Fue el Hermano Mayor catódico de muchos chavales que acosaban a sus familiares, que los arrastraban por el mismo suelo: "Esos niños no empatizaban con el dolor que inflingían. ¿Para qué llamaban a Jero? Para empatizar, y hasta que no lo conseguía, yo no paraba", contará durante esta entrevista. Hoy Jero García sigue siendo el hermano mayor de muchos chicos y chicas que acuden a su escuela a boxearse la vida. También ofrece becas a quienes sufren dificultades económicas, sociales o psicológicas. Como ellos, él también tuvo problemas y necesitó cambiar: "Mi primer exorcismo fui yo mismo".
Creció en descampados que ocultaban bajo la arena, como minas antipersona, jeringuillas infectadas. Un amigo de infancia se pinchó con una cuando tenían 11 años, y ahí Jero supo, con la clarividencia triste de un adulto desengañado, que "la vida no iba a ser fácil". Él se refugió en el hachís en una época en la que al TDAH que padece "no se le esperaba", puesto que no había diagnóstico ni medicamentos que lo combatieran: "Cuando yo lo probé, me tranquilizó". Pero también tiró siempre de instinto, y el instinto lo llevó a boxear hasta con un saco relleno de arena y las manos desnudas. Sabía que si canalizaba su agresividad innata sería libre.
El primer ko de su vida le llegó con el embarazo fortuito de su novia cuando él tenía 22 años: "Mi hija vino a salvarme la vida, esa motivación me ayuda a ponerme en el carril de la disciplina". Al final, el carril se convirtió en una pista de despegue para un Boeing 747: García llegó a ser campeón de España de boxeo, de kick boxing y de full contact. Se mantuvo en lo más alto hasta que colgó los guantes y se entregó plenamente a entrenar a otros, para que también sientan la potencia redentora del deporte que ama: "El boxeo te acerca al carácter primario del animal y eso te regula la ira y te lleva a un estado que es parecido al de la meditación".
Es un tipo duro, Jero, y es una torre con la nariz fracturada hasta en 15 ocasiones. En su barrio, en su gimnasio, la gente lo reverencia un poco, pero no porque le tengan miedo. Lo respetan por ser fiel a sí mismo. A sus hijos los abraza y se harta a decirles ‘te quiero’: "Yo soy tierno", subraya, sin despeinarse el melenón negro. Con él, que es también actor, escritor y conferenciante, comenzamos este combate dialéctico:
P.- Estamos en su "planeta metido en un garaje", como le gusta decir. ¿Cómo se siente aquí?
R.- Yo me siento como en casa. Esa puerta de chapa que ves al entrar con la frase "el boxeo es vida, vive duro" es mi puerta a la felicidad. Cuando llevo mucho tiempo sin venir, porque por determinadas circunstancias me suele pasar, siempre lo echo mucho de menos.
P.- Vamos a hablar en primer lugar de lo último, si le parece, y luego vamos a ir retrocediendo en el tiempo. Así que nos vamos a Cola de lagartija (Editorial Temas de Hoy), la novela que acaba de publicar y que trata sobre un muchacho extremadamente inquieto que necesita invocar la paz "haciendo la guerra". Nada le calma, siente que nadie le comprende, se mete en líos constantes desde bien pequeño… Y crece, por cierto, en el Carabanchel de los 70. ¿Es su álter ego?
R.- Digamos que cualquier parecido con la realidad es casualidad, pero en esta vida hay muchas casualidades (dice, y luego ríe sonoramente). Yo creo que al final todos escribimos un poco de nosotros mismos, ¿no? Cola de lagartija no soy exactamente yo, pero tiene mucho de mí y tiene mucho de mis boxeadores. Porque al final la mayor transformación que he hecho en mi vida ha sido para conmigo. Mi primer exorcismo fui yo mismo.
P.- Por ejemplo, usted era muy inquieto. De mayor ha sabido que tiene TDAH.
R.- Sí, yo era un poquito cola de lagartija en esa época porque el TDAH es lo que tiene, pero claro, en los 70 el TDAH no estaba ni se le esperaba.
