Hace escasos días la prensa española se llenó de uno de los titulares más utilizados desde 2016: ‘Pablo Iglesias se enzarza con (pongan aquí el nombre que quieran) en una discusión en directo'. El ex secretario general de Podemos, como si de Sísifo empujando una piedra durante toda la eternidad se tratase, polemizaba en un medio de comunicación, una vez más.
Los espectadores estaban dispuestos a soportar sobre sus hombros, como Atlas nuestro planeta, la enésima confrontación y los artículos posteriores. Pero algo era diferente esta vez: su contrincante era Gonzalo Bernardos (Barcelona, 1962). El profesor de Economía de la Universidad de Barcelona no es precisamente un púgil novel en lo que a discusión política y económica se refiere. Por ello nos hemos sentado con él para hablar con él -y por su parte sin pelo alguno en la lengua, como es su estilo- de la realidad actual española, sus mayores problemas y, especialmente, de lo que él considera la falta de un buen ‘plan’.
Un plan que, desde su punto de vista, empieza, de manera innegociable, por gestionar de manera inteligente la inmigración.
Pregunta: El discurso antiinmigración es cada día más común en España, con la ultraderecha como adalid. ¿Por qué el relato opuesto, el de los beneficios, es tan pobre?
Respuesta: Los políticos en la actualidad, desgraciadamente, no tienen ideas. Tan solo reaccionan acorde a los resultados que les proporcionan periódicamente sus centros de investigación sociológica, que les informan de que la inmigración es rechazada por parte de la población. Por esto tienen un gran temor a decir que puede ser favorable.
P: Pero en la realidad demográfica española, parece necesaria.
R: Hay una incongruencia impresionante, que consiste en que necesitamos inmigración, sí o sí. No hemos tenido hijos para que el país vaya bien y, por lo tanto, hemos de tener inmigrantes. Los datos son claros. El año pasado, la población ocupada española, con una única nacionalidad, subió un 1,8%. Este mismo dato, para las personas con doble nacionalidad o residentes extranjeros, subió por encima del 13%. Y eso no es todo: los extranjeros, siendo muchos menos, generaron más puestos de trabajo que los ‘españoles’.
P: ¿Cómo se explica esto?
R: La conclusión que yo saco muy rápido y que es muy fácil de obtener es que los extranjeros y los de doble nacionalidad no están esperando al trabajo de sus vidas. Van a trabajar donde sea. Y la realidad es que esto permite a muchas empresas tener la mano de obra necesaria para seguir expandiendo su actividad. La aportación a la economía española de la inmigración es maravillosa, y va a continuar en el futuro.
P: Se podría argumentar que hay inmigrantes e ‘inmigrantes’.
R: Debemos hacer una cosa que aparentemente es muy sencilla, pero que en realidad no lo es: intentar que la mayor parte de los inmigrantes sean legales y disminuir al mínimo posible los ilegales. Además, debemos ser capaces de elegir los perfiles que queremos. Un ejemplo muy claro: Pedro Sánchez les ofreció a los constructores miles de millones para construir más viviendas, y ellos contestaron: “¿De dónde vamos a sacar los trabajadores si no hay; si nadie quiere dedicarse a ello?”. A España este perfil de trabajador especializado en el sector de la construcción le interesa muchísimo.
P: ¿Y la solución no es política?
R: Estamos en un ‘impasse de hacer cosas’, podríamos llamarlo así. Vivimos una situación bárbara de enfrentamiento entre los diferentes partidos políticos. Generan problemas y luego te dicen que los van a solucionar (y tampoco lo hacen). Pero los problemas reales que viven las familias españolas, como la inmigración ilegal, ni se plantean solucionarlos.
P: Históricamente, la inestabilidad política en España ha ido de la mano de la incertidumbre económica. Pero ahora, con ese entorno de crispación, con un Gobierno en minoría en el congreso y con feudos autonómicos cambiando de manos, los datos económicos son ‘buenos’. ¿Ha perdido la clase política la capacidad de influir en la economía?
R: Al contrario, ahora es mayor que nunca. Lo que sí ocurre es que estamos a punto de perder la gran oportunidad de principios de siglo XXI: los fondos europeos Next Generation. Yo, cuando veo que van a caer en manos de las administraciones públicas, sin contar para nada con el sector privado, que debería ser el principal beneficiario, me llevo las manos a la cabeza. Lo que vamos a conseguir es usarlos para tener gimnasios públicos al aire libre en playas y cosas así; se van a usar para cubrir proyectos no contemplados en los presupuestos de ayuntamientos y Comunidades Autónomas. Vamos a dilapidarlos.
P: ¿Y cómo se gestionarían bien esos fondos?
R: Yo pediría cosas muy sencillas para otorgarlos: en primer lugar, un plan de reindustrialización, pero suprimiendo Madrid, Barcelona, Málaga, Valencia y Zaragoza. ¿Por qué? Porque el capital ya va a esas ciudades. Me interesaría que fuera a la España vaciada; a Cáceres, Badajoz, Burgos, Lugo… Es una magnífica oportunidad para desplegar industria por una gran parte del país que no la tiene y conseguir así asentar población.
