Después de más de 20 años de experiencia y alrededor de 2.000 operativos de investigación, David Blanco ha decidido mostrarse y hablar sobre su profesión. Acaba de publicar, trazando tal vez el recorrido más improbable de su vida, la que pertenece al investigador privado más reconocido del país, Historias de un detective. Los secretos de un gigante de esta profesión, tan desconocida e idealizada, revelados en una conversación con el editor de Kailas, la editorial en la que ha confiado, y que ha convertido el libro en una especie de guía personalizada del mundo de la investigación.
Blanco iba para artista, probablemente músico, y quizá por eso ha acabado ganándose la vida -y muy bien- persiguiendo sombras, como cantaba Antonio Vega en sus primeros tiempos en la mítica Nacha Pop. Hay mucho mito, sí, al respecto de los detectives. La gabardina de Colombo, el coche de Starsky y Hutch, la calva brillante de Kojak… todos ellos salvando unas peripecias en las que se jugaban la vida, y llegando siempre al final del capítulo televisivo con tiempo suficiente para averiguar quién es el culpable, quién es el malo.
En aquellos tiempos apenas había información, y a ellos se les derrumbaba encima la misión casi imposible de rescatarla de archivos analógicos, bibliotecas, diarios, instituciones públicas; ahora parece que hay demasiada en todas partes, tan cercana y accesible, y a veces tan peligrosa, tan disponible, que a un solo click de distancia se encuentra la razón de todo. O, tal vez, también mucho más de lo que sería conveniente, o necesario, saber de otro. De todos nosotros. Ahí, al lado, en la pantalla más próxima está nuestro pasado, nuestros errores y, quizá, alguna proeza. Solo hay que saber indagar en esa montaña enorme de información que hemos construido.
Pregunta.- La mayor parte de la gente no es consciente de cuánto hay de cada uno deambulando por ahí, entre el mundo digital y el otro. ¿Deberíamos investigarnos a nosotros mismos?
Respuesta.- No sería mala idea; al menos, a muchos les preocupa notablemente cuánto se sabe de él o de ella. A menudo vienen clientes al despacho haciendo esa misma pregunta: no tengo redes, no tengo nada a mi nombre, investígueme, por favor, que quiero averiguar cuánto puede saber de mí.
P.- ¿Y cuánto puede saber de mí?
R.- Hoy en día es muy complicado no estar, es difícil desaparecer por mucho empeño que se ponga. Hay una dimensión pública a la que podemos acceder, esa es fácil; a la parte más privada o secreta de su vida también podemos llegar, pero con observación, con seguimientos. Se puede saber bastante de usted porque es irreal, hoy, aspirar a ser invisible.
Fundador y director de uno de los despachos de investigación más prestigiosos del país, a estas alturas él debe de conocer muy bien la imposibilidad de pasar inadvertido por este mundo interrelacionado y escenográfico. Ha pasado muchas horas, muchos días, muchos años, encerrado tras los cristales tintados de un coche, esperando algo, o esperando a alguien.
Lo ha visto todo, o casi todo. Y parte de esto lo cuenta en el libro que acaba de publicar; otra parte la cuenta -la que se puede contar- en sus clases de Criminología e Investigación en la Universidad Rey Juan Carlos, o en las de Gestión y Dirección de la Seguridad en la Universidad de Nebrija.
Últimamente, reflexiona, el amor le aporta mucho. Lo ha encontrado en su vida personal, y a borbotones; le rebosa, también, en la profesional. Porque el amor, y no solo el de pareja, da mucho juego a los detectives. Hay padres, y no son pocos, que solicitan investigar al nuevo novio de su hija, "por si plantea problemas". Y ellos investigan al recién llegado, porque es lícito, señala, tratar de conocer con anticipación si esa relación "puede generar riesgos". También, explica Blanco, con un sonrisa, que mucha gente le reclama sus servicios para averiguar "si la persona con la que me voy a casar es de fiar".
P.- Pero eso… ¿no lo deberían saber ya?
R.- Sí (ríe..), se supone que sí, claro. Pero hay de todo. Hacemos muchas investigaciones prematrimoniales cada año. Así que imagino que no lo saben del todo.
P.- Y esas indagaciones… ¿arrojan sorpresas?
