Maricarmen se ganaba la vida en España como muchas otras mujeres de origen latino: cuidando de una ancianita, Elisa, interna las 24 horas del día en su piso, con un solo domingo de descanso en todo el mes, a cambio de 800 euros mensuales, sin estar dada de alta en la Seguridad Social y sin cobrar horas extra ni pagas extraordinarias. Aquel piso en el número 51 de la calle Salamanca de Valencia sufrió un incendio y se convirtió en la tumba de esta ciudadana de Honduras, con solo 29 años.
"Ella llegó sola a España para ayudar a sus dos hijos y a sus padres porque están muy mayores", tal y como recuerda apenada Glendy Mejía, prima de la difunta Maricarmen García Castillo. El viernes 19 de enero, varios periódicos autonómicos se hicieron eco del terrible suceso, contando que la cuidadora de la anciana fue rescatada con vida por los bomberos, pero Glendy desvela a EL ESPAÑOL que Carmen "murió" un día después y la familia ha contratado a la abogada Verónica Ene para ejercer acciones legales por la muerte de esta empleada sin contrato laboral.
"El sábado 20 de enero nos llamaron del Hospital La Fe de Valencia para decirnos que mi prima Carmen presentaba muerte cerebral y no podían hacer nada más por ella", según detalla Glendy. "Esperamos que la Justicia española indemnice a sus dos hijos porque son menores de edad, siguen en la República de Honduras y han perdido a su madre. El niño, Anthony, solo tiene 8 años, y su hermana, Lourdes, 14 años".
Esta tragedia que tiene como hilo conductor la precariedad laboral que sufren muchos inmigrantes en suelo español, también cuenta con otro funesto protagonista: Luis Bedoya, pareja sentimental de Maricarmen, la cuidadora de Elisa. Este colombiano, de 40 años, también murió durante el incendio del piso en la calle Salamanca de Valencia. "Luis a veces iba a visitar a mi prima", según relata Glendy. "Trató de apagar el fuego declarado en la salita, se desmayó por la inhalación de humo y falleció de inmediato".
A Luis Bedoya se lo encontraron muerto en el salón por una parada cardiorrespiratoria, pero a Maricarmen la reanimó el personal del SAMU con un masaje cardíaco, para trasladarla con un hilo de vida al Hospital La Fe donde murió 24 horas después. "La única superviviente del incendio fue la abuela". Elisa C. G., de 92 años, y con movilidad reducida, se salvó porque su habitación estaba en el lado opuesto al foco del fuego: la sala de estar donde ella solía ver la televisión desde su silla de ruedas.
"Me duele mucho que Carmen haya fallecido en un empleo con malas condiciones y en situación irregular", reflexiona indignada Glendy Mejía, prima de la difunta, y que también se gana la vida en Valencia cuidando a personas mayores. "El incendio se produjo la madrugada del viernes 19 de enero y la familia de la anciana no ha pagado por esos diecinueve días, para que le enviemos el dinero a los hijos de Maricarmen, a pesar de que ella se dejó la vida en su puesto de trabajo".
Ni Lourdes ni Anthony han tenido la oportunidad de despedirse de su querida madre: una mujer que se vio obligada a abandonar su país natal en mayo de 2022, con el objetivo de garantizar un porvenir a sus pequeños. "La economía en Honduras está muy difícil", resume Glendy. "Mi prima vivió una temporada en Valencia en la casa de una familiar, hasta que le salió un trabajo en Murcia: allí estuvo cuidando a una abuela, pero le pegó porque tenía demencia y se regresó a Valencia".
- ¿Cómo acabó Maricarmen cuidando a Elisa en su casa?
- Glendy Mejía: La anterior cuidadora, Norma, fue la que recomendó a mi prima para el puesto, hablando con la hermana de Elisa que reside en Londres. La anciana no tenía hijos ni otros familiares en Valencia y su hermana estaba en Inglaterra.
- ¿Cuáles eran las condiciones laborales?
- Mi prima me contó que estaba trabajando en negro, sin un contrato, y le pagaban 800 euros mensuales. Ella estaba interna en la casa de Elisa y tenía un día libre al mes que normalmente era un domingo.
El listado de obligaciones diarias de Maricarmen García Castillo era kilométrico: debía ayudar a Elisa a levantarse y acostarse en la cama porque tenía la movilidad reducida; tenía que asearla; limpiar el piso; preparar la comida; hacer la compra... Esta hondureña, de 29 años, no tenía otra alternativa laboral porque estaba en situación irregular en España y como miles de mujeres latinas aceptó un empleo en la economía sumergida, para poder enviar dinero a sus hijos en Honduras. "Su hija mayor quería ser azafata y quería traérsela este año a Valencia".
