En el último siglo, la boina ha pasado de ser un símbolo del hombre rural a conquistar las pasarelas de moda. La historia de esta particular prenda en España es también la historia de Boinas Elósegui. Hace 166 años, en Tolosa, Gipuzkoa, nace la primera y única fábrica de este producto en España de la mano de Antonio Elósegui. Hoy, la quinta generación de la familia sigue llevando las riendas del negocio, que ha tenido que conquistar nuevos mercados para sobrevivir. Las mujeres y los ejércitos militares de más de una docena de países han evitado la desaparición de la marca.
La empresa manufactura 400.000 boinas al año, con una media de 1.800 al día. “En los últimos años, hemos cuadruplicado las ventas. El año pasado tuvimos una facturación de tres millones de euros”, asegura el director comercial de la empresa, Ander Astigarraga, que lleva 33 años en la compañía. Pero la familia Elósegui no siempre lo ha tenido fácil.
Para entender el porqué hay que remontarse a su origen. Corría el año 1858 en Suiza, y por esa época la familia de Antonio Elósegui lo había mandado a estudiar allí para que se formara en las últimas técnicas de fabricación en serie. La idea era montar una empresa textil cuando volviera a España.
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Y así fue. Cuando volvió a su ciudad natal, Tolosa, decidió ponerse manos a la obra. Lo único que le faltaba era decidir qué prenda quería fabricar. Después de muchas dudas e investigación, por fin se decidió: calcetines. Sin embargo, en el último momento, tuvo una corazonada: “Vamos a fabricar boinas”, proclamó un día ante sus trabajadores. El tiempo ha demostrado que no se equivocó.
“La casualidad lo llevó a fabricar boinas, y por eso fue que Elósegui decidió ponerle La Casualidad a la empresa”, asegura Astigarraga. Los primeros años, cuenta este director comercial que conoce la empresa como la palma de su mano, fueron muy duros. Todo lo producían a mano porque el pequeño empresario sobrellevaba como podía una acuciante obsesión por esta prenda que lo llevó a buscar siempre la forma de mejorar su fabricación, algo que hizo casi hasta el último día de su vida. “En un viaje a Inglaterra conoció nuevas formas de producción, y pasaron de hacer 50 a 3.000 boinas al día con más de 300 trabajadores”, recuerda. Una cantidad muy considerable teniendo en cuenta que era 1900. El secreto, recuerdan en la empresa, fue la introducción del tejido mecánico rectilíneo de ocho cabezas, que incrementó la producción a 150 o 200 por persona y por día. Toda una revolución.
La boina, además, se puso de moda y se empezó a exportar a Latinoamérica con la migración vasca. “La boina se vuelve parte de la cultura del País Vasco. Y así nos reconocen por el mundo. Por ejemplo, en Italia una boina es un vasco”. Así, la producción aumentó, exportando sus productos y convirtiendo a la empresa en un negocio internacional que vendía a Francia, Alemania, Inglaterra, EEUU, Sudamérica y Filipinas, entre otros. Unos años después, en 1920, empezaron a intervenir los nietos, que toman una decisión drástica, radical: cambiar de nombre. Son los años en los que La Casualidad, un nombre de empresa anodino y con poco significado para todo el que no conociera el origen de la empresa, se convierte en Boinas Elósegui, como se conoce hoy en día a la empresa. El nombre resulta a los clientes sencillo y directo, imposible confundirlos con otra compañía.
“La casualidad lo llevó a fabricar boinas, y por eso fue que Elósegui decidió ponerle La Casualidad a la empresa”, asegura Astigarraga. Los primeros años fueron muy duros. Todo lo producían a mano, pero el pequeño empresario tenía una obsesión por esta prenda que lo hizo buscar siempre la forma de mejorar la fábrica. “En un viaje a Inglaterra conoció nuevas formas de producción, y pasaron de hacer 50 a 3.000 boinas al día con más de 300 trabajadores”, recuerda. Una cantidad muy considerable teniendo en cuenta que era 1900.
La boina se puso de moda y se empezó a exportar a Latinoamérica con la migración vasca. “La boina se vuelve parte de la cultura del País Vasco. Y así nos reconocen por el mundo. Por ejemplo, en Italia una boina es un vasco”.
La boina conquista durante el siglo XX el mundo rural y el militar, y el gran movimiento migratorio que se produce desde los pueblos a las ciudades durante estos años llena las grandes urbes de gente que utiliza la boina como complemento de su vestuario diario. Aquello, que en principio debía servir para poner la boina más de moda que nunca, estuvo a punto de acabar con el negocio. “Cuando llegan a Madrid, la costumbre de cubrirse la cabeza empieza a desaparecer y la boina se empieza asociar solo con los aldeanos”, recuerda Astigarraga. Fueron años malos para la empresa, que llegó a quedarse con solo 15 trabajadores.
En 2015, tras décadas en el alambre, la empresa busca una nueva estrategia comercial que los hace resurgir. “Decidimos apostar por las mujeres y los jóvenes. Empezamos a colaborar con el mundo de la moda en eventos y colecciones, y hasta buscamos influencers para conquistar las redes sociales”, cuenta Astigarraga, seguro de que hubiera sido un error dejar morir la empresa. Hoy, la boina vuelve a estar de moda.
Ahora trabajan 40 personas en la fábrica y exportan sus boinas por todo el mundo. Sus clientes son en su mayoría ejércitos como los de Italia, Ecuador y Arabia Saudí, entre otros. También hacen las boinas azules de la ONU y, desde hace un tiempo, cubren la cabeza de la princesa Leonor, cadete del ejército español. Una boina vendida al por mayor por la fábrica cuesta 5 euros y se puede adquirir en cualquier sombrerería de Madrid por 20.
Para la fabricación de la boina usan 100% lana merino. “Esta lana ofrece un aislamiento tanto del frío como del calor, además, es repelente al agua y muy transpirable de fibra natural”, explican desde la compañía.
Miran al futuro con esperanza. Con una sexta generación de la familia Elósegui preparándose para tomar las riendas del negocio, esperan haber salvado la boina de su desaparición. “Tengo la suerte de que mi primer y único trabajo me apasiona mucho. Soy vasco y he crecido entre boinas”, dice Astigarraga por teléfono.