Hagamos la prueba. Si alguien grita: “Ama, ama, ama”, ¿Cuál será la respuesta? Para unas cuantas miles de personas, seguidores de Extremoduro en cualquier época o simples vástagos de los noventa, la continuación está clara: “Y ensancha el alma”. Esa exhortación, convertida en himno generacional o en dedicatoria de carpeta, tiene un autor y no es Robe Iniesta, líder de la banda que lo berreaba. Se llama Manuel Muñoz Sánchez, más conocido para el público roquero y para sus paisanos como ‘Manolillo’ Chinato.
Creador de esos versos que repartían amores, lágrimas y sonrisas, este poeta de 70 años es también ganadero y hostelero jubilado. Un ser dual que vive entre una finca plagada de robles y un piso de Puerto de Béjar (Salamanca), donde también montó un garito de nombre inequívoco: Chinato’s Bar.
Dos ambientes, ambos rurales, por los que transita su carácter dividido: aunque reside en esta localidad salmantina, se considera más extremeño que castellano. Y aunque su apodo resuene entre grupos acostumbrados a mover la melena entre la muchedumbre, él se limpia la fama con el céfiro de la dehesa.
“Soy popular y eso me alegra. Pero no es orgullo, es estar contento, salir sonriente, con los brazos abiertos”, resume Chinato en una de las mesas que suele colonizar cada vez que entra a lo que fue su local, llevado ahora por una pareja de Madrid. Allí es una eminencia: saluda a quienes atraviesan la puerta seccionada de lo que era un establo, pide chupitos o botellines a golpe de barbilla y reparte su obra en libros que se venden tras la barra, carteles de su gran éxito musical o poemas escritos a mano y clavados sobre el antiguo abrevadero.
Y, a pesar de todo, tiene una cosa clara: “Nadie es poeta, ni profeta, en su tierra”.
Pero tal afirmación no es del todo cierta. A Chinato -apéndice de pensiones o categorías fiscales aparte- se le considera un trovador en medio mundo. Más allá de lo que uno puede imaginar desde esta localidad con una población censada de 370 habitantes. Aunque su currículo formal imprima sus hazañas con las vacas o caballos de su padre y las eternas madrugadas sirviendo copas antes de un retiro con la cuantía mínima, en el acervo colectivo se le trata reverencialmente, rindiéndole pleitesía como “eterno viajero de sueños e ilusiones”.
Manolillo Chinato ha recitado arriba de escenarios con las mayores bandas nacionales. Y se ha bajado al ruedo del tirar cañas y servir raciones congregando a fieles que se aproximaban con vergüenza. Porque, como repite en diferentes ocasiones, la gloria le ha tendido la mano y él se la ha quitado.
¿Cómo ha sido ese cortejo? Habría que volver unas décadas atrás. A ese punto de inflexión en el que cedió su nombre legal y adoptó con satisfacción el artístico. A Chinato se le apoda así por el mote que cargaba su abuelo. Procedía de un peculiar (y malintencionado) gentilicio de los residentes en Malpartida de Plasencia, que portaban un sombrero de ese tipo. Además, el hijo de Domingo Muñoz y Josefa Sánchez (oriundos de Béjar, en Salamanca, y Serradilla, en Cáceres) formaba parte del clan de “los manolillos”. “Tomé ese apelativo con honra”, expresa quien ya vislumbraba otros derroteros vitales lejos del cauce establecido. En la escuela no aprieta, pero sí se le conoce por otras aptitudes, como su destreza en el toreo o el eco de su mayor virtud: la golfería.
Va alterando lo académico por lo callejero. Y mientras amanece para pasear las recuas o se deja caer en tabernas y festejos, anota sus pulsiones en paquetes de cigarros, cartones de embalaje o servilletas que atestiguan la verbena. Lo apunta para él, sin pretensiones. Lo hace, quizás, para mantener esa dualidad de su identidad: por fuera, sostiene, es recio; por dentro, clama contra la miseria o muestra esa soledad o ese frío abrazado a su cuerpo.
