Guadalajara

En casa de los López Vallcanera viven una perra, varios roedores, decenas de insectos, reptiles, peces y hasta un axolote distribuidos en jaulas, terrarios y acuarios que se distribuyen en sus dos pisos y un jardín con piscina y vistas al campo de Guadalajara. En esta casa, como en casi todas, hay normas; pero cada uno se levanta cuando quiere y, sobre todo, aprende lo que quiere: no hay deberes, ni se estudia para exámenes y, sobre todo, se juega mucho. La razón principal es que Ariam, de 18 años; Ares, de 13 y Naím, de 9; no van a la escuela.

Ellos forman parte de una de las casi 4.000 familias que hacen ‘homeschooling’ (escuela en casa) en España. Las hay que no llevan a sus hijos al colegio porque prefieren dar el currículo oficial en casa; otras que alegan motivos religiosos; otras, porque simplemente, como en el caso de los López Vallcanera, no creen en el sistema educativo: les parece un lecho de Procusto donde se intenta cortar a cada niño por el mismo patrón.

La cifra no es oficial, porque la mayoría de estas familias prefieren vivir en el anonimato y lejos de los juicios sociales. El ‘homeschooling’ es, además, ilegal en España, donde la ley obliga a que todos los niños sean escolarizados. Así, el cálculo es aproximado, a partir del número de estas familias en grupos de WhatsApp y otras redes en las que se apoyan y comparten experiencias; según ha podido consultar EL ESPAÑOL, de la mano de Laura Mascaró, pionera de esta modalidad educativa en el país.

Sandra Vallcanera, durante su conversación con EL ESPAÑOL. Rodrigo Mínguez

“Sólo en el Norte de Madrid somos unos 1.500”, confiesa por su parte Sandra Vallcanera, de 47 años. Es la madre de esta familia que abre las puertas de su hogar a este periódico para relatar una vida donde los niños crecen rodeados de naturaleza y animales, aprenden guiados por sus intereses más genuinos y su curiosidad, son expertos en supervivencia y artes marciales, y se desenvuelven con sus amigos sin necesidad de pisar el patio del colegio.

Pese a la ilegalidad y a las miradas de los demás, a Sandra y a su marido, Javier López (51), no les preocupa decir alto y claro que ellos educan a sus hijos lejos del sistema. De hecho, han recibido la visita de los servicios sociales hasta en dos ocasiones a lo largo de los 18 años que llevan educando a sus hijos en casa, cuando nació el primero de ellos, Ariam. Hasta hoy, no ha habido más consecuencias que un expediente.

El matrimonio, por su parte, cambió de vida radicalmente para dedicarse por completo a sus hijos. Abandonaron sus trabajos y crearon un negocio rentable que, a día de hoy, sin contar con un gran patrimonio, les permite vivir su vida soñada.

Cambio de vida

La aventura de esta familia en el ‘homeschooling’ comenzó hace 15 años, cuando el mayor de los hijos, Ariam, cumplió tres y entró en Educación Infantil en el centro en el que trabajaba su madre como profesora. Sandra, licenciada en Magisterio, no estaba de acuerdo con cómo funcionaba el sistema educativo a esas edades. Cuando fue el turno de Ariam, tomó una decisión.

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“Estaba en el sistema, en lo que había aprendido y me habían enseñado. Pero veía que no era el lugar en el que tenían que estar los niños. Acaban de nacer, no se han adaptado al mundo y ya les estamos obligando a leer, a escribir, a memorizar… En algunos ‘coles’ les ponen incluso deberes con tres años…”, explica Sandra sobre sus motivos.

Así, matriculó a Ariam en la escuela pero, a los 15 días, se fueron los dos. Sandra dejó su trabajo para educar a Ariam, y Javier, su marido, con una experiencia escolar que tampoco le había entusiasmado, aceptó. Javier buscó otro empleo además del que ya tenía: desde ese momento, los ingresos principales de la familia recayeron sobre él. “El ‘homeschooling’ es un cambio de vida total, cambia tu forma de trabajar, necesitas tiempo…”, dice Sandra.

Al principio, se fueron combinando para traer dinero. Sandra incluso iba a limpiar casas, mientras Javier, además de atender su trabajo, daba clases de kárate después del trabajo. “Estábamos convencidos de que eso era lo que queríamos hacer. Como sólo era un niño, era más fácil en aquel momento. Con tres ya es otra infraestructura”, explica la mujer.