P.- He leído que la novela es hija de la pandemia, como otros muchos libros. Y que la escribió medicado porque estaba mal anímicamente.
R.- Sí, yo estaba deprimido, y a base de Lexatines, Orfidales y vino. Acabé con la bodega.
P.- Mala mezcla.
R.- Mala mezcla, sí. Al final busqué mi propia terapia y me salvaron dos cosas: la escritura y lo de siempre, el boxeo. Alberto, el concejal de Aluche, me pidió ayuda para las colas del hambre, que están a 200 metros de aquí. En ese momento me obligué a salir de casa, y pasé varios días en las cocinas solidarias y en las colas del hambre. Y me empezó a dar vueltas la cabeza pensando qué hacer para ayudar, hasta que se me ocurrió la fantástica idea de boxear a través del ordenador. Lo llamé clases de boxeo solidarias, por las que cada uno aportaba lo que quería. Y así conseguí más de tres toneladas de comida. Eso poco a poco me ayudó a reflotar.
P.- ¿Y qué le había llevado hasta ahí? Usted parece un tipo muy vital.
R.- Lo primero es que a un TDAH cuando le encierran le aparecen todos los traumas. Pero aparte de subirme por las paredes, en los dos últimos años de mi vida habían muerto mi padre y mi dos mejores amigos.
P.- Uno de ellos: David Gistau.
R.- Uno de ellos era David, sí, y no los había llorado. No había podido por mi tren de vida, pero no te preocupes que los lloré bien luego. Fue parar y aparecieron todos los traumas mal curados.
P.- Al hilo de esto: ¿qué duele más: los golpes físicos, que se ha llevado unos cuantos, o los psicológicos?
R.- Yo, mira, tengo 15 fracturas de nariz y los golpes que más me han dolido siempre han sido los de fuera del ring. Siempre.
P.- ¿Cómo vive con eso, con lo de la nariz? ¿Es muy latoso?
R.- Bueno, no respiro bien. Yo estoy operado dos veces, y me debería operar una tercera, pero me da un poco de pereza, ya convivo con ello. Digamos que mi vida en apnea está bien (también remata esta frase con su risa abierta, pero en este caso resignada).
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P.- Volvamos a lo de los golpes psicológicos. ¿También ha buscado ayuda en la terapia psicológica?
R.- Yo he ido varias veces a terapia. Y lo recomiendo. Si te has llevado un golpe, o se te ha roto algo, hay que ir a un traumatólogo. Pues a veces se rompe la cabeza, y hay que ir a los que saben arreglar la cabeza, que son los psiquiatras y los psicólogos. Y creo que son de los profesionales que más falta nos hacen en el mundo en que vivimos.
P.- Y a la lectura también le pide refugio. ¿A qué autor lee Jero García?
R.- Yo soy muy Reverte, de siempre.
P.- ¿Cuál es su libro favorito de Reverte?
R.- El Capitán Alatriste. Al final soy muy simple. De hecho, a los niños de la Fundación siempre les digo que se lean el Capitán Alatriste y luego hablamos.
P.- Tiene una infancia bastante de novela también. La vida le cambia cuando un amigo suyo se clava una jeringuilla mientras juegan al fútbol en un descampado del barrio. Usted lo socorre y lo convence de contárselo a su padre. ¿Cómo termina aquello? ¿Le pasó algo?
R.- Por suerte no pasó nada, se lo limpiaron y no había llegado al caudal, pero fíjate la ignorancia que teníamos que yo pensaba que mi amigo iba a ser drogadicto toda la vida. Aquello supuso encontrarnos la realidad muy pronto, con 11 años. Con 11 años te das cuenta de que la vida no va a ser fácil, que algo está pasando en el barrio y empiezas a tomar responsabilidades muy pronto. Y maduras, para lo bueno y para lo malo.
P.- Estaban literalmente rodeados de adicción. ¿Usted cae ahí, en esos pozos sembrados por todo el barrio?
