Tantos años después, las 11 de la mañana sigue siendo la hora universal del patio. "Suena el timbre, al fin, bocadillo, recreo, evasión". No, no, no, que tampoco estamos tan viejos, que eso lo cantaba Asfalto en plena Transición. Pero si al rock de entonces ya le gustaba rememorar sus viejos días de escuela bajo la educación franquista, tampoco ha cambiado tanto el indie de ahora. A David Merino y Roberto Amor todavía no les ha dado para un tema, todo se andará, pero hoy vuelven por primera vez al instituto donde se conocieron. Aquí nació el germen de algunos de los himnos más cantados actualmente en discotecas y festivales de España.
“Pero, tío, si esto está igual”. Suele ocurrir, uno se cree que el tiempo arrasa con todo y al final no estamos tan lejos de lo que fuimos. Hablamos de la adolescencia, de volver atrás, de los recuerdos, de lo que uno es. De la magdalena de Proust que esta vez estaba en el bocata de salchichas frankfurt de la cafetería del ‘insti’. No lo piden por vergüenza. Café con leche para ambos, que ya somos mayorcitos.
Lo único diferente es que antes los chavales se peleaban en la barra para conseguir su bocadillo y ahora lo hacen al otro lado de una ventanilla, donde tampoco se respeta el turno. En la cafetería Rober y David recuerdan a aquel profesor de mates o a ese otro de naturales que igual todavía no se ha jubilado. Ellos tenían la misma edad que los alumnos cuando empezaron aquí con La la love you, aunque curiosamente quienes vienen a saludarles en plan groupies son algunos profesores. Treintañeros como ellos, ya casi en los 40.
[Para La La Love You fue “un punto de inflexión” que Amaia los recomendase en ‘La Resistencia’]
Una de ellas enseña orgullosa una entrada para el concierto del Wizink Center de este 15 de marzo, la consagración para un grupo que salió de los pupitres del Instituto La Laguna de Parla y que ahora está llenando uno de los recintos más emblemáticos de Madrid. Ni David ni Roberto tienen ya pintas de esos chicos de periferia, ninguno sigue viviendo aquí, pero eso es algo que por dentro nunca se pierde.
Uno ha venido en tren desde el centro de la capital y el otro en coche desde otra ciudad del norte de Madrid. Ambos se quejan de los retrasos del transporte público y de los atascos. Perdón por insistir, pero ven que de verdad hemos cambiado muy poco…
“¿Te acuerdas que fue aquí donde una vez tiramos por la ventana a esta chica que luego fue concejal del Ayuntamiento?”, pregunta David. Así no vamos a lograr nunca desmontar los tópicos, pero que era solo una altura, que no fue más que una chiquillada… O esa vez en la que alguien le tiró el borrador de la pizarra y le partió el labio a Roberto. ¿A quién no le ha pasado alguna vez? Y si no, es que no ha vivido.
Y mira que David era uno de los empollones de la clase -”pero de esos que les ponían muy nerviosos a los profesores porque armaba jaleo y luego sacaba buenas notas”- y Roberto tampoco se hacía notar demasiado. El tercero en discordia era Rafa Torres, el primer batería del grupo. “Algunos chavales con 13 años ya tenían barba y nosotros éramos los más enclenques. Nos pusieron juntos a los tres, empezamos a conocernos y nos dimos cuenta de que éramos unos frikis”, recuerda David.
Era el año 1996. Los chicos populares jugaban al fútbol y ellos… Ellos, algo tenían que hacer. “Nosotros lo que queríamos era ser estrellas del rock. Nos gustaban Oasis, The Offspring, pero no teníamos ni idea de música”, cuenta Roberto. Así que comenzaron por la puesta en escena, con la cámara de vídeo que el padre de David había comprado para grabar la primera comunión de su hermana y que terminó sirviendo para un primer simulacro de videoclip casero.
El resto salió de vender llaveros y papeletas para pagarse el viaje de fin de curso a Italia. “Sacamos tanta pasta que con el dinero que nos sobró nos presentamos en la calle Arenal de Madrid para comprar una guitarra. Yo vi un bajo y como parecía más grande pensé que sonaría más, que con eso podría hacer los solos”. Y así, con el bajo de Rober, mucho empeño y ningún conocimiento se pusieron a tocar.
El estigma por bandera
Primero lo hicieron en la Casa de la Juventud y en otros locales cedidos por el Ayuntamiento de Parla. Y de los ensayos a salir por la Kiowa, el Boomerang, la Senda del tiempo, los bares en los que “se escuchaba Héroes del Silencio y esas cosas”. O, al menos, no reggaeton.
