La bióloga y docente habla en presente porque sus dos hijas acuden al colegio Trabenco hoy día. Una de ellas está muy interesada "por los robots y la ciencia", y también tiene prendida la mecha de la curiosidad: "Me dice siempre que quiere aprender más, ver más. Me pregunta ‘¿hay alguna peli? ¿Hay algún libro? ¿Podemos ir a algún sitio?’. En Trabenco nos enseñan que podemos quedarnos en lo mínimo o llegar hasta donde queramos".

Jesús Ramé

También Jesús Ramé, montador de cine y televisión, doctor en Filosofía y profesor de la Universidad Rey Juan Carlos, optó por llevar a sus dos hijas al colegio donde felizmente estudió. Su hija pequeña está ya en el instituto, y la mayor cursa la carrera de Bellas Artes en la universidad: "Lúa siempre me dice que la universidad se parece más a Trabenco que el instituto, por el hecho de ser una carrera muy artística y muy práctica", explica Ramé, a lo que añade: "Siempre ha habido un mito sobre el nivel del cole, pero vas a encontrar un montón de gente que ha hecho su carrera universitaria sin ningún problema, y muchos de ellos brillantemente".

Jesús Ramé.

Él, sin ir más lejos, es doctor en Filosofía. Y aunque su carrera la ha desarrollado en cine y televisión, además de como docente, dice que no sabe aún si ha encontrado su vocación, pues no cree que esta sea única: "Yo en realidad no me desintereso por nada, lo que pasa es que solo tengo una vida", comenta entre risas.

La curiosidad indómita también le caracteriza. En el cine ha montado el cortometraje Éramos pocos, que fue a los premios Óscar, y documentales nominados a los Goya como Contra el tiempo y Un cineasta en La Codorniz. Ramé ha trabajado también en algunas series: El auténtico Rodrigo Leal y, más recientemente, una docuserie sobre Rosa López. Y sí, como le sucedió a sus compañeros, su pasión -en este caso por el celuloide- también despertó en las aulas de Trabenco.

"Recuerdo dos cosas que influyeron de alguna manera: un día vino un antiguo alumno y nos puso en un proyector de 16 milímetros El maquinista de la general, y nos habló de la película. Yo pensé que me conformaría en mi vida con poder hablar de algo con la pasión con que él nos estaba hablando de la película". El otro recuerdo que atesora el montador se rodó en Súper 8, ¿recuerdan? "Hicimos fotomontajes con la técnica stop motion y con muñecos articulados de madera que habíamos hecho nosotros mismos". En otra ocasión rodaron una fotonovela llamada El anillo de los nibelungos. Por imaginación no era.

"Y Trabenco me ha influido en otro sentido mucho más, y es el de valorar el trabajo en equipo, que me ha servido mucho como montador: tenemos que ser personas que escuchemos mucho y que estemos ahí como soporte del director", reflexiona el editor y profesor.

Dentro de su faceta como docente, da clases en el departamento de Comunicación y Publicidad, y la pregunta que les hace a sus alumnos y se hace a sí mismo ante infinidad de cuestiones es siempre la misma: ¿y por qué no? "Es algo que se me quedó mucho del cole. Es una clave en mi vida, estar abierto siempre a las posibilidades. En el cole te abrían la cabeza completamente a cosas que no estaban en tu cotidianidad".

La lectura también ayudaba a ello. En el colegio Trabenco cada jornada se inicia con media hora de lectura libre: "Nosotros la lectura la teníamos normalizada, no era un esfuerzo". Para Ramé, el valor principal del centro en el que estudió él y más tarde sus hijas es que compensa, de algún modo, las desigualdades sociales: "La mayoría de los que estábamos en el colegio éramos hijos de obreros, que no tenían formación académica, así que el colegio nos abría un campo que no hubiéramos obtenido en otros sitios".

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Otras anécdotas que trae a la memoria demuestran que la forma de conocimiento siempre era práctica. Por ejemplo, para estudiar Trigonometría, esa ciencia cuyo simple nombre a muchos pone los pelos de punta, calculaban "la altura de los árboles del cole en función de su sombra".

Y siempre acudían al lugar donde el conocimiento residía: "Si teníamos que estudiar los griegos, íbamos al museo, o si estabas estudiando una corriente artística y había una exposición, íbamos a esa exposición. Todas esas herramientas las he llevado toda mi vida. Te estoy hablando de los años 80 y 90, parece que ahora la educación tendría que ser muy avanzada, y es peor que entonces: por hijos de otros amigos sé que no hay más que deberes y exámenes. Si eso funcionara, seríamos una elite".

Paqui Cuenca

Paqui Cuenca es médico hepátologa en el hospital Clínico de Madrid, pero esperando la cola para entregar el formulario de solicitud de acceso a la universidad, estuvo en un tris de optar por Bellas Artes. También estudió en el colegio Trabenco, y también lo hacen sus dos hijas pequeñas. "El método científico lo aprendí en el cole, y las Bellas Artes supongo que me venía por la cantidad de creatividad que se hacía", comenta desde su despacho en el hospital, en una tregua de su ajetreada jornada laboral.

Paqui Cuenca.

Al hablar sobre el centro, la médico afirma que está cansada de que se cuestione su método educativo. Aunque no haya notas, dice, hay una forma más efectiva de evaluar los conocimientos de los alumnos: "Sí que había una evaluación sobre cada una de las asignaturas delante de la clase, y una exposición diaria mediante trabajos. Cuando expones un trabajo a una clase se está evaluando si lo sabes o no".