R.- Yo caigo en el hachís, pero nunca he sido vicioso. Yo he sido bastante infiel a todo tipo de adicciones. Cuando probé el hachís, a mí me tranquilizó. Era una época en la que iba a mucha velocidad y sólo sabía meterme en broncas y liarla parda por todos lados. Ahora mismo para un TDAH hay medicamentos que te ayudan a calmarte; por aquel entonces no. Pero gracias a Dios, cuando yo he tomado la decisión de dejar algo lo he dejado sin problemas, y así fue con el hachís y con el tabaco.
P.- Más cosas de su infancia de novela. Tenían un petate relleno de arena y golpeaban con las manos...
R.- Eso sí que era ignorancia. La ignorancia es atrevida. Yo pensaba que los sacos estaban llenos de arena, así que rellenamos de arena un petate de la mili que me regaló mi tío. Lo guardábamos en una asociación de vecinos, y cuando íbamos a usarlo cogíamos el saco entre Raúl y yo, lo colgábamos del árbol y nos liábamos a golpes. Primero nos pegábamos nosotros y después pegábamos al saco.
P.- Eso eran ganas también, eh.
R.- Bueno, es que éramos dos locos maravillosos.
P.- ¿De qué están rellenos, para el que no lo sepa?
R.- De tela o de agua. Ahora hay sacos de agua que son la típica boya de los yates. Depende de la forma de comprimirlos el saco será más duro o más liviano.
P.- Veían pelis de Chuck Norris también, ¿no?
R.- Todas. Yo me he visto todas las pelis de Chuck Norris y todas las de Bruce Lee.
P.- ¿Cuál es su peli de boxeo favorita?
R.- The Boxer, con Daniel Day-Lewis.
P.- Yo creo que usted tiene un aire a Rocky. No es broma.
R.- Me han dicho más que me parezco al Padre Karras de El Exorcista (reímos).
P.- ¿Cómo era a la edad de muchos de los chicos que nos rodean ahora mismo en su escuela?
R.- Era un chaval que iba a una velocidad distinta a los demás. Muy impulsivo, muy hiperactivo.
P.- ¿Y era bully?
R.- En ese momento yo no me daba cuenta de que tenía un problema, y era que me reafirmaba a través de la agresividad. Para entrar en el círculo dopamínico utilizaba la agresividad y la violencia. Así que en esos tiempos hubo chavales a los que hice daño. Todo el mundo sabe que yo he sido acosador, y un chico por ejemplo se sintió tan acosado que estuvo a punto de suicidarse, según me contó él mismo ya de mayor. Eso es duro, sobre todo cuando tú ya te dedicas a la prevención de la violencia.
P.- Tremendo.
R.- Y tú fíjate, yo el otro día estaba en el cine con mi mujer y a la salida me abordó un tío que iba con un niño. Me dijo que nos conocíamos de pequeños, del barrio, pero yo no me acordaba de él. Y el hombre estaba como muy emocionado de verme, pero en un momento dado me dice "qué cabrón eras". Cuando le pregunté por qué decía eso me contó que a él un día de Reyes le regalaron un tango Adidas.
P.- El balón estrella en esa época, ¿no?
R.- Sí, un balón de la hostia. Y me dice que yo en un momento determinado le cojo el balón y me voy al barranco de los gitanos y lo echo a las chabolas. Y yo de todo eso no me acuerdo, he borrado parte… Y él le dijo a mi mujer: "Le has cambiado, le has cambiado". Pero a mí no me ha cambiado mi mujer, he cambiado yo solo y la transformación la he tenido que hacer a base de golpes, a base de darme cuenta de que he cometido errores y que debía subsanarlos.
P.- Cómo puede marcar un momento tan aparentemente pequeño, ¿no? Ese balón se lo habrían regalado su madre y su padre con un montón de esfuerzo, y a él le haría muchísima ilusión. Como para recordarlo a día de hoy…
R.- Eso es, eso es. ¡Cuarenta años después! Y todo por que un gilipollas, en ese caso yo, sólo por el hecho de fastidiarle y sentirme mejor, le hiciera eso. Igualmente luego me hice una foto con el niño, con su hijo.
P.- Bueno, es una bonita manera de cerrar el círculo y sanar.