Su encuentro con Robe
Hasta que saltan los fusibles, a finales de los ochenta. Sale por la cercana Hervás -“de borrachera”, matiza- y se topa con Robe Iniesta. Es de noche, el alcohol lubrica las emociones y Chinato se lanza con ese “quisiera que mi voz fuera tan fuerte” que ahora es imposible parar en seco y no apostillarlo con “que a veces retumbaran las montañas”. El músico lo invita a su concierto del día siguiente, donde repite el endecasílabo. Y empieza a forjarse una amistad de tú a tú. Del letrista canalla que le ponía un vulgar apellido a Jesucristo al hierático ganadero de alma ronca.
Y hablan no solo de compartir estrofas, sino de conjugarlas con unos acordes. Por aquel entonces, Extremoduro andaba de gira con Platero y tú. A lo largo de cinco años, van grabando con él los líderes de ambas bandas, Robe Iniesta y Fito Cabrales, con el guitarrista compartido, Iñaki ‘Uoho’ Antón. El resultado, su “poesía básica” repartida en nueve canciones y rubricada bajo el rótulo de la fusión: Extrechinato y tú.
El disco vende más de 50.000 copias, una barbaridad incluso para una época sin plataformas y con el temido ‘top manta’, e inaugura un nuevo estilo. Es 2001 y el cambio de siglo aún promete dividendos. Manolillo Chinato cruza de punta a punta la península para intercalar sus enunciados entre los del autor de ‘So payaso’ y los del de ‘Soldadito Marinero’. Hacen muy buenas migas, de las de tratarse como “hermanos”. Y sus discípulos, como Marea o La Fuga, le piden alguna colaboración.
Sigue el runrún. Acude de vez en cuando a algún espectáculo, filma videoclips y deja que sus palabras brinquen de oreja a oreja o de tuit en tuit, adaptándose a los tiempos. Publica un par de libros (‘Amor, rebeldía, libertad y sangre’, de 2003, y ‘Poeta no quise ser’, de 2017) y se dedica al bar -donde se escuchaba lo que a él le “salía de ahí mismo”, subraya- o a la vida de campo.
Pasan las estaciones con esta plácida rutina. A Chinato le piden colaboraciones, le adulan con entrevistas en medios o le piden fotos en ese antro marcado con su impronta. A principios de este año, por ejemplo, se presenta un libro sobre su figura: ‘Poesía básica. Extrechinato y tú ensancha el alma’, del periodista Javier M. Alcaraz y editado por Efeeme. El autor explica por teléfono, sin desvelar anécdotas, que es una búsqueda sobre el germen de aquel álbum y define a Manolillo como “un ser maravilloso, sensible, gracioso y canalla”. Este admirador recomienda dejar que la charla con el poeta deambule por rumbos sin guión. Porque él no es una estrella al uso y se aleja de los focos, como manda su naturaleza indómita y como demuestra conduciendo un antiguo Seat Panda de rojo cuarteado por trochas que fueron tramos de la romana Vía de la Plata.
El poeta sabe, además, que muchos periodistas o curiosos se le acercan no por sus rimas, sino por su relación con Robe Iniesta, siempre huidizo para los medios. “Vienen a entrevistarme a mí y me preguntan por él”, protesta, dando carpetazo al asunto. Más adelante, sin embargo, hablará distendidamente sobre los últimos vaivenes de Extremoduro o sobre sus múltiples llamadas tanto al exlíder de la banda como a Uoho, el guitarrista. Comenta por encima el juicio al que se enfrenta Iniesta por cancelar la gira y ser acusado de difamar a la productora, camina de puntillas sobre la ruptura de una férrea y duradera amistad o masculla que con Fito ha dejado de tener contacto. Pero prefiere que todo quede al margen.
“Aquí encuentro mi libertad y sosiego”, resume en la cima de un terreno con tres hectáreas. Sopla el viento al que tanto menciona y se adivina ese suelo agrietado de manantiales sobre el que se asienta la zona. Ha levantado lo que él llama “su chiscorzo”, con una mesa de nogal, una chimenea y un enorme ventanal. Aquí compone basándose en sus propios impulsos. “No sé lo que es un adverbio, pero escribo galopando”, ilustra.
