Las críticas por parte del personal de hostelería que trabaja en discotecas y salas de fiesta son bien conocidas: en ocasiones reciben su salario en negro, los sueldos son bajos y cobrar las horas extra es una utopía lejana. ¿Es por eso por los hosteleros no encuentran personal? ¿De verdad los jóvenes no quieren trabajar? 

Lo cierto es que la hostelería es un sector que desde hace tiempo tiene más ofertas de las que puede cubrir. Desde la patronal se quejan por falta de personal e innumerables bares y restaurantes lo han hecho en EL ESPAÑOL. Como aquel que ofrecía un contrato a media jornada ("de 12 horas"), o aquel otro que había hecho "65 entrevistas y nada" -"mejor estar en ERTE", añadía- o un último, Emilio Gallego, secretario General de la Confederación Española de Hostelería, que incidía en la que los jóvenes "prefieren librar los findes".  

Pero las condicionales laborales dentro de la hostelería son muy diferentes cuando el trabajo es, además, de nocturno. La noche es un lugar en el que las condiciones laborales se oscurecen, por eso hemos querido sacar a la luz del día la realidad de los trabajadores y trabajadoras que nos sirven las copas cuando la luna está en alto. Una de nuestras periodistas ha buscado trabajo durante una semana como camarera de discoteca, y esto es lo que ha sucedido.

Imagen de una discoteca de Madrid. Opium Madrid

La primera oferta a la que llamo es tan escueta que sólo dice: "Necesito camarera para discoteca. Llamar a xxx número". Así que marco para saber más:

Contratante.-A ver, ¿la has visto recién?

Periodista.-Sí, esta mañana.

C.–¿De dónde eres?

P.–Soy española, madrileña.

C.–Es que la oferta tiene un mes, ahora he cambiado el modo de trabajo y ahora ya no te va a valer.

P.–Ah, ¿y qué era? A lo mejor sí me vale.

C.–Yo abrí en enero como discoteca, pero ahora lo voy a intentar llevar como disco-pub, más pequeñito. No me resultaba mucho… Pero de todas maneras ya tengo una chica para la barra, de momento no necesito más.

Pido que me haga una prueba. Mi interlocutor no acepta, aunque promete quedarse con mi teléfono. Antes de despedirnos, se quiere asegurar de algo:

C.–¿Tú has trabajado en discoteca?

P.–En discoteca no, la verdad. Pero bueno, soy rápida.

C.–Ya, lo malo de la discoteca es la noche también. Lo que cansa.

P.–Sí, pero bueno, yo estoy acostumbrada también.

C.–Perfecto entonces. Si esta chica no me funciona, te llamo a ti.

Tres fotos 

La siguiente oferta a la que trato de aplicar pide todo tipo de personal para discotecas: controladores de accesos, camareras de barra, camareros de sala, azafatas, porteros y seguridad. No es necesario acreditar experiencia, pero sí enviar tres fotos de cuerpo entero al número de whatsapp indicado. Escribo un lunes, pero hasta el cierre de este reportaje, no me han devuelto el mensaje. Sólo les decía que estaba interesada, pero no enviaba adjuntas las demandadas fotos de cuerpo entero.

Sigo buscando y doy con otro reclamo: "Se necesitan camareras y chicas de imagen con muy buena presencia para trabajar en un bar de copas cerca al metro de El Carmen". Sin saber bien qué significa eso de "chicas de imagen", llamo al número que facilitan. Tras un saludo breve, mi interlocutor me pregunta:

C.–¿Qué edad tienes?

P.–35 –digo rebajando cuatro años.

C.–¿De dónde es?

P.–Madrileña.

C.–Bien. ¿Tiene experiencia de camarera?

P.–No mucha, pero soy rápida.

C.–Pues es importante tenerla.

P.–Es que soy licenciada y me he dedicado más a lo mío. Ahora busco trabajo de lo que sea.

C.–Pero esto es un bar de copas, ¿eh?

P.–Sí, lo sé, me gusta.

C.–Bueno, ¿puede tener una entrevista conmigo esta tarde?

