Un conjunto de luces de neón de todas las tonalidades imaginables y una música sesentera a todo volumen dan la bienvenida a los pocos afortunados que tienen el privilegio de acceder al Museo Sanahuja. La entrada es una réplica exacta de un bar estadounidense de los años 50. Poco conocido por el público (sólo abre bajo demanda y algunas puertas abiertas de forma puntual a lo largo del año), alberga la mayor colección de máquinas expendedoras accionadas por monedas del mundo. O lo que es lo mismo: una cuidada colección de jukebox (máquinas musicales de la primera mitad de siglo), pinballs, máquinas de arcade, simuladores, engañabobos o máquinas de tabaco de principios del siglo XX. Hasta tiene algunas de las primeras tragaperras que pusieron en el desierto de Nevada para dar trabajo a los indios americanos. “No quiero saber cuánto vale todo esto. A mi edad he descubierto, al fin, que hay cosas que no se pueden comprar”.
Sanahuja (Sabadell, 1951) fue un pionero en el mundo del juego y, posteriormente, de los primeros videojuegos y arcade que aparecieron en España. Todo empezó cuando tan solo tenía ocho años, en el bar de su padre. Éste decidió traer una máquina de pinball al bar para sacarse un sobresueldo. Al pequeño Sanahuja le ensimismó el artilugio, y ya nunca más se desvinculó de este nuevo mundo que acababa de descubrir.
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Su primer trabajo consistía en arreglar la máquina cuando se estropeaba. “Con menos de 10 años ya reparaba máquinas recreativas. Poco a poco, mi padre empezó a comprar más pinballs y a explotarlos en cesión a otros locales. Allí empezó todo”. Más tarde compró máquinas de tabaco de la firma alemana ABA. Se dedicó a repartirlas por los locales para que la gente pudiera comprar tabaco si el estanco estaba cerrado. “Esos fueron mis primeros pinitos empresariales”.
Estamos hablando de principios de los años 60. Los primeros pinball accionados por monedas llegaron, cuenta, a través de las bases militares que los Estado Unidos tenían en España. “Nosotros nunca habíamos visto nada similar. Después de aquello, llegaron las primeras máquinas de videojuegos de arcade, también del otro lado del charco. Decidí explotarlas, también. Y fue un éxito”. La primera máquina recreativa con premio en España la construyó él mismo. De hecho, la tiene expuesta en el bar de los cincuenta que hace de recepción del museo. Pintada con colores estridentes, rosa y amarillo, constituye una inyección de nostalgia para toda una generación.
Este visionario de los negocios fundó MGA (Machines Games Automatics) en 1976, y hoy es una empresa referente indiscutible del sector del juego y el ocio en España. Además de los pinball y las máquinas de apuestas, quiso dedicarse al videojuego cuando justo empezaba a sacar la cabeza en Europa. Todo se precipitó por la caída de popularidad de los pinballs. Al principio, cuenta, compraban las CPU del país americano y confeccionaban en España la máquina entera. “Construíamos, adaptábamos y pintábamos nuestras propias máquinas. La gente alucinaba con todo aquello, fue una revolución”. A los pocos años, decidieron crear ellos mismos sus propias CPUs. De hecho, fueron los primeros de España en hacerlo. “Eso sí que fue complicado. Teníamos una tecnología mucho menos avanzada en comparación con otros países. Pero lo conseguimos”.
Distintos tipos
El museo es un paraíso para los amantes del juego recreativo. “Lo que tengo aquí son única y exclusivamente máquinas expendedoras de premios accionadas por monedas”. Eso sí, los premios pueden ser desde una canción de los años 20 hasta una partida en un simulador de moto de agua. La planta de abajo empieza con una colección de jukebox o máquinas de música centenarias. Algunas de ellas, dice, son de los años 10.
Acciona una de aspecto futurista (año 1959, reza el cartel) para demostrar que todas funcionan: con un ruido estridente, un plato circular de pizarra original se eleva para que un brazo mecánico deposita un vinilo encima de éste. A los pocos segundos, un disco aparece de la nada y empieza a escucharse un tema de José Guardiola. El single “Moliendo café” inunda la sala de un ritmo contagioso. Sanahuja, a pesar de sus 72 años, empieza a moverse como si estuviera en una pista de baile de la época.
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Las jukebox las conserva por pura nostalgia. “Cuando aparecieron los primeros radiocasetes la gente empezó a dejar de ir a los bares para escuchar música. Se encontraban en casa, accionaban el aparato y montaban un guateque”. El resto, por pura afición. En total tiene 406 máquinas de pinball y 80 jukebox. El resto no lo tiene contabilizado. “Habrá unas 800, en total. Y espero que cada vez sean más”.
La planta superior es la joya de la corona. Los más de 400 pinballs (o máquinas del millón, cómo eran conocidas) se exhiben emitiendo luces parpadeantes y tonos musicales de todo tipo. Da la sensación de estar entrando en un parque de atracciones. No hay ni un hueco en toda la sala. Al fondo, un pinball de James Bond preside la estancia. “Algunas de estas máquinas pueden llegar a valer hasta 6.000 euros”. Me señala una de ellas. Los dibujos que exhibe son como obras de arte para Sanahuja. “Fíjate bien -dice mientras señala a una chica en bikini encima de un coche- esta es una máquina de los años 60 producida en España. Estábamos en plena época franquista, ¡pintar esto era jugársela mucho!”.
En Europa, cuenta Sanahuja, no hay nada similar a lo que él ha conseguido coleccionar en Sabadell. “Además, yo no saco beneficio de todo esto. Hay otros que tienen exhibiciones para sacar rendimiento de ellas”. Ya jubilado -sus hijos Joan y Enric son los vicepresidentes de MGA-, se dedica a mantener vivo el museo, comprar máquinas para incorporar a la colección y reparar las que se estropean. “Quiero que todo esto quede para la posteridad. Que mis hijos sigan manteniéndolo y que las generaciones más jóvenes tengan una ventana al pasado donde puedan ver qué se hacía antes de que el mundo cambiara”, concluye.