Hace una prueba de sonido en el vestíbulo de la estación de Sol -"yo soy técnico, soy artista, lo soy todo"-, comprueba que su altavoz y su micro funcionan correctamente y enfila los pasillos pegando casi brincos. Se sitúa en el andén y, cuando llega el convoy, salta dentro del vagón de cola, por el que siempre empieza su jornada laboral. Y arranca el show Luis Font, miembro fundador del grupo Locomía, ahora obligado a cantar en el Metro para llegar a fin de mes.
Al comienzo alguna gente le mira extrañada, otros siguen a lo suyo. Pero si algo tiene Luis es fe en sí mismo y un deseo fuerte de comunicar, así que no se arredra y sigue interpelando a otros y a unos: "Muchos estaréis pensando ‘quién es este’, pero si saco el abanico, ¿a que ya me conocéis? Soy Luis Font, miembro fundador del grupo Locomía, cantante, monologuista y, sobre todo, un hombre feliz" .
Bea, una niña pequeñita, lo persigue con la mirada: "Tu abrigo es una fantasía. ¿Quieres aprender a mover el abanico?". Y Bea quiere, supera la vergüenza y lo agita siguiendo las directrices del exmiembro del icónico grupo. Luego Luis canta y baila y el equilibrio no es imposible, pero sí complicado con tanto vaivén. Por eso las agarraderas pasan a formar parte del espectáculo y le sirven de impulso para sus giros; contra ellas tropieza también su abanico, sin detener nunca su vuelo impetuoso. Una señora se pone a bailar con él y ambos lo dan todo. Y, poco a poco, obra el milagro. Algo hay distinto en el ambiente: ha roto el hermetismo del metro, esa mala leche mezclada con pudor que nos embarga bajo tierra.
Ahora tiene 56, pero hubo una vez, en los años 80, en que tuvo 15 años y fundó junto a su hermano Xavier Font y a Manolo Arjona y Gard Passchier el grupo Locomía. Por eso la camiseta que hoy viste dice "Ibiza me creó y ahora me creo yo". Fue allí, en la isla pitiusa, donde empezó la historia de la formación, forjada en largas noches de fiesta en la discoteca Ku, donde medio mundo -incluidos personajes como la Duquesa de Alba, Sydney Pollack o Freddie Mercury- cayó rendido ante la extravagancia de aquellos tipos que acudían ataviados con zapatos puntiagudos y ropajes estelares. De aquellas sobrevivían viviendo en un antiguo molino y vendiendo sus particulares diseños de ropa.
Después el productor José Luis Gil, responsable de pelotazos musicales como Miguel Bosé o Alaska y Dinarama, puso sus ojos sobre aquellos muchachos y los convirtió en oro musical, haciéndoles agitar sus abanicos por buena parte del globo y levantando un fenómeno fan casi sin precedentes. A Luis Font le pareció que se le abrían entonces las puertas del mundo pero, como pasa en algunos ascensores con alma de guillotina, un sensor las cerró demasiado rápido. Una pelea económica con su hermano le dejó fuera del grupo en aquella primera etapa: "Yo no recibí ninguna llamada de mis compañeros, desvalijaron mi armario y a los dos días ya estaba Juan Antonio en mi lugar. Y eso es por lo que he estado tanto tiempo en depresión".
Volvió años después por una llamada del mismo Gil, que trataba empecinadamente de resucitar Locomía tras la escisión de sus miembros, y entonces Font sí pudo disfrutar de una parcela de éxito con la nueva etapa del grupo, pero el dinero, si lo hubo, se esfumó pronto: "Nunca cobré un céntimo de ir a hacer promociones por América ni ningún royaltie de ningún disco. Yo firmé sin mirar nada… ¿Error? Claro". Desde entonces dice haber vivido agazapado en "una cueva muy oscura y muy fría", asediado por la depresión y la adicción. Llegó incluso a vivir en la calle, como contará en esta entrevista.