David.- Era un momento en el que las tribus urbanas estaban muy definidas. Los alternativos estaban por un lado, los raperos por otro, los rockeros, los pachangueros… Tenías que elegir bando, ya no sólo político, sino como estilo de vida. Si te gustaba algo, hacías el esfuerzo, seguías buscando referencias y ese era tu camino.
Periodista.- Y no se te pasaba por la cabeza escuchar, yo qué sé, Shakira.
David.- No sólo eso, es que lo tenías que odiar a muerte. De hecho, yo lo odiaba.
Roberto.- Pero es que es más, si te gustaba Oasis no te podía gustar Blur, y era el mismo estilo.
En breve veremos que todo eso sí que ha cambiado.
David.- Sí, pero si yo todavía hoy veo por la calle a alguien con una chupa con un parche de Nirvana y otro de Guns N’Roses me vuela la cabeza. No puede ser.
Se llama identidad, sentido de pertenencia, arraigo, tribalismo, lo que sea. Y no es sólo el grupo de música, la periferia, el estigma de pertenecer a un lugar con mala fama. Estamos hablando del barrio, del círculo más cerrado. Que si uno era del Parque de la Ballena, difícilmente se podría llevar con otro del barrio de Las Américas, por más que haya entre ambos un paseo a pie de 20 minutos. De ahí el instituto como cosmovisión, La Laguna, la vuelta a los orígenes.
David.- Nosotros siempre llevamos lo de ser de Parla como una cosa simpática, nunca vimos que ahí podía haber un prejuicio. Al revés, lo entendimos un poco como una bandera.
Roberto.- De hecho, en 2009 nos presentamos a un concurso para elegir el candidato a Eurovisión, lo que ahora sería el Benidorm Fest. Era algo que se hacía en Barcelona. El Ayuntamiento de Parla puso unos autobuses para ir allí y nos hicieron vídeos promocionales en el tranvía y demás.
[La construcción del tranvía de Parla fue el sueño megalómano del alcalde socialista Tomás Gómez. España, 2009, pinchazo de la burbuja inmobiliaria. El tranvía sigue circulando hoy, pero según un informe del Tribunal de Cuentas de noviembre de 2023 el Ayuntamiento de la localidad aún no ha salido de la quiebra técnica]. Prosigamos.
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David.- Entonces, se presentaron allí como 60 o 100 colegas que habían venido sin hotel ni nada, a pasar la noche y de vuelta al día siguiente en el autobús. Total, que nosotros estábamos en el hotel que nos había puesto TVE, con Soraya Arnelas, Melody y el resto de participantes.
Roberto.- En mi habitación yo no sé ni la gente que había.
David.- Salimos de fiesta hasta las 4 o las 5 de la mañana y en el rato que pasó hasta que salió el bus, había gente durmiendo hasta en los armarios.
La la love you, por supuesto, no ganó. El mano a mano entre Soraya y Melody -la de los gorilas- cayó del lado de la primera, que terminó en Eurovisión. Pero David, Roberto y Rafa -el tercer integrante del grupo, que ya no está- nunca abandonaron al clan.
Roberto.- Y luego nos decían que éramos pijos, yo no entendía por qué.
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El éxito improbable
Ellos se dieron cuenta de que no era así cuando pisaron la Universidad, “joder, que allí la gente no llevaba chándal”. David, que era el empollón y había tirado por Ciencias, terminó estudiando Comunicación. Y Roberto, que ni frío ni calor, se metió a una Ingeniería. El mundo al revés.
Entretanto, seguían con la música. La banda, que primero se llamó 'El umbral del Malpighi' por un nombre que habían visto en un libro de Biología, nunca fue un grupo de versiones. “Básicamente porque la técnica no nos daba para más, así que decidimos hacer nuestros temas”, explica David. Les gustaban Juniper Moon, Green Day, Los Ramones y Los Pixies, de quienes tomaron el nombre de una de sus canciones para llamarse La la love you. Y aunque comenzaron cantando en inglés, también se pasaron al español porque los idiomas tampoco eran lo suyo.
En esas, alquilaron una furgoneta “de esas antiguas como de pintor” y se marcharon de vacaciones a Varsovia. David ya estaba trabajando como guionista en la serie ‘Águila Roja’, pero terminó la temporada y decidió ir a visitar a unos amigos que había hecho de Erasmus en Polonia. Uno de ellos conoció a una chica, montó una academia de español y le preguntó a David si quería dar clases allí.
“Yo les dije que no tenía ni idea, que lo único que mi padre era profesor. Suficiente, me dijeron”. Y así empezó como profe. El examen de Roberto fue todavía más sencillo. Les contestó que el padre de su amigo era profesor y también coló. Él incluso hizo carrera de ello.
