El número 18 de la calle Bravo Murillo guardaba más actividad de lo habitual este fin de semana. Por primera vez, la cola que empezaba a formarse a las 11.30 horas de la mañana no era por los Cines Verdi, justo al lado de este portal. El 4º Exterior Izquierda abría sus puertas a los viandantes. Dentro esperaban todos sus recuerdos, de los que colgaban etiquetas blancas con un precio. Desde un imán de nevera hasta un diván. Todo estaba a la venta.

La cola frente al 28 de Bravo Murillo. Javier Carbajal

Las artífices tras este mercadillo improvisado son Astrid y María, dos mujeres que se dedican, desde hace unos cinco años, a vaciar casas de personas que las contactan porque quieren deshacerse de todos los objetos y muebles que hay en su interior. Bien porque es el hogar de un fallecido y no saben qué hacer con todas sus pertenencias, o bien porque ya no van a volver a ese domicilio.

Todas las casas cuentan una historia. Es el templo donde vivimos, es el hogar y donde atesoras tus recuerdos y los momentos vividos”, comenta Astrid. La de Bravo Murillo es todo un viaje en el tiempo a través de distintos países. El hombre era español, pero había vivido muchos años en Larache, en Marruecos, hasta que en la década de 1950 decidió formar un hogar con su mujer, que era francesa. Él ya falleció, y ella, con más de 90 años, se encuentra en una residencia donde le dan los cuidados que precisa. Su hogar, sin embargo, ha permanecido casi inalterable desde que entró a vivir en ella.

La entrada de la vivienda en Bravo Murillo, 28, en Madrid. Javier Carbajal

Se podía apreciar lo especial de aquel lugar, impregnado de un olor similar al de un libro viejo. Mientras de fondo, en el tocadiscos, sonaban canciones de célebres compositores franceses como P. Dukas o F. Boieldieu, los primeros visitantes se apresuraban a entrar, movidos por una especie de euforia. No podían perder la reliquia que habían visto días antes por fotografías.

La primera fue Sinaya, de 40 años. Con paso rápido y una sonrisa en la cara, entraba este viernes al hogar de Bravo Murillo. Era su primera vez. Con una bolsa grande en la mano, se zambullía decidida por las diferentes estancias a la caza de ese objeto que podía encajar en su casa. Ella, que es vendedora de arte, a menudo persigue con curiosidad los objetos que guardan historias “para poder darles una segunda vida”, comenta a EL ESPAÑOL. Para ella, lo especial de este encuentro es que los objetos cobran vida al venderse en la propia casa: “No es lo mismo que verlo en un mercadillo”.

Sinaya, en uno de los pasillos de la vivienda. Javier Carbajal

Tras ella, entraban una veintena de curiosos y de amantes de las antigüedades. Desde jóvenes de apenas 18 años, hasta hombres y mujeres mayores que esperaban encontrar un mueble, un artilugio de cocina o una cámara antigua a un precio asequible. Entre ellos, un vendedor de antigüedades, de 42 años, rebuscaba y se guardaba varios objetos –algunos rotos– en una bolsa de plástico. Es el tercer año que acudía a las puertas abiertas de Arquitectura del Orden, el proyecto de Astrid y María. 

Otras personas se prueban abrigos, cogen con cuidado los juegos de sábanas o preguntan si ya se ha vendido ese mueble que querían porque ya no ven la etiqueta. Se lo preguntan a Paula o a Marta, amigas de Astrid y María, que a menudo acuden a echar una mano cuando se organizan estos eventos. Marta, incluso, fue clienta hace unos dos años. Conoció a las responsables de Arquitectura del Orden cuando quería vaciar su casa de Boadilla. “Somos como una familia”, comenta, poco antes de atender a las preguntas que le plantea una de las mujeres que acudió a las puertas abiertas que acogió en su hogar.

Una mujer se prueba un abrigo del mercadillo. Javier Carbajal

“El reloj de la pared es de los años 20, y cuando llueve, las campanadas suenan distintas”, cuenta Astrid. Tanto ella como María conocen hasta el último detalle de la casa. Las últimas dos semanas, las dos mujeres se han encerrado durante horas para poder ordenar y clasificar cada uno de los objetos y muebles. “Es un trabajo arduo”, reconoce Astrid, pero hay casos peores. Dependiendo del volumen de pertenencias o de las dimensiones de la vivienda, han estado preparando el mercadillo durante cinco semanas, aunque no es lo habitual. Lo más normal es que puedan atender unas dos o tres casas cada mes.

“Las casas están como están. Hay algunas ordenadas, pero en otras [los familiares] han pasado, han abierto armarios y se han llevado cosas. Entonces reubicamos un poco todo. Intentamos que la casa vuelva a tener vida y esté bonito y con todo a la vista para que se pueda vender”, reconoce Astrid.

