Soraya nació en "la verdad”. Así es como los testigos de Jehová llaman a venir al mundo en el seno de una familia que pertenece a esta congregación religiosa. Desde que tiene uso de razón, su vida ha estado gobernada por las doctrinas de la religión. Ahora, a sus 32 años, ni siquiera es creyente, aunque admite “seguir luchando con el sentimiento de no pertenecer a ningún lado".
Sus padres, ambos provenientes de familias desestructuradas que se criaron en un barrio marginal de Alcalá de Henares (Madrid), encontraron en los Testigos de Jehová una especie de refugio. “El recibimiento que te dan en la congregación es muy cordial y amoroso, las familias que allí encuentras aparentemente están muy unidas, lo que llevó a creer a mis padres que era el mejor entorno en el que criarnos a mi hermana y a mí”, cuenta Soraya en una entrevista con EL ESPAÑOL.
Las estrictas normas le enseñaban, entre otras cosas, a utilizar "buen juicio" en la elección de su vestimenta, evitando prendas que pudieran resultar provocativas, “como minifaldas o ropa ajustada”. También se le prohibía ver cierto tipo de películas: desde aquellas que pudieran contener algún tipo de contenido sexual, hasta las más infantiles en las que aparecieran mundos mágicos. “Jehová condena la magia y la brujería. Así que, por ejemplo, nos prohibían ver ‘Harry Potter’. Nos decían que estas prácticas podían ponernos directamente bajo el poder de Satanás”, explica.
Años más tarde, recién cumplidos los 15, la joven fue bautizada como testigo de Jehová, lo cual significaba su oficialidad como testigo y también la exposición a la expulsión si llegara a cometer algún pecado. Para evitar recibir “malas influencias”, se limitaba a tener relación únicamente con otros testigos de Jehová y alejarse así de las personas ajenas a la congregación, a las cuales los testigos se refieren como "gente del mundo".
“Mis amigos se reducían a los testigos de Jehová. En el colegio me comunicaba con todos los niños, aunque sabía que no podía extender mi amistad más allá del ámbito escolar”, comenta. A pesar de estas restricciones, sus padres la dejaron ir a la universidad, donde estudió empresariales y ADE, “aunque dentro de la congregación se intenta convencer a los padres de que sus hijos no vayan a la facultad”.
Las reuniones
Cuenta Soraya que, durante las reuniones —dirigidas siempre por hombres que gozan de buena reputación dentro de la organización y que actúan como líderes espirituales—, los asistentes leen en voz alta las publicaciones sobre su ideario. Después, se realiza una ronda de preguntas y respuestas sobre las enseñanzas de Jehová. Obviamente, las opiniones de los miembros no pueden albergar ningún tipo de crítica. “Te tienes que ceñir a repetir lo que ellos te dicen, a promulgar las enseñanzas que ellos hacen a raíz de su interpretación de la Biblia”, apunta la extestigo.
Además, en estas reuniones, los miembros reciben entrenamiento para la predicación. “Cada varios meses se nos daba un tema a tratar. Por ejemplo, un día hablábamos sobre las transfusiones de sangre y teníamos que hacer un teatrillo explicando el tema. Después nos daban feedback de las cosas que debíamos de mejorar en cuestión de oratoria para así sonar más convincentes”, asegura.
Entre los pecados graves que pueden conllevar la expulsión de la organización se encuentran cambiar de creencias, celebrar la Navidad, fumar, aceptar una transfusión de sangre (prefieren morir antes que recibir una transfusión de sangre. Según la interpretación que ellos hacen de la Biblia, deben alejarse de la sangre, y eso que cuando se escribió no existían las transfusiones), ser homosexual (están en contra de aquellas familias que no son formadas por un hombre y una mujer), tener relaciones sexuales antes del matrimonio, o divorciarse (a menos que tu pareja te haya sido infiel, que en ese caso sí lo aceptan).
