Cristina Alías (Málaga, 1976) abandonó este jueves el anonimato. Hasta ahora era una mujer trans más y algunos la conocían como la presidenta de la Asociación Trans Huellas de Málaga. Sin embargo, lo que le ocurrió en un supermercado malagueño y su posterior denuncia la han colocado en el centro de la polémica. Asegura que una de las responsables de la tienda le dijo "caballero" hasta "en 4 o 5 ocasiones" durante una discusión, a pesar de haberle dejado claro que ella era una mujer.
El aspecto de Cristina es lo que más revolucionó las redes, donde una gran mayoría ha cuestionado su género por su apariencia. Ella misma reconoce que "salió del armario tarde. Con 40 años...". Comenzó a transicionar en 2017.
Muchos se le pusieron en contra. Las "feministas radicales transexcluyentes", indica Cristina, imprimieron papeles con un mensaje en su contra para convocar una manifestación este mismo jueves a las 20 horas. Ella misma se acercó a grabarlas y asegura que fueron cuatro, que emitieron mensajes tránsfobos y que las denunciarán ante la Guardia Civil.
"Este individuo se dedica a denunciar a mujeres trabajadoras en su puesto de trabajo porque exige ser tratado en femenino. Y todo ello amparado por la mordaza infame de la ley trans", exponía el folleto de convocatoria. "Las feministas ya advertimos que estas serían sus consecuencias, señores autoginéfilos denunciando a mujeres que nos les validamos sus delirios. Así que compañera trabajadora: es un hombre y no estás sola", continuaba.
La presidenta de Trans Huella se defendía en conversación con EL ESPAÑOL: "Luego dicen que las mujeres trans perpetuamos los estereotipos de género. Pero es que si no dicen que no parecemos tías. Tengo 46 años y voy como me siento cómoda. Si no me apetece afeitarme, pues ya está. ¿No hablan de la imposición de la depilación? En el feminismo algunas lo dicen y otras lo hacemos. La ropa no tiene género. La sociedad asume que si vas vestida de una forma eres mujer y si vas de otra eres un hombre".
Alías también se defendió de los ataques de la ultraderecha. El partido de Santiago Abascal entraba en la polémica. "En VOX defendemos a esta trabajadora. Y le pediremos explicaciones a esa cadena de supermercados si la sanciona. Somos el único partido de España que defiende a las mujeres frente a esos lobbies disparatados, misóginos y subvencionados", expusieron en Twitter.
Ella apunta que en la asociación no cobran "subvenciones públicas. Si se refieren a eso mienten". Se sorprende de que la llamen misógina, "siendo la gente que niega la violencia machista. No me parece que un partido que habla de violencia intrafamiliar defienda a las mujeres. De hecho, tiran un símbolo feminista a la papelera y el LGTBIQ. Ellos están en contra del feminismo".
Cristina apunta que no quiere meter en ningún problema a la empleada. "Simplemente, lo que pido es que no se repita". Eso sí, quiere una multa para Lidl y así lo marcó en su reclamación, por no formar a su personal en temática trans.
No quiere indemnización. Eso sí, la propia Cristina se ofrece a dar una charla de concienciación en la cadena de supermercados. "Si es pagada, mejor. Si no, la haré gratis de todas formas".
La historia
La conversación con Cristina comenzó mucho antes de que expusiera lo que usted ya ha leído. De hecho, solo vio el final, el epílogo de una conversación donde cuenta todo lo ocurrido con detalles. Niega que hubiera confrontación, más allá de las palabras.
Después de entrar en directo en televisión, coge el teléfono y comienza a narrar. "Ahora estoy un poco más tranquila. Los de Vox dicen que han despedido a la cajera. Eso no puede ser. Me la he cruzado esta misma mañana. También dicen que le han dado el día libre. No sé cómo, si la he visto a las 15 horas. Es posible que como se ha cruzado conmigo le haya dado un ataque de nervios y le hayan dado el día libre. No he ido a buscar nada, sino por las pizzas peperonis que están muy buenas y estaban rebajadas", arranca su relato.
