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Las razones por las que Europa va con España en la final: un recorrido por la anglofobia continental

De Juana de Arco a Napoleón, pasando por Felipe II y el káiser Guillermo II de Prusia, el odio a Inglaterra es una constante histórica europea.

14 julio, 2024 02:37

Dijo el escritor uruguayo Eduardo Galeano que "el fútbol es un ritual de sublimación de la guerra", donde "en cada enfrentamiento entre dos equipos, entran en combate viejos odios y amores heredados de padres a hijos". También un inglés, George Orwell, perfecto para el caso, apostilló que el fútbol es como la "guerra sin las armas".

En la Eurocopa de este año, cuya final se disputa en Berlín este domingo entre España e Inglaterra, esa arena virtual llamada X (antes Twitter), donde se libra la manida "batalla cultural", se ha encargado de recordar por qué este es un torneo de fútbol único, donde los odios nacionalistas y enemistades históricas entre países europeos han salido a brillar a modo de enfrentamiento deportivo sobre el terreno de juego.

Que Inglaterra y España estén en la final tampoco se ha librado de esas viejas pulsiones y no para pocos, el encuentro de Berlín no será más que la reedición por otros medios de Trafalgar, la Armada Invencible o la el sitio de Cartagena de Indias. Pero en este caso, a las rencillas bilaterales entre España e Inglaterra, con Gibraltar como la más reciente, hay un elemento añadido que no es otro que la centenaria anglofobia continental y que ha puesto, del lado de España, a muchos otros aficionados europeos.

Para entender el odio a Inglaterra no hay nadie mejor en España que el escritor, periodista y director del Instituto Cervantes en Londres entre 2017 y 2022 Ignacio Peyró. Aunque el madrileño sería catalogable en la lista de los anglófilos, su amplio conocimiento de la historia y cultura británicas le llevó a publicar en 2014 Pompa y circunstancia: diccionario sentimental de la cultura inglesa (Fórcola), donde se encuentra una entrada dedicada exclusivamente al sentimiento anglófobo.

Aversión continental

Dice Peyró en su entrada que "de España a Irlanda y de Argentina a Persia, la anglofobia ha sido una pasión universal". Pero no solo. El periódico escocés The National llevó ayer a su portada un mensaje contundente dirigido a España, la víspera de la final de la Eurocopa: "Llenan vuestras playas, se beben vuestra cerveza, destrozan vuestras plazas, no comen vuestra maravillosa comida, no aprender español y exprimen vuestros servicios públicos. Es tiempo de venganza". 

Pero son las dos potencias continentales y representantes de la quintaesencia europea a lo largo de los siglos, Francia y Alemania, las que más se han prodigado en este sentimiento antiinglés. . 

Comencemos por Francia, donde según refiere Peyró, León Bloy ya dijo que "Inglaterra es al mundo lo que el diablo es al hombre". La historia se remonta siglos atrás, donde en plena Guerra de los 100 Años, tras la muerte de Juana de Arco, "los canonistas de Rouen sentenciaron que el apelativo de 'hijo de inglés' tenía una carga de reproche similar a la de 'hijo de puta'".

En Francia, "hasta el XIX, 'inglés' también gozará de otros amenos significados, por ejemplo, 'bruto' y 'usurero' (...) El propio Flaubert, para referirse a la menstruación, afirma que les anglais ont débarqué [los ingleses se han marchado], expresión no poco sintomática de la huella dejada por las casacas rojas de Wellington (...)", escribe el madrileño.

Y prosigue: "Clemenceau dejó dicho que, en el fondo, Inglaterra no es sino una colonia normanda que salió torcida: según los viejos manuales escolares galos, Francia, en 1066, se limitó al gesto cortés de meter en la corriente de la historia a unas islas apartadas y nubosas. Desde entonces, la lista de agravios y de agraviadores parece interminable, un cambalache donde se mezclan Dunkerque y Fachoda, Isabel I –'jefa prodigiosa de una iglesia infiel'-, el Príncipe Negro, el ataque de 'Whisky' Churchill a la flota en Mazalquivir; Cromwell y Palmerston, Trafalgar y las vacas locas, Pitt como 'enemigo del género humano' o los zarpazos de la Thatcher en el bicentenario de la Revolución".