R.- Sí, claro, a menudo sí. Como ocurre con las sectas a veces, se utiliza el amor para engañar, para estafar a las personas. Pero hay de todo; vimos, por ejemplo, que durante el boom inmobiliario, entre 2003 y 2008, llegaban muchas mujeres de otros países y se daban numerosos casos en los que han conseguido introducirse en familias con recursos económicos importantes con una estrategia clara de enamorar a la persona, pero no por amor, sino para sacarle el dinero a esa familia.
Se trata de la estafa del amor, tan recurrente hoy en las aplicaciones, pero llevada al plano físico. Ocurrió muchas veces. Y, si era así y existía ese riesgo, mucho mejor saberlo antes, ¿no cree?
P.- Sin duda. Pero, ¿cómo se sabe si alguien te encandila por amor o si lo hace por dinero, si el modus operandi y el resultado acaban siendo el mismo?
R.- Los estafadores del amor están en auge. La lucha contra el engaño en el amor ha pasado de ser algo puntual a convertirse en un servicio recurrente, entre otras cosas porque las aplicaciones de citas tienen un factor criminógeno muy importante. Es un medio donde afloran este tipo de conductas por el anonimato, por la facilidad para poder crear un perfil que engañe a la gente y, además, porque resulta fácil aprovecharse de la vulnerabilidad de la persona que busca el amor.
En el libro cuento un caso, entre muchos, de un verdadero estafador profesional que engatusaba a las mujeres con estrategias que duraban hasta un año y medio y, después de ganarse toda la confianza de la futura víctima manteniendo un comportamiento impecable, en cuanto conseguía la transferencia que pedía por algún motivo más o menos defendible desaparecía y nunca más volvían a saber de él. A nuestra clienta le estafó 200.00 euros.
P.- ¿Ella no sospechó nunca de él?
R.- No, la mujer no se dio cuenta hasta que era demasiado tarde: pensaba que estaba viviendo una relación perfecta, porque lo parecía.
Este estafador desarrolló un método, explica Blanco, que le permitía engañar a varias mujeres a la vez; cuando surgía un indicio que podía indicar que le estaban cuestionando, inmediatamente se desvanecía de la vida de la persona con la que mantenía la relación. Jamás lo encontraban de nuevo.
Los casos que desmenuza Blanco resultan apasionantes, igual que las mentes de algunos individuos que viven una doble vida, a los cuales investiga, como la del personaje de José Coronado en La vida de nadie, el filme de Eduard Cortés basado en una historia real, y que empieza con una pequeña mentira que se hace bola, durante 20 años, superando cualquier límite esperado. Una mentira solo se sostiene con otra, esgrime Blanco, que lo ha comprobado en incontables ocasiones.
Para sus investigaciones, ha tenido que protagonizar muchas veces la escena tan peliculera de "siga a ese taxi" al ver que su cliente cogía otro, durante los seguimientos. Pero él ha elevado la escena a una potencia superior al seguir a un investigado hasta un lugar que resultó ser el aeropuerto de Barajas, y adquirir a continuación un billete para seguir con el operativo, que inesperadamente se convirtió en internacional. El investigado voló a Bélgica, y Blanco también.
P.- Le deben de pedir cosas extrañas…
R.- Ni se imagina. A veces nos llaman porque hay extraterrestres en el piso de arriba.
P.- ¿En serio?
R.- Muy en serio.
P.- ¿Y los hay?
R.- Bueno, luego, finalmente no los hay (ríe). Otras veces creen que hay fantasmas, o que le siguen los servicios de Inteligencia, hay gente con paranoias de todo tipo, y nosotros tenemos que valorar el grado de fantasía que hay en aquello que nos están pidiendo, porque los servicios que nos piden siempre tienen que ser lógicos. Si no lo son, rechazamos el encargo.
A su agencia le piden, sobre todo, cuestiones de ámbito empresarial, como las bajas fingidas. A los que se toman unas vacaciones con esa coartada puede que no les parezca del todo bien que los investiguen y, a veces, lo demuestran.
P.- ¿Es peligrosa su profesión, como sugieren los filmes?
R.- Hay que acabar con la imagen del detective casposo que lee periódicos mientras observa a los demás, o la imagen del detective siempre en peligro. Pero sí puede serlo. Hay que saber gestionar esa peligrosidad. Es muy comprometido si eres una persona temeraria. Lo es si no dominas el campo en el que estás trabajando. También si el operativo que está en la calle no sabe cubrirse las espaldas. Y lo es, por último, si no sabes a quién estás investigando.
P.- ¿A veces no lo sabe?