R.- Claro, es eso un poco. Pero fíjate cómo marca lo que parece una tontería. Por eso creo que como padres tenemos la obligación de intentar educar a nuestros hijos para que no hagan lo que yo hacía.
P.- De hecho, buena parte de su curro la hace también con chavales que están en riesgo de exclusión social, tanto por circunstancias económicas como por circunstancias sociales. ¿A qué perfiles ayuda?
R.- Y también con problemas de salud mental. Lógicamente estoy en un barrio y es un barrio complicado, de periferia, donde hay mucha inmigración, mucho paro, y por eso prevenimos la exclusión social. Pero también ayudamos a otros perfiles de chavales, como las víctimas de bullying, los abusos sexuales y la violencia de género.
P.- ¿De qué forma les ayuda el boxeo?
R.- Les canaliza la agresividad. Y eso sin que haga falta que se peguen, porque todos hacen boxeo sin contacto, pero ese jugar a pelea les ayuda a estar bien. El deporte en sí es el mayor antidepresivo que hay, pero el boxeo tiene esa puntita más que es jugar a pelear, que te acerca al carácter primario del animal y eso te regula la ira y te lleva a un estado que para mí es parecido al de la meditación. A veces siento lo mismo con la meditación y con el boxeo: ese estar aquí y ahora. Fíjate qué paradoja.
P.- Con lo complicado que es eso hoy en día, que no paramos la mente.
R.- Por eso, porque al final somos prisioneros de la inmediatez. Y el boxeo te hace parar. Es fantástico.
P.- ¿Y qué le diría a quien pueda pensar que precisamente si aprenden boxeo salen más curtidos para meterse en peleas?
R.- Que no nos conocen, que vengan y que nos conozcan. El boxeo puede parecer violento, pero no lo es. Tiene una agresividad implícita, pero completamente reglada. Aquí nosotros enseñamos a reglar esa agresividad que tenemos y eso es muy importante.
P.- ¿En la agresividad puede haber alegría, porque la alegría es una parte de la vida?
R.- En el momento de la agresividad nunca hay alegría porque la agresividad es algo innato que sale cuando te estás defendiendo, y cuando te estás defendiendo te aseguro que no estás sonriendo.
P.- ¿Y a posteriori?
R.- Ah, eso sí. Muchas veces, sí. Sobre todo por la dopamina, que es el neurotransmisor que te ayuda a regularte emocionalmente.
P.- Cuénteme una historia bonita de alguno de sus chicos.
R.- Hay varias, pero posiblemente la historia más bonita es la de Miriam, que es una mujer maltratada que ha terminado siendo campeona de España, de Europa y del mundo. Es una niña que a mí me cambió la vida.
P.- ¿Por qué?
R.- Porque ella fue maltratada mientras entrenaba conmigo, y yo no me di cuenta. Es una victoria labrada en la peor de las derrotas, que es la mía. Miriam ahora tiene una carrera de éxito, pero nos la pudimos encontrar en una cuneta fácilmente, como a muchas otras.
P.- ¿Y por qué cree que no se dio cuenta?
R.- Porque no tenía herramientas. No supe detectar ningún tipo de síntoma. Eso no nos puede pasar. Independientemente del deporte que hagas, creo que tiene que ser de obligado cumplimiento que todos los entrenadores que estamos con chavales sepamos detectar cualquier tipo de violencia. Es básico. Ella es una de las causas de que yo tenga una fundación dedicada a la prevención de la violencia. Y ahora en enero empiezo en la universidad Francisco de Vitoria a dar cursos de prevención de la violencia a la gente de grado superior que en seis meses estarán en los gimnasios de prácticas con esos críos. A ellos les puede pasar lo mismo que me pasó a mí.
P.- Claro, y ya tendrán otras herramientas.
R.- Al menos que sepan detectar, que sepan mediar y que sepan que la mejor forma de influir es el ejemplo, y el ejemplo son ellos. Son pequeños detalles que yo he ido aprendiendo a lo largo del tiempo.
P.- Trabaja con chicos acosados, ¿también con acosadores?
R.- Sí, claro.
P.- ¿Cómo los detectaa?
