Antes de convertirse en uno de los 'recordman' españoles del eremitismo y la soledad ascética, Edu García era uno de esos comerciales de hostelería que visitan a sus clientes con un traje ligero de lino para saber cuántos barriles de cerveza y cuántos kilos de torrefacto hay que reponer en el, digamos, chiringuito de Manolo. Claro que de eso hace más de treinta años.
Por aquel entonces, vivía en Barcelona, que es la ciudad de la que es oriundo, y todavía no había sufrido la crisis existencial (un clásico cliché occidental) que le empujó a dejar atrás la city y convertirse en una especie de off-the-gridder, que es como los americanos se refieren a la gente que decide vivir "fuera de la red, sin cobertura, y en perpetua rebelión con el confort capitalista y el frenesí consumista".
Cierto es que lo suyo tenía y tiene una orientación mucho más "espiritual", una palabra que él evita. Los budistas usan una sonora metáfora para referirse a la clase de existencia que abrazó: el "camino del diamante" o vajrayana.
Ahora vive completamente solo en una yurta de estilo mongol plantada entre las jaras y la lavanda de una tierra montaraz y agreste del Prepirineo perteneciente al término municipal de Lascuarre (Huesca), pero la historia, en realidad, comienza mucho antes.
Ni aun conociendo la Sierra de la Mellera daría uno con su tienda porque no es visible desde la pista a la que se aprieta. Está oculta por una densa alfombra de retama, boj, enebro y rosal silvestre como si fuera un excrecencia del terreno a pie de la ladera.
Gracias a las indicaciones de Denis, otro de los "salvajes inquilinos" de esa sierra, lo encontramos a media tarde tras caminar un corto trecho a pie. Sabía que veníamos y nos recibe con hospitalidad y gentileza en la escalinata de madera por la que se accede hasta su yurta (los nómadas de la estepa se refieren a ellas como 'gers').
Lo primero que nos advierte es que carga sobre sus espaldas una larga historia. "Me agobié en Barcelona", nos cuenta. "Había algo en mi interior que me echó fuera de mi ciudad y pasé quince años en el Pirineo de Lleida dedicándome al rafting, el piragüismo de aguas bravas y el esquí. Entre eso y el Dag Shang Kagyü, hubo un pequeño lapsus. Pero al final ingresé en la comunidad monástica y pasé siete u ocho años de residente".
El Dag Shang Kagyü que menciona es un templo budista ubicado en el norte de la provincia de Huesca —en la localidad de Panillo, próxima a la ciudad ribagorzana de Graus— que pertenece a la rama del budismo Vajrayana, que es la que él practica. En realidad, no se ha alejado mucho de Panillo.
De su yurta al centro de los linajes Dagpo y Shangpa Kagyü no hay más de treinta kilómetros en línea recta, 20 o 25 más si se viaja por las carreteras que serpentean por aquellos montes desiertos. Uno hallaría más humanos en el corazón Sáhara que en esa franja de la Ribagorza que anticipa el Pirineo. Su elección no fue casual.
"En el templo de Panillo, seguí el camino del Vajrayana e hice mis prácticas de meditación en soledad en unas casetas que hay en la comunidad monástica", recuerda. Su intencion era pasar los tres años, tres meses, tres semanas y tres días del preceptivo retiro budista en un área habilitada para ello, pero tuvo problemas para lidiar con la magnitud de la experiencia y abandonó el Dag Shang Kagyu para continuar por libre fuera del recinto.
Solo, sin siquiera un perro
"Después de aquello me pasé dos años enteritos no muy lejos de Caneto sin ninguna compañía, ni siquiera un perro". Caneto es una aldea que quedó despoblada durante los 60 a raíz de la construcción del embalse de El Grado. Dos décadas después fue resucitada por neorurales que la han mantenido viva hasta el día de hoy. Hace menos de un año, acapararon un puñado de titulares en la prensa a raíz de la lucha que sostienen por mantener a flote su escuela.
Edu no vivía en esa aldea, sino en una vieja construcción a la que los lugareños se referían como 'casete Bicha' o, simplemente, 'la Bicha'. El tiempo que habitó allí fue probablemente el periodo más extremo de su vida en términos de soledad. Podía pasar semanas meditando en aquel rincón abrupto sin ver a un ser humano.