Varias personas revisan los objetos de la cocina. Javier Carbajal

De la incertidumbre al 'orden'

“Siempre intentamos presentar la historia de esa casa y lo que cuentan los objetos”, comenta Astrid. Fue periodista en medios como Cadena SER o Antena 3, pero confiesa que llegó un punto en que abandonó: “Era una época de mucha incertidumbre y de mucho contrato por obra, que me tenía bastante harta”

Astrid, una de las responsables de Arquitectura del Orden. Javier Carbajal

Después, montó una empresa de catering, que no salió bien, así que se puso a trabajar en una empresa familiar. Cuando estaba en un punto de inflexión, su amiga Diana le propuso hacer un mercadillo. Su padre había fallecido hacía cinco años y no sabía qué hacer con algunas cosas que aún quedaban en el domicilio.

“Lo organizamos y fue un éxito brutal”, cuenta. “Lo movimos con amigos y la onda expansiva fue amplia. Vino mucha gente y todo el mundo diciéndome que dónde estaba cuando vendieron la casa de los abuelos y no sabían qué hacer con las cosas; o ‘mi padre falleció y terminamos tirándolo todo’”, recuerda la mujer. El siguiente mercadillo que organizó para terminar de venderlo todo, puso un cartel: “¿Quieres vaciar tu casa? Organizamos tu mercadillo”.

María y Astrid durante el mercadillo de este fin de semana. Javier Carbajal

Ya entonces María había acudido para ayudar a Astrid. Ella había sido restauradora de muebles y retablos durante muchos años. Después, se dedicó a sus hijos. Y fue precisamente a la salida del colegio donde conoció a María. “Nos llevamos bien y un día me propuso este proyecto maravilloso y me tiré de cabeza”, comenta.

“Al principio era una apuesta muy grande. Nos tiramos a la piscina. No teníamos mucha difusión en redes sociales y nos embarcamos en el proyecto sin saber muy bien cómo iba a ir, aunque es verdad que esas primeras veces había funcionado bien”, recuerda Astrid. No obstante, asegura que tenían confianza en que “era algo que la sociedad necesitaba y demandaba. Solucionábamos un problema muy grande que tienen las familias. Normalmente, de una casa te puedes quedar con alguna cosa, pero asumir una casa entera es muy complicado. En general, la gran mayoría de cosas terminaba en la basura”, añade.

Astrid y María en el sofá de la vivienda. Javier Carbajal

Todo este germen de lo que hoy es Arquitectura del Orden comenzó a formarse en febrero de 2018. La siguiente casa fue en 2019, y así, poco a poco, consiguieron crecer por el boca a boca y por las redes sociales hasta dedicarse de pleno a vaciar casas. Lo que hacen es que cobran un feed inicial y después negocian un porcentaje sobre las ventas, según el caso y lo que se haya comprado.

“Nosotras ponemos a la venta absolutamente todo lo que hay en una casa. Nuestros clientes le dan uso al destornillador, a los trapos de cocina, a la vajilla, al sofá o al diván”, asegura Astrid. Aunque reconocen que hay en viviendas en las que han tenido que hacer algo de limpieza porque se han encontrado dientes, pelos e, incluso, las cenizas de un fallecido. 

Los utensilios de cocina a la venta. Javier Carbajal

Reconocen que los precios siempre tienen que ser “muy atractivos” porque “en tres días hay que vaciar la casa”. No se pueden permitir tener las cosas durante meses hasta que se vendan. No obstante, aseguran que consiguen vender hasta el 90% de las cosas y, con donaciones, las vacían casi por completo.

A casas como la de Bravo Murillo, en las que Astrid y María preparan mercadillos con mucho mimo, suelen acudir cientos de personas en un fin de semana. Con esta cantidad de clientela, las artífices de Arquitectura del Orden decidieron establecer las visitas con cita previa los viernes y los sábados para evitar el caos. Los domingos, sin embargo, el acceso es libre y los precios son aún más bajos.

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Para ellas, cada uno de estos eventos se vuelve un aprendizaje y una historia que contar. “Siempre recordaré a unos chicos que estaban mirando revistas de principios del siglo pasado y resulta que eran tatuadores. Pretendían utilizar las tipografías para hacer tatuajes a sus clientes. Me pareció muy curiosa esa unión en el tiempo”, comenta María.

Entre ese revuelo vivido en el 28 de Bravo Murillo, los objetos que le daban vida permanecerán desmenuzados entre los miles de viviendas de los madrileños que cruzaron este fin de semana las puertas del domicilio. Es una forma de darle una segunda vida a todo aquello que habría acabado en un punto limpio o en un trastero. Lugares que, para Astrid y María, “son cementerios donde acabarán por deteriorarse”.