A principios de este mes, con la rotación vacacional. se crearon colas monumentales en ambos sentidos de un tramo de la carretera que conecta la hermosa población de Seira con Castejón de Sos (Huesca) conocido como el Congosto de Ventamillo. La imponente garganta es un embudo donde, durante cerca de una hora, se concentraron más vehículos que en la M30 madrileña en hora punta. Los urbanitas habían salido huyendo de los atascos para encontrar más atascos… y más calor y muchedumbres.

Ya ni siquiera hacía falta que se cruzaran en la vía los camiones de la flota de una conocida compañía de agua mineral para detener el tráfico porque bastaba con el flujo desbocado de turismos. Algunos kilómetros más arriba, en Benasque (que es La Meca del Alto Ésera), había que encomendarse a Dios y al diablo para estacionar el coche o guardar largas colas en los supermercados y en la panadería para pasar por caja.

Ciertos tramos de las cuencas altas de los ríos pirenaicos se asemejan este verano a una especie de remedo de Salou y algunos espacios naturales tienen el acceso restringido con vehículo privado porque han sido literalmente asaltados por avalanchas de turistas. La solución en estos casos es obligar a dejar el coche y fletar buses lanzadera que, en el caso de Benasque, conectan la localidad con el refugio de la Renclusa. En el Sobrarbe se hace lo mismo para conectar Torla con Ordesa, dada la popularidad de ese destino.

El ecologista y divulgador medioambiental aragonés Paco Iturbe, sostiene un cartel durante las protestas contra el proyecto de telecabina de la Canal Roya. Cedida

La situación no es mucho mejor en el Aneto pese a que alcanzar la cima obliga a salvar a pie un desnivel de un kilómetro y medio. Hace ya varios años que se viralizan de forma periódica imágenes de colas de alpinistas atascados en el puente de Mahoma, un pasillo de cuarenta metros entre abismos que anticipa esa cumbre de 3.404 metros. El director del parque natural Alt Pirineu, Marc Garriga, publicó el mes pasado en X unas fotos espeluznantes de los hacinamientos al tiempo que indicaba que era preciso aguardar hasta media hora para salvar ese último obstáculo.

“Y algo parecido sucede en Aigualluts y, un poco menos, en Vallibierna, con el consiguiente aumento de accidentes y rescates”, nos dice el montañero valenciano Rubén Gómez. “Lo más gracioso es que al lado del Aneto hay varias cumbres de tres mil metros donde nunca hay nadie. Porque resulta que todo el mundo quiere hacerse el selfie en el Aneto, que es el entorno más publicitado en las redes sociales. En algún lugar leí que la montaña ya no se disfruta, sino que se consume. El problema es que hablamos de ecosistemas frágiles que no soportan tanta presión de gente”.

Rubén reside desde hace siete años en Benasque. Con él vive su esposa y la niña de ambos, nacida en el valle. Él no trabaja en la comarca pero su pareja, sí. Lo encontramos fortuitamente cuando nos dirigimos a una campa donde hay una hilera de autocaravanas ocupadas por un puñado de temporeros y trabajadores del sector turístico. Cuando le preguntamos a Rubén por su percepción de lo ocurrido en el Pirineo y esa supuesta masificación del destino turístico que tantos titulares lleva reclamando en lo que llevamos de verano no duda en afirmar que el asunto se fue en algún momento de las manos.

Desde la pandemia

“Yo no sé si la alarma social de este año está justificada porque esto lo llevamos viviendo ya desde hace tiempo. Posiblemente, la alerta debería haber surgido antes”, afirma. “Los veranos aquí son muy concurridos y, desde la pandemia, más todavía. Todas esas olas de calor han empujado también a gente en busca de lugares con temperaturas más benignas. Sí es cierto que desde que vivo aquí, da la sensación de que cada vez hay más gente por la calle. Antes había un mes de masificación y ahora son tres, pero sigue siendo un turismo terriblemente estacional. Incluso los propios empresarios del valle se quejan de ello. La primavera es cada vez menos baja, pero en el otoño no hay nadie. Si alguien viniera aquí en noviembre, pues igual no vuelve nunca porque es probable que no encuentre ni siquiera un sitio donde tomarse un café”.

Los inconvenientes planteados por la llegada de aluviones de turistas va mucho más allá de la propia experiencia que pueda tener un viajero que acuda al Pirineo en busca de espacios preservados y libres de las muchedumbres del Mediterráneo. Según Rubén, el modelo “Benidorm” que ha gentrificado e “ibizificado” el Pirineo ha alumbrado a su vez un mercado laboral disfuncional que ha convertido a los trabajadores en supervivientes.

