La luz de las farolas entraba por la ventana, el sonido de la lluvia contra el cristal sumado a los nervios quitaba el sueño. Tras unas cuantas horas de ansiedad sonaban los despertadores, equipo en mano y en un aparcamiento aparentemente desierto, se encontraban redactora y fotógrafo. Al paso de los minutos, la pequeña farola que iluminaba la explanada, entre la lluvia y la niebla, recibía la presencia que anunciaban las luces de un convoy cegador. Unos cuantos coches de Guardia Civil, furgonetas y todoterrenos, varios de ellos sin matrícula se unían en aquella parcela.
En esa fría mañana en la localidad de Loja múltiples uniformes mojados, chubasqueros y chalecos antibalas salían de los coches para darse un caluroso apretón de manos. Pasaba el tiempo, diez, quince, veinte, treinta minutos y allí no sucedía nada, la impaciencia comía por dentro al tiempo que el sueño apresaba. Al cabo de un rato todos los efectivos esa mañana convocados se apresuraban hacia sus coches patrullas. El convoy, formado por una docena de vehículos, transcurría por una estrecha carretera que desembocaba en el centro del pueblo de Loja.
Todo se detiene en medio de la calle, invadiendo la doble fila, redactora y fotógrafo, aquí presente, acompañan a uno de los agentes encargados de asegurar el perímetro. Al girar la esquina el impacto es inmediato, la primera vivienda, de dos pisos, aparecía con la puerta arrancada del cerco, una quincena de agentes cortaba, contaban y pesaban noventa plantas de marihuana. Mientras tanto, dos niños de apenas 1 y 5 años miraban con cara de asombro al grupo de intervención de la Guardia Civil, USECIC.
Apenas unos segundos después y tras asegurar que la situación estaba bajo control los agentes especializados en entrar y asegurar el objetivo procedían con la siguiente vivienda ariete en mano. Al mismo tiempo, los técnicos de Endesa comenzaban su trabajo, desinstalar toda la parafernalia eléctrica. Casa tras casa desde las 6:30 hasta casi las 13:00 la policía intervenía 1200 plantas. Entre gritos e insultos de los vecinos a cual más desagradable se sumaba una lluvia torrencial que hacia todo más incomodo, si cabía.