R.- Bueno, en ocasiones investigas a alguien y no sabes que esa persona tiene vínculos con organizaciones criminales, y es entonces cuando el encargo se convierte en uno muy peligroso. Hay que ser muy prudente, utilizar una visión periférica, no meterte en asuntos digamos "turbios"; aunque, claro, en ocasiones tenemos que infiltrarnos en lo que podríamos considerar "bajos fondos", o en un poblado marginal. En esos casos hay que recoger información desde una posición que permita una huida, una escapada rápida. La prudencia es clave.
P.- ¿Ha tenido sobresaltos de esta naturaleza?
R.- En una ocasión un tipo que reptó por debajo de varios coches y se me presentó por la espalda amenazándome con una barra de hierro. En ese caso subestimamos la capacidad de esa persona. Hay veces que están vigilando al vigilante, o que nos hacen contravigilancia.
P.- ¿En la ejecución de su trabajo, transita líneas quizá confusas alrededor de la legalidad?
R.- Sí, a veces tenemos que caminar por esa línea dudosa. Pero aferrándonos a la ética profesional, si detectamos que los intereses son delictivos, rechazamos el caso, claro. En la obtención de información sí podemos pisar ciertos límites. La Policía Nacional regula nuestro trabajo, e impide que utilicemos algunos medios técnicos que nos permiten hallar la información que nos pide el cliente. Pero sin esos medios no podemos conseguir ciertas cosas… de modo que tenemos que oscilar entre lo que se nos permite y lo que necesitamos, y arriesgarnos a sanciones o a juicios en favor de nuestra misión, que es dar cumplimiento a un contrato.
Pero los detectives no son delincuentes. "Ha habido compañeros que han contribuido sin pretenderlo a que se comentan delitos, incluso secuestros o asesinatos. A veces, existe la tentación de meterse demasiado en el papel, y de hacerlo con la persona equivocada", señala. Tampoco son espías.
Si se llevan bien con la Policía, el órgano de control de la profesión, resulta un asunto un tanto espinoso. Este cuerpo, dice Blanco, sanciona muchas cosas que un juez no encuentra delictivas. "Un dispositivo de seguimiento puede resultar sancionable para un Policía y legítimo, por su proporcionalidad, para un juez. Ellos investigan delitos, y necesita autorización judicial para indagar sobre algunas cosas; nosotros no podemos pedir a un juez esa autorización. Las cosas que hacemos tienen lógica; para la Policía, a veces, no".
La del detective, más allá de que deba controlar los riesgos, parece una profesión invadida por el romanticismo. Una profesión vocacional como la de las enfermeras, los médicos o los periodistas. Él considera que ese romanticismo está justificado y que quienes la ejercen han de enamorarse de su profesión.
Le apasiona que sea un oficio inusual, diferente a las demás, que le ofrece mucha libertad, así como las vidas que conoce, que le aportan aprendizaje. Pero sobre todo, le fascina que al mismo tiempo ayuda a la gente: hay un claro componente humanista en esta profesión: "Mejoras la vida de alguien o la solvencia de alguna empresa que puede estar siendo maltratada por algún trabajador".
P.- Una vez conocí a un espía del CNI, y me pareció que, si yo sabía a qué se dedicaba, él no debía ser muy bueno en su trabajo. Cuando le preguntan a qué se dedica, ¿qué responde?
R.- Bueno, nosotros no somos espías. Pero, en todo caso, durante muchos años no decía a qué me dedicaba. Ahora ya lo hago, porque el elemento de opacidad imprescindible lo utilizan otras personas en mi agencia.
P.- Entonces, ¿qué sabe de mí?
R.- Bueno, puedo investigarle y se lo digo, pero como decía antes los detectives solo podemos informar sobre la dimensión pública de su vida privada. La ley no me deja investigar qué sucede en su domicilio.
P.- Afortunadamente.
R.- Sí, por supuesto. Esa dimensión púbica recoge lo que usted difunde en redes sociales o lo que hace en el exterior de su ámbito privado. Y solo lo investigaría si fuera legítimo hacerlo.
P.- Pero a mí no me gustaría que usted, o alguien que se le parezca profesionalmente, irrumpa en mi vida. ¿Cuándo perdería mi derecho a la privacidad?
R.- Cuando se den unas circunstancias que pongan en duda su credibilidad. Si debe un millón de euros, confiesa que es cierto pero argumenta que no lo devuelve porque no lo tiene, y sin embargo conduce un Lamborghini, dilapida ese derecho.
P.- No tengo un Lamborghini.
R.- Yo tampoco.