En el caso de no seguir las doctrinas impuestas, los miembros se enfrentan a un comité judicial, donde deben rendir cuentas. El objetivo de estos comités es mantener la congregación "limpia" y tratar de hacer recapacitar a la persona que ha pecado.
Expulsada de la congregación
Soraya sabe lo que se siente al ser expulsada. Ocurrió durante su etapa universitaria, poco después de conocer al que fue su primer novio. “Él no era testigo. Fue la primera persona que intentó abrirme los ojos, cuestionaba mis creencias, pero siempre desde un enfoque intelectual y crítico”, dice la joven, cuyo motivo de expulsión fue el haber practicado "tocamientos sexuales" con su pareja, "pero sin llegar a la penetración, ya que moralmente yo misma no me permitía traspasar esa barrera sexual”, comenta.
Un “pecado” que ella misma decidió revelar. “Sentí la necesidad de confesar ya que no podía seguir viviendo sabiendo lo que había hecho. Para mí era como haber matado a alguien. En las reuniones se repite constantemente que debemos confesar todos nuestros pecados”, asevera. “Cuando eres testigo de Jehová no existe nada más. Y no te imaginas una vida sin serlo. Te dicen que el mundo es cruel y que la congregación es el lugar más seguro. Sientes mucho miedo de abandonar la organización y enfrentarte a la 'maldad' del 'mundo exterior'”.
Su expulsión de la congregación se llevó a cabo a través de un anuncio público realizado en el salón del reino —así es cómo se denominan a los 728 lugares de culto que los testigos de Jehová tienen en nuestro país—. “Uno de los líderes anunció solemnemente que yo había pecado y que por ello quedaba expulsada. No se agregaron más detalles”. A partir de ese momento, los demás miembros no podían tener contacto ni comunicación con ella.
A través de uno de los vídeos que hay subidos a la página web oficial de los Testigos de Jehová, la organización insta a sus miembros a que “vigilen y señalen a aquellos que van en contra de las enseñanzas que han aprendido”, y así defender los principios morales y religiosos de la comunidad.
Condenada al ostracismo
“Si alguien me dirigía la palabra, correría el peligro de ser expulsado también, incluso mis propios padres”, dice Soraya, quien en ese momento, recién alcanzada la veintena, temía quedar condenada al ostracismo más absoluto. Y es que, a los padres se les anima a que echen de casa a los hijos que no se comportan “como Jehová quiere”. Incluso se les da consejos y pautas de cómo desligarse emocionalmente de los hijos: “Son una influencia negativa que sólo buscan destrozar a su familia”, explican de forma literal desde la citada web.
Los padres de Soraya, sin embargo, confiaron en que su hija ya había aprendido de su "error" y que volvería a la fe. "En ese momento, sentí vergüenza, decepción y ansiedad por las consecuencias de mis actos. Cuando venían visitas a casa me tenía que esconder en mi habitación para así no tener ningún contacto con un testigo. Finalmente, esta situación provocó que terminase rompiendo la relación con mi pareja", relata.
Durante ese tiempo, el trato con la gente de su entorno, la mayoría testigos de Jehová, cambió. Aún recuerda lo duro que era encontrarse por la calle a todos los que habían formado parte de su círculo de personas más cercano. “Apartaban la mirada para no hablar conmigo”, dice. Por un momento, se planteó la idea de marcharse de casa para comenzar una nueva vida, pero la pesada carga moral que tendría que soportar en la mochila se lo impidió. “Sabía que, si me marchaba, mis padres sufrirían mucho por mi culpa”.
Así que, Soraya pensó que la mejor decisión que podía tomar sería la de regresar a la congregación. Para ello, escribió una carta de arrepentimiento. “La escribí a mano y se la entregué a los líderes. En ella mostraba mi arrepentimiento por mi conducta y pecados. Reconocía que la organización era el mejor sitio donde podía estar, y aseguraba que durante todos estos meses fuera de la congregación había cumplido con las normas de Jehová, y que no había riesgos de que volviera a pecar”, cuenta.