Sandra ya había investigado en internet sobre el ‘homeschooling’, una práctica que en aquel momento (2008) apenas tenía difusión en España. Pero sí en lugares como Estados Unidos, donde algunas familias relataban sus experiencias a través de los primeros blogs. Inspirada por ellas, fue aplicando sus recetas en Ariam y abrió también su propio portal sin más intención que el de relatar su nuevo día a día.

Javier López, durante su charla con EL ESPAÑOL. Rodrigo Mínguez

Ganarse la vida

A través de estas investigaciones, Sandra conoció el método Montessori, el cual comenzó a aplicar sobre su hijo mayor. Este método, creado por la profesora italiana Maria Montessori a finales del siglo XIX, consiste en guiar a los niños en su proceso de aprendizaje a través de sus propios intereses, potenciando su autodesarrollo, sin seguir un currículo establecido basado en la memorización y el estudio.

Sin embargo, el método requería de materiales específicos que, en aquel momento, eran prácticamente inexistentes en España. “Podían costar 200 euros, cuando ahora valen 50”, matiza Sandra. Así, se puso a buscar dónde comprarlos por su cuenta en Internet y traerlos desde países como China.

Gracias al blog, Sandra había creado una audiencia interesada en el proceso educativo de Ariam y en la escolarización en casa: le hacían preguntas y consultas, y también requerían materiales. Lo que comenzó como un blog se convirtió rápidamente en un exitoso negocio de asesoramiento educativo y en una tienda online.

“En aquel momento éramos los locos de la educación en casa. Hablabas de ‘homeschooling’ y de tener una tienda online, y la gente te decía: ‘¿Eso qué es?’. No era algo común y nosotros no teníamos ni idea de nada. Pero nos lanzamos a la aventura y nos fue bien muy rápido”, dice Sandra.

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Con una fuente de ingresos sostenible a través de la tienda, Javier dejó sus trabajos en 2012, año en que nació Ares, el segundo hijo de la pareja. Desde entonces, el matrimonio se dedicó exclusivamente a la tienda y a expandir el negocio de la formación online, además de educar a dos hijos en casa.

Con los años, abandonaron la tienda y su negocio evolucionó en lo que en la actualidad es Jaisa Educativos (jaisaeducativos.net), una escuela de formación online para padres y niños ‘homeschoolers’, y también docentes. Javier y Sandra se turnan durante los diferentes días de la semana para dar estas clases: cuando uno atiende la escuela, el otro se encarga de educar a sus tres hijos, el motivo original por el que llegaron a todo esto.

Educar en casa

“Al principio comenzamos por intuición, que es lo que hacían nuestras abuelas. No teníamos nada estructurado. Seguimos los intereses de cada uno, que ninguno de los tres se parece en nada. Luego, gracias a la pedagogía Montessori, lo fuimos estructurando más y ganando confianza. A mucha gente le da terror dar clase de Matemáticas, pero nosotros lo enfocamos todo como un juego”, dice Sandra.

Ariam, el mayor de los hijos, explica cómo fueron sus primeros años de esta educación: “Tenía muchas preguntas. Por ejemplo, quería saber por qué llovía, por qué había agua en el mar; pero también otras cosas más profundas, como por qué muere la gente, adónde va la gente cuando muere… Y ellos [refiriéndose a sus padres] me lo explicaban”.

Airam, de 18 años, atiende a una de sus lecciones de guitarra. Rodrigo Mínguez

A través de esas preguntas, Javier y Sandra se formaban en Meteorología, en Física, en Geología o Filosofía, y al día siguiente trataban de dar respuesta a los interrogantes de su hijo. Para que aprendiera matemáticas, por ejemplo, le dieron un libro de problemas de lógica sobre el videojuego ‘Minecraft’, que luego cambió por otros materiales.

“Tratamos de relacionarlo todo y conversamos mucho”, dice Sandra sobre su forma de funcionar. “Ahora mismo, por ejemplo, estamos viendo una serie sobre Einstein, de National Geographic. Después de verla, surgen preguntas, sobre la Teoría de la Relatividad, sobre Historia… y las abordamos al día siguiente”.

Por poner otro ejemplo de cómo funciona la educación en esta familia: a Ares, el mediano, le regalaron un acuario. A través de este nuevo pasatiempo, sus padres aprovechan para explicarle qué peces pueden vivir en agua caliente, cuáles en agua fría, qué porcentaje de agua hay que cambiar, cómo se alimentan... Y luego, el propio Ares se forma por su cuenta con lecturas relacionadas con todo lo anterior. 

“Prefiero que lea lo que le interesa, en lo que se concentra cuatro o más horas seguidas sin interrupción, a que lea El Alcalde de Zalamea, que se le va a terminar olvidando y lo hace por obligación”, dice Sandra.