R.- Hay factores de riesgo tanto para un niño acosador como para el acosado: una familia desestructurada, una familia sobreprotectora, un divorcio mal llevado. Ante una situación así a un niño se le puede bajar la autoestima y tendrá muchas opciones de ser atacado, pero también le puede llevar a reafirmarse a través de la agresividad, como me pasó a mí. Y luego hay otro factor de riesgo importante: hay padres que maltratan a sus hijos, y éstos van a coger ese modus operandi que tienen en casa y lo van a usar en el colegio porque es la única forma en que saben comunicarse. Yo abogo por dos cosas: necesitamos una Ley Orgánica de Protección Integral para el Acoso escolar y necesitamos escuelas obligatorias de padres. Con esas dos cosas nuestra sociedad irá mucho mejor.
P.- Le iba a preguntar justo qué podemos hacer como sociedad.
R.- Agente sancionador, pero no como castigo, sino como acto-consecuencia. Un niño que ejerce acoso escolar y provoca un suicidio de otro niño tiene que ser imputado. Y si no es imputado él, que lo sean los padres. Tiene que haber una responsabilidad. Suena duro, pero así ha de ser.
P.- ¿Aunque sean menores de edad, pide una responsabilidad penal para ellos?
R.- Sí, porque los padres no se preocupan. Cuando les repercuta, se preocuparán.
P.- Sin embargo, a Hermano Mayor, el programa que presentó durante tres temporadas, llamaban los padres muy implicados.
R.- Sí, claro, pero porque los padres estaban ya desesperados ahí. Lo que lo que nos encontrábamos era un gran pozo de desesperación. Entonces nosotros lo que hacíamos era plantear una terapia. Y la terapia empezaba por la empatía, eso que nos falta tanto. Esos niños, completamente desnaturalizados, no empatizaban con el dolor que inflingían a sus padres. ¿Para qué llamaban a Jero? Para empatizar y hasta que no lo hicieran, yo no paraba. En el momento que empatizaban con el dolor que ellos inflingían a sus padres, la cosa empezaba a cambiar. Es una terapia de choque de toda la vida.
P.- Siempre he tenido la curiosidad de si esos chicos a los que ayudaba luego se mantenían por el buen camino o volvían a pelearse con sus demonios.
R.- La mayoría se mantuvieron por buen camino. Yo creo que algo que le faltaba a Hermano mayor era seguimiento y que pudiéramos estudiar bien las razones de cada caso. Hay distintas causas para ejercer acoso y hubiera sido interesante estudiarlas. Y también es una pena que a muchos de estos chavales les haya seguido yo con mi fundación y no con el programa.
P.- ¿Ha mantenido el contacto con ellos?
R.- Sí, a algunos les he seguido ayudando en lo que he podido y parece mentira que emporios mediáticos que hacen campañas mediáticas no estén luego ahí. Y te digo una cosa, lo que hace unos años en Hermano Mayor era extraordinario, ahora es lo ordinario. La violencia filoparental o violencia ascendente es la verdadera amenaza silenciosa, porque muchos padres no se atreven a denunciar a sus hijos. Estoy harto de contestar mails en los que recurren a mí. ¿Y sabes lo que ocurre? Que yo solamente les puedo contestar de una manera, sólo puedo decirte que si tu hijo cometió un delito, estás obligado a denunciarlo. Si tú me dices que tu hijo te coge del pelo y te arrastra por el comedor, está cometiendo un delito y tienes que denunciarlo.
P.- ¿Y esos mails le siguen llegando?
R.- Entre acoso escolar y violencia ascendente, una media de diez mails al día.
P.- Y una vez que les dice eso a los padres, ¿ellos qué hacen?
R.- Ya no vuelven a contactar, porque no es lo que quieren escuchar. Se creen que tú tienes la panacea, pero lo que tienen que hacer es denunciarlo, ese es el paso a seguir. No sé cómo continuará, pero yo no puedo ayudarte.
P.- Vamos al que siempre dice que fue el primer ko de su vida, cuando nace su hija y usted tiene 22 años. A partir de ahí empezó a pelear profesionalmente muy duro y lo compaginaba además con trabajos también muy duros. ¿Cómo fue aquella época?