Para favorecer la transición al instituto, explica, en octavo de E.G.B. (el último curso que oferta el colegio Trabenco, el equivalente a día de hoy a segundo de la E.S.O), les hacían exámenes de muestra para que supieran cómo había que responder ante ellos.

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¿Cómo es ese paso del colegio al instituto para un alumno que no ha tenido nunca notas ni exámenes? "Era más sencillo en el sentido de que te tienes que aprender las cosas de memoria, lo que entra, así que te lo aprendías y ya. Yo no tuve problemas a nivel académico, pero recuerdo únicamente dos profesoras buenas del instituto, mientras que del colegio me acuerdo de todos, con nombres y apellidos, los puedo llamar y los sigo llamando", afirma Cuenca.

Cuando entró en la universidad, a la entonces estudiante de Medicina le sorprendió el tono con el que el rector se dirigió a todos los alumnos: "Nos dijo desde el principio ‘esto es el comienzo de la competición’, y mi comentario en ese momento tal cual fue ‘esto no me lo enseñaron en el cole, a mí me enseñaron a trabajar en equipo, somos un colectivo y nos tenemos que ayudar’. Y así es cómo estudié yo en la universidad, yo nunca vendí mis apuntes, como hacían algunos compañeros", dice mientras ríe.

"Yo entré en el 79, y estuve hasta octavo. Recuerdo que la música, el teatro y la poesía estaban siempre presentes. Hacíamos muchas obras de teatro para aprender, una de ellas fue un homenaje a Jorge Guillén, Blas de Otero, Santa Teresa de Jesús y Fray Luis de León. Y todos recordamos el bolero de Ravel, porque era nuestra música de fondo cuando aprendíamos a coser o hacíamos manualidades", recuerda.

La experiencia de sus hijos ha sido igual de grata que la suya: "Siempre los he visto muy felices, ellos siempre han tenido ganas de ir al cole. Y yo estaba deseando también que terminara el verano para que empezara el cole". Ah, desear que terminen las vacaciones para ir al cole… ¿Se imaginan?

Sergio Lucena

Sergio es ingeniero superior informático y trabaja como responsable en una empresa de servicios "llevando todo el tema de sistemas y comunicaciones". Él entró en el colegio Trabenco en el año 86, con cuatro años, y cursó la E.G.B. completa hasta octavo.

Sergio Lucena.

Como el resto de los testimonios que figuran en este reportaje, su paso por un colegio tan singular marcó su vida y su carrera. "La asignatura de Tecnología era mi favorita. Tenía un profesor, Paco, al que yo le decía que quería ser inventor; y al final me hice ingeniero, que más o menos va por ahí. Paco nos enseñó a hacer estructuras con un folio: hasta coches hacíamos con ello. A mí eso me volvía loco", recuerda con cariño.

De entre todos los recuerdos que le afloran cuando piensa en su etapa escolar, Sergio relata el día en que a sus compañeros y a él les dijeron que habían encontrado una máquina del tiempo y que entre todos debían decidir a qué periodo de la historia querían viajar a bordo de ella. "Al final, como la máquina fallaba, en vez de ir nosotros venía una persona de esa época a visitarnos, y le podíamos hacer todas las preguntas que tuviéramos, todo lo que quisiéramos saber. Un año vino un romano vestido de romano. Otro año, los vikingos".

Aquellas actividades no se limitaban a la anécdota: la idea era elegir un tema y abordarlo en profundidad: "Pasábamos una semana a lo mejor viendo Roma, si es lo que habíamos elegido".

La educación en Trabenco es específica y permite desarrollar las inquietudes particulares de cada niño. Y no solo eso: hasta los castigos, explica este ingeniero informático, son ad hoc: "También te castigaban si te portabas mal, y una vez nos castigaron haciendo divisiones, pero no ponían el mismo castigo a todos. Mi madre fue a preguntar por qué a mí me habían puesto una división de muchas cifras, más complicada que la de otros niños, y le dijeron: 'Claro, es que si a tu hijo le pongo una de cuatro cifras la hace en dos minutos y se va, eso no es un castigo'".

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En la época en la que Sergio estudió en el Trabenco todo el colegio se cruzaba mensajes en una suerte de Whatsapp tecnológico: "Había un buzón de correspondencia y podías escribir una carta a cualquier persona del colegio, tanto profesores, alumnos, trabajadores del comedor… Un día a la semana se repartían las cartas a quien correspondía. Yo tengo guardadas un montón y viéndolas el otro día para el aniversario me partía de risa".

Tan feliz fue este responsable de sistemas de comunicación que también ha optado por esta educación para sus hijos: "Tengo un niño de cuatro años que entró el año pasado, y una de dos que entrará el que viene. En toda mi vida no he contemplado otra opción que llevarlos al Trabenco: porque veo que es especial, y bueno".

A pesar de sus bondades, Sergio ha tenido también que lidiar con comentarios suspicaces sobre la forma en que se educó: "A veces me preguntan cosas como si fuera un bicho raro. Yo lo había vivido con mucha naturalidad, pero me he dado cuenta de que hasta en la carrera de Pedagogía se ha estudiado este sistema. ¿Tan extraordinario es?", se pregunta.

Y quiere dejar claro que, aunque en ocasiones se les haya tildado "de hippies", la enseñanza impartida en el centro no tiene nada que ver con la política: "Es un poco la impresión que da, pero yo te prometo que salí del colegio sin saber lo que era la izquierda o la derecha. No es un tema político, es un tema simplemente de educación".