Corría 1968 cuando un joven Vicente Grimalt, sin llegar siquiera a alcanzar la mayoría de edad, comenzó a vender sombreros mexicanos. Su localidad natal, Gata de Gorgos (Alicante), ya entonces era conocida por los trabajos artesanales de mimbre, como sombreros, capazos y cestas. “Y no recuerdo por qué, ese verano los sombreros mexicanos estaban triunfando así que, con un amigo, nos aventuramos a bordo de una furgoneta y empezamos a vender este accesorio por las fiestas de los pueblos de España”, recuerda el presidente de Clave Denia, la empresa detrás de la famosa cadena de tiendas Ale-Hop.
Ése fue el germen de todo, el comienzo de una vida en el mundo comercial que ha llevado a la familia Grimalt a liderar una empresa de la talla de Ale-Hop, la cadena de tiendas de accesorios –papelería, moda, menaje…– que cerró 2022 con una facturación de más de 158 millones de euros. Pero la escalada hasta esas cotas, reconoce el pater familias Vicente, tiene que ver con su “política de autofinanciación y de cero deudas”. Una política que aprendió a las malas el año después de iniciar su profesión como vendedor ambulante.
Cuenta Vicente que tras ese primer año de éxito, su amigo y él decidieron “arriesgar y pedir un préstamo para poder comprar cuatro veces más para la siguiente temporada”. Pero el clima no ayudó. La lluvia regó España y los sombreros no se vendían. “Nos vimos en un apuro para devolver el préstamo y tuve que recurrir a mi padre, que era un humilde agricultor, para que hiciese frente al pago. Esta experiencia fue un máster para mí, pues a partir de ese momento decidí trabajar sin deudas ni préstamos, con autofinanciación”, explica a EL ESPAÑOL Vicente Grimalt (Gata de Gorgos, Alicante, 1951).
Bajo esa filosofía, el padre de familia enseñó a Pau, Raúl, Sergi y Darío, sus cuatro hijos, cómo afrontar el mundo de los negocios. Y siempre sin regalarles nada. “Mis hermanos y yo empezamos desde abajo y desde dentro hemos ido escalando. Aún recuerdo, por ejemplo, las campañas de Navidad en las que hacíamos de todo: ser dependientes, envolver regalos, repartir…”, cuenta a este diario Darío Grimalt (Gata de Gorgos, Alicante, 1984), el menor de los hermanos convertido hoy en consejero, director de Expansión, Patrimonial y Seguridad, director de Recursos Humanos y responsable de Relaciones Institucionales.
Precisamente por su edad, Darío reconoce que no vivió los inicios de su padre como comercial, pero sí recuerda el comienzo de Clave Denia, la empresa matriz de Ale-Hop fundada por los Grimalt a principios de los 90. “Yo tenía casi ocho años y lo que sí recuerdo es ayudar a mis padres y hermanos en la primera tienda, Clave, recogiendo cartón en el almacén, haciendo algún recado o empaquetando productos. Además, recuerdo que la primera responsabilidad que tuve consistía en estar atento y vigilar cuando un cliente se acercaba a unas vitrinas que teníamos cerradas con llave. Yo tenía que ir corriendo, abrir la vitrina para que los clientes tuvieran acceso a los productos y me quedaba al lado para que no robaran nada”, recuerda el menor de los Grimalt con mucho cariño.
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El nacimiento de Ale-Hop
Clave, el primer punto de venta de menaje, decoración y regalos, tuvo una “gran acogida” por parte del público, pero Vicente pronto se dio cuenta de que no podría replicar “el formato de gran tienda para hacer una cadena”. Por ello, había que replantearse cómo multiplicar las tiendas a la vez que él y su mujer, Pepa Monfort, trabajaban en el vastísimo local de 1.600 metros cuadrados y también vendiendo al por mayor.
En esta historia, por supuesto, la labor de Pepa Monfort como esposa, madre y trabajadora fue fundamental para que Ale-Hop haya llegado a convertirse en un imperio. “Mi padre podía llegar a pasar seis meses viajando al año. Si mi madre no hubiese apoyado a mi padre con el negocio y emocionalmente, él no hubiese podido construir todo lo que ha construido”, valora su hijo Darío, quien también tiene palabras de agradecimiento para su mujer, Noemí Vaño, que le brinda su apoyo a él a día de hoy. “Eso sí, tenemos un pacto: de lunes a viernes no me dice nada, comprendiendo el sacrificio de mi trabajo, pero desde el viernes a las 8 hasta el domingo a las 8, ella maneja mi horario para estar con ella y nuestra hija”, ríe Darío.
