Piliña, la 'pescadera real' que da de comer a Juan Carlos I en Sanxenxo y su relación con Felipe VI
Es la encargada de repartir el pescado en la casa de Pedro Campos durante la segunda visita del Emérito a España, algo que ya hizo en 2022.
22 abril, 2023 04:07Piliña es una de las pescaderas más mediáticas de Sanxenxo, la encargada de suministrar los ingredientes del menú gourmet que Juan Carlos I degusta estos días en casa de su amigo Pedro Campos. Desde hace dos días, su teléfono echa humo y apenas puede atender a las llamadas. Le asaltan día y noche números desconocidos. Las cámaras la buscan por la mañana en la Praza de Abastos de Portonovo, donde tiene su pescadería, Pescados de la Ría Piliña, pero es difícil dar con ella, porque gran parte de su jornada la dedica a repartir pedidos en furgoneta. Es una de esas personas multitarea que se desvive por su trabajo, una currante de pura cepa, siempre enérgica y sonriente; esa especie cada vez más difícil de encontrar que dice que sí a cada entrevista aunque lo que menos le sobre sea el tiempo.
Está nerviosa, pero no es por las preguntas, ya que acostumbra a atender a los micrófonos. Al fin y al cabo, no es sólo la mujer que 'corta el bacalao' en el menú del Emérito, sino que se la conoce en este área privilegiada de las Rías Baixas por tener una cartera de clientes selectos a los que vende el mejor producto de la provincia. ¿La receta del éxito? El tándem que forma con su primo Rafa: ella sabe escoger en las lonjas los pescados de mayor calidad; él, el marisco de lujo.
No, sus nervios esta vez responden a que el estrés de la semana –el rey, la prensa, los pedidos, las llamadas de amigos y familiares que la ven por televisión– le ha impedido conciliar el sueño. Ayer, confiesa, al llegar a casa, estuvo al borde de un ataque de ansiedad. Y eso que Piliña tiene la piel más dura que los delfines de la Ría de Pontevedra entre los que entrena Juan Carlos a bordo del Bribón.
"Llevamos años sirviendo a la casa de Pedro Campos", confiesa tras pedir una tila en una cafetería cercana al mercadillo de Portonovo. Vuelve de un reparto. Acaba de quitarse los guantes de la pescadería y aún lleva puesta su característica gorra blanca. "El año pasado fue inevitable pasar desapercibida. Todos los medios estaban apostados frente a su casa. Aproveché un momento en el que se fueron a navegar porque sabía que la prensa no estaría. 'Este es mi momento', me dije. Sin embargo, al salir, un chico se bajó de un árbol y me 'cazó' con las manos en la masa". Piliña se ríe al recordar la escena surrealista del periodista trepador que la catapultó a la fama.
En mayo de 2022, durante la primera visita del Emérito a España tras su exilio en Abu Dabi, el suyo fue uno de los rostros más solicitados por la prensa después de conocer que su pescadería era la que suministraba el género al amigo del exmonarca. Este año repite el encargo mientras trata de esquivar flashes y canutazos. "Yo busco evitar publicidad para hacer sentir cómodos a mis clientes. Es mi forma de ser". Ponerlo en duda sería pecado, porque Piliña es pura humildad. Y eso que, si quisiera, tendría motivos para alardear.
Primero, porque, entre toda la competencia, Pedro Campos elige su producto para servir al rey, al que la pescadera de Sanxenxo se refiere siempre como a "Su Majestad". Y, segundo, porque no es la primera vez que se pasea frente a la realeza española. Su padre, José Antonio Gómez Castro, popularmente conocido como Joselito, recibió hace casi cuatro años la Medalla de Mérito Civil en la Casa Real de manos de Felipe VI. Otro rey, esta vez en ejercicio, en la vida de Piliña.
