Se contó en exclusiva en EL ESPAÑOL el pasado mes de diciembre: a Gabriel C. Barroso, un joven valenciano de 35 años, le cambió la vida para siempre entrar a trabajar en una franquicia de McDonald's. Todo sucedió en Bornemouth, donde había ido a aprender inglés como tantos y tantos españoles deficitarios de la lengua de Shakespeare. Al poco de empezar en la hamburguesería, el encargado de sala y el vigilante de seguridad de la misma se dieron de baja por distintas causas, y Gabriel asumió sus funciones sin la preparación necesaria.
Fue así cómo una noche recibió durante su turno un puñetazo fatal por parte de uno de los muchos alborotadores que diariamente visitaban el local. Su diagnóstico: hemorragia intracraneal grave. Desde que despertó del coma al que fue inducido, convive con un rosario de secuelas físicas y psicológicas que le impiden trabajar y desarrollar la vida de una persona de su edad. Este abril, tras años de lucha, ha conseguido que la empresa reconozca su culpa, y que ponga una cifra sobre la mesa en compensación: 1 millón de libras, o el equivalente a 1,2 millones de euros.
"A mí me hubiera gustado ir a juicio, pero había mucho en juego porque los abogados allí valen mucho dinero: un barrister cuesta unas 160.000 libras, más 9.000 por cada día de juicio, y ni siquiera sabía si la jueza iba a estar de mi parte y a declarar la negligencia por parte de la compañía. De haber ido a juicio y perder, me podría quedar sin nada e incluso con deuda", declara en exclusiva Gabriel a EL ESPAÑOL.
Ante esa circunstancia, antes de que se celebrara el juicio el día 19, Gabriel y el equipo de abogados de Levenes con Isidoro Bonilla al frente llegaron a un acuerdo con la compañía que, si bien es una cifra "interesante", le deja al valenciano la espinita de haber luchado por lo que considera que es justo: "La gente puede mirar el dinero, pero el dinero no sirve de nada cuando uno está más muerto que vivo. Cuando negocié lo que dije fue que yo estaba ahí luchando por mi justicia, pero que podría perfectamente haber estado en una caja de pino. Quiero que la gente entienda que esa indemnización me la dan porque la empresa se ha hecho responsable de lo que ha sucedido, pero ese dinero no es para disfrutar, sino para invertirlo en mi terapia, en la rehabilitación y en que mi vida sea un poco mejor".
La noche de la agresión
Su pesadilla, concretamente, comenzó la noche del 14 de octubre de 2016. "El día que pasó ya llevaba dos meses sin el de seguridad y cinco semanas sin el encargado de sala. Cuando llegó la noche, miré la hora y eran casi las 23:00. Le pregunté a la manager si cerraba y me dijo que sí", contaba el español a este dirio a finales de 2022. Obedeciendo, Gabriel se encaminó a la puerta y, antes de llegar, se cruzó con un hombre cuya mirada nunca ha logrado olvidar.
"Él venía de cara y me miró de arriba abajo de forma amenazadora, pensé que me iba a preguntar por algo, pero no lo hizo. Me fui a la puerta, quité el automático y cerré manualmente". Después, Gabriel regresó a la barra, donde se atendía a las últimas personas que habían quedado en el local, unas 30. Allí, el joven pareció advertir un ambiente cargado de tensión: "Yo me quedé limpiando las bandejas y, mientras, miraba qué pedían los últimos clientes. De pronto, me di cuenta de que el que me había mirado mal iba hacia la puerta con intención de abrirla de nuevo, y eso era ilegal; según las órdenes de mi manager, el único que podía abrirla era yo".
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Sabedor de sus funciones, Gabriel trató de impedírselo, pero no llegó a tiempo. Aquel tipo abrió la puerta y una nueva hornada de gente entró en el local. Se lo recriminó: "Le dije que cerrara la puerta y él me dijo que no le tocara, pero yo no lo había tocado, sólo le puse la mano delante del pecho y le dije que no podía tocar la puerta". En este punto, los acontecimientos se precipitaron.
"Sus amigos entraron y yo volví a cerrar y me quedé al lado de la puerta, dentro, para que no entrara nadie más". Gabriel, vigilante desde la puerta, vio cómo el joven entraba a consumir y la algarada continuaba dentro. Finalmente, consiguieron despedir al personal y uno a uno fueron desfilando hacia la salida: "Lo hicimos respetuosamente como siempre, les decíamos thank u for coming, y mientras yo controlaba la puerta. Como la abres manualmente y salía mucha gente, salió una pareja y, a continuación, salió una mano negra. Me pegó un puñetazo. Caí al suelo".
A partir de este momento, se hace el vacío en la memoria de Gabriel. Por los vídeos de las cámaras de seguridad se ha sabido que su agresor, menor de edad, era el mismo chico al que se había enfrentado anteriormente, el que abrió la puerta sin permiso. El golpe que le propinó fue tan fuerte que Gabriel perdió la consciencia y fue trasladado al hospital, donde permaneció tres días en coma inducido. El diagnóstico: hemorragia intracraneal grave. Desde entonces, su vida es un rosario de secuelas.
