Cada familia tiene su historia, aunque a veces se repita dos veces. Ese es el caso de los Blázquez Díez, una familia de Valladolid que tiene dos niños con altas capacidades intelectuales. Dos niños con una característica única y dos historias de vida muy diferentes, un rasgo que es una navaja de doble filo y se tiene que entender para saber utilizarla. ¿Por qué?, las personas con estas condiciones “son más difíciles”.
“Todo empezó con el mayor”, argumenta Carmen, y es que cuántas veces habrán allanado el camino los hermanos mayores para los que vienen detrás. Como una camiseta o unas zapatillas que pasan de uno a otro, solo que en este caso, es algo más particular. “Empezó el colegio con muchas ganas, pero al poco tiempo ya estaba aburrido, no entendía por qué le tenían que repetir tantas veces las cosas”. A Leo, con tan solo 8 años, los minutos se le hacían horas y los días, semanas.
“En el colegio nos decían que estaba todo bien, que seguro que quería llamar la atención en casa”, explica la madre. Y cuando a los problemas no se les dan soluciones, todo va a peor. “De las quejas en el colegio, pasó a tener dolores abdominales, a no dormir por la noche, explosiones de ira, crisis de llanto”, un cambio actitudinal que ninguno entendía. Mientras tanto, Leo solo quería una cosa: “Ser normal”.
Pasitos de gigantes
Dado al sufrimiento del mayor de los hermanos y la desesperación general de la familia al no encontrar ningún tipo de apoyo o solución por parte del colegio, decidieron actuar por su cuenta. “Fuimos a una clínica psicológica privada, 600 euros tuvimos que pagar para que evaluaran al niño”, añade. Después de un calvario, la punta del iceberg quedó a la vista: Leo tenía altas capacidades y un cociente intelectual muy por encima de la media.
Con este nuevo diagnóstico, los Blázquez Díez cambiaron a sus tres hijos a otro colegio. Siguiendo a su hermano, Álvaro, el mediano, no podía quedarse atrás. Le hicieron las pruebas y a los seis años le detectaron también altas capacidades. Aun así, los comportamientos de ambos hermanos eran muy diferentes. Y Sofía de tan solo tres años, apunta maneras.
Si Leo, que llegó a estar “sumido en la máxima desesperación”, Álvaro fue todo lo contrario. De hecho, cuando le dijeron que le cambiaban de colegio, no quería, aunque fuera para una mejora, “un cambio abismal”. “El mediano no tuvo muchas complicaciones en la escuela, nada fuera de lo normal, pero sí que presentaba rasgos de inteligencia avanzada como su hermano, cuando al resto de su clase los enseñaban las suman, Álvaro ya sabía multiplicar”.
Madres y altas capacidades
Carmen no es psicóloga ni educadora. Es madre, y tiene claro que sus hijos “son niños infinitamente más intensos que el resto en todos los niveles. Si todos los niños son obstinados y tercos, los que tengan altas capacidades lo son más. Si todos los niños son curiosos, estos son más. Es un hambre voraz de aprender, de tocar, de experimentar, un hambre que te chupa la energía”.
Normalmente, los niños con esta dotación tienen una necesidad constante de estímulos. Carmen cuenta que “son más difíciles” y “son diferentes”, algo que pudo comprobar con el resto de los niños de sus amigas. “Cuando eran más pequeños, nunca me pude tomar una caña o irme de compras, no se quedaban dormidos. Estaban siempre buscando cosas con las que entretenerse”, resalta jocosa.
“Son niños muy demandantes. En casa nunca han mostrado esa apatía que tenían en la escuela. Igualmente, nuestra forma de entender la crianza es estando por y para nuestros hijos. Nos tiramos al suelo a jugar con ello, creamos proyectos, devoramos libros, tenemos que satisfacer esa necesidad intelectual que tienen. Al fin y al cabo son capaces de entender y hacer razonamientos abstractos más complicados que otros niño de su edad”.
Bandas, polos opuestos y etiquetas
Carmen considera que cuando se tiene niños que tienen estas capacidades, "es una especie de drama”, no por los críos, si no por la sociedad. “Jamás diré que tener un niño con altas capacidades es un problema. Son niños maravillosos, pero al igual que el mundo no está preparado para una persona de dos metros, que se va a chocar con la mayoría de las puertas, con estos niños pasa lo mismo. Faltan medios para que estas personas puedan encontrar su sitio”.
El problema está en esos medios, en la falta más bien. Obviamente la educación avanza y los niños con altas capacidades con ella, pero a fuego lento. Al igual que uno es más alto que otro, hay inteligencias más altas que otras, por lo que poner un sistema académico para todos es obligar a todos a calzarse con el mismo zapato; algo poco práctico.
Además, Díez sostiene que la detección de estos niños a una temprana edad, es de vital importancia. Es decir, cuanto antes se detecte la precocidad intelectual antes se podrá actuar sobre quienes la tengan. “Todo el mundo tiene derecho a saber quién es, a conocerse uno mismo. Cuanto antes tengan estas ayudas, este soporte, antes podrá desarrollarse y explotar su potencial”.
La madre también tiene claro que a las cosas hay que llamarlas como lo que son, “evitar el drama” que muchas personas hacen para no decir que sus hijos tienen estas características y que no señalen a su hijo como el “bicho raro”. “Siempre intento normalizarlo, no es que vaya pregonando por ahí, no alardeo, pero cuando más se hable del tema con total naturalidad, más acercaremos las altas capacidades a todo el mundo”.
Carencias educativas
En muchas ocasiones, los problemas vienen desde abajo, desde la base. “Los profesores tendrían que tener unos ratios más bajos. Además, cuando los docentes se están preparando, las neurodivergencias se tratan muy por encima por lo que la formación es mínima. En el sistema que tenemos se basan en las inteligencias múltiples, pero a la hora de la verdad sigue siendo un sistema arcaico, estamos anclados. Pretenden la igualdad para todo el mundo porque le tienen miedo a la diferencia”, declara Díez. La fuga de talento es algo que no se puede permitir un país, y una posible clave para vencerla es: “La formación”.