Pescadera desde los 15 años
Para comprender el vínculo que une a Piliña con Juan Carlos de Borbón y su hijo Felipe hace falta remontarse a los orígenes humildes de su familia de pescadores. "Mi madre casi da a luz en la subasta de pescado", bromea Piliña. Pilar Gómez Guiance, su nombre completo, nacía hace 42 años, en 1980. "Dos días después me presentó en el puerto pesquero, y ahí me quedaba yo, en el capazo, mientras ella compraba el género. Así cumplí meses y años".
Su madre, su abuela, su bisabuela y su tatarabuela, sus referentes, fueron pescaderas. Los chicos, desde su padre hasta su bisabuelo, también se dedicaron al pescado, solo que dándole caza desde el barco. "Lo mamé desde pequeñita. Lo deseaba. Mis padres querían que me dedicara a otra cosa, pero yo era feliz con esto. Quería ser como mi madre".
Se refiere a María del Pilar Guiance Boullosa. Pili para los amigos. Su faro en la tiniebla de la noche brumosa de Sanxenxo. Ella es la 'culpable' del diminutivo con el que se conoce a Piliña. Es el que usaban amigos y familiares para que no respondieran las dos al unísono cuando alguien las llamaba por su nombre de pila. Era sólo una niña, pero desde entonces luce el mote con orgullo.
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Son de aquella época de olor a pescado y salitre sus mejores recuerdos frente al mar. El primero que le viene a la mente es de cuando tenía sólo cuatro o cinco años. Mientras el resto de compañeros del colegio se iban a dormir a las diez, ella se quedaba esperando a su padre, que era diestro en el arte de la pesca con cerco y salía a faenar de noche. Piliña cuenta que desde la habitación de su madre se veía –y se sigue viendo, porque aún conservan la casa– el puerto pesquero.
"Conocía los barcos por las luces. Rojas. Verdes. Antiguamente, cuando llegaban, tocaban la sirena. A mí no me daba el sueño porque sabía que él iba a llegar con el barco cargado de pescado. Cuando escuchaba la sirena, despertaba a mi madre para que me bajara al puerto. ¡Era la una de la madrugada! La felicidad que sentía al saber que estaba despierta mientras el resto de niños dormían, y la cara de felicidad que ponía mi padre al verme desembarcar... esa vida me llamaba". No conocía otra cosa. Ni quería. Estaba en sus genes. Igual que, teme, está en los de su hija, Lía.
Piliña tenía sólo quince años cuando empezó a trabajar en la pescadería. Desde entonces, de martes a sábado, todas las noches, se despierta a las tres de la madrugada para ir a Vigo, a cuarenta y cinco minutos de Sanxenxo, y elegir el pescado fresco que llega del mar. Mientras, su primo Rafa, erudito de mejillones y percebes, se encarga de escoger el mejor marisco. Luego, Piliña llega de vuelta al mercadillo de Portonovo, pesa el producto y lo limpia. Finalmente, lo lleva a El Gorve y allí lo embala y lo manda vivo o cocido, según requieran sus clientes. Muchas veces ella misma se abrocha el cinturón y hace los repartos en persona, como ocurre estos días con los pedidos especiales como el de Pedro Campos.
"Puedo llegar a pasar 16 o 18 horas consecutivas trabajando", dice, sin perder nunca la energía. La razón de que esté tan solicitada por personalidades de la talla del presidente del Real Club Náutico de Sanxenxo y otros ilustres de la jet set cuyos nombres, por privacidad, no quiere revelar, es que es muy discreta y trabajadora y, además, tiene tal conocimiento del género que maneja que siempre suministra el mejor. Y acierta. "Tratamos pescado de altura y de piscifactoría. ¿El secreto? Que compramos sobre pedido. Está vendido de antemano. El día siguiente hay que ir a por más. Prácticamente todo el género es del día".
