“Mamá, tengo dos galletas. Dame tres, por favor, que quiero tener cinco”. Alejandro Fernández de Castro sólo tenía un año de vida cuando le dijo esa frase a Beatriz, su madre. Tanto ella como su marido, José Félix, tienen altas capacidades intelectuales y desde que el pequeño nació la pareja empezó a sospechar que su hijo podría haberlas heredado. Al igual que su hija, Ariadna, que antes de cumplir los dos años ya sabía leer y escribir. Y, en efecto, los cuatro miembros de esta familia de Zaragoza tienen altas capacidades.
Ahora los menores tienen 16 y 12 años, respectivamente. Alejandro está en plena adolescencia y Ariadna la está comenzando. “Aunque los psicólogos ya nos han dicho que su madurez incluso roza la mayoría de edad a nivel emocional”, explica a EL ESPAÑOL Beatriz Urriés (Zaragoza, 1977), la madre de familia que actualmente también ejerce como vicepresidenta de la Asociación Sin Límites Aragón. Como tantos padres con hijos con altas capacidades, ella y su marido, José Félix Fernández de Castro (La Habana, Cuba, 1975), han querido hablar sobre la “dificultad” que hay en España para educar a estos niños.
“Yo siento orgullo y satisfacción de que mis hijos sean así, pero para mi mujer y para mí es frustrante el hecho de que en España no se le dé la correcta atención a los niños con estas características”, se queja José Félix en conversación con este diario. Según él, en su Cuba natal, el sistema educativo “aunque no contempla el término de altas capacidades intelectuales, sí te propone todo tipo de actividades extra” si las tienes. Desde la guardería hasta la universidad. Además, flexibilizar –o saltarse un curso– no es algo tan complicado.
En España, sin embargo, la lenta burocracia o la “negativa de los orientadores a evaluar a los niños”, como denuncian estos padres, provoca que no se tomen las medidas adecuadas convirtiendo los colegios “en cárceles”. “Para mí es un tipo de maltrato, porque tener a un niño de tres años que sabe dividir en una clase en la que les dicen 'un pato más un pato son dos patos' todos los días de 9 de la mañana a 2 de la tarde le genera aburrimiento. Y ese aburrimiento se puede transformar en frustración, ansiedad, etc.”, dice Beatriz Urriés.
Pero esto, que ha afectado a Alejandro y Ariadna, no supone un caso aislado. En España también hay casi 41.000 menores con altas capacidades –anteriormente conocidos como superdotados– identificados en todo el país, según los últimos datos recogidos por el Ministerio de Educación y Formación Profesional. “Pero hay más, porque el propio Ministerio dice que el 10 % de la población española tiene altas capacidades, lo que significa que hay 4,8 millones de personas que las tienen. En el caso de los menores, hay unos 820.000 niños, pues la población escolarizada es de 8,2 millones”, indica la vicepresidenta de la Asociación Sin Límites Aragón.
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El desfase entre las cifras oficiales y lo que sostienen los especialistas en altas capacidades, de esta forma, es muy importante. Se debe, en buena parte, a que muchos orientadores escolares, bien por exceso de trabajo; bien por falta de profesionalidad, evitan evaluar a los menores con altas capacidades “porque no son su prioridad”. Es lo que, por ejemplo, le dijo una orientadora a Beatriz Urriés cuando esta madre solicitó que evaluaran a su hija Ariadna, ya que estando en quinto de Primaria ya presentaba un importante desfase curricular.
"Nueve años de pesadilla"
Pero volvamos al principio. Al inicio de los “nueve años de pesadilla” que sufrió Alejandro Fernández de Castro, el primogénito de la familia. En su caso, desde que entró con 18 meses en la guardería “la directora ya dijo que su desarrollo no era normal porque tenía altas capacidades de razonamiento. Tanto que con dos años ya sabía leer y escribir. Y quiero dejar claro que lo aprendió sólo. Nosotros no le enseñamos”, explica la madre del adolescente.