La recuperación en Bournemouth
"Nosotros lo vivimos todo desde aquí desde España porque llamó mi otro hermano, Alejandro, que estaba pasando una temporada allí con Gabriel, diciendo que no había ido a dormir. Como somos una familia muy unida, se nos hacía muy extraño que Gabriel no manifestara absolutamente nada ni moviera el móvil desde el día anterior". Así comienza el relato de Bárbara, su hermana, que atendió a EL ESPAÑOL para contar el calvario que ella y su familia vivieron durante las largas horas en las que no supieron qué le había sucedido Gabriel.
"Alejandro no recibió llamada alguna, fue a la policía y no le dijeron nada, se puso en contacto con un chico del pueblo, fueron al McDonald's y lo encontraron todo precintado y a la gente llorando. Él estaba asustadísimo y al final supo que estaba en el Hospital de Southampton. Ya nos imaginamos que le habían disparado o acuchillado, porque en momentos de angustia, cuando no sabes nada y hay una desgracia tan grande, la cabeza te va a mil por hora", dijo reviviendo la ansiedad de aquel momento.
Al final, su hermano les comunicó que Gabriel estaba en coma inducido en el hospital y que no sabían cómo iba a evolucionar. Bárbara no se lo pensó un momento: dejó el trabajo en el que había comenzado hacía tan sólo un mes en Valencia y voló junto a su madre para cuidar de su hermano: "Nos dejaron dinero para pagar los vuelos y fuimos allí. Lo vimos en el hospital, cuando fuimos ya estaba despierto, tenía el cerebro inflamado y la hemorragia interna, y decía cosas sin sentido", rememora. Tras pasar un mes allí, su madre, que estaba enferma, regresó a España. Fue entonces cuando Bárbara se hizo cargo por completo de Gabriel: "Mi deber era ayudar a mi familia", señaló.
Así, se convirtió en su cuidadora, la encargada de "vestirlo, desvestirlo, hacerle la comida" y velar por él día y noche. Gabriel dependía completamente de su hermana, pues tuvo que llevar un collarín las 24 horas del día durante dos meses completos, y no podía hacer esfuerzo alguno. Si realizaba un mal movimiento, le advirtieron, podía quedarse paralítico. Bárbara tuvo también que lidiar con la máquina burocrática inglesa para conseguir alguna ayuda con la que ambos pudieran subsistir: "Quienes más nos ayudaron fueron la comunidad de españoles en Bornemouth de Facebook. Fue impresionante cómo se volcó la gente. Si no es por ellos no teníamos ni idea de nada", cuentó.
El periplo que la hermana de Gabriel siguió fue largo: acudió al ayuntamiento y, sin tener idea de inglés, logró una pequeña ayuda de 200 libras mensuales para pagar el alquiler de ambos, una habitación con dos camas en una residencia. Gabriel cobraba aparte el sueldo mínimo de la franquicia por su baja, apenas 90 libras por semana, y los dos se las veían y deseaban para comer: "Con 30 libras a la semana yo hacía virguerías", recuerda Bárbara, "hacía comidas de cuchara, las de pobre de antes, y gracias a eso Gabriel recuperó peso y color".
Ambos permanecieron siete meses así. Volar de vuelta a España suponía un grave riesgo para su salud, así que estaban, de algún modo, atrapados en territorio inglés: "Al tener una hemorragia cerebral, volar era contraproducente. Nos decían que le podía dar una trombosis y morir, porque no tenía reabsorbida la hemorragia", declara Bárbara. El sistema de salud inglés también los decepcionó profundamente, cuenta con rabia: "No hizo ni rehabilitación en el hospital, salió de allí solo con una hoja de los ejercicios que tenía que hacer".
Pasados siete meses, Gabriel luchó por que el médico lo dejara volver a España a seguir su recuperación rodeado de los suyos, y lo consiguió. Empezaba para él otra cuesta arriba.
El regreso a España y las secuelas
"Yo siento como si hubiera venido un ángel y me hubiera dicho ‘tú no estás preparado aún para la muerte’", cuenta Gabriel, ya desde su casa en un pequeño pueblo de Valencia. Lleva luchando con las secuelas que la agresión le dejó los últimos seis años. Sufre hormigueos en las extremidades, ha perdido sensibilidad, le cuesta concentrarse en actividades rutinarias y retener la información. No tiene gusto ni olfato. Y se ha llenado de miedos contra los que lucha diariamente:
"Desde que tuve la agresión tengo menos ganas, estoy desmotivado y sin ilusión por nada. Mi cerebro no reacciona igual de rápido como antes, tengo el hemisferio izquierdo destrozado por completo".
Gabriel recibe tratamiento físico, psicológico y cognitivo, pero teme que su vida ya no vuelva a ser igual a como era. En todo este tiempo no ha vuelto a trabajar: "He hecho entrevistas, pero cuando les digo todo lo que tengo, me cierran la puerta. Ellos se tienen que ocupar de mí, de si tardo más o menos, de tener que ir a mis médicos, y piensan que les voy a costar más que la productividad que voy a tener", lamenta.
Ahora, por lo menos Gabriel guardará los 1,2 millones de euros con los que le indemnizará McDonald's. Esta suma estará también destinada a que su hermana Bárbara y principal cuidadora tenga lo necesario para atenderlo. Gabriel tiene 35 años actualmente, y tenía 28 cuando cogió un avión para cumplir un sueño: nunca pudo imaginar que iba a tornarse en pesadilla, y que los próximos siete años iba a pasarlos peleando por obtener justicia y reencauzar, en lo posible, su vida.