El salto electoral de Bernardo Crespo, de boina verde en la guerra de Bosnia a las listas del PP
"La disciplina militar es fundamental en la política. Hay que confiar siempre en el de arriba", cuenta a EL ESPAÑOL el número 10 por la lista de Ronda (Málaga).
13 mayo, 2023 02:51A la política se llega por aspiraciones varias. El ideal que debería mover a los representantes públicos, ya lo sabemos, es el de servir al resto de ciudadanos. Pero el poder, el dinero, la fama o incluso la venganza se amalgaman en ocasiones y dan un cóctel de lo más variado. A la política también se llega desde casi cualquier parte: desde un despacho de abogados, desde el púlpito de una universidad, desde un laboratorio. O desde el Ejército. Y, aunque esta última opción es más insólita, en EL ESPAÑOL hemos hablado con un exsargento de los boinas verdes, uno de los cuerpos militares más prestigiosos del Ejército, que figura en la lista del PP de Ronda, en Málaga. Se llama Bernardo Crespo y su historia comienza en El Bierzo hace 52 años.
"Mis padres eran agricultores, hacían cultivo de supervivencia y tenían ganado: vacas, burras, cerdos… Pero no era productivo en absoluto, era autarquía total. Sólo permitía sobrevivir. Así que yo dejé de estudiar con 15 para empezar a trabajar, porque lo que me motivaba era tener algo de dinero. Un familiar entonces me dijo que si adelantaba la mili ya no me interrumpía el proceso del trabajo, y fue cuando vi un folleto de la bandera de Operaciones Especiales de la Legión. Las fotos eran muy guapas: saltando en paracaídas, esquiando en la nieve, buceando… Pensé ‘esto es lo que me gusta a mí’". Así, seducido por la propaganda militar de mitad de la década de los 80, Bernardo hizo el petate a los 17 años y se fue a Málaga capital, directamente a la Legión.
Su primera experiencia le dejó un poco frío, porque Bernardo -lo vamos a ver- es un hombre de acción, y allí en su primer destino las misiones que le encomendaban no pasaban de cuidar el jardín y hacer turnos de cocina y limpieza. Una pregunta se le quedaba colgando de los dientes: "¿Dónde están aquí los paracaídas?". Los nuevos usos y costumbres del entorno militar también le chocaron, cómo no: "Me cogieron el DNI y me lo metieron en un cajón diciendo ‘esto ya no sirve para nada’. Y ya ves, estábamos en plena época constitucional. Es chocante ahora cuando lo pienso con el tiempo. Me dieron un papel blanco plastificado con mi foto y firmado por un capitán, y eso es lo que allí servía para entrar y salir del acuartelamiento".
Pero un día, "tumbando un muro" junto a unos compañeros, Bernardo vislumbró esperanza. Una sección de boinas verdes ensayó un salto paracaídista cerca de donde ellos estaban: "Yo los veía con el armamento y la boina verde y supe que ahí era donde quería ir yo". Al poco, representantes de ese mismo cuerpo llegaron a su campamento y convencieron a la mayoría de los chavales que allí estaban de que hicieran la instrucción para convertirse también en boinas verdes. Bernardo no lo dudó ni un segundo. "El 2 de febrero llegamos a Ronda, nos dieron permiso el fin de semana para visitar la ciudad y el lunes, como en la peli El sargento de hierro, nos dijeron: ‘A partir de ahora no vais a pisar el asfalto ni la ciudad en un montón de meses’, y así fue", recuerda Crespo. Comenzó entonces una durísima instrucción de la que las cifras hablan claro: de los 44 que empezaron, sólo terminaron 11.