Pregunta.– ¿Cómo es posible que aprenda a leer y a escribir solo?
Respuesta.– Lo que les pasa a los niños con altas capacidades intelectuales es que cuando les lees un cuento, por ejemplo, ellos miran las letras, miran cómo vocalizas y, de verdad, lo asimilan y empiezan a leer solos. Yo me di cuenta de que Alejandro leía cuando fui con él a un bar, siendo aún un bebé. Le pregunté qué quería comer y me dijo “caldo casero”. Me sorprendió la respuesta, por lo que miré a mi alrededor y había un cartel en una columna que decía “hay caldo casero”.
Desde su más tierna infancia, Alejandro apuntaba maneras. De hecho, cuando llegó al colegio con tres años su tutora se lo hizo saber a Beatriz y José Félix y les dijo que se lo diría a la orientadora. “Pero ella se negó a evaluarlo. Dijo que era un desajuste porque era pequeño y llegó a decirme que cuando los niños son tan precoces luego se estancan. Que los demás, cuando crecieran, darían un salto y le sobrepasarían. Me dijo 'el niño es majico... con ayuda llegará a la universidad'”, recuerda Beatriz, aún indignada por tales palabras.
Su informe, demoledor: “El niño sabe leer y escribir, pero no destaca sobre el resto”. La cara B de la historia es que Alejandro perdió la ilusión por ir al colegio. “No dormía, porque el colegio le generaba frustración, ansiedad. Para él era como una cárcel”, dice compungida esta madre.
Pero pasó la etapa de Infantil y hubo un breve alivio para los Fernández de Castro. “En primero y segundo de Primaria enseguida vieron que Alejandro tenía altas capacidades y le proporcionaban más material para que estuviese bien. Sobre todo en Lengua y Matemáticas, donde le daban sudokus y problemas lógico-matemáticos”.
La tónica continuó en tercero y cuarto, “donde hacía problemas de cursos superiores, proyectos de Historia, de Ciencia… Como una suerte de aceleraciones parciales, pero seguían sin evaluarlo”, añade Beatriz. El problema fue que esas aceleraciones propuestas por la profesora de Alejandro “no se registraron”. Y, al llegar a quinto, la nueva profesora no quiso seguir con ese método. Alejandro lo empezó a pasar mal, por frustración, hasta el punto de que, al llevarlo al médico, “el pediatra confirmó que tenía la tensión alta. Me dijo que a esas edades podría ser por problema de riñón, pero el nefrólogo lo desmintió. Era frustración y ansiedad”, dice Beatriz.
Por fin, y casi contra la opinión de los orientadores del Colegio Público Rosales de Canal, Beatriz consiguió que evaluaran a su hijo y aunque a su juicio “la baremación no era del todo exacta”, los resultados obtenidos por Alejandro eran claros: era un niño con altas capacidades intelectuales. “En todo ese tiempo quise cambiarlo de colegio, pero al ser público, la oferta era escasa y era complicado. Me dio pena ver que mi hijo lo pasaba mal y ver la falta de voluntad que hubo para evaluarlo”, declara la madre del menor.
P.– ¿Cómo está ahora Alejandro?
R.– Muy bien. Al llegar a la E.S.O. lo pudimos cambiar de colegio y sus problemas médicos desaparecieron. Ahora ya está en cuarto y está muy feliz porque en la metodología de su colegio actual está presente que si un alumno quiere ampliar conocimientos, puede hacerlo. Tras confirmar que Alejandro tenía altas capacidades le preguntamos si quería flexibilizar. Él dijo que no, que quería estar tranquilo. Me decía “mamá, quiero estar a mi bola con mis amigos”. Ahora está feliz, pero fueron 9 años de pesadilla.