De la mar a la Casa Real
Volvamos al pasado, pero no demasiado. Concretamente, a 2019 y a la figura de Joselito, el padre de Piliña, a quien Felipe VI hizo entrega de la Medalla de Mérito Civil en la Zarzuela. A la pescadera se le humedecen los ojos al recordar ese momento. Una gota, tan o más salada que el agua de mar que corre por sus venas, le resbala por la mejilla derecha. No es tristeza ni nostalgia el sentimiento que la engulle, sino orgullo. Amor, y casi devoción, por el hombre que le enseñó valores y principios.
Él fue –aún vive, y su madre también– pescador y, después, patrón del barco Halcón. Fue escalando como marinero hasta ser nombrado patrón mayor de la Cofradía de Pescadores de Portonovo y presidente de la Federación de Pesca de Pontevedra.
"El rey le puso la medalla con sus propias manos", recuerda, repasando en el teléfono las fotos que conserva de ese momento. "Estaban las infantas y la reina Letizia. Nos dejó el listón muy alto. Así que siento mucho orgullo. Aunque hubiera sido el hombre más pobre del mundo, siempre estaría orgullosa tanto de él como de mi madre. Lucharon mucho en esta vida para que yo viviera cómoda".
Cuenta Piliña que Felipe VI se le acercó a Joselito tras la entrega del premio y le dijo, con la campechanía que le caracterizan tanto a él como a Juan Carlos, que su cara le sonaba de algo. Y vaya si le sonaba: Gómez Castro fue uno de los hombres encargados de coordinar las labores de limpieza de la catástrofe del Prestige. "Allí fue donde me emocioné y hasta se me cayeron las lágrimas", cuenta la pescadera gallega.
"Sí, el acto fue un orgullo, pero después hubo un pintxo donde Felipe VI se acercó a todos los invitados. Cuando llegó a mi padre, le dijo: 'Con usted quiero yo hablar. Yo le conozco de algo, pero no sé de qué'. Él se echó a reír y le contestó, tuteándole: 'Claro que estuvimos juntos, y en una ocasión muy importante: durante el Prestige'. Mi padre entonces era el responsable de organizar, junto con el alcalde, todo aquello que se les echó encima. 'Tú viniste al puerto y estuvimos hablando. Letizia estaba cubriendo las noticias', añadió. Era el momento del noviazgo. Fue allí donde surgió el amor".
El padre pescador que conquistó los buenos recuerdos del príncipe heredero y la hija pescadera que sedujo con su producto estrella el paladar del Emérito. Una familia, en fin, destinada a servir, cada uno a su manera, a dos reyes de la misma sangre. Podría decirse que Piliña se ha ganado a pulso el calificativo de 'pescadera real'.
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Lo más curioso e increíble de su historia es que, a pesar de que ella sirve al Emérito a través de Pedro Campos y que su padre fue condecorado por Felipe VI, Joselito nunca intercedió para que ella llegase a Juan Carlos I. Fue, asegura, una de esas coincidencias que pasan sólo una vez en la vida. Hay quien diría, en la jerga jungiana, que responde a una sincronicidad perfecta. Fue otro cliente de la jet set no relacionado con la monarquía española quien le recomendó a Campos.
Dicho lo cual, apura su tila y se dirige a la pescadería. "Puf, esto ha servido de terapia, ¿eh?", bromea, tras haber charlado durante casi dos horas. Aunque uno conversaría días enteros con ella, Piliña debe partir para ayudar a su empleada a recoger la pescadería. Al acabar, volverá a subirse a la furgoneta para terminar de repartir sus pedidos. Y, esta noche, a las tres de la madrugada, se pondrá de nuevo al volante para dirigirse a Vigo, seleccionar el mejor pescado del día y volver a Sanxenxo –o Sangenjo, ya perdone la RAE el galleguismo– para limpiarlo y llevarlo a la puerta del domicilio de Pedro Campos para que el rey Emérito, su distinguido huésped, pueda degustarlo tras su primera jornada de regata.