Juan Carlos Pérez Cortés comenzó a ver la anarquía relacional como una buena filosofía de vida hace una década. Desde entonces, sigue un camino que persigue la desjerarquización de las relaciones sociales, lo que no significa que todo el mundo reciba el mismo trato o cercanía. Él, que prefiere decir que se relaciona dentro del marco de la anarquía relacional, huye de conceptos como pareja o amigos o familia y se decanta por denominarles “vínculos”. Pero va más allá. Si tuviera hijos, por ejemplo, no tendría ningún problema en que los criara cualquier persona dentro de su red.
Pérez es una de las caras más visibles dentro del mundo de la anarquía relacional, de las pocas que todavía se atreve a mostrarla, ya que el miedo al estigma y los prejuicios de la sociedad imperan en esta comunidad. “Si te pones las gafas, como se dice de las gafas violetas con el feminismo, empiezas a ver todos los comportamientos autoritarios que se dan dentro de las relaciones interpersonales”, sostiene. Cambiar estos comportamientos, de hecho, es una de las prioridades del colectivo.
Autor de Anarquía relacional. La revolución desde los vínculos, es consciente de que, cuando empiezas a intimar con una persona, saltan algunos resortes en torno a la posesión, el control y la exigencia de cuentas. El ejemplo más paradigmático de ello es la propia amistad. De hecho, Pérez ilustra su forma de entender la anarquía relacional en torno a ella: “Igual que tenemos varios amigos y cada uno lo tratamos de una forma diferente y es especial a su manera, y es algo aceptado, yo aspiro a que eso se reproduzca en cualquier relación que tenga”.
Basa este postulado en que “la única diferencia entre un amigo o amiga y tu pareja es que con esta última practicas sexo”. De todas formas, considera que los hombres que se definen como anarquistas relacionales tampoco han roto tantas barreras como las mujeres. “A nosotros apenas se nos juzga. Si yo le cuento lo que pienso a una persona de una generación mayor, tampoco me juzga como sí lo haría con una mujer”, ilustra.
La monogamia como opresión
La primera vez que Roma de las Heras se percató que la anarquía relacional podría ajustarse a su forma de entender el mundo fue cuando su pareja, con la que llevaba unos meses, se enfadó porque organizó las vacaciones con su hermano antes que con ella. “Le dolió que no le preguntara, y yo no entendía qué había pasado porque me llevo genial con mi hermano, que le conozco de toda la vida, y con ella tan solo llevaba unos meses”, relata. Ese es un pequeño ejemplo de lo que supone la anarquía relacional, es decir, la filosofía de vida que intenta llevar los preceptos del anarquismo clásicos, tales como antiautoritarismo y autogestión, a las relaciones interpersonales.
Dentro de la no monogamia, las personas que se consideran anarquistas relacionales sueñan con su particular utopía: desjerarquizar las relaciones sociales, lo que no es sinónimo de que todas las relaciones sean iguales. Se oponen a la monogamia porque “es un sistema de organización social conformado de tal forma que, según nos hacemos mayores, dejamos de convivir con otras personas para hacerlo con la pareja”, describe De las Heras, quien considera a la monogamia como una estructura de opresión.
Esta anarquista relacional cuestiona, desde la raíz, por qué la sociedad espera de todas las personas que activen una relación de pareja en exclusiva como espacio en torno al que crear una vida, en donde se comparten aspectos como la economía y la crianza. Más allá de entender que la libertad también debe llegar hasta a la hora de practicar sexo, la anarquía relacional va mucho más allá.
“Tampoco hemos inventado nada, tan solo intentamos poner palabras que nos ayuden a entender mejor cómo vive la gente, porque de crianza fuera de la pareja, por ejemplo, saben mucho el colectivo LGTBI y queer”, ilustra.
De las Heras, aunque ha publicado Anarquía relacional. Una novela gráfica y ya ha salido de este particular armario pero prefiere no mostrar su rostro, afirma que suele tratar este tipo de temas en entornos que, a priori, considera lo suficientemente abiertos como para poder entenderlo. Sí lo hace con tanta otra gente con la que le gustaría pasar más tiempo: “Esta forma de ver el mundo te obliga, en cierta forma, a sostener los vínculos de forma muy consciente y responsable, y vivir en Madrid para eso es algo casi imposible”, relata.
Como se decía al principio, no se trata de que todas las relaciones signifiquen lo mismo, ni trates igual a todas las personas. “Querer eso es manipulador y maltratante y va en contra de los deseos que siente cualquier persona”, opina esta sexóloga de profesión.
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Ante el estigma y los cuidados
Por otra parte, De las Heras considera que la sociedad continúa castigando con especial incidencia a las mujeres que expresan su deseo y ejercen su autonomía sexual con libertad. “Vivimos con un doble estigma. Por un lado, el de puta por acostarnos con más personas de las que la sociedad nos permite, pero también infantilización cuando nosotras, empoderadas, decidimos nuestra propia vida sexual y la gente se piensa que eso lo hacemos por nuestros novios o maridos”, desarrolla De las Heras.
Uno de los aspectos más presentes en la anarquía relacional son los cuidados, puestos tan en boga tras la última eclosión del movimiento feminista. “El sistema normativo de leyes está pensado para parejas monógamas”, sentencia esta sexóloga. Lo ejemplifica en hechos como que una persona solo pueda tener dos progenitores a nivel legal, las personas migrantes tengan que verse respaldados por la reagrupación familiar para poder establecerse en un país o que los permisos laborales para cuidar de cualquier persona estén vehiculados por la consanguineidad o la convivencia común.
Menos parejas, más red
Por el momento, este colectivo cada vez más presente y organizado en diferentes regiones de España busca su visibilización y normalización, una lucha que ya hicieron otras disidencias. “En resumidas cuentas, nosotros cambiamos a una persona, que sería la pareja, por una red que nos cuida y a la que cuidamos”, resume Pérez. Para eso, no son pocos los impedimentos que hay que sortear. Tal y como señala, fácilmente saltan ciertos automatismos en torno a la necesidad de ser especial y único para una persona que también nos resulta especial, reitera.
Para él, la cuestión del tiempo tampoco es baladí: “A la hora de gestionarlo es complejo, porque el afecto no tiene límites. Tú quieres igual a un hijo que a siete, igual que a tu red de amistades, pero el tiempo sí que es finito”, opina. No es más que una utopía, por utilizar sus propios términos, que busca que esta necesidad de ser especial, que conduce a la exclusividad, se aminore hasta tratar a cada persona sin jerarquizar los tipos de relaciones que mantienes.
“Es un camino que estamos andando y del que aprendemos continuamente. A veces sale regular, pero la clave está en aterrizar esos conceptos de apoyo mutuo y autogestión típicos de la anarquía en las relaciones interpersonales que mantienes”, concluye el propio Pérez.