"Nación de tenderos" y "pérfida Albión" les llamó Napoleón Bonaparte, quien también dijo que "todas nuestras guerras vienen de Inglaterra". "Todo un Pétain intentó explicar su colaboracionismo al mencionar que, si bien ingleses y alemanes habían sido enemigos tradicionales de Francia, los ingleses eran enemigos "más antiguos y más pérfidos", refiere también Peyró, que añade:

"La plantilla anglófoba iba a conocer un transplante exitoso en esas pasiones del siglo XX que fueron la judeofobia y la americanofobia. No son pocos los pecados ingleses, pero su 'vicio inmenso', para Edmond Michelet, es el orgullo: esa misma hybris de la que será acusado todo país hegemónico, con sus notas concomitantes de filisteísmo, inhumanidad, materialismo, etcétera. Vaya aquí un buen memorial: 'Se les reprocha su orgullo insoportable, su desprecio de los extranjeros y, sobre todo, de los franceses. Imaginan pertenecer a una raza superior, están faltos de la más elemental urbanidad y son de una rara insolencia; pueden asimismo ser de una violencia imprevista'. Junto al orgullo, el otro rasgo inglés que más iras despierta: la doblez, la cant, el espectáculo de un país –apunta Malot- donde 'la mentira es virtud y la franqueza es vergüenza, el egoísmo es la ley social y la hipocresía la ley moral'."

Nacionalismo vs. cosmopolitismo

Al odio al inglés por ser, como escribe Peyró, "'un hombre, según Émile Boutmy, 'sensual, brutal, inhumano, rudo, con un fondo salvaje'; (...) un 'ignorante que odia y desprecia al extranjero', dado –según Taine- a 'borracheras terribles' y al amor por los juegos violentos, con una cocina –para De Tissot- 'propia de un pueblo todavía salvaje' también se unió históricamente la vieja Prusia, germen de la Alemania actual.

Guillermo II junto a Winston Churchill en 1909.

Guillermo II junto a Winston Churchill en 1909.

El káiser Guillermo II, nieto de la Reina Victoria y criado en el liberalismo inglés entre Londres y Windsor, fue luego el rostro de, según dice Peyró, la nacionalidad vista "en términos de sangre, hombría y Kultur" como contraposición al cosmopolitismo inglés y todo lo que representaba. 

"Como apunta Saroléa, la anglofobia alemana no será sino una manifestación de 'la lucha vieja y siempre abierta entre liberalismo y despotismo, industrialismo y militarismo, progreso y reacción, masas y espíritu de casta'. Junkers contra lores, corte prusiana contra country house, la agricultura y la estatolatría –de la que habló Emil Ludwig como demoníaca- contra los 'mercaderes sin raíces' y el Parlamento. El Englandhass se ceñirá muy notablemente –dice Sombart- a la crítica del espíritu comercial, al 'utilitarismo y la codicia del inglés': el socialdemócrata Kautsky, a modo de ejemplo, arremete contra el 'egoísmo' británico, superior en su opinión a cualquier noción de liberalismo. Junto a los roces propios de la carrera colonial y la competición económica, en el fondo, nihil novum sub sole: Inglaterra destaca a ojos de los alemanes –leemos en Buruma- por su materialismo y su falta de valores.", escribe Peyró.

Fue esta pugna la que en la Alemania de entreguerras evolucionaría de la mano del antisemitismo, rescatado también de lo francés, y vinculado irremediablemente a lo inglés. "Y ya se sabe que tanto a los ingleses como a los judíos se les ha acusado de eso mismo: de ser razas cosmopolitas. Y también, claro, de ser adoradores de Mammon.", dice Peyró, pese a que apunta que "ni siquiera Hitler fue un anglófobo".

"(...) La consideración de Inglaterra como Hauptfeind o enemigo principal es tardía como la propia Gran Guerra, de modo que los germanos acuden para su batería argumental a la indudable experiencia francesa en la materia. Ítem más: la anglofobia del otro lado del Rin apenas tendrá más inventiva que la caracterización, esta sí muy propia, de los ingleses de clase alta como homosexuales, degenerados y demás, argumento que difícilmente podría haber chocado en Francia", matiza por contra el escritor sobre la anglofobia alemana.