A la hora a la que habla con EL ESPAÑOL, el revuelo en las redes sociales ha convertido el tema en tendencia. Cristina se está dedicando a hacer un barrido a todos los ataques tránsfobos que ha recibido para llevarlos "ante la Guardia Civil", apunta. "Nos está llegando de mierda en Twitter... Tenemos cerca de 375.000 impresiones cuando, nuestros tuits, si pasan de 1.000 son pedazos de tuits. Lo revisaremos y tomaremos acciones legales".
Narra, ahora sí, lo ocurrido el miércoles, 15 de junio, en el Lidl de la calle malagueña Armengual de la mota. En la zona hay varios supermercados, pero Cristina y su amiga acuden cada día a una tienda buscando hacer la compra lo más barata posible.
"Ocurrió ayer, entre las 11.30 y las 12 horas", apunta. Ella y su amiga habían comprado e iban de vuelta a casa cuando decidieron volver al supermercado para poner una hoja de reclamaciones. "Trajimos las bolsas a casa y veníamos encabronadas", señala.
El motivo no era otro que la presión de los empleados de Lidl para evitar que se formaran colas. "Son superinsistentes, nos hemos sentido acosadas", cuenta. "En cuanto ven la cola, comienzan a decir que quienes vayan a pagar con tarjeta, por favor, pasen por las cajas de autopago".
Ellas hicieron caso omiso a la petición. "Prefiero pasar por una persona, porque si no quitamos empleo. Prefiero que me atienda una persona. Yo no tengo ni cuenta en el banco, pero mi amiga pagó con el móvil", dice.
Ambas mujeres se molestaron. "No tienen por qué insistirnos", apunta. "Si todo el mundo pasa por allí, al final quedan dos cajeras", continúa.
El relato prosigue: "Volvimos con la compra y por el camino me encabroné. Mi amiga alguna vez quiso montar el pollo —coloquialmente, aclara Cristina, solo era pedir la hoja de reclamaciones para que contraran más personal—, por lo que fuimos a rellenar una hoja de reclamaciones por la insistencia de usar el autopago".
Al llegar al supermercado de nuevo, Cristina y su amiga pidieron a la cajera las hojas de reclamaciones. Pidieron dos, pero solo les trajeron una. Finalmente, les trajeron otras.
"En una de las cajas que estaba vacía, yo me llevé una carpetita para escribir encima. Entonces, antes de hablar conmigo, había una señora mayor con la que tenía que hablar algo y yo no había visto la mujer. Le dije: 'Termine usted con la señora y ahora hablamos'. Me dijo: 'Caballero, espérese, que la señora...'", explica.
A partir de ahí, la conversación asegura que entró en una especie de bucle. La mujer no parecía entender que Cristina era una mujer trans.
Finalmente, consiguió explicárselo de manera clara. No obstante, asegura que la empleada le dijo al menos "3 o 4 veces, por ser prudente y que no me digan que exagero, caballero". "Una vez que te he dicho que soy una mujer trans, no me debes llamar caballero. Me enfadé más y le dije que caballero no".
La empleada trató de disculparse. Aseguró que era la primera vez que le ponían una reclamación y las otras dos mujeres insistieron. Todo el mundo miraba la escena. Cristina apunta que, "incluso pidiendo perdón, se equivocaba y me llamaba caballero. Y le dije que cuanto más hablaba más metía la pata".
Terminaron de rellenar la hoja y se fueron. "Vino detrás de mí para volver a hablarnos y me volvió a llamar caballero", expone. El objetivo de la dependienta era disculparse. Lo consiguió.
Sin embargo, a Cristina no le valió. "No se disculpó de corazón, sino por miedo a las consecuencias", aduce. Cree que fue una disculpa porque leyó el correo de la asociación que puso en la hoja de reclamaciones.