Inicia cada obra con un martillazo. “El primer verso tiene que meterte dentro”, teoriza quien no quiere ser filólogo ni musicólogo ni nada que le ate a una categoría. “A veces me marco 20 versos en diez minutos”, presume. Apenas retoca y apenas se fija en otros. Si acaso, en algo de Juan Ramón Jiménez, de Antonio Machado, de Miguel Hernández, de Federico García Lorca o de José María Gabriel y Galán, al que le dedican el embalse más próximo.
“Comencé a los 16 o 18 años por amor. Luego explotó por desamor”, rememora. Las mujeres le inspiran. “Cuando estás con alguna, escribes por su compañía. Si no, por su ausencia”, cavila. Ahora no le coge “la chicha” a ningún texto. “El duende me tiene abandonado. No me apetece”, confiesa dentro de estas cuatro paredes apenas adornadas por regalos de sus allegados donde solo distrae sus pensamientos con algún pasodoble, su estilo favorito: “Es la música de mi infancia, de los toros”.
Fuera, con un tempranero clima primaveral, otea el horizonte desde una mesa erguida a partir de la rueda de piedra de un molino. Siempre le acompaña Domingo Serrano, amigo desde la infancia que se ha pasado la vida al volante de un taxi en Madrid. “Me volví en cuanto me jubilé. Aunque a Manolillo le he llevado siempre de un sitio a otro”, indica a sus 73 años, acordándose de ‘bolos’ por Bilbao, Cádiz o Barcelona.
Tampoco se separa su mujer, Ana Isabel Domínguez, de 49 años. Ambos trabajaban en el bar y terminaron juntos. “Me atrapó”, bromea él. Ella atiende risueña y generosa, vacilándole por sus costumbres o veredictos. Ahora tienen una hija de 28 años. “Es más rebelde que yo”, dice Chinato mientras se arranca con su lírica: “Que no quiero ser tanto / quiero ser un poco de sol y un poco de noche / quiero ser viento y calma, tormenta, lluvia / y olor de tierra mojada”. Cada poema lo complementa con un manotazo y exclamando algún improperio, un “¡cabrones!” o un “¡a tomar por culo!”.
Manolillo Chinato cuenta también cómo le han pedido firmas algunas fans de Latinoamérica que acuden como feligreses al bar. David y Noelia García González (“nos apellidamos igual, cosas del destino”, bromean) se han hecho cargo del negocio desde hace un año y medio. Ambos confirman esa especie de peregrinación desde múltiples geografías y atestiguan hasta tatuajes con sus sonetos. “Su figura es reconocida, pero nosotros queríamos reivindicarla: no hay que olvidar que, escribiendo poesía en España, se ha hecho un hueco en miles de personas”, comenta David, de 46 años.
Otro habitual, Imad Sobral, afirma que gracias a él y a los conciertos que montaban y todavía montan en el establecimiento, le picó el gusanillo. Ahora, con 32 años, organiza el festival Oveja Rock. “Mi primera cogorza fue aquí, con él, a los 16 años. Salimos de día”, ríe, aludiendo a otros vecinos con quien Chinato suele compartir largas sobremesas. Cualquiera que entra en este espacio repleto de fotos o pósteres en su honor, le saluda con cariño. Él corresponde y suelta alguna fanfarronada que corona con una carcajada onomatopéyica.
Para él, sin embargo, la fama no se la da esa devoción, sino cuidar de sus animales. Nunca ha buscado otra cosa. Le entristece, eso sí, que aquel canto donde instaba a extender brazos y mente no ha calado. “Lo que más me molesta es que no ha servido de nada. Seguimos con una dictadura político-religiosa, sin salirnos del camino social alquitranado”, lamenta.
Al menos él lo ha conseguido, salvando en este caso su doble personalidad: siempre prefirió ser indio que un importante abogado. Ser, como en esa imagen que circuló entre sus admiradores, el imponente hidalgo que trota desnudo sobre un rocín blanco.
Porque, total, ¿qué importa ser poeta o ser basura?