Hace sólo un par de meses que ha tomado una determinación: quiere volver a cantar, donde le dejen. De momento, su escenario es el metro, del que obtiene unos ingresos que le sirven para llenar la nevera. Apenas cuatro euros ha recogido durante el rato que le hemos acompañado, una media hora: "No voy a comprarme un piso, pero tampoco necesito nada para vivir, con un trozo de pan y un huevo frito soy feliz".
PREGUNTA: Cuando piensa en Ibiza, ¿qué recuerdos y emociones le vienen?
RESPUESTA: Era un niño de 15 años en esa época. Venía de Sant Boi de Llobregat, un pueblo de Barcelona, y de una familia trabajadora del campo. Yo siempre he sido un niño muy sensible e hiperactivo, mi hermano me llevaba unos cuantos años y yo le idolatraba, le veía como un superhéroe con hombreras. Yo empecé a seguirlo e iba con él a las discotecas. Pero pasó algo muy traumático en mi casa y mi madre le pidió a mi hermano que me llevara con él a Ibiza para que me distrajera y saliera de aquello. Y allí florecí.
P.– ¿Qué recuerdos tiene de esa época?
R.– Fue como entrar en Disneylandia. Me rodeaba gente como la Duquesa de Alba o su hija, Sydney Pollack, Julio Iglesias o Freddie Mercury. Ellos venían a vernos a (la discoteca) Ku, pero yo ni los conocía, ¡si venía de ver a Marco, Heidi y Chanquete…!
P.– A Freddie Mercury sí lo llegó a tratar, ¿no?
R.– ¡Claro! Yo lo conocí porque vino a la tienda (donde Locomía vendía en sus comienzos ropa y complementos que diseñaban ellos mismos) y yo le atendí con mi inglés de pepinillo. Y allí nos invitó a su fiesta de cumpleaños, que celebró en el Hotel Pikes. ¡Pero yo no sabía quién era! Ha sido con el tiempo cuando me he dado cuenta del valor de esas vivencias. Y en la fiesta le llevamos un regalo, lo miró así (simula mirar por encima del hombro) y lo dejó en el suelo. Entonces le dijimos ‘por favor, Freddie, ábrelo!’. Cuando ya lo abrió y vio que eran unos zapatos de punta dijo ‘¡fabulous!’. Tan fabulous que los sacó en su último videoclip. Y cosas así las vivía cada día, pero no me sorprendían.
P.– ¿Y qué otros recuerdos le asaltan de ese momento?
R.– Muchos… Yo llegué a ganar Míster Ku Ibiza, que era un concurso internacional. Tenía entonces 19 años, y ahí ya me tenía que haber dado cuenta de quién era mi hermano. Gané 100.000 pesetas en ese momento y con el talón en la mano, en tanga yo, vino él, lo agarró y ya no lo vi más. Y así con todo, yo nunca vi dinero.
P.– Pero pasan bastante tiempo viviendo en Ibiza. ¿Era su hermano el que gestionaba todo, su manutención y todo?
R.– Pero todo, todo. Si hasta el nombre de Locomía se lo robó a su novio, a Gard -otro de los integrantes de la banda- y él lo reconoce con total desfachatez. Y esto no debería decirlo, pero lo voy a decir: él se cree a día de hoy el ombligo del mundo, pero lo que ha hecho es romper una familia maravillosa.
P.– Ustedes vuelven a Madrid después de un tiempo en Ibiza porque el productor José Luis Gil se fija en el grupo y decide promocionarlo. ¿Qué pasa ahí, en qué momento rompe usted con su hermano y sale del grupo?