La forja de un boina verde
"La preparación se compone de varias fases, y depende mucho de dónde la hagas y de los instructores que te toquen. Ronda es un sitio muy duro porque la climatología es muy chunga", rememora Bernardo. ¿Qué tenían que hacer? La respuesta es fácil: llevar el cuerpo al extremo. Comer y dormir poco, y trabajar muchísimo. "Los primeros meses nos tenían todo el día mojados: es una forma de ver quién quiere estar y quién no. Lo primero que se suele hacer con la gente para machacarla psicológicamente es tenerla en unas condiciones muy incómodas, estar empapado, pasar frío y dormir poco. No hay necesidad de ser violento para putear. Así que por ejemplo ibas corriendo por ahí, haciendo patrullajes, y te obligaban a pasar por un río, y ya te quedabas mojado. O te metían en un arroyo y te hacían pasar luego reptando porque te decían que había fuego enemigo". Es lo que se conoce como fase de endurecimiento, en la que muchos desertan por razones obvias. "Van pidiendo la baja como en la peli, tocando la campana, sólo que aquí sin campana", apostilla el exsargento. Si alguno corría la mala suerte de lesionarse, debía esperar hasta el año siguiente para optar a la ansiada boina. Y ni siquiera estaba bien visto hacerlo.
Después de esta fase, llegaba la de supervivencia, en la que los aspirantes a boinas verdes como él recibían durante unos días trato de prisioneros, para prepararlos psicológicamente ante un eventual secuestro durante una misión real: "Te tienen prisionero un par de días o tres. Te atan, te ponen un pasamontañas con cinta de embalar, te tienen todo el día mojándote con música alta para que no tengas noción del tiempo, te sacan p’alante, p’atrás, de rodillas... Te llevan a dar vueltas en un camión por la carretera durante horas…". Para quien superaba tamañas pruebas, llegaba "una fase un poco más técnica y menos física" en la que se evaluaba la destreza y los conocimientos de los aspirantes en las más diversas materias, como la orientación, el tiro o el manejo de explosivos. También los mandaban 20 días a hacer un curso de paracaídismo en Murcia donde, por fin, le llegó el ansiado salto a nuestro protagonista que, a pesar de todo lo que nos describe, asegura que no se planteó nunca tirar la toalla. Y al final ganó la boina.
"Obtener la boina en ese momento es lo máximo que te puede ocurrir en la vida militar. Porque a los miembros de operaciones especiales, y concretamente a los miembros de operaciones especiales de la legión, se les tiene admiración. Pero realmente ahí empiezas de cero, porque cuando te incorporabas a la compañía eras el nuevo, y lo que te enseñaban siempre en el Ejército es ser parco en palabras y que los hechos hablen por ti, que no hay que presumir y que eres uno más", evoca Bernardo.
Él, efectivamente, quería que los hechos siguieran hablando de sí mismo. Así que pronto ascendió a cabo primero dentro de la unidad de montaña, algo que amó profundamente: "Me abrió un mundo: escalar, moverme en la nieve, sobrevivir allí… Descubrí otra dimensión que ya me enganchó totalmente". Y siguió ascendiendo, como un audaz alpinista: ingresó en la academia de suboficiales en septiembre del 91 como caballero alumno del cuerpo general de las armas. Allí estuvo dos años y medio y, al término de éstos, se presentó al curso de operaciones especiales. También durante aquel tiempo tuvo que superar fases de endurecimiento de cuerpo y mente, y la criba volvió a ser grande: de los más de 50 que ingresaron, apenas completaron la formación unos veinte. Bernardo fue uno de ellos. Regresó, al fin, a su bandera de operaciones especiales, pero convertido ya en sargento. Le esperaban sus primeras misiones en el exterior.