“¿Sabes? Hay mucha gente avariciosa aquí que no tiene nunca suficiente y que podría llegar a matar a la gallina de los huevos de oro”, sostiene. “Para solucionar todo esto hay que pisar muchos callos. Si me preguntas cómo se puede vivir en estos valles con el sueldo mínimo, la respuesta es que de ninguna forma. Se puede subsistir y malvivir. No tiene ningún sentido que la gente perciba salarios de 1.000 euros y tenga que pagar alquileres de seiscientos. Eso es justamente lo que obliga a la gente a residir en autocaravanas o a compartir pisos. Me parece muy bien que haya alguno que se sienta a gusto en su vehículo camperizado, pero al final, eso es romantizar la precariedad. Hay una desproporción absoluta entre lo que se gana y el coste de la vida”.

El montañero residente en Benasque, Rubén Gómez. Cedida E. E.

A juicio de Rubén, “el problema no es que no haya pisos, sino que los propietarios de viviendas obtienen mucho más dinero alquilando por semanas. Pero que no se nos olvide que todos esos trabajadores son fundamentales para que la industria turística funcione. No hay turismo sin camareros que sirvan cañas o mecánicos que reparen las infraestructuras de las estaciones de esquí. Y esta gente no encuentra donde vivir porque no hay una bolsa de vivienda social a un precio asequible. En Benasque se propuso hacer un albergue para los trabajadores en la zona del polígono, pero no dejar de ser un parche. Si arraigas en el territorio y decides crear una familia no vas a vivir en una vivienda compartida”.

El resultado de todo esto es que los propios empresarios de los valles pirenaicos tienen serios problemas a menudo para encontrar trabajadores a los sueldos de mercado que comúnmente se ofrecen por aquí. “Yo no sé lo que cobran en la hostelería”, dice el empresario de Villanúa Arriel Domínguez. “Nosotros hemos contratado en la quesería este año a un empleado gracias a que su familia tiene una segunda residencia aquí en el pueblo, que es como el quid de la cuestión. Pagamos 1.500 euros y no hemos podido contratar más gente porque para trabajar aquí, en la Jacetania, hay que tener el tema de la vivienda solucionado. Claro, los pisos turísticos se alquilan por barbaridades. Solo lo sé de oídas, pero sé que pagan muchos cientos (por semana) y a veces, cerca de mil euros, cuando tiene varias habitaciones”.

A juicio de Domínguez, eso explica que los especuladores hayan mostrado tanto interés por invertir. “Los mercados inmobiliarios están mucho más tensionados en las ciudades y en el Pirineo encuentran oportunidades magníficas”, prosigue. “También en este valle tenemos a mucha gente viviendo en autocaravanas. Pero es que el problema de la vivienda no afecta tan solo a los temporeros. Es una locura para todos encontrar un alquiler de larga duración”.

Además de una quesería, la familia de Arriel posee un comercio de souvenirs turísticos. “La mitad de mi negocio depende de la ubicación y a eso es a lo que jugamos”, afirma. “Tratamos de estar en los lugares por donde pasa la gente y, sobre todo, tratamos de que regresen. Es cierto que este año hemos notado un descenso en eso que se llama ‘turismo de calidad’. Pero la calidad tiene que ver con la falta de dinero de la gente. Claro, como empresarios, queremos que se gasten más dinero. Pero también entendemos que todo el mundo tiene derecho a viajar en formatos asequibles de ocio sin necesidad de gastarse una fortuna”.

El empresario Arriel Domínguez, propietario de la quesería O Xortical, de Villanúa, en la comarca altoaragonesa de la Jacetania. Cedida E. E.

En opinión del empresario, “lo de la masificación se ha convertido en el valle del Aragón en una cantinela recurrente, pero la percepción no es siempre negativa. A menudo uno oye comentarios del estilo: ‘Vale, ya queda menos. A ver si dejan las perras y se van porque estoy hasta los cojones’. Es posible que todas esas polémicas se hayan podido ver alimentadas por el Twitter, que es también el culpable de lo que ha pasado con las pozas. Los locales hemos dejado de frecuentarlas porque estamos aborrecidos. Es angustioso ver lo baqueteadas que están sus riberas y cómo prolifera la basura”.

En algunas poblaciones del Sobrarbe se han producido brotes viscerales de turismofobia a raíz de la llegada de autobuses desde Cataluña. Antes eran los aragoneses los que se iban a pasar el día a la Pineda o Cambrils y ahora son los de Barcelona y Lleida los que ocupan las pozas del Ara, el Ésera o el Cinca durante algunas horas siguiendo el mismo formato de “un día en la costa con la fiambrera de casa”. La queja subyacente es que no dejan dinero en el terruño, pero sí mucha basura.

Los del país sospechan que el modelo Benidorm ha puesto ya una pica dentro del municipio en la peor de sus variantes. Y a juicio de los ecologistas, ha sido la propia administración aragonesa la que, en colaboración con Ibercaja y un pequeño grupo de promotores urbanísticos, ha propiciado esta transformación del Pirineo que no todo el mundo aplaude.