Acepto y anoto la dirección que la voz me facilita. Decido pasar por casa para arreglarme y elijo lo que entiendo por un look de noche, con una camiseta doradísima y tacones. El bar está abierto cuando llego y en él charlan dos personas que no me devuelven el saludo. Sobre la barra hay varias cervezas vacías y copas a medias, aún por recoger. No logro identificar qué producto de limpieza le da un olor tan poderoso al pequeño espacio, en el que gira una bola de discoteca para nadie, como un tiovivo en marcha en un pueblo sin niños.

Fiesta en una discoteca.

De pronto, del fondo del local sale un hombre bajito y corpulento, charla con los otros dos un momento, los despide y se dirige hacia mí:

C.–Es la licenciada, ¿sí? Siéntese. ¿Vive cerca de aquí?

P.–Relativamente cerca.

C.–Pues el trabajo no es en este bar, es en otro que también está cercano. Por el metro de El Carmen.

P.–Ah, sí, no pasa nada. Me viene bien también.

C.–Entonces la cuestión es que es un trabajo de noche, desde las 22 hasta las seis de la mañana, y poco más.

P.–De acuerdo. ¿Y cuántos días de trabajo son a la semana?

C.–Yo suelo trabajar seis días. Aquí en la hostelería te exigen que sean cinco y dos libres, pero eso ya lo podemos discutir.

P.–Me hago a la idea de seis, ¿no?

C.–Sí. Lo que sí le voy a comentar, porque me gusta ser muy franco, es que el trabajo es en un bar de copas igual, pero tiene un matiz: es un local de alterne. No sé si esto le molesta.

P.–Ehhh… No. Siempre que no tenga que hacer nada… Que no sea de camarera.

C.–No, no. Como mucho tomar una copa, si te invitan. Que te van a invitar seguro, y más si estás en la barra.

Evento en una sala de fiestas.

En este punto de la conversación, mi posible empleador saca un papel y me explica cómo procede habitualmente: los clientes invitan a copas de 30 euros y otras de 20, y me propone ir a medias con la ganancia. Si me invitan a una copa de 30, me llevo 15 euros; 10 si es la de 20. Si la pagan en efectivo, recibo el importe esa misma noche. Si es por tarjeta, a los dos días. Inquieta, le pregunto qué tengo que hacer a cambio de esa invitación:

C.–Nada más que tomar la copa. Y podrás tomar muchas.

P.–Bueno, pero claro, muchas tampoco podré tomar, que si me emborracho no podré hacer el servicio…

C.–No se trata de que te pongas borracha, porque entonces no me vale. Puedes tomar una Coca Cola, o beber en esas copas que se ven ahí en medio -me señala unas copas de champán, de tallo fino-. Si le pones un hielo es casi nada…

Desconfiada, decido insistir.

P.–Pero ¿tendré que hablar con quien me invite, al menos?

C.–No es obligatorio, pero si quieres salir y hablar con ellos, por mí está bien.

A continuación, me dice que me dará de alta. Y llegamos al asunto del sueldo:

C.–Yo doy un sueldo mileurista, sabiendo que aquí vas a sacar más de mil euros. Al mes puedes sacar 3000 pavos con el complemento de las copas.

P.–¿Tanto?

C.–Y me quedo corto.

P.–Pues muchas copas serían esas.

El sueldo que me indica está por debajo del salario mínimo interprofesional, que sería en mi caso de unos 1.233 euros netos. Recuerdo que tampoco cumplía con los días preceptivos de descanso. De pronto, mi empleador me hace una pregunta que me hace pensar que está sospechando de mi actitud.

C.–¿Usted era licenciada en qué?

Apuesto por decir la verdad:

P.–Soy periodista. Vamos, que tengo labia.

Y todo vuelve a encauzarse:

C.–¡Pues casi que ya te contrato! –dice entre risas-. ¿Y es difícil encontrar trabajo de lo tuyo?

P.–Sí, es uno de los sectores en los que más paro hay ahora mismo.