El recuerdo de la guerra
"Fui a Bosnia en el 97 con una operación de la OTAN, durante la posguerra. Allí pude ver los desastres de la guerra y el odio. Nosotros hacíamos misiones de inteligencia y seguridad, sobre todo controles de armas, porque todo el mundo iba armado en aquel entonces", comienza a recordar, con tono neutro, Bernardo. Explica a EL ESPAÑOL que era un momento de suma tensión en Mostar, donde estaban destinados, porque el odio se había enconado "precisamente entre gente que no había estado en la guerra", que llegaba del exilio. Se trataba de jóvenes de familias pudientes que se habían largado durante el conflicto y que ahora volvían y se comportaban con una crueldad extrema en mitad de aquella ciudad en ruinas en la que reinaba el trapicheo y aún silbaba el eco de las balas.
"Aquellos jóvenes iban a casas de gente mayor que había residido durante la guerra y que había sido respetada por los combatientes, porque no se metían con nadie. Iban allí y tú veías cómo los niñatos que no habían pegado un tiro sacaban a esa gente de sus casas y les partían las piernas", comienza explicando el entonces sargento, y ahora su voz adquiere otra tonalidad, se tiñe por la rabia. "Hubo un día. Yo aguantaba todo pero aquello, aquello te marcaba… Imagínate, eran las 2 de la mañana, llegamos con la intérprete y nos encontramos a un paisano de 82 años con la cabeza abierta y llorando. La intérprete traducía y lloraba también, y nosotros con un nudo en la garganta, pero con el fusil preparado poque los niñatos estaban dando vueltas a una rotonda y pegaban tiros al aire, vacilando… A aquel hombre le habían partido el brazo por dos o tres sitios, lo tenía colgando, y la cabeza la llevaba abierta con un traumatismo tremendo".
Bernardo dice que estaban preparados para los momentos de tensión, claro. Para cargar con el fusil y enfrentarse a lo que tenían que hacer, a su misión. Pero "en estos casos" se quedaban sin munición posible para entender cómo opera el ser humano en la guerra. Y también tuvieron momentos de verdadera tensión. Recuerda uno en particular, un avispero en el que tuvieron que entrar forzosamente y en el que a punto estuvieron de no salir. Eran cinco militares frente a cientos de chavales enfervorecidos.
"El cabo primero me preguntó: ‘Mi sargento, estamos autorizados a disparar, ¿no?’. Era un tío alto, seco, de Valladolid. Y yo por supuesto pensé en su familia y en la mía, ¿cómo le iba a decir a su mujer que le habían matado porque yo había autorizado a disparar? Pero yo me fiaba plenamente de ellos y sabía que si alguien levantaba un arma hacia nosotros, dispárabamos, y esa persona moría. Porque éramos todos muy buenos, tirábamos todos muy bien. Lo que no sabía era a cuántos íbamos a matar nosotros antes de que nos mataran".
La lesión que cambió su rumbo
Al regreso de aquella experiencia de la que Bernardo no suele hablar demasiado, decidió seguir avanzando posiciones. Realizó un nuevo curso de otros seis meses para poder mandar en unidades de montaña. "Físicamente me encontraba pletórico, estaba al máximo nivel esquiando y escalando, muy fuerte, muy fuerte, muy fuerte". Terminó el curso básico e hizo los tres meses del superior. Y entonces, todo se fue a negro: "Un día de verano en Ronda, saltando en unas maniobras en un pantano, me lesioné". Del apogeo físico, del cénit de sus facultades, pasó a estar encamado durante cinco meses, con el horizonte laboral cercenado. "Yo estaba preparado física y mentalmente para cualquier situación en una misión militar, pero de repente te ves que ni siquiera te vales por ti mismo…. Me pasó con 29 años recién cumplidos".
El dolor era insoportable y durante más de dos años Bernardo caminó arrastrando una pierna que llegó a perder el 30% de su masa muscular. "Con la acupuntura empecé a mejorar algo y luego ya me operé y decidí que me hicieran lo que fuera". Así es cómo los cirujanos le instalaron una prótesis de titanio que desde entonces tiene instalada a presión entre las vértebras. Su cuerpo había encontrado un lenitivo, pero su mente aún no. Y lo necesitaba con la misma urgencia.