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Ariadna, caso dos
La genética, como en tantas cuestiones, sigue siendo curiosa. Incluso con misterios que escapan aún a la ciencia. Pero ya se ha comprobado que hay “un factor genético” en la transmisión de las altas capacidades intelectuales. Siendo niño, a José Félix le practicaron una prueba de coeficiente intelectual y su resultado determinó que estaba por encima de la media. Lo mismo que en el caso de Beatriz Urriés, que fue evaluada por una psicóloga cuando era adolescente y también se confirmaron sus altas capacidades.
Por ello, no sólo Alejandro, su primogénito, ha sido evaluado como persona con altas capacidades intelectuales, sino que Ariadna, la segunda hija de la familia, también cuenta con ellas. Su caso, no obstante, ha sido algo menos difícil que el de su hermano mayor, pero no por ello ha sido un camino de rosas. “Ariadna tuvo la suerte de que en Infantil tuvo una profesora que no sólo la tenía motivada a ella, sino a todos los niños. Con cuatro añitos, por ejemplo, sabían todos leer aunque Ariadna ya lo había aprendido con dos”, recuerda Beatriz. “Pero no se sentía fuera de lugar”.
Ariadna, en su caso, estudió la Primaria en un colegio público “que abrieron al lado del que fue Alejandro” y hasta cuarto le han ido dando ampliación, “pero sin quererla evaluar”. Nuevo revés para la familia. De hecho, en tercero de Primaria la niña lo pasó mal por aburrimiento; por sentir que no avanzaba. Lo mismo que le ocurre ahora, en sexto. Ella misma lo explica, a continuación. Su hermano ha declinado hablar.
P.– Ariadna, ¿te gusta tu colegio?
R.– No me gusta, porque todo lo que damos es muy fácil y cuando damos algo nuevo, que es más difícil, lo repiten tantas veces que termino cogiéndole asco.
Salvo en quinto, donde Ariadna tuvo una profesora que le proporcionaba material extra, con ejercicio matemático de primero de la E.S.O., el resto de cursos sus padres han estado luchando por su evaluación. “En su caso, su orientadora me dijo que no la iba a evaluar porque las altas capacidades no son su prioridad y que tenía mucho trabajo”, dice la madre de la menor.
Fue cuando acudió a un psicólogo externo, preocupada y asustada por la situación que había vivido con Alejandro, y el profesional le recomendó la flexibilización tras evaluar a la niña.
P.– Beatriz, ¿ha ocurrido tal flexibilización o el centro ha tomado cartas en el asunto?
R.– La dirección dijo que hablaría con la orientadora antes de que acabara 2022 para estudiar una posible flexibilización de quinto a primero de la E.S.O. Aún seguimos esperando y, de hecho, me enerva que Ariadna ha ido dos veces llorando a hablar con la orientadora y ella le ha dicho que flexibilizar es difícil, que sacaría malas notas y que perdería a sus amigas. El tema es que sigue en sexto y ha empezado a bajar sus notas. Está desmotivada.
Beatriz Urriés y José Félix Fernández de Castro siguen luchando por que evalúen a su hija con miras a tomar medidas para que la niña pueda encontrar un sitio de estudio conveniente para ella. Y siguen poniendo el foco en que en España se ponen muchos problemas para flexibilizar. Y, particularmente, en Aragón.
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“En este sentido, pedimos que se normalicen las flexibilizaciones. Nadie se lleva las manos a la cabeza cuando un niño repite de curso, pero sí cuando se solicita una flexibilización. Piden y cuestionan todo: ¿Les irá bien? ¿Se adaptarán bien emocionalmente?, etc. Y nadie se cuestiona tanto cuando el niño repite. En ningún caso pasa nada y en el de la flexibilización puede ayudar a los niños a estar motivados con sus estudios. Nosotros, en Sin Límites Aragón, hemos visto que los niños que flexibilizan se adaptan fenomenal emocional y académicamente. Esta medida puede ayudar a revertir datos como que el 60 % de los niños y adolescentes con altas capacidades acaban en fracaso escolar”, concluye Urriés.