R.- Ese fue un punto de inflexión en mi vida. Mi hija no vino para molestar, vino para salvarme la vida.
P.- ¿Salvarle la vida por qué? ¿Estaba en peligro?
R.- Mucho peligro. Piensa que un chaval a esa edad, del barrio que yo venía y con un TDAH de manual, de diez papeletas que tenía el sorteo de que todo acabara mal, llevaba doce. Yo seguía siendo muy golfete, ya no me pegaba en la calle, pero me pegaba en el gimnasio y no me portaba demasiado bien, deportivamente hablando, porque seguía fumando hachís y bebía. Pero cuando aparece la niña, esa motivación me ayuda a ponerme en el carril de la disciplina. Y me hice boxeador profesional.
P.- Ese carril le llevó lejos: a ser campeón nacional de boxeo, de kickboxing y de full contact. ¿Qué se necesita para ganar un combate, más allá de la condición física y la técnica?
R.- En el ring tienes que ser bravo, y debes tener capacidad de resiliencia, de aguantar los golpes. Y también las derrotas. Hay muchos boxeadores míos que pierden una vez y dejan de boxear, pero hay que saber perder.
P.- Colgó los guantes en un campeonato de Europa. ¿Que pasó ahí?
R.- Yo hago un campeonato de Europa en Italia, el que ganara tenía muchas posibilidades de ir para arriba y bueno, pues me roban la pelea, pero yo no me retiro porque me hayan robado la pelea. Yo me enfado, lógicamente, porque de 3.000 personas que había viendo la pelea, solamente hubo tres que me dieron perdedor, que fueron los jueces. Hasta la fanaticada del rival coreaba mi nombre. Pero en ese momento yo ya entrenaba y tenía 25 peleadores a mi cargo. Y me entraron las dudas de si quería seguir peleando o entrenando, porque ya las dos cosas llegó un punto en que no podía hacerlas. Y en deportes como el boxeo, el motociclismo, el automovilismo o el alpinismo, si dudas, te matas.
P.- Claro.
R.- O sea, en el momento en que dudas, entras en peligro. Entonces, cuando se duda, hay que dar un paso atrás. Sólo que en vez de dar un paso atrás, yo di tres y me fui a la esquina.
P.- Y empezó a dedicarse plenamente a ser entrenador. ¿Por qué le hace tan feliz?
R.- Por la capacidad que tiene de transformar a la gente en positivo.
P.- Hemos hablado de toda la gente a la que ayuda, pero luego también está el momento farandulero, porque vienen también muchos rostros conocidos a entrenar. Roberto Leal, por ejemplo.
R.- Sí, vienen a prepararse. Yo estoy enamorado de las artes escénicas, son mi amante cruel. Y en la época en la que empieza a haber boxeo en el cine y en las series, el único que sabía de boxeo y de cine era yo, claro. Y entonces empiezo a coreografiar, empiezo a trabajar como especialista y fíjate dónde me llevó. Me llevó a estudiar interpretación y a ganar en algunos momentos de mi vida más dinero con la interpretación que con el boxeo.
P.- Es que es multifacético usted. ¿Qué le ha aportado la interpretación?
R.- Yo era una persona muy tímida, con muchas corazas y que no empatizaba. Y a mí empezar con la interpretación me ayudó sobre todo a quitarme la timidez. Yo era una persona que hablaba con monosílabos. Estaba lleno de corazas porque yo no me sentía que fuera a la misma velocidad que los demás. Yo no decía te quiero a nadie, era imposible.
P.- ¿Y ahora?
R.- Ahora a todos.
P.- ¿Se puede ser cariñoso aunque se sea duro en el ring? ¿Incluso un poco melosillo?
R.- Yo soy muy tierno, fíjate quién me lo diría. Me gusta estar con mis hijos, abrazarlos, decirles que les quiero.
P.- Ahora a lo que se dedica también es a dar conferencias, muchas de ellas en colegios. ¿Qué ve que tengan a favor los jóvenes de hoy en día que no tuvimos a nuestra edad y en qué están en desventaja?