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Ariam, el mayor, se levanta todos los días a las siete de la mañana y sigue una rutina de ejercicios de calistenia, da clases de guitarra y estudia un curso de Artes británico online. Ares pasa la mayoría del tiempo entre sus terrarios y laboratorios, investiga insectos en el microscopio y lee sobre naturaleza y biología. Naím, el menor, dedica varias horas al ‘parkour’, además de seguir las lecciones de sus padres.

Según explican Javier y Sandra, todo esto se hace dentro de un orden y un horario: “Aprenden porque quieren y lo que quieren. Pero esto no quiere decir que aprendiendo lo que les dé la gana no tengan que aprender lo básico de cultura general, de matemáticas o de lengua”, asegura Sandra.

“Hay que escribir y hay que sumar… Dando mis clases online me encuentro con familias que dicen que los niños ya aprenderán cuando sea y estén preparados. Pero si un niño con 11 ó 12 años no lee, es un problema. Se tienen que esforzar en muchas cosas y aquí hay cosas que son obligatorias, y no se pueden elegir”, añade.

Por su parte, Javier, explica cómo funcionan estas normas básicas y el horario:  “Ariam tiene 18 años y va por su cuenta. Pero los dos pequeños se levantan a partir de las 9 de la mañana, desayunan –o no–, y luego dan clases conmigo o con Sandra. Hay un básico de Matemáticas y Lengua, pero todo lo demás es por lo que a ellos les interesa. Después de comer, tenemos un rato de lectura y actividades extraescolares, como el ‘parkour’, hípica, y cada uno hace sus tareas del hogar”.

Ares, el hermano mediano, de 13 años, en su laboratorio. Rodrigo Mínguez

Los móviles y las pantallas también están sujetos a normas: los hermanos López Vallcanera sólo ven series o televisión mientras desayunan, o por la noche en familia. “Es absurdo prohibírselo, porque si no lo ven en casa, lo verán fuera. Pero también dentro de un orden”, dice su madre.

Por otro lado, en la distribución de las lecciones, Sandra es quien se encarga de las materias más teóricas y estructuradas, y Javier de las que implican práctica y actividad física. Experto en artes marciales y supervivencia, y colaborador junto a su hijo mayor de Protección Civil, también enseña a sus hijos estas disciplinas: desde cómo reaccionar ante un apagón, enfrentarse a una pelea o a hacer simulacros de incendios.

“Creemos que el currículo de la escuela está muy desactualizado para aprender sobre emprendimiento, primeros auxilios, autodefensa, alimentación saludable, cocinar… O cosas como hacer la declaración de la renta. Matemáticas, sí; pero cosas útiles para la vida, también”, dice Sandra, por su lado.

Hacer amigos

Uno de los puntos más polémicos en el fenómeno de los ‘homeschoolers’ es la socialización de los niños. Ariam, Ares y Naím son hermanos y también mejores amigos: es entre ellos y sus padres con quienes han pasado la mayoría de su vida. Sin embargo, para Ariam, con 18 años, el hecho de haber estudiado en casa no ha supuesto un problema para hacer amigos como cualquier otro adolescente.

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“Cuando era más pequeño íbamos al parque con otras familias de ‘homeschoolers’ y tenía mi grupo de amigos con los que jugaba. Más adelante, algunos se mudaron y, con 12 ó 13 años me quedé con dos o tres amigos. Así que les dije a mis padres que quería ir al instituto”, explica el mayor de los hijos.

Con 12 años, sus padres lo escolarizaron en la ESO sin ninguna resistencia. “Cada año les preguntamos si quieren ir a la escuela. Les decimos:  ‘¿Queréis ir al cole este año y conocer a gente nueva y hacer cosas nuevas?’ Y depende de su respuesta, por ahí seguimos. Ares tiene 13 años y tendría que ir al instituto y no ha vivido esa necesidad. Pero Ariam nos dijo que quería ir para ver qué era”, dice Javier por su parte.

La vivencia de Ariam en la escuela fue parecida a la de cualquier otro chico: hizo amigos, en algunas materias iba más holgado y, en otras, tuvo que esforzarse más. Sus padres, por ejemplo, tuvieron que ponerle refuerzo de inglés para que alcanzara el nivel de los demás niños; pero salió adelante y, sin haber hecho nunca exámenes en casa, se examinó con éxito para obtener el título.