Discotecas 

Marchica, simplemente el mejor après-ski del sur de Europa”, puede leerse en la página web de esa discoteca situada a pie de las pistas de Formigal. Las fotografías del negocio muestran a cientos, tal vez miles, de jóvenes bailando en el corazón del Pirineo, lo que termina de completar esa postal de ibizificación de la vertiente aragonesa de la cordillera. Y lo interesante aquí es que la discoteca pertenece a Aramon, una empresa participada al 50 % por Ibercaja y el Gobierno de Aragón.

“Lo de Marchica fue una huida hacia delante de los gestores de la estación de esquí de Formigal”, nos dice Arriel Domínguez. “Fue un tiro en el pie porque todos los expertos que se dedican al asunto del turismo saben que cuando la noche aparece en un destino, este se devalúa. Desde luego, ha mejorado mucho la facturación de Formigal, aunque a otros bares de la zona tal vez no les haya ido tan bien”.

“En realidad, es otra manifestación de ese modelo de turismo implantado por la administración”, señala el ecologista Paco Iturbe. “Es una aberración que se hayan puesto a funcionar en un espacio como los Pirineos ese tipo de discotecas, con toda la parte oscura que acarrean. Pero todavía es más aberración que la que la creara fuera una empresa semipública como Aramon, a la que solo le alienta la búsqueda de ingresos fáciles (y oscuros y sin control) que le ayuden a disimular otro modelo en bancarrota, el del esquí (para un futuro sin nieve)”.

Una multitud de jóvenes baila en la discoteca Marchica de Formigal, propiedad de un consorcio participado al cincuenta por ciento por Ibercaja y el Gobierno de Aragón. Aramon

“Ha surgido de un caldo de cultivo en el que la propia administración vendía este destino como una atracción y despreciaba los valores esenciales de la montaña”, precisa el montañero aragonés. “A partir de ahí, se han sumado otros agentes que han visto la oportunidad de aprovecharse. Este fenómeno hubiera sido imposible en un territorio orgulloso de sus paisajes que los proteja como patrimonio y que invierta en servicios para sus habitantes”.

La polémica no es nueva. Al ex presidente del Gobierno aragonés, Javier Lambán, le recibieron la pasada primavera con cencerros en la población oscense de Sabiñánigo un grupo de activistas vinculados a la Plataforma en Defensa de las Montañas de Aragón, que por aquellas fechas se movilizaban para detener un proyecto disparatado. Lo que los socialistas se propusieron sin éxito fue tender cuatro kilómetros de cables y pilonas para conectar por telecabina las estaciones altoaragonesas de Astún y Formigal con el fin de crear el mayor dominio esquiable de Europa. El problema es que el dominio en cuestión pretendía crearse en la Canal Roya, que es uno de los parajes más salvajes, vírgenes y hermosos de los Pirineos y, por ende, de Europa. Lo que siguió después fue uno de los fiascos más sonados de Lambán.

Muchos hoy en día coinciden en que la turismofobia pirenaica que se ha expresado este año a través de las redes es como la segunda parte de la reacción popular, multitudinaria y horizontal que detuvo el proyecto de telecabina en 2023. “Lo cierto es que la alarma social está más que justificada”, dice Iturbe. “Y si no se le pone freno, el problema será mucho mayor e irreversible”.

¿Significa todo esto que las bondades del Pirineo se han desbaratado o devaluado? Las alarmas se cuentan por docenas. La queja principal respecto a este nuevo tipo de turista es que interactúa con el entorno como si ignorase su valor y el respeto que merece. Este desconocimiento ha provocado hasta accidentes. En septiembre del pasado año, dos turistas británicas tuvieron que ser rescatadas en helicóptero por los Bomberos de la Generalitat cuando fueron acorraladas por mastines en el Prat de Tavascan. Una de ellas fue herida por un perro.

A pesar de todo, Iturbe cree que todavía es posible zafarse de las muchedumbres y acudir a estas tierras en busca de la paz que nos rehuye en las ciudades. “Es complicado”, dice. “Se trata de un problema más bien circunscrito a determinados espacios que se ponen de moda o de "fácil acceso". Pero basta huir de las modas y de los logros sin esfuerzo para encontrar parajes de montaña en los que disfrutar. Lo que se está perdiendo es la filosofía del montañismo, donde lo importante es el trayecto, no el objetivo final. Alcanzar una cima en medio de multitudes, sin disfrutar ni respetar la montaña, o hacerlo sin esfuerzo subido en un telecabina, no tiene ningún sentido. Si el objetivo es sudar subiendo al Aneto, igual daría hacerlo en el gimnasio de un polígono”.