R.– Gil nos trae a Madrid, nos proporciona un trabajo en la Joy Eslava, donde íbamos tres veces a la semana. Y cada uno teníamos un sueldo por ello. De ese sueldo a mí me llegaba menos de un 25%, el resto era para pagar furgoneta, para pagar casa, para pagar clases… Mi hermano supuestamente lo administraba, pero luego nos hemos dado cuenta de que lo hacía para su beneficio. Iba hasta con uñas de oro, imagínate. Sus novios tenían los mejores regalos… Y lo que colmó el vaso fue el asunto de la furgoneta. Un día se la pedí a mi hermano para un amigo mío, y se negó con mala leche. Yo le dije que cómo que no, si también la pagaba yo. Y tras la pelea me fui a Barcelona a cobijarme a los brazos de mi madre. ¿Qué pasó al día siguiente? Yo no recibí ninguna llamada de mis compañeros, desvalijaron mi armario y a los dos días ya estaba Juan Antonio Fuentes en mi lugar. Y eso es por lo que he estado tantos años en depresión.
P.– ¿No recibió nada, un finiquito…?
R.– Nada, yo entré y salí sin nada de aquella época. Yo no cotizaba a la Seguridad Social. Esa es la verdad. Por ayudar a un amigo recibí la puñalada más grande. Después durante estos años yo he perdonado y me he seguido acercando a mi hermano, pero siempre he recibido menosprecio de su parte. Incluso nuestra relación ha empeorado después de grabar el documental que hicimos para una plataforma.
P.– Hay un momento en ese documental en el que su hermano dice que no fue tan fácil sustituirle, aunque usted no se lo crea.
R.– Mentira, es mentira. Xavier Font es un manipulador, un terrorista emocional y familiar y la justicia ha dicho que es un delincuente. La cara es el espejo del alma, y él la tiene que tener muy sucia.
P.– Después de quedar fuera en esa primera etapa del grupo, luego vuelve más adelante. ¿Cómo sucede?
R.– Sí, mi hermano y Gil estaban enfrentados porque Gil es un señor de la industria, muy inteligente, y mi hermano sólo barría para casa. Así que hace que el grupo se separe de Gil, que es el error más grande que cometieron y que ellos asumen. Entonces me llama a mí Gil para volver a ese lugar que me habían arrebatado, y grabamos el EP Party Time. Y la vida me vuelve a poner en mi lugar, pero tampoco fue fácil. La gente piensa que yo ganaba fortunas, pero no era así. Y el grupo Locomía era idolatrado, amado, pero Xavier llamaba a los fans de todos los países para que nos agredieran.
P.– ¿Y cómo vivía actuar delante de tanta gente? Porque ustedes llenaban estadios en aquel momento…
R.– Pues como me has visto en el metro, porque yo soy el mismo. He estado en escenarios delante de 50.000 personas, pero tengo la misma ilusión en el metro.
P.– ¿Cuál fue el mayor escenario en el que estuvieron?
R.– En Venezuela, por ejemplo… En escenarios enormes, pero no percibíamos la inmensidad de esto. Cuando íbamos a trabajar era una promoción tan brutal que yo no podía ver el país. El fenómeno fan era tremendo. Estaba en el hotel y veía personas fuera esperando toda la noche. Y no podía quedarme en la habitación, me bajaba y estaba con ellos… Esas niñas a día de hoy son madres y sigo en contacto con ellas.
P.– ¿Tuvo que firmar alguna cláusula por la que tuviera que ocultar su orientación sexual?
R.– No, yo no la viví. Seguramente ellos sí la firmaron, pero lo bueno de Locomía es que era tan mágico que sin reivindicar algo concreto llevábamos un mensaje. Y por ello tuve una agresión muy fuerte una vez en Barcelona.
P.– ¿Qué le pasó?
R.– Me agredió un grupo de skin heads, a mí y a mi pareja de entonces. Y como ves, si te fijas en mi nariz, tengo el tabique desviado desde entonces, me agredieron brutalmente. Pero quiero pasar página de eso.
P.– Luego el grupo se disuelve y ¿cómo vive a partir de entonces?
R.– El grupo acaba su recorrido en el 97 y empieza otro ciclo. Me sumió en… Estaba solo. Y yo no tenía fortunas, mi única fortuna ha sido formar parte de este grupo. Nunca cobré un céntimo de ir a hacer promociones por América ni ningún royaltie de ningún disco. Yo firmé sin mirar nada… ¿Error? Claro.