R.- A mí me gusta mucho dar conferencias porque es una forma de interpretar. Conecto con la gente de este modo, y al final la actuación es eso, conectar con el público. Y en cuanto a la pregunta, yo veo juventudes distintas, ni mejores ni peores. El otro día me preguntaban que dónde me hubiera yo criado mejor, si ahora o en el Carabanchel de los 80. Y creo que es más difícil ahora.
P.- ¿A pesar de las jeringas amenazadoras...?
R.- A pesar de las jeringas, de los puñetazos en los portales y de los puñales. Somos más débiles ahora.
P.- ¿Por esto? (Señalo al móvil que está sobre la mesa grabando esta conversación).
R.- No, por el mal uso de esto (ríe). Pero el problema no lo tienen los propios aparatos ni las TIC, el problema lo tienen los dinosaurios.
P.- ¿Los gigantes de la comunicación?
R.- No, no. Los dinosaurios, los que siguen viviendo en el pleistoceno son los padres. ¿Por qué? Porque no saben que un meteorito que se llama Internet cayó hace 25 años. ¿Tú cómo vas a intentar educar a un niño cuando está todo el día en el móvil y tú no te formas para entenderlo? Vamos en dimensiones completamente distintas.
P.- ¿Qué hace con sus hijos al respecto?
R.- Para empezar, con mis hijos siempre he tenido yo las contraseñas. Yo tengo que saber quién, cómo y cuándo. A mi Iván le compré yo con 14 años la Play. Yo me acababa de divorciar, y un día le vi jugando en línea y hablando con alguien. Le pregunté quién era y me dijo que no lo sabía, que era un señor mayor. "Ah, ¿estás hablando con un señor mayor?", le dije. Y la Play salió por la ventana.
P.- No lo va a olvidar en la vida, desde luego…
R.- De hecho, a los pequeños cuando están con la Switch mucho rato y no me hacen caso les digo: ¿Llamamos a Iván? El groming es el chantaje sexual que se hace por internet y es la causa principal de abusos sexuales a menores de este país. Con un solo objetivo: el pedófilo, masturbarse con las fotos que le mandes, y el pederasta el de violarte. ¿Y dónde están todos los pedófilos? ¿Dónde están todos los pederastas? En Internet. Y nosotros con nueve años les regalamos a nuestros hijos móviles de alta generación: les estamos dando la llave de la puerta del infierno (un silencio denso cierra la frase antes de la siguiente pregunta).
P.- Es usted empresario, autónomo por tanto. ¿Cómo se porta España con los que decidimos emprender?
R.- Yo al final me voy a buscar la vida siempre. El boxeo es social, no es político. Y la prevención de la violencia, muchísimo más social. No entro en política. Yo siempre voto porque creo que nuestros padres y abuelos estuvieron en una guerra para que nosotros pudiéramos votar, pero por ahora voto en blanco. No me identifico con nadie.
P.- Pues le iba a preguntar si cree que Pedro Sánchez va a terminar noqueado tras su acuerdo con Junts.
R.- Yo creo que van a arder las calles.
P.- Ya están ardiendo con la quema de contenedores.
R.- Creo que van a arder más.
P.- Durante la legislatura, ¿no?
R.- Está la cosa bastante complicada. No sé de quién será la culpa o no, porque yo bastantes líos tengo para preocuparme de eso. Pero cuidado, yo estoy en el barrio todo el día y la cosa está calentita. Como consejo: pónganse en guardia. La pelea continúa.
P.- ¿Cómo ve el acuerdo por el que se ha pactado la amnistía?
R.- No opino. Insisto en que el boxeo y la protección de la violencia son sociales, no son políticos.
P.- Pues por último, Jero, ¿qué le pide al cierre de 2023? Una meta muy chiquitita, porque no le resta apenas nada.
R.- Lo único que pido es salud y, sobre todo, paz. Nunca pedí paz. Ahora la pido.
P.- ¿Y se puede hacer la paz sobre un ring?
R.- Por supuesto, el abrazo más fraternal que he tenido en mi vida siempre ha sido el de después del combate. Yo encontré la paz entre los golpes.