David García
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Siglo XXI. Era de los nepo babies, hijos e hijas de grandes estrellas del cine, la música y la televisión que triunfan gracias a la influencia de sus padres. Siguen la travesía allanada por el talento de sus progenitores, arrastrados o empujados por el poder y la influencia de la sangre y el apellido; un 'tráfico de influencias cultural' que coloca en el trono al retoño de turno, haya sido dotado, o no, de capacidades para mantenerse a la altura del legado. Una realidad cada vez más habitual en el mundo del entretenimiento. Pero hay casos en los que ocurre justo a la inversa, contradiciendo esa tendencia ¿Puede un hijo hacer famoso a su padre? ¿Puede este llegar a tener el mismo 'gancho mediático' entre su público que su primogénito? Sí. Y en España hay un gran ejemplo: Jordi Carrillo de Albornoz.

A Albornoz habría que forjarle un neologismo propio. Él es un nepo daddy. Popularmente conocido como Papa Giorgio en sus redes sociales, este hombre de 70 años no ha renacido como celebridad gracias a ser 'hijo de', sino por ser 'padre de'. Concretamente, de Jordi Wild, uno de los streamers más reputados de España, con quien comparte desde hace años algunos de los populares vídeos que sube a su canal.

Al contrario de lo que ocurre con muchas estrellas jóvenes que se combustionan de forma espontánea por la fama y el éxito, al padre del streamer que le paren por la calle para pedirle autógrafos no se le ha subido a la cabeza: primero, porque Albornoz está en la edad de ser abuelo y el reconocimiento tardío ya no le preocupa. Se ha batido en demasiados duelos vitales como para importarle el disparo de los flashes. Segundo, porque tiene una habilidad innata para caer bien, por lo que nadie puede acusarle de ser un mero arribista. Al contrario: brilla con luz propia. Su cercanía y su espontaneidad lo han convertido en uno de los invitados favoritos de los programas de Wild. 

Papa Giorgio sostiene un ejemplar de su libro Imagen cedida

Su popularidad responde a que tiene 'don de gentes'. En el refranero popular lo bautizarían como con un tipo 'más majo que las pesetas'. Sea como fuere, lo cierto es que Papa Giorgio es un hombre sencillo y campechano que responde hasta a las preguntas más comprometidas con soltura, siempre risueño, ondeando la bandera del 'buen rollo': "Ahora que soy famoso sigo siendo el mismo de siempre, eh", bromea a carcajada limpia. "Quienes me conocen desde hace años lo saben bien. Esto no se me ha subido a la cabeza. Es sólo un hobby".

Un hobby de 9 millones: las visitas que tienen algunos de los vídeos que ha publicado junto a su hijo en El Rincón de Giorgio, el canal de YouTube de Jordi Wild, donde tratan temas de actualidad, juegan a videojuegos y comentan virales de Internet. Entre sus principales redes cosecha otro medio millón, cifra nada desdeñable para no tener canal ni programa propios. Es una rara avis en el universo del streaming, pero su fórmula –ser espontáneo, no prepararse los programas, ser padre de una estrella– funciona. Y, sobre todo, es capaz de seducir a los más jóvenes, su público predilecto.

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"Ha sido algo impensable, como un sueño. Tenía sesenta y pico años y mi hijo me dijo: 'Papá, tenemos que hacer un vídeo tú y yo'. '¡Pero si tengo 60 años!', le contesté. '¿Qué voy a hacer yo con estos chavales jóvenes?'. Pero no. Lo hicimos. Y aquello caló entre la gente", explica a EL ESPAÑOL.

Hoy es una estrella de las redes y, por primera vez desde que su hijo lo lanzó a la fama, ha decidido abrirse en canal y desnudar algunos de los pasajes de su vida. Los brillantes y los emotivos; los oscuros y los polémicos. Y lo ha hecho en un libro, Los cuentos de Papa Giorgio, editado por Penguin, que estrenó a mediados de este año y que presentó y firmó en la feria de Sant Jordi junto a su hijo.

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"Este libro es para todo el mundo: tanto para la gente joven que me sigue en Twitter como para aquellos de mi edad que quieran leer mis reflexiones. Me gustaría que los padres y abuelos de los chavales que me siguen lo cojan, lo lean y se diviertan. Es un texto ágil; se puede leer rápido, y está escrito desde my country, mi corazón [...] Confieso que es una ilusión que tenía desde hace años: escribir un libro. Haberlo cumplido, que ya esté en las librerías… no puedo describir lo que siento".

En esta suerte de memorias Albornoz discurre por algunos pasajes de su vida: describe su paso por un colegio franquista en el que lo obligaron a aprender himnos de la dictadura, una etapa que describe como "dura y de profunda soledad". También su ingreso en el servicio militar obligatorio, un encuentro con la disciplina que le ayudó a hacerle "un hombre maduro"; sus romances de juventud, que entremezcla con anécdotas personales y otros relatos en los que da consejos a los jóvenes para ligar; y, por supuesto, relata el amor, casi devoto, que profesa por su hijo, Jordi Wild.