Él y sus hermanos Raúl –actual director de Innovación– y Sergi –actual director Técnico– saben bien las larguísimas jornadas de trabajo para lograr todos los objetivos que está consiguiendo la marca Ale-Hop. Para Darío, la válvula de escape, aparte de su familia, es el deporte hasta el punto de que cuando era niño quería ser profesor de Educación Física, como su madre. Pero pronto se daría cuenta de que sólo era una pasión, así que decidió estudiar Administración y Dirección de Empresas en la Universidad de Alicante y un MBA en la Escuela de Empresarios EDEM, de Valencia. Por encima de todo, quería seguir los pasos de sus padres bajo su ejemplo de “esfuerzo” y emprendimiento.
Y es que en 2001, el emprendedor Vicente decidió, junto a Pepa Monfort, “cambiar el enfoque y apostar por una línea de productos diferentes, de dimensiones más reducidas y mucho más diversificados”. Era el origen de lo que se han convertido hoy las tiendas Ale-Hop, los famosos locales custodiados por una vaca de tamaño real en sus entradas. El primero de todos ellos se abrió ese año en la calle La Paz (Valencia). Sería el primero de alrededor de 300 tiendas repartidas entre España, Portugal, Croacia, Italia y México.
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Pero la de Valencia no dejaba de ser un “laboratorio”. “ Fue con la quinta apertura, en Benidorm, cuando pudimos ver el potencial del concepto de marca. El mix de la ubicación, el sector del turismo en auge, una gama de productos originales y la experiencia en tienda, sumado a la buena situación económica del país, permitió que Ale-Hop creciese en número de tiendas y equipo”, recuerda Vicente Grimalt. Y, en consecuencia, también ha aumentado el número de vacas convertidas hoy en el icono de la marca. Unas vacas “sin nombre”, pero que para muchos niños, como sus nietas, es Lola “por la canción”.
Pregunta.– Vicente, ¿cómo y por qué eligieron a la famosa vaca como icono y como guardiana de todas sus tiendas?
Respuesta.– En uno de mis viajes encontré un stand en el que vendían animales a tamaño real, entre ellos la famosa vaca en blanco y negro. Como eran los mismos colores de la marca y es un animal vinculado a valores positivos, pensé poner una en cada tienda a modo prueba. La prueba tuvo tal éxito que los clientes empezaron a conocernos más por ser “la tienda de la vaca” que por Ale-Hop. Todo el mundo se voltea si alguien hace sonar el cencerro y a día de hoy debe ser la vaca más fotografiada del mundo. Cuidamos mucho de la vaca y queremos que siga dándonos leche.
La leche presente y futura
Y precisamente en eso están Raúl, Sergi y Darío –Pau, el mayor, dejó la empresa para emprender–, en ver cómo cuidan la vaca para que siga dando leche. Para que la facturación de 158 millones de euros de Ale-Hop siga aumentando. El plan pasa por, según Darío, “digitalizar procesos, seguir la internacionalización, ofrecer productos que sorprendan y terminar la construcción del centro logístico de Oliva”.
Desde Ale-Hop, de hecho, quieren incidir en sus aperturas en el mercado italiano por el gran “recorrido y potencial” que puede tener. “Queremos replicar el mismo modelo de negocio que tenemos en España, ya que es un país con mucho turismo, como el nuestro”, explica Darío Grimalt. De momento, el equipo de Ale-Hop está centrado en mantener “un surtido de 6.000 referencias activas” y de sacar todo tipo de productos en cada una de sus siete categorías: papelería, electrónica, etc.
Y todo lo hacen bajo la dirección de los Grimalt y de Vicente, su presidente y fundador, quien ha demostrado que se puede crear un imperio partiendo de la nada con su cultura de esfuerzo y dedicación. Hijo de padre agricultor, empezó a trabajar con 12 años ayudándolo y a los 17, sin quererlo, puso la primera piedra del edificio de Ale-Hop con la venta de los sombreros mexicanos. Hoy, incombustible y sin pensar en la jubilación pese a su edad, se siente “orgulloso” de su familia por ser “personas trabajadoras”.
P.– Vicente, ¿le gustaría que sus nietos, la tercera generación de la familia Grimalt, algún día tomaran las riendas de la empresa familiar? ¿Le haría ilusión?
R.– ¡Claro que sí! Me haría ilusión, pero lo que más ilusión me haría es que fueran felices haciendo lo que más les guste hacer.
P.– Y Darío, ¿a usted como padre le haría ilusión que su hija algún día tomara el relevo?
R.– Te voy a responder de esta manera: cuando voy a tomar una decisión estratégica sobre la empresa, siempre pienso si tal decisión repercutirá positivamente en la empresa que quiero dejarle a mi hija. Y, según la respuesta, opto por una opción u otra. Eso sí, ella es muy pequeñita, tiene tres añitos, y ella decidirá su futuro y si quiere dedicarse a otra cosa, lo puede hacer. Debe ser feliz con lo que quiera.