Se pasaron dos años en Polonia y así, con la tontería, se plantaron en 2013 con dos LP que andaban entre el rock californiano y el tontipop. Rafa Torres, el batería original y compañero de pupitre, se fue apartando del grupo hasta que lo dejó. Mientras, Roberto siguió dando clases desde España y David empezó a trabajar como periodista primero en Vice y luego en 'Salvados' de LaSexta.
Y aquí podría terminar el cuento. La historia de un grupo que tuvo sus 15 minutos de fama en un concurso para elegir candidato a Eurovisión, hizo feliz a sus colegas con un fin de semana para recordar y se diluyó como ocurre con tantos otros. Como esos amigos de instituto que van distanciando sus caminos hasta que ya apenas se ven. Tocaron -exactamente- para tres personas en Granada y para un grupo un poquito más amplio en Benidorm que estaba haciendo más caso a un partido de fútbol en la tele. Pero a veces estas novelas de adolescentes tienen un giro inesperado.
Los pijos y el barrio
Se ha contado muchas veces lo de Amaia en ‘La Resistencia’ confesando que escuchaba La la love you cuando sólo ella y unos pocos más lo hacían. Después otras influencers siguieron recomendándolos en redes. Y ellos, ante su gran oportunidad, se fueron a Chile para grabar el que debía ser su gran hit. Hicieron ‘El fin del mundo’, una canción que lo reventó y hoy acumula más de 120 millones de escuchas en Spotify. Y con esa inercia nacieron nuevos himnos como ‘El principio de algo’ de su último disco, Blockbuster.
Ahora tienen de media más de dos millones de oyentes mensuales en la citada plataforma de audio. Acuden a festivales con decenas de miles de personas, se van de gira por Latinoamérica y el próximo 15 de marzo llenarán el aforo completo del Wizink Center, la prueba definitiva del salto a la fama para un músico en España. Al grupo se han sumado Óscar Hoyos como batería y Lydia Carré, a los coros y el bajo. Pero la esencia de La la love you siguen siendo Roberto, que por fin aprendió a tocar la guitarra, y David, cantante y también guitarra.
Periodista.- Y así es como un grupo de Parla terminó sonando en garitos pijos.
Roberto.- Yo creo que nos empezaron a decir eso porque estos dos [David y Rafa] tenían un flequillo así como emo.
David.- A ver, recordábamos más a un grupo como los Hombres G que a Ska-P.
Periodista.- ¿Y eso le puede chirriar a alguien, que unos chicos de periferia terminen en el lado que no les toca?
David.- Hay grupos que están políticamente asociados a algo. Por ejemplo: Taburete, cayetanos, de derechas. Pero nosotros nunca nos hemos posicionado en ninguna cosa, somos muy naif. Nos escuchan los cayetanos y da igual. Yo creo que tiene mucho que ver con lo que hablábamos antes del fin de las tribus urbanas. La gente ahora se acerca a la música por una playlist, por las redes sociales, y eso significa ir de una canción a otra como en un fast food de las tendencias. Cuando quieres sumarte a una ya han surgido otras tantas y estás en otra cosa.
Roberto.- Y eso hace que hayamos pasado de escuchar un disco entero y ser esclavos de los festivales indies a que ahora esté todo mezclado.
Periodista.- ¿Ya no hay conciencia de clase tampoco en la música?
R.- Nosotros ese sentido de pertenencia de la periferia sí que lo mantenemos. Valoramos el esfuerzo que hemos hecho, somos conscientes de lo privilegiados que somos y de los golpes de suerte. Puede que otros que estén en una misma posición y vengan de otro contexto sí que parece que sienten que se merecían el premio por una cuestión divina.
Al final, poniéndose a rascar, sí que había cambiado alguna cosa en este viaje al pasado. El tiempo avanza, uno se mueve y el barrio queda. Mirándolo bien, ya no es el mismo instituto de antes, aunque las canastas sigan en el mismo sitio y las mochilas continúen tiradas por el suelo. La composición sirve de marco, como una postal de otro tiempo. Y si algo le va a esta generación autorreferencial es la nostalgia.
Suena el timbre de nuevo, las 14:15. A Roberto y a David les esperan sus respectivas madres para comer. ¿Habrá añoranza mayor que salir de clase para comerte las lentejas que antes no te gustaban? Cruzan la puerta como si no fuésemos más que eso, adolescentes que nos hemos hecho mayores y a quienes nos basta con saber que las cosas siguen en su sitio para ser felices.