La terrible historia de Carmen pone rostro a tres datos sonrojantes del sistema de dependencia de nuestro país. El primero, según cálculos de la empresa de ayuda a domicilio Cuideo: el 50% de los dependientes son atendidos por trabajadores sin contrato -al igual que la joven hondureña-. El segundo dato viene del IMSERSO y refleja que de los 68.252 cuidadores no profesionales que carecen de formación en gerontología: el 11,4% son hombres y el 88,6% mujeres. Y el tercer dato lo recoge un informe de Cruz Roja: la carga de trabajo que soporta una persona que cuida de un dependiente afecta a su salud mental y física, causándole fatiga, dolores articulares, ansiedad, estrés...
"Carmen sufría dolores de espalda porque la anciana iba en silla de ruedas y mi prima tenía que moverla para ayudarla en todas sus necesidades", ejemplifica Glendy, sobre los achaques que padecía su prima. "Ella estaba buscándose otro trabajo porque la hermana de Elisa la culpó de que la anciana se había acatarrado y la insultó. Además, llevaban dos meses sin pagarle la comida y eso le impedía seguir ahorrando dinero para el billete de avión de su hija".
Esta veinteañera tenía claro que debía cambiar de empleo y salir de aquel inmueble de la céntrica calle Salamanca en la ciudad del Turia. "Era un piso viejo", remarca su prima. "Carmen me dijo varias veces que la instalación eléctrica estaba mal".
- ¿Qué sabe usted del incendio que se cobró la vida de su prima y de su novio?
- Glendy Mejía: Carmen llevaba tres meses de relación con Luis y a veces iba a visitarla a casa de Elisa donde también residía Norma, una compatriota que había cuidado de la anciana y que recomendó a mi prima para sustituirla a ella en el trabajo. La noche del viernes 19 de enero, Norma me llamó a las 5.40 horas de la madrugada, para decirme que se produjo un incendio. Parece que el fuego se originó en la salita donde Elisa solía ver la televisión. Luis se había quedado a dormir, trató de apagar las llamas, pero se desplomó por todo el humo que había inhalado y Carmen también se desmayó.
El Centro de Coordinación de Urgencias movilizó cinco equipos de bomberos y dos del Servicio de Ayuda Médica Urgente (SAMU). Al llegar, las llamas habían devorado el comedor y salían por el balcón del piso, situado en la quinta planta del edificio. Los bomberos rescataron primero a Elisa, de 92 años, a la que sacaron en su silla de ruedas, y al regresar al inmueble, se encontraron el cuerpo sin vida y con varias quemaduras, del colombiano Luis Bedoya, de 40 años. A Maricarmen lograron reanimarla tras sufrir un paro cardíaco, pero al día siguiente de ingresar en el hospital se apagó para siempre la sonrisa de esta hondureña de 29 años.
"Esta muerte la voy a abordar como un accidente laboral", tal y como avanza Verónica Ene, abogada de los familiares de la fallecida. "Vamos a depurar las responsabilidades civiles y penales que puedan desprenderse tanto de la familia de la anciana a la que cuidaba Maricarmen, sin un contrato laboral, como del dueño del piso donde la anciana vivía de alquiler porque desconocemos si tenía asegurado el inmueble".
El Juzgado de Instrucción número 14 de Valencia ha abierto diligencias, a la espera del informe del Grupo de Homicidios que debe determinar las causas del incendio que acabó con la vida de Maricarmen y de su novio: Luis. "Este caso pone de manifiesto el drama que sufren los inmigrantes en España porque deben esperar dos años para regularizar su estancia en el país: esta situación administrativa les impide acceder a un empleo digno y Maricarmen tenía un trabajo esclavo. Esta inmigrante estaba interna en el domicilio de una persona discapacitada, sin poder salir a la calle".
Este lunes, el cuerpo sin vida de María del Carmen García Castillo regresó a su país natal: la República de Honduras. Allí ha sido enterrada entre las lágrimas de sus queridos hijos, Lourdes, de 14 años, y Anthony, de 8 añitos. La niña se ha quedado bajo el cuidado de una tía y el niño está con su padre. "Mi prima estaba muy contenta porque ya tenía ahorrados 1.000 euros, la mitad del pasaje de avión para traerse a su hija a España, pero cuando fuimos al piso a por sus pertenencias personales no encontramos el dinero", según denuncia Glendy Mejía.
Tan llamativa situación contrasta con la generosidad que ha demostrado la familia de Carmen hasta el final, ya que han donado todos sus órganos para ayudar a salvar las vidas de enfermos que necesitan un trasplante. "Para nosotros, su muerte ha sido devastadora: es un golpe muy duro para toda la familia". Ahora solo esperan que la acusación particular que ejercerán a través de la abogada Verónica Ene, obligue a la Justicia a pronunciarse sobre la trágica muerte de una inmigrante irregular a la que un empleo sin alta en la Seguridad Social le costó la vida.