El salto a la política
Fue precisamente la doctora que lo trató con acupuntura la que se lo recomendó: "¿Por qué no estudias algo que te guste?". Bernardo se dejó guiar también por ella en esto, y se matriculó en Ciencias Políticas y Sociología. Estudiaba de forma incansable para mitigar los dolores y frenar la mente, y cuando llevaba tres años de carrera, tuvo una revelación mientras charlaba con un buen amigo en su casa de El Bierzo, frente a la chimenea. Se estaban quejando de la situación política del momento -corría el año 2005-, y resolvieron que la única manera de solucionar los males de la política era liarse la manta a la cabeza y postularse. "Total, que nos afiliamos al PP aquí en Ronda. Yo conocía a Mari Paz (la actual alcaldesa) de vista pero no tenía ninguna vinculación con la política, me pasó como cuando llegué al Ejército, totalmente de cero".
En Ronda corrían tiempos raros para el PP, una época de transición. Las tensiones eran grandes y el partido decidió montar una gestora para dirimirlas. Y en ella entró Bernardo: "Empecé a trabajar con Mari Paz en el 2009 haciendo el puerta a puerta, presentándonos a los vecinos. Para mí la política era teórica, no tenía ni idea de nada, y de repente en las elecciones me puso de número 7 y salí", recuerda con humor. Después, cuando pasa a narrar lo siguiente, recobra la seriedad: "Hicimos una coalición con el Partido Andalucista y fui concejal de Deportes. Yo tenía la disciplina y la cuadriculatura militar, que me sirvió de mucho, pero por otro lado me vi desbordado, y ahí no tenía preparación ni recursos, como sí tenía en Bosnia". Paradójicamente, Bernardo estaba más preparado para la guerra real que para la política.
"Cuando me vi gestionando cosas en Deportes lo pasé muy mal, porque veníamos de una deuda muy grande, y no tenía recursos para actuar. La que más experiencia tenía era Mari Paz, pero estaba desbordada como todos. Fue un primer año y medio difícil, todo eran facturas y facturas que aparecían, a todos les debías dinero.. No teníamos ni para nóminas. Las pocas canas que tengo me salieron en ese momento", dice evocando ese comienzo escarpado. Y no dejó de serlo: al cabo de un tiempo tuvo un incidente en redes sociales por una escaramuza con un ciudadano y su partido decidió cesarlo, algo que el entonces concejal acató, pero con mucho enfado.
"Fue un incidente, no me sentí apoyado y me fui, pero ahora viéndolo en perspectiva creo que fue un error. Hablé con Mari Paz algunas veces y siempre he hecho la misma valoración: para mí ella es la mejor política que hay en Ronda con mucha diferencia sobre los demás. Poniendo todo en una balanza, lo positivo y lo negativo no tenía color: en lo positivo había muchísimo y en lo negativo cuatro mosqueos que son lo normal cuando se trabaja tanto juntos". Por eso cuando ella le ha llamado para volver al partido y presentarse a las próximas elecciones del 28 de mayo, Bernardo dice que no ha dudado "ni un segundo".
También esta vez aspira a ser concejal de Deportes, tarea con la que desea "revolucionar el deporte otra vez" pues, dice, su trabajo desempeñado entre 2011 y 2015 "se lo han cargado". Sobre el resultado no muestra dudas: "Sí, sí, sí. Vamos a ganar con mayoría absoluta. Lo tengo clarísimo". Le hacemos una última pregunta:
P.-¿Hay algún paralelismo entre la política y el Ejército, o queda descartado?
R.-Yo creo que la disciplina militar es fundamental en la política. Hay que confiar siempre en el de arriba, porque el de abajo no tiene toda la información. Me refiero, claro, a una situación ideal entre personas nobles y leales.
Él siente que está entre esas personas. Y que su vínculo ahora es práctica "irrompible". El tiempo y las urnas escribirán el final de esta historia.