“Llevo 10 años de dolor”, comenta Nuria Cuenca. La alicantina de 36 años ha salido perjudicada por una negligencia médica cometida tras una operación de espalda fallida, que marcó un antes y un después en su vida; y no precisamente para bien. Nuria se abre con EL ESPAÑOL y explica cómo ha sido su historia en la que “se lo pintaron todo muy bonito”, pero no lo fue.
Después de un largo proceso de diagnósticos, miles de pruebas y documentos movidos, el Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana ha estimado parcialmente la demanda presentada a través de la Asociación el Defensor del Paciente. El resultado ha sido la condena a la Consejería de Sanidad de la Generalitat valenciana a indemnizar con 50.000 euros por los daños generados a la paciente; aunque no hay dinero que le devuelva calidad de vida previa a la operación.
Las soluciones que le dan a Nuria ni son definitivas, ni le garantizan unos resultados óptimos. Una decisión que le ha llevado a replantearse muchas cosas, entre ellas, si se volvería a operar en el caso de que se pudiera retroceder en el tiempo. La respuesta la tiene muy clara: “No”.
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Inicio del calvario
“Empecé con cólicos nefríticos, entonces pensé que tenía piedras en los riñones como ya había tenido antes”, aclara Nuria. Se sometió a varias pruebas y en una de ellas se encontró una irregularidad. El dolor no provenía de los riñones, si no de la columna, desvelando un nuevo problema para la alicantina.
“Me recomendaron que me operara, ya que tenía varias heridas y una enfermedad que se llama espondilolistesis”, detalla a este diario. Una enfermedad en la que los huesos de la espina dorsal se deslizan fuera de su lugar y encima de la vértebra inferior pudiendo presionar los nervios y provocando dolor. Un problema al que le dieron una solución con la que desaparecerían todos sus males.
“No soy ni médico ni cirujano ni nada, supuestamente yo iba a estar bien, así que ni me lo pensé”, cuenta Nuria esperando que su dolor disminuiría. La llamaron para operarse el 17 de junio del 2014, y finalmente la fecha llegó. Salió "muy contenta" de la operación, dolorida, nada más lejos de lo normal, pero todavía no sabía lo que se le iba a venir encima.
Estuvo seis meses de baja para que se recuperara al completo, tras este periodo volvió a la realidad. Nuria trabajaba en el Hospital General de Alicante, en el mismo que la operaron, y fue allí donde se inició su calvario. “Estaba trabajando y noté un ruido muy fuerte en mi espalda”, resalta. Acto seguido se desplomó al suelo y se orinó, y fue gracias a sus compañeras por lo que pudo llegar a urgencias del hospital. Tras varias pruebas y radiografías los médicos le dijeron que “todo estaba bien”.
En un infierno
A raíz de este suceso Nuria se estaba ahogando en un mar de problemas. “Fui como unas 25 veces a Urgencias, al traumatólogo, me hicieron tres resonancias magnéticas, electromiografía, potenciales evocados, y me decían que todo estaba bien. El caso es que mi dolor iba en aumento”, menciona. Algo iba mal. La alicantina sufría de fuertes parestesias —se le dormían las piernas— y se orinaba encima frecuentemente, pero no estaba iba a rendirse hasta descubrir qué le pasaba.
15 de junio del 2015. Deciden volver a abrirle la espalda para revisar la placa que tenía puesta, como si del juego ‘Operación’ se tratara. Iban a jugar a los doctores, y para sorpresa de todos, Nuria tenía dos tornillos rotos. “Me vieron un sin fin de médicos, muchos me decían que podía ser mi cabeza, que me lo estaba imaginando o que era producto de los nervios”, comenta resentida. Pero se descubrió la guinda del pastel.
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Supuestamente, a partir de la segunda operación la recuperación estaba casi asegurada. “Me dieron el alta y me fui a casa pensando que volvería a ser la que era antes”, cuenta la alicantina. Nada más lejos de la realidad. Las parestesias cada vez eran más fuertes, los dolores se hicieron insoportables y las visitas a urgencias para una inyección de morfina se convirtieron en el día a día de Nuria. “Estuve en la unidad de dolor para ver si me lo podían quitar, pero nada”, aclara. Desesperada, decide acudir a la asociación el Defensor del Paciente.
Los trámites comenzaron para interponer una demanda al Hospital General de Alicante, y se necesitaban nuevas pruebas para analizar las secuelas que se habían provocado. Mientras los años siguen pasando, las consecuencias son evidentemente perjudiciales, “me tengo que meter a la bañera con agua hirviendo para bajar un dolor que no aguanto, tengo que utilizar compresas a diario porque me orino encima, todo mal” asegura Nuria.
Una vida estropeada
Nuria se ha vuelto una persona totalmente dependiente. Tiene que estar constantemente acompañada ya que las parestesias pueden aparecer en cualquier momento, desplomándola al suelo. “Mi marido no puede trabajar porque me tiene que cuidar", dice apenada.
Ahora su día a día se limita a lo mínimo, “no puede hacer nada”. A pesar de que “hay algún que otro día bueno”, en el que puede cocinar o alguna tarea sencilla, los malos son mayoría; y pesan demasiado. Nuria no se encuentra en sus facultades físicas para poder desempeñar cualquier tipo de trabajo, explica que se siente como “un mueble” en su casa y que su hijo le ha tenido que levantar meada del suelo. Situaciones con las que no son fáciles de lidiar.
La alicantina está en busca de segundas opiniones y posibles soluciones. “Quiero tener algo de calidad de vida y poder llevar a mis hijos al parque”, detalla. De los 267.000 euros que pidió de indemnización su abogado, Ignacio Martínez, hasta el momento solo va a recibir 50.000. Los procesos judiciales están parados y no hay indicios de que arranquen pronto; por ahora.
Desafortunadamente, las cosas a veces no salen como se esperan, es el caso de la afectada. Una operación que ha dado un vuelco a su vida, una década de dolores que no parecen cesar, una decisión tomada que como Nuria sostiene, “me arrepentiré hasta el día que me muera”.