"Aquel lugar pertenece al estado", cuenta. "Se quedó abandonado cuando hicieron el pantano. En 'La Bicha' yo vivía con arreglo al ritmo que me marca el sol, realizando unas prácticas budistas muy avanzadas de visualización y meditación. No voy a usar el término 'espiritual' porque está muy gastado.Prefiero referirme a mí mismo como un practicante de unas avanzadas técnicas psíquicas y físicas, alguien que mira hacia dentro con la esperanza de descubrir el misterio de la vida y de la muerte. Ya sabes a qué me refiero: qué estamos haciendo aquí, quiénes somos, qué somos. Hay maestros que explican mucho mejor que yo esa búsqueda de la verdad".
"¿Sabes? Apenas recibí visitas en dos años", prosigue el catalán. "Había un muchacho muy majo que tenía una de esas bicis con motor y se dejó caer algunas veces. Me solía decir que estaba muy contento de venir a verme. Nunca me puse enfermo, pero tuve momentos muy duros, momentos psicológicos críticos ocasionados por aquella soledad tan abismal. Yo siempre he sido un tipo solitario. Ya lo era de niño, aunque pertenezco a una familia numerosa. Y, sin embargo, empecé a sufrir crisis de ansiedad. Uno no se muere de esas crisis, pero deja de dominar su estado mental. Claro que Dios aprieta pero no ahoga".
Antes de que aquella sierra se quedara despoblada, la caseta de 'La Bicha' era usada sobre todo en el verano. Era una estructura de dos plantas rodeada de huertos, prados y bosques. Otros la han 'okupado' y mantenido antes que el catalán. Antaño solo estaba conectada con Caneto y la aldea de Clamosa a través de sendas. Hoy ha quedado estrangulada entre la montaña y el pantano.
La economía de la zona se basaba en la autarquía. Producían casi todo lo que consumían. Edu, no obstante, tenía que salir de allí de cuando en cuando para proveerse de comida. Y la única manera era hacerlo a pie. "Era una pateada impresionante", afirma. "Me echaba al sendero con un carretón y pasaba más de una hora, sube y baja, hasta llegar a Caneto. Cuando salía de allí y veía a algún amigo, se me embalaba la lengua. Era una reacción natural a la soledad".
Tras la experiencia de 'La Bicha', se compró la yurta y pasó otros dos años en un terreno cerca de Panillo. De alguna manera, volvió a reconectar con la civilización. Aunque el lugar está apartado, hay un corto trecho hasta la carretera. Y fue después de aquello cuando se mudó a la Sierra de la Mellera. "Buscaba algo intermedio entre la extrema soledad de 'La Bicha' y la proximidad a la civilización de mi vida junto a Panillo y lo hallé aquí".
Dos años en su yurta
Dos años y medio lleva hasta la fecha viviendo dentro de su yurta en aquella serranía de Lascuarre. "No me he aislado por desprecio al mundo porque despreciar el mundo no es una actitud correcta", nos confiesa. "Me aislé por estar solo y por practicar con mis emociones y mi mente. Ha habido momentos de tristeza pero de eso trata en cierta manera nuestras prácticas budistas: de aprender a mirar de frente a esas emociones para que se desvanezcan".
En el monte donde vive, el catalán no está completamente solo, aunque los vecinos que habitan la serranía viven todos en casas aisladas y a menudo separadas por kilómetros de monte, solo conectadas por una pista asfaltada en un tramo pero en su mayoría pedregosa. Existe una historia peculiar que vincula a todos esos inquilinos: la de un ribagorzano residente en Alemania y su hermano pastor, Miguel y Francisco Pascual, más conocidos como los Pascual de Cornudella.
La Mellera fue concebida por ambos durante los años 90 como una comunidad ecológica para gente preocupada por el medio ambiente. Compraron las 625 hectáreas y más tarde las revendieron por lotes a un grupo de personas y familias que compartían su sensibilidad por la naturaleza, la mayoría alemanas.
A menos de un kilómetro de la yurta de Edu —levantada sobre un terreno que le cedió uno de los inquilinos de la sierra— hay un puñado de caravanas vacías componiendo un hexágono y una estructura de hormigón también hexagonal. Es un búnker construido antes de doblar el milenio por un puñado de alemanes liderados por un gurú ya fallecido llamado Simon Gröschl.