El caso de España

Más allá de la tradición anglófoba francoalemana, la que no podía faltar es la española, que de cara a este domingo en Berlín, ha revivido. Los reinos cristianos peninsulares tuvieron buenas relaciones con los reinos ingleses en la Edad Media. Hubo alianzas matrimoniales y ententes militares conjuntas, como en las Cruzadas.

Pero el punto de división y el origen del odio entre ambas naciones se remonta a un asunto religioso. España, en palabras de Menéndez Pelayo, "Luz de Trento, martillo de herejes, espada de Roma…", se erigió como país antagonista de Inglaterra después de que Enrique VIII decidiese divorciarse de Catalina de Aragón y, de paso, fundase una nueva iglesia protestante para deshacerse de la autoridad del papa y legitimar su nuevo matrimonio con María Tudor.

Las guerras entre católicos y protestantes se extendieron por toda Europa, pero cobraron una especial virulencia en la enemistad entre Felipe II e Isabel I de Inglaterra. El intento español de subyugar las islas británicas con la fallida Armada Invencible en 1588 fue el evento más significativo de aquella rivalidad, que quedó apuntalada en los siglos venideros con las pugnas entre ambos países por el dominio del mar.

En especial, la piratería inglesa contra los intereses españoles ha sido uno de los principales motivos de la anglofobia hispana, así como las intentonas de los anglosajones por hacerse con el imperio de ultramar en batallas como la de Cartagena (1741) y en otros numerosos puertos del Caribe. La Leyenda Negra posterior, impulsada sobre todo por la angloesfera, es otro de los motivos del odio español por lo inglés.

Isabel I de Inglaterra.

Isabel I de Inglaterra.

La anglofobia hispana encontró su más elocuente expresión en el capítulo XIX de Bodas Reales, dentro de los Episodios Nacionales de Galdós, donde se cita "que es la Inglaterra, esa puerca, ya lo sabe usted, a quien dan el mote de la pérfida Albión". El último y más candente punto de afrenta, que aún levanta pasiones, es el peñón de Gibraltar, todavía de propiedad británica.

La insularidad de Inglaterra

Ahora bien, ¿cuál es el origen de esta gruesa colección de aversiones hacia la isla? Según relata Peyró en otro texto, publicado en la Revista Leer en 2016 todo hay que encontrarlo en una característica geográfica: la insularidad y su consiguiente aislamiento, valga la redundancia, que ha convertido a Inglaterra a lo largo de los siglos en una especie de "Japón de Europa": una isla amurallada tras los bancos acantilados de Dover que siempre ha mirado al continente con desdén y cierto complejo de superioridad, por el que se ha autoerigido como faro por el que deben guiarse los demás.

"Siquiera sea por los malos recuerdos de tantas batallas, a nadie se le oculta la perenne desconfianza inglesa hacia el continente que propició –según las versiones más jingoístas- 'el Holocausto, la Inquisición y la Revolución'. Cuando cierto petimetre llegó a Calais, se quejó del 'espantoso olor' de la costa: 'es el olor del continente', replicó su tutor, mucho más viajado", dice el escritor.

"(...) En sus memorias de la Gran Guerra, Robert Graves nos habla del odio 'obsesivo' y generalizado entre los soldados ingleses hacia el aliado francés, 'nuestros enemigos naturales'. De la corrupción de las 'prácticas españolas' a la cobardía fanfarrona del 'valor holandés', otros europeos no íbamos a salir tampoco bien parados. Por suerte, a veces el desdén ha conocido sus giros cómicos, como el de aquel británico que deletreó su apellido –Wyatt- a un telefonista parisino: 'Waterloo, Ypres, Agincourt, Trafalgar, Trafalgar'. En todo caso, sentadas estas autoridades, extraña poco que el primer privilegio de la insularidad sea el apartamiento del continente, un sentir tan intenso que boicoteó una infinidad de intentos de Eurotúnel desde el siglo XIX", escribe Peyró.

En definitiva, como dice el escritor parafraseando al poeta John Milton, Inglaterra aún está dispuesta "a enseñar cómo vivir al resto de las naciones". Y el mundo se divide en quienes aceptan esta forma de vivir y quienes se oponen, con más o menos resignación. El domingo en Berlín, en la Selección Española de Fútbol, los segundos verán la canalización de un odio consolidado a lo largo de los siglos, y que a la vez ha sido necesidad en la formación de la identidad de la Europa continental.