La readmitieron. Sin embargo, después de replantearse su vida bajo las severas reglas morales que no le terminaban de hacer feliz, decidió, meses más tarde, alejarse —ahora sí— de su familia y de los testigos. Se marchó a Alemania para continuar sus estudios. Allí nadie la conocía ni la podía juzgar. “Al principio fue algo incómodo, hasta que me adapté. Empecé a relacionarme con ‘gente del mundo’. Descubrí que había vida más allá de los testigos, que podía viajar, conocer gente, tener mis proyectos sin pensar si estaban bien desde el punto de la organización”, expresa.
Un año después, ya terminados sus estudios, regresó a España, a casa de sus padres. La situación había cambiado: su madre había decidido separarse de su padre, motivo por el cual sería expulsada de la organización. En ese momento, Soraya perdió casi todo el contacto con su progenitora, que decidió mudarse a otra ciudad. “A pesar de que mis ideas poco a poco iban evolucionando, me costó entender la decisión de mi madre”, asegura.
Asimismo, poco tiempo después, su hermana cuatro años mayor que ella también se distanció de la familia y de la congregación para irse a vivir con su pareja no testigo. “A ella sí que mi padre la echó de casa, ya que tenía recursos para poder mantenerse sola”, dice Soraya, quien, a raíz de eso, dejó de hablarse con su hermana, —además de con su madre—, ya que cualquier contacto con ellas le podía acarrear consecuencias negativas y llevarla a perder la relación con su padre. “Yo no tenía muchos amigos. Intentaba tenerlos, pero me costaba. Así que mi padre era la persona más cercana a mí, mi vida se centraba en estar con él”, cuenta.
Vida fuera
Con el tiempo, Soraya dejó de acudir a las reuniones. Una decisión que su padre aceptó siempre y cuando no cometiera ningún pecado. “Él siempre mantuvo la esperanza de que volviera a la congregación”. Sin embargo, el miedo poco a poco dejó de asediar la conciencia de esta joven. Así, a los 26 años, tomó la decisión de comenzar a vivir la vida de verdad. “Empecé a salir de fiesta, a acudir a cumpleaños, algo que antes tenía prohibido. Encontré una pareja nueva y comencé a tener relaciones sexuales plenas. Todo eso, a escondidas de mi padre y de la organización”, explica.
Hasta que, cumplidos los 28 años, decide marcharse de casa para irse a vivir con una amiga del trabajo. Aunque hacía tiempo que ya no acudía a las reuniones, las miradas inquisidoras todavía juzgaban su comportamiento. Tanto es así que, una mañana de diciembre, Soraya decide publicar en sus redes una foto en la que aparece montando un árbol de Navidad (lo cual está prohibido dentro de los testigos ya que no celebran las Navidades). Uno de los miembros de la organización vio la publicación y se la enseñó a su padre. “Mi padre vino a mi casa, se enfadó y me dijo que ya no podíamos seguir hablando. Desde entonces, ya no tengo relación con él”. A día de hoy, su progenitor sigue perteneciendo a la congregación.
“Cuando mi padre me dejó de hablar, empecé a perder la ilusión por la vida. Intenté hablar con él ya que sentía que era la única persona que me podía reconfortar. Le dije que no sabía si la vida me compensaba, que estaba cansada. Su respuesta fue: ‘Es normal que te sientas así porque en el mundo no hay esperanza’. Entonces, me volví a plantear que la única forma de ser feliz era siendo testigo de Jehová. Sin embargo, ya lo había sido y sabía que no sería feliz. Me mudé a Inglaterra pensando: ‘Es la última oportunidad que me doy’, y por suerte salió todo muy bien”.