Los verdaderos planes de Grösch y de su mano derecha —un fontanero llamado Wolfgang Jahn— no fueron conocidos por los hermanos Pascual hasta que les adquirieron las parcelas. Según Miguel, estaban convencidos de que iba a desaparecer nuestro planeta por alguna cuestión relacionada con la profecía maya y se construyeron ese búnker con la esperanza de sobrevivir al apocalipsis y repoblar después nuestro planeta con niños albinos de ojos claros.
Lo cierto es que iban completamente en serio. Tan en serio, que vendieron sus casas de Alemania y abandonaron sus empleos para mudarse a España. De entrada se gastaron una fortuna levantando un búnker. Su idea era construir después varias casitas, una en cada uno de los vértices del hexagrama que formaba el refugio, con el búnker en el corazón como un lugar de meditación al que salir corriendo.
Nunca llegaron a hacer las casas. En su lugar, dispusieron las caravanas, formando también un hexágono a 100 metros del refugio. Durante aquellos primeros años, estos colonos del Apocalipsis iban y venían de Alemania. Grösch murió antes de llegar a los cuarenta y lo que quiera que se propusieran se desmoronó.
Nunca quedó del todo claro cuáles eran sus creencias. Probablemente, guardaban alguna relación con la Kábala y el ocultismo. Los hexagramas jugaban también algún rol en las creencias de Gröschl. El búnker, las caravanas y la pérgola que levantaron junto a una cabaña de madera tienen forma de hexágono. Junto a la puerta de la escotilla por la que se desciende al reducto escribieron la palabra 'Ararita'.
Cuando la prensa descubrió aquel tejemaneje el año del coronavirus, Wolfgang Jhan montó en cólera y llamó furioso desde Alemania. "Ahora viene la avalancha", llegó a decir entonces. Según dice Miguel, siempre fueron algo soberbios, especialmente Grösch. Pero lo cierto es que nunca más volvieron. Edu no los ha visto jamás y todo lo que sabe es gracias a lo que le ha escuchado de boca de sus vecinos.
Las creencias del catalán no guardan ninguna relación con las patrañas apocalípticas de los iluminados germánicos. Y sin embargo, entiende por qué los alemanes eligieron ese sitio. Es probablemente uno de los parajes más solitarios y aislados de Europa occidental.
¿De qué vive el eremita? "Consigo mi dinero haciendo trabajitos", nos confiesa. "He pasado un año entero trabajando en Benabarre y he ahorrado mucho, lo que me permite luego pasar tiempo sin hacer nada".
Tiene incluso retrete porque le ayudó a hacerlo Denis, que es el hijo de Francisco, uno de los Pascual. "He hecho lo que he podido para crear un lugar habitable", nos explica Edu.
"Tengo electricidad gracias a unas placas solares y puedo conectar una neverita a 220 voltios. También dispongo de lo básico; una estufa, una cocinita de butano y un baño que está afuera. Abajo tengo una ducha. No me falta de nada. Dispongo de cuanto necesito. No soy vegano pero apenas ingiero carne. Como un poco de pollo cada dos o tres semanas. También me he asociado con Denis para mantener un huerto. Él se crió en el monte y sabe muchísimo de esto. ¿Para qué me voy a complicar la vida? Agua consigo cuanta quiero y la almaceno en mis depósitos".
Lo peor de esa vida en una yurta es el calor y el viento. La ladera en la que vive está completamente expuesta al cierzo. "He tenido algunos sustos porque esto es un altiplano y hay ventarrones muy violentos, pero la tienda es redonda y corta bien el aire. La compré en Girona a una empresa llamada Tipi Wakan. Se parece a las de Mongolia, con su estructura de acordeón para aguantar el peso, pero está más occidentalizada. Allí no le ponen suelo y, además, las nuestras tienen dos ventanas".
Con Edu viven ahora unos gatitos, pero, como en los tiempos de 'La Bicha', puede pasar semanas sin ver a un solo ser humano. "Los de la comunidad del monte nos llevamos muy bien, pero cada uno va a lo suyo y a veces no te cruzas con ninguno en meses. Mi vida aquí es sencilla y consiste sobre todo en realizar mis prácticas, que son muy personales porque llevo años haciéndolas. Es algo que aprendí en el bosque, cuando vivía junto a Caneto. No tengo necesidad de horarios ni de textos porque puedo mediar mientras cocino o corto leña. Este es un lugar ni mejor ni peor que un apartamento y, desde luego, podría morir aquí o pasar muchos años de mi vida".