C.–Cuando me vaya a mi país, nos vamos juntos, allí hay trabajo. Lo malo es que las dictaduras siempre son horribles… -comenta lamentándose de la situación de su país, Guinea.

La conversación se pone incómoda por momentos. Y la entrevista continúa:

C.–Como periodista seguramente que hagas muchas amistades. Las mujeres son mucho más encantadoras que los hombres, y usted más aún. ¿Casada, soltera?

P.–Soltera –digo por ver por dónde sale mi interlocutor.

C.–Eso es muy bueno para mí, en el sentido de que cuando uno tiene un compromiso… Porque en estos trabajos llega un momento en el que si la gente está ahí pam pam pam (imagino que se refiere a consumiendo, copas y no copas), hay que seguir con el local abierto hasta que yo llegue de los otros locales que tengo. Al menos hasta las seis, siete.

P.–¿A las seis seguís abiertos entonces?

C.–Clandestinamente. Porque el horario legal que tengo es hasta las 3:30.

P.–Ah, vale, vale. Porque luego se echa el cerrojo a lo mejor…

C.–No, ¡no echamos el cerrojo! Se apaga la luz de fuera, y la gente como lo sabe, viene y toca. Y entran.

Una discoteca de lujo de Madrid.

Aunque no hemos hablado de la tarea como tal de servir copas, mi posible empleador me anuncia otra de mis funciones: en el correo de notas tengo que apuntar cuántos servicios sexuales hacen las chicas que allí trabajan.

C.–Tendrás que apuntar qué servicio hace cada una, algunas cobran el 60% de cada servicio que hacen y otras no tanto, porque les doy una cantidad fija al día.

Al contarme esto último, mi interlocutor se pone en guardia:

C.–¿No será usted infiltrada?

Lo niego y parece que se relaja. Quiero irme ya, así que le pregunto cuándo tendría que empezar en caso de que me contrate, y él queda en llamarme después de probar "género nuevo, en el buen sentido de la palabra", en el local. Va a llevar a nuevas chicas porque dice que hay que "renovar".

P.–¿Y tengo vacaciones?

C.–Claro, con todos los derechos, como todos los trabajadores. Y tú no haces nada de lo que ellas hacen. Lo único me tratas bien a los clientes para que vuelvan. Y tú como española, solo por española, ya te van a invitar.

Mi interlocutor me acompaña a la salida y, al pie de la escalera, me repasa con la mirada detenidamente. Cuando me alejo lo suficiente de allí, contacto con Nicolás Martín, abogado laboralista del despacho Yatalent Abogados, para que me explique cuál es la situación en España de los clubs de alterne.

Falta de regulación y desprotección

"La prostitución no está regulada ni prohibida en España, por eso es alegal. Al no estar regulada, no existe un convenio colectivo aplicable a los trabajadores de estos clubs, lo que lleva a una desprotección total. No están establecidos los horarios, el salario, las condiciones… nada", comenta Martín, lamentándose de que ni los distintos gobiernos ni los sindicatos hayan tomado cartas en el asunto tratándose "de una actividad que existe desde hace miles de años".

En cuanto a la oferta de trabajo a la que he acudido, el experto me explica que incumple con la normativa por varias razones: "La cobertura de responsabilidad del empresario se da dentro del horario y dentro del puesto de trabajo para el que estamos contratando. Si a las siete de la mañana tuvieras un accidente laboral dentro del bar, la seguridad social no te cubriría porque estás fuera de tu horario. Es como si yo trabajo en un andamio, la empresa me ha dado el arnés y el casco, y no me lo pongo porque no me da la gana; entonces, la empresa no es responsable".

También me recuerda que el convenio de camarera tiene un salario mínimo al que está oferta no está llegando. Y se pregunta si en el club de alterne para el que me han ofrecido un trabajo puede estar sucediendo aún algo peor: "Hay dos tipos de prostitución: la voluntaria y la no voluntaria". Le indico que yo sería la única mujer española trabajando en el local, y concluye con preocupación: "La prostitución no voluntaria suele darse entre mujeres extranjeras, pero también hay mujeres españolas que por miedo o por maltrato la ejercen".