“Lo aceptaron muy bien. A veces había conflictos en el instituto, y él era el que ponía paz. Al no ir al cole, se han evitado muchos problemas que hacen perder la autoestima, como ‘el tú no vales’, ‘tú no llegas’, ‘tú no puedes’, las peleas con los demás, el ‘bullying’… Hay gente que dice que si no socializan pronto no van a aprender lo dura que es la vida… Pues él la autoestima la tiene bien puesta, sabe poner límites, tiene un gran sentido de servicio, etc.”, dice su madre al respecto.

Naím (9) y Ares (13), junto a su perra Cali, adoptada. Rodrigo Mínguez

Tanto él como sus hermanos se relacionan con los hijos de otros ‘homeschoolers’ y con los niños que acuden a las actividades extraescolares a las que asisten todos los días de forma presencial.

Ariam, por su parte, decidió volver a casa al terminar la ESO, pero no porque no le gustara el colegio, sino porque sus inquietudes le llevaron por un camino distinto al del Bachillerato. “Quería dedicarme a la música por amigos que conocí en el instituto que eran músicos, y me matriculé en un curso online que hago en una escuela de Artes del Reino Unido”, dice.

Legalidad

Que el mayor de los hermanos haya seguido el camino artístico no le ha obligado a cursar bachillerato o estudios superiores. Pero, en el caso de Ares, el segundo, apasionado de la biología y los animales, ¿qué pasaría si el día de mañana quisiera ser veterinario o biólogo? Dentro de su aventura ‘homeschooler’, Sandra tiene previstas todas las posibilidades. Porque en este tiempo, también ha estudiado el marco legal en el que llevar a cabo esta práctica.

“Un niño bien educado en casa está preparado para acceder a la educación superior como cualquier otro, como lo ha demostrado Ariam, que se sacó la ESO”, dice. En España, pueden examinarse de la ESO a los 18 años quienes no hayan seguido los cursos en la escuela. Y del bachillerato, para presentarse a las pruebas de acceso a la universidad, a partir de los 20.

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“Está claro que en la vida, hay que examinarse: para el carnet de conducir, para obtener un título, para conseguir un trabajo… Pero cuando llegas a esta edad ya sabes lo que quieres, y si estudias, es porque quieres. Lo que vemos en la escuela es que los niños tienen que examinarse de cosas que ni les van ni les vienen y luego, muchos abandonan”, asegura Sandra, en referencia a la tasa de abandono escolar, del 13,9% en España, según los últimos datos.

La madre de familia también relata cómo se ha abierto paso en un marco legal que no permite hacer lo que hace con sus hijos. La familia, antes de mudarse a la provincia de Guadalajara, residía a las afueras de Barcelona. Allí, cuando Sandra fue a pedir un edificio del Ayuntamiento del pueblo donde vivían para dar una formación, una técnica municipal avisó a los servicios sociales tras enterarse de que su hijo mayor no iba a la escuela.

“Nos llamaron cuando él tenía seis años. Nos hicieron una entrevista las asistentas sociales, nos pasaron el informe al siguiente Departamento, de Servicios Territoriales, y nos hicieron una visita. Vieron que los niños no estaban abandonados, que sabían leer, escribir… En ese momento ya estaba escribiendo el blog, con la intención también de dejar registrado todo lo que hacía. No nos llamaron nunca”, relata Sandra.

“Cinco años más tarde, nos volvieron a llamar para preguntarnos si sabíamos que no habíamos escolarizado a Ariam. Y les respondimos que claro que lo sabíamos. Nos volvieron a hacer una entrevista y nos dieron a entender que intervendría la Fiscalía de Menores. No nos llamaron nunca, y así, hasta hoy”, prosigue.

La familia López Vallcanera al completo, en el exterior de su casa de Guadalajara. Rodrigo Mínguez

Si interviene la Fiscalía, Sandra dice que lo máximo que puede dictar un juez es que sus hijos sean escolarizados al día siguiente. En tal caso, no duda en que se iría a otro país donde el ‘homeschooling’ sea legal, como, por ejemplo, los vecinos Francia y Portugal.

No entendemos como un estado te puede obligar. En España, no hay elección de qué tipo de educación quieres para mis hijos, a no ser que tengas 2.000 euros al mes para gastar en escuelas privadas. La educación pública no ofrece alternativas: todas las escuelas son iguales. La Constitución dice que sí, pero es mentira. No puedo elegir ni a qué cole les quiero llevar, porque a mí me toca este, y si no hay plazas, te aguantas”, asegura Sandra.

Y concluye: “No estamos en contra de la escuela ni de los docentes. De hecho, soy formadora de docentes. Lo que no nos gusta es el sistema educativo en general, lo que es la institución y cómo está montada. Por eso, lo tenemos clarísimo: o educación en casa, o nos vamos”.