El siluro mide más de 2 metros y medio, puede vivir hasta 40 años y los ejemplares más grandes pesan 120 kilos. Se esconde en las aguas de embalses y ríos, sean estas turbias o cristalinas, profundas o superficiales. No hay un censo oficial, pero se dice que hay decenas de miles. Hay quien sugiere la palabra millones. Desde hace más de una década, es la pesadilla de los científicos y los conservacionistas, quienes llevan advirtiendo, ante los oídos sordos de las instituciones, el peligro extremo que supone para los ecosistemas de las cuencas hidrográficas españolas.
También apodado 'monstruo del bigote' por sus característicos barbillones, el siluro es un pez de agua dulce, una especie exótica invasora importada a la Península Ibérica en 1974. 50 años después, está presente en las cuencas del Guadalquivir, del Ebro, en el Bajo Aragón, en el Tajo portugués y cada vez hay más 'apariciones' informales –es decir, no son oficiales, pero sí se han registrado cazas de pescadores– en otros lugares de España.
El miedo de los científicos es que pueda dañar aún más el frágil equilibrio de la biodiversidad de las aguas y arrasar a otras especies autóctonas cuyo hábitat está ya de por sí deteriorado por las modificaciones hidromorfológicas –la creación de embalses y la alteración de caudales– de nuestros ríos.
"Es una especie con una gran capacidad adaptativa", explica Rafa Seiz, coordinador de política del agua de la oenegé WWF. "Lo único que necesita para sobrevivir es una gran presencia de alimento. Ser uno de los peces de agua dulce que mayor tamaño alcanza, sumado a que es un predador de primer nivel, hace que esté siempre por encima de las especie de las que se alimenta. Se come a otros peces y cangrejos, todo aquello que pueda mantener su biomasa". Cuando ocupa un nicho en el que no hay otros depredadores, las especies autóctonas, que no están habituadas a combatir agresiones externas, se muestran indefensas ante el siluro.
"Su capacidad expansiva es enorme, ya que tiene una ventaja competitiva sobre las especies endémicas. Si nuestros ríos fueran naturales, las especies exóticas tendrían menos recursos para sobrevivir, porque las autóctonas estarían más especializadas, pero teniendo tantos medios alterados, los siluros se adaptan mejor, ya que tienen la capacidad de aguantar condiciones hidrológicas muy amplias y su evolución ha sido, básicamente, adaptativa".
Este 'monstruo' de las profundidades, originario de centroeuropa, concretamente de los ríos Danubio y Volga, cruzó por primera vez la frontera española en 1974. Lo hizo de forma artificial, traído por la mano del hombre, ya que debido a la altitud de la geografía española y a la barrera natural que suponen los Alpes, habría sido imposible que el siluro pudiese llegar de forma natural. Su introducción se hizo en los embalses de Mequinenza y de Ribarroja, en Aragón, por mano de un biólogo alemán, Roland Lorkowski.
"Efectivamente, este señor, en los años setenta, tuvo la graciosa idea de traerse una treintena de alevines al Ebro y soltarlos", explica Carlos Fernández Delgado, catedrático del departamento de Zoología de la Universidad de Córdoba y uno de los que aparece en las fotos que ilustran este artícul. "Desde entonces, se ha montado una industria tremenda en torno a la pesca del siluro. Hay ciertos colectivos de pescadores a los que les gusta cazarlo y lo expanden por las aguas de España. El siluro se ha incrementado de forma vertiginosa y ya no podemos pararlo. Esta gente, que es una minoría, está haciendo un daño desproporcionado a nuestro ecosistema, haciendo gala de una ignorancia supina y egoísta. Es el equivalente a soltar hordas de leones por los bosques de España".
El problema, sugiere Delgado, es que el siluro comenzó a convertirse en un vecino habitual en el Ebro y en un reclamo para la pesca deportiva. Entonces, algunos pescadores de otras provincias capturaron alevines e hicieron sueltas en los embalses cercanos a sus pueblos para que, en cuatro o cinco, pudieran engordarlos, reproducirlos y repetir el modelo de 'negocio'. "Esa visión miope es la que ha hecho que hoy se extienda". Además, el siluro, añade Rafa Seiz, es un pescado blanco que no goza de un mercado económico fuera de Europa central. "En algunos sitios se consume, pero en España no tiene un interés comercial, sólo deportivo".
"El siluro es una bomba biológica"
"El siluro es un predador que se encuentra en lo más alto de la cadena trófica", sentencia, tajante, Delgado. "Es una especie que no sólo consume peces, sino animales vinculados al medio acuático. Por ejemplo, ataca a los patos. Donde está, desciende la población de aves de agua. También ha diezmado truchas, carpas, barbos, se come las anguilas y los cangrejos, y hasta hay unos vídeos espectaculares de cómo acaba con los sábalos durante su desove".
"Hemos encontrado hasta restos de cabras montesas despeñadas en su estómago. Además, utiliza una técnica llamada beaching, igual que las orcas que cazan focas en la Patagonia: se tiran a la orilla, saliendo del agua, para matar palomas. Tenemos constancia de que se han comido a alguna mascota, aunque de momento no hay pruebas de que pueda dañar a los seres humanos".
Delgado es uno de los mayores expertos en el estudio del siluro y otras especies acuáticas invasoras. Actualmente participa en un proyecto financiado por el Ministerio de Transición Ecológica y Reto Demográfico (MITECO) que estudia la presencia del siluro en el bajo Guadalquivir. Una zona ya de por sí dañada, en la que se encuentra enmarcado el Parque Natural de Doñana. "Ahí tenemos una pesquería de cangrejos gigante y una zona de cría y engorde de todos los peces del Golfo de Cádiz. Es una zona extremadamente sensible".
Precisamente el sector más afectado por la presencia de los siluros en España es la industria del cangrejo rojo. Resulta paradójico, ya que este crustáceo también es un invasor de las aguas españolas. "Los cangrejos rojos, especialmente los más pequeños, son presa de los siluros, lo que claramente diezma su presencia. El problema es que en 2016 los cangrejos rojos también entraron en el catálogo que establecía cuáles eran las especies exóticas invasoras y las medidas que había que tomar, y hubo mucha controversia con el sector de la pesca, porque cosas que antes se favorecían pasaban a ser prácticamente ilegales", incide Rafa Seiz, de WWF.
"En las marismas del Guadalquivir, por ejemplo, se sacan 3.000 toneladas de cangrejo rojo americano", releva Delgado. "No quiero pensar que el siluro pueda entrar ahí, porque como es un predador oportunista, se come lo que haya. Otra cosa que tiene, aparte de su voracidad, es su inteligencia. Es un bicho muy listo. Caza en bandos, es decir, en grupo, al estilo de los leones o los leopardos, arrinconando a sus presas. Es una especie que, de media, puede alcanzar los 60 kilos de peso y más de dos metros de longitud y puede comer hasta un 4% de su peso vivo diario, cuando lo normal es un 2%. Imagínate los kilos que necesita una horda de cien o doscientos siluros al día".
Actualmente, el siluro ha sobrepasado la etapa donde se le podía atacar para erradicar su expansión, por lo que es difícil prever cómo evolucionará su presencia, absolutamente desbocada, en las aguas españolas en los próximos años. Tanto Seiz como Delgado aseguran que los efectos sobre la biodiversidad de los ríos y embalses es, a día de hoy, inevitable. "Una especie invasora tiene una fase de entrada, de adaptación y de expansión, y ahora mismo el siluro está en esa fase de no retorno en la cual se ha adaptado al clima. Podemos decir que ha venido para quedarse", concluye Delgado.