Actualmente, Soraya vive en Londres. Trabaja en una agencia de marketing. Allí lleva desde septiembre de 2019. Cuando regresa a España durante sus vacaciones, no duda en visitar a su madre y a su hermana, a quienes ha tenido que “conocer de nuevo”. “En ese momento no entendí la decisión que mi madre tomó, ahora lo veo con otros ojos completamente distintos. Mi madre tenía todo el derecho a rehacer su vida. La culpa que sentíamos las dos nos alejó. Ahora pienso que éramos personas distintas, al igual que mi hermana. Nuestra personalidad estaba moldeada por la doctrina de la organización”, afirma.
Y es que, para ser testigo de Jehová tienes que abandonar todo pensamiento crítico: “Tu corazón es más traicionero que cualquier otra cosa”, advierten los líderes a los nuevos miembros que se inician en la congregación. En ese sentido, Soraya defiende que los testigos de Jehová, al igual que lo fue ella, “no tienen por qué ser malas personas, simplemente son personas que tienen miedo al mundo porque les han lavado el cerebro”.
Secuelas psicológicas
Diez años después de que decidiera alejarse de la organización, esta joven acude a terapia psicológica. “Me está ayudando a entender muchas cosas de mi personalidad que provienen de pertenecer a esta organización, de relacionarme con la gente, y cómo sigo buscando mi espacio en la sociedad. Así como las carencias afectivas que he tenido a raíz de haber perdido mi grupo, que eran los testigos, y cómo las puedo afrontar y entender. Aún tengo secuelas psicológicas”, explica.
Con la mirada de hoy, esta exmiembro de los Testigos de Jehová ve la congregación como una secta que atenta contra los derechos y libertades de las personas que acuden a ella. Personas desamparadas, en su mayoría, que necesitan sentirse parte de un colectivo —como ocurre con todas las sectas—. Los mismos líderes, conscientes de lo “inmoral” de su doctrina, suelen rebajar el tono cuando hablan de puertas para afuera. Tanto es así que, en multitud de ocasiones, han manifestado en medios de comunicación que la expulsión no se acoge a unas normas tan estrictas. Lo cual ha provocado que reciban denuncias de extestigos que desmienten sus falacias.
“El lavado de cerebro es tan grande que, años después de alejarme de la congregación, vi que negaban muchas de las cosas que yo había sufrido. Sin embargo, debo admitir que todavía una parte de mí quería pensar que en realidad la equivocada era yo, que ellos no podían mentir, ellos eran ‘la verdad’”, revela Soraya, quien, a pesar de los motivos de peso que podrían llevar a la ilegalización de la congregación, no cree que eso suceda. En Noruega, aunque se les permite que hagan sus actividades, les han retirado el registro como congregación y las subvenciones públicas que recibían. "Espero que, por lo menos, aquí se haga lo mismo", reclama.
Afortunadamente, esta joven ha conseguido liberarse de las ataduras morales que la han acompañado durante toda su vida. Aunque las marcas aún siguen grabadas en sus entrañas. “Me ha costado mucho entender que puedo confiar en la gente. Pensaba que todo el mundo me iba a hacer daño. Durante años, creí que mis amigos no testigos no eran una buena compañía”, cuenta la extestigo. Y es que, como ella misma asegura, salir de los Testigos de Jehová no es algo que hagas de un día para otro. “Tienes muchos prejuicios y, al salir al mundo exterior, te resulta muy difícil deshacerte de ellos, sobre todo si no tienes un círculo de personas que te ayude a hacer la transición”, señala.
Además, asimilar que no existe un “más allá” es otro de los asuntos que les cuesta entender a las personas que han abandonado la congregación. “Yo me había criado pensando que iba a haber una vida eterna, en el paraíso, después de esta. Es muy duro comprender que todo lo que te han contado desde niña no es verdad. Y entonces te das cuenta de que has renunciado a tantas cosas… Sigo buscando mi hueco. Veo que la gente ya tiene sus familias, sus recuerdos felices, sus amigos de siempre; y tengo la sensación de haber llegado tarde a todo”, concluye.
AVISO ACLARATORIO: rectificación Testigos Cristianos de Jehová