No obstante, a pesar de los relatos sobre algunos de los pasajes de su vida, a Papa Giorgio le gusta comparar la sociedad que le vio crecer con aquella a la que se dirige ahora a través de sus redes sociales y YouTube. Ha llovido desde aquel lejano 1953. No tiene pelos en la lengua y, aunque trata de no meterse en política, se moja con todo lo demás. "Lo que viví en los colegios de aquella época no se lo deseo a nadie, pero lo que está pasando ahora... hemos ido de un extremo a otro. Antes nos imponían aprendernos el himno franquista; ahora hemos pasado a agredir a profesores, a insultarlos, a estar con el móvil todo el día en la clase". 

P.– ¿A qué se dedicaba durante su juventud? ¿Con qué se ganó la vida?

R.– Yo entré a trabajar en una compañía eléctrica como administrativo con 18 años. Fui ascendiendo y llegué a ser asesor de nueva construcción. Todas las viviendas, todo lo que se construía nuevo en Manresa, Cataluña: venían allí a hacer las peticiones para las viviendas. Se negociaba la cantidad de bloques de pisos, si había que poner cables subterráneos, generadores, juntas de compensación, etcétera. Mi tarea era similar a la de un gestor personal de un banco: era como un asesor de los promotores de nueva construcción.

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P.– ¿Y ese mote? ¿Papa Giorgio? ¿De dónde viene?

R.– Mucha gente me lo pregunta. En Murcia me llamaban Papa. Cuando mi hijo empezó en esto de YouTube, quería poner al programa El rincón de Jordi. No sé qué pasó, un problema con una patente o algo así, que al final tuvo que poner El rincón de Giorgio. Como participé con él en 50 vídeos, me empezaron a conocer como Papa Giorgio. Así de sencillo.

P.– Su vida es interesante porque se jubila con poco menos de sesenta años y, de repente, se convierte en una estrella de YouTube. Pasa del analógico al streaming. ¿Cómo fue ese salto? 

R.– Algo impensable. Como un sueño. Yo tenía sesenta años y mi hijo me dijo: 'Papá, tenemos que hacer un vídeo juntos'. '¡Pero si tengo sesenta años!', le contesté. '¿Cómo voy a salir con estos chavales jóvenes?'. Pero no. Hicimos un vídeo y caló entre la gente. Una persona de esta edad con esos jóvenes, jugando a videojuegos de los que no tenía ni la más remota idea... ¡Nos partíamos de risa! Empezó a tener éxito. 5 millones, 6 millones, 9 millones...

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P.– ¿Se sintió siempre arropado por el público?

R.– Mi hijo, que está metido en este mundo, y lo sabe bien porque habla con Ibai, con AuronPlay, con El Rubius y toda esta gente, aunque yo no conozco a ninguno; a él le dicen: 'Tu padre es la persona más querida de YouTube'. La gente me quiere y me respeta, y eso me hace feliz. Por eso todos los días le dedico una hora y media a responder todos los mensajes que recibo en redes sociales. 

P.– Pertenece a un sector que, además de generar mucho dinero, también provoca adicción. ¿Alguna autocrítica?

R.– Ahí es que se mezclan varias cosas. Si tú ves que un crío de ocho años quiere un móvil, la culpa de que se vuelva adicto es de sus padres, que se lo dan. Es penoso ver a algunos chavales con trastornos mentales y adictos a programas de YouTube. Los streamers que hagan lo que quieran y como quieran; el problema es que hoy todo el mundo desea ser streamer. Entonces la gente joven se vicia, empieza a ver vídeos, uno tras otro... y ya sabemos cómo acaba. Me preguntas algo durillo, y es jodido responderte, porque requeriría un debate muy profundo.

P.– ¿Le dio miedo de que su hijo se perdiera por el camino?

R.– Yo a Jordi le di un consejo: que hiciera lo que le diera la gana, pero que no se quemara, que fuera con tranquilidad y, sobre todo, que disfrutara. Mi hijo es psicólogo, aunque no ha ejercido. Cuando llevaba cinco o seis años, le dije: 'Para un mes o dos, Jordi. Te irá bien'. 'Tienes razón', me dijo. Que yo sepa, no le he visto ningún tipo de problema. Tiene sus cosas: siempre le paran por la calle. Cuando vas con él tienes que ir a sitios alejados para que la gente no te la arme. Pero lo lleva bien. Si se acercan, se para, se hace la foto... en ese aspecto es parecido a mí en el carácter".

P.– Es curioso, porque suelen ser los padres quienes hacen famosos a sus hijos, pero en este caso es a la inversa.

R.– Bueno, pero lo importante es que soy el mismo de siempre. A mí no se me ha subido a la cabeza. Soy consciente de que llegará un año y cerraré ya todo el tinglado. Ahora lo disfruto, me gusta, y te lo digo con sinceridad: esto es un hobby. No vivo de ello, sino de mi pensión de jubilado. Para eso trabajé 50 años y coticé en la Seguridad Social. Me distrae, me relaja, hablo con la gente, me lo paso bien. El día que vea que mi cabeza ya no vaya bien, lo dejaré.

P.– ¿Cuál es la mayor lección de vida que le ha enseñado Jordi Wild?

R.– Ser un buen hijo. Esa sí que es una lección de vida. Él se ha currado durante mucho tiempo llegar a donde está. Ha trabajado un montón. Y, lo mejor de todo: es una persona muy cariñosa. Que con sus padres tenga una confianza enorme me enorgullece. Tiene sus cosillas, como todos, pero mi relación con él es encantadora. Me alegra muchísimo que haya triunfado y que siga haciendo las cosas tan guapas que hace.