P.– ¿Y cómo podía mantenerse?
R.– Hacíamos algún bolo por España, y llegué a percibir por hacer un viaje a Santiago de Compostela por ejemplo 30.000 pesetas. Pero no tenía una nómina ni nada de eso.
P.– Y en los años posteriores, ¿de qué ha vivido?
R.– Yo me reciclé en la hostelería, y subsistía como podía, pero la pena y el dolor tan grande que tenía no me permitía ser quien soy ahora. Me convertí en mi peor enemigo, en un zombie, en una persona avergonzada de lo que hacía… ¿Cómo podía estar destruyéndome tanto si no me lo merecía? Ha sido un viaje solitario, me sumergí en una cueva muy oscura y fría. Intentaba salir pero no era capaz, me atrapó un monstruo implacable que ha luchado conmigo hasta ahora.
P.– ¿Ha sufrido depresión?
R.– Depresión y adicción. Me rompí en muchos pedazos y he estado durante años recogiéndolos.
P.– ¿Se ha tratado en terapia de todo esto?
R.– Nunca, no, no. Me he tratado a mí mismo, erróneamente. Pero me sentía avergonzado. Aunque eso que he vivido me ha permitido hacerme esta piel. Estoy imparable.
P.– ¿Tampoco ha tratado la adicción?
R.– Mi adicción no era una adicción al uso. Entró en mí porque yo me quedé vacío. No era para socializar como hace la gente...Y de lo que yo me nutro ahora es de felicidad, de mis amigos y de este momento.
P.– Y en este momento ha decidido cantar en el metro. ¿Qué siente cuando entra a los vagones?
R.– Pues llego con mi altavoz, con mi camiseta con mi logo, y entro otra vez a una cueva, pero esta vez entro con música, con mi abanico, y esa cueva es la que está solapando a la que yo viví triste y oscura. Me siento un vencedor, y voy con la misma humildad o más de la que tenía, que ya era mucha.
P.– Y le está yendo bien emocionalmente, pero ¿económicamente?
R.– Yo no vengo al metro a pedir. No soy un indigente y un señor no habla de dinero. No voy a comprarme un piso, pero tampoco necesito nada para vivir, con un trozo de pan y un huevo frito soy feliz. Cuando alguien me da algo les hago una pequeña reverencia, y directamente a la bolsa, sin mirarlo. Yo vengo a coger el toro por los cuernos y a presentar al público de Madrid quién soy ahora.
P.– Pero todo el mundo necesita mantenerse. ¿Cómo lo está logrando ahora mismo?
R.– Mis amigos, mis ángeles, me han ayudado a medio llenar la nevera. Me concedieron una pequeña ayuda vital de 250 euros y con eso cubro la habitación en la que vivo ahora.
P. – ¿Qué tipo de ayuda es?
R.– Una ayuda por la pandemia… Y por luego… Mi situación era crítica, aunque ahora esté muy bien. A Madrid he venido de casa de mi hermano en Barcelona, y ahí la opción era irme a la calle otra vez… Que yo ya he estado en la calle, no lo he contado nunca. Volver a la calle o venir aquí. Y mis ángeles me han ayudado a estar aquí.
P.– ¿Y cuáles son sus planes ahora mismo?
R.-Pues estoy haciendo entrevistas de trabajo y ayer me dijeron que estaba contratado: voy a hacer de camarero en un hospital de 13 a 17. De 10 a 12 seguiré cantando en el metro, luego daré de comer a los médicos, y de 17 a 19 me volveré a casa cantando. Eso para mí es un sueño.
P.– ¿Tiene algún proyecto más?
R.– Pues sólo con seguir así yo sería feliz. Pero ha empezado a sonar el teléfono, me han empezado a escribir y no puedo contar lo que me están proponiendo, pero tengo mucha ilusión. Y estoy escribiendo un libro con una amiga que se llama La historia de un loco, una historia muy mía. Habla de mi historia y el primer capítulo se llama El pequeño garbancito, que es como me llamaban de niño.