P: ¿Qué vendría después?
R: Un plan para no depender de las energías fósiles. Vamos a intentar que la balanza comercial energética sea equilibrada. Eólica, fotovoltaica, termosolar y, sobre todo, una cosa que se ha vuelto tabú decirla, pero yo lo defiendo abiertamente: apostar por la nuclear. Por último, promover el sector de la construcción, injustamente demonizado durante 17 años porque la burbuja inmobiliaria no la generaron ni los constructores, ni los agentes inmobiliarios, ni las familias. La crisis de 2008 tuvo un único culpable: las entidades financieras que hicieron auténticas barbaridades.
P: En ‘La dictadura de la incompetencia’, Xavier Roig (también profesor de la Universidad de Barcelona), explica que, en comparación a otros parlamentos europeos, el Congreso de los Diputados está lleno de ‘funcionarios’, profesionales de la política que nunca han ejercido un trabajo real. ¿Coincide usted con esto?
R: Los diputados y senadores, la mayor parte de las veces, no son profesionales de nada. En España tenemos dos grandes partidos, PP y PSOE, y son muy similares en cómo actúan. Se empieza a militar en ellos de joven, completamente dedicado al partido. Empiezan como ‘chicas y chicos para todo’ hasta que consiguen un puesto como concejal en algún pueblecito o ciudad. De ahí, al consejo comarcal, diputación, etc. La idea que tienen estos partidos con su militancia ‘dedicada’ es que “aquí podrás ganar neto, como mínimo, 3.000 € al mes”, tal vez más.
P: ¿Se deja la ideología de lado?
R: Hay algunos políticos íntegros. Que piensan y viven para el país, pero son la minoría. En el resto de casos, el objetivo es conservar el puesto de trabajo, y si el líder dice A y mañana Z, pues que así sea. Para ellos el ‘partido’ es su familia, no España.
P: Usted lleva mucho tiempo en esto. ¿Echa de menos algún aspecto de la discusión política y económica de hace 30 años?
R: La profundidad. Estamos ante la dictadura de los titulares, de la cual yo también soy esclavo. En segundo lugar, tener un plan. Hace mucho que no tenemos uno. Mira, Suárez trajo la democracia al país, Felipe González el bienestar social, Aznar quiso conseguir que España fuera un país importante en todo el mundo. A partir de que llega Zapatero, esto se funde. Llega con un programa de derechos sociales, pero sin ningún aspecto económico; Rajoy se cree que el país es una gestoría de pueblo y Sánchez tiene una mayoría parlamentaria tan exigua que lo único que pretende es que pase el tiempo y siga siendo Presidente. Necesitamos un plan.
P: ¿Nadie tiene uno?
R: Mira, ¿cuáles son los mejores alcaldes de España? Por un lado, Paco de la Torre. Hace 20 años que tiene un ‘plan’ para Málaga. Al ideólogo del éxito de esta ciudad no lo busques por ningún lado, es Paco de la Torre, y lo está desarrollando él, no el PP. Otro ejemplo es Pasquall Maragall, que tenía uno para Barcelona, y que también lo desarrolló él. Estos son dos perfectos ejemplos de lo que es tener un plan. Yo quiero un plan para España.
P: ¿Y nadie pinta bien para lograrlo?
R: Yo lo que me encuentro, cuando le cuento esto a un político, es que no tienen el más mínimo interés. ¿Por qué? Porque para ellos el mundo se acaba en las próximas elecciones.
P: En 1977, tras ser nombrado (en plena crisis) Ministro de Economía, Enrique Fuentes Quintana dio un discurso en RTVE de 20 minutos hablándole a los ciudadanos de cuál eran los problemas y las soluciones. Su ‘plan’. ¿Esa forma de hacer política no tendría cabida ahora?
R: No, por varias razones. La primera es que es probable que las familias hoy en día no aguanten a alguien hablándoles de economía durante 20 minutos, pero yo lo intentaría. Parte de mi vida profesional está dedicada a hacer pedagogía económica y yo creo que a las personas, si les explicas un tema que le interesa, y lo haces con sus palabras, te van a entender. Pero nadie está dispuesto a decirle a la población a decirles qué medidas duras se van a implantar, por el riesgo de que al día siguiente llegue el experto demoscópico del partido a decirle “has perdido 100.000 votos”.
P: Y mire que hemos tenido unos cuantos Ministros de Economía.
R: En España, sobre todo una parte de los medios, ensalzó a Nadia Calviño. Para mí, ministra más inoperante que Nadia Calviño no ha podido haber. Cuando le preguntaban, nunca respondía. Tenía pavor a meter la pata. Todas las batallas que tuvo en el Gobierno con Yolanda Díaz las perdió (y menos mal que entre ellas estaba la de los ERTE). Es el exponente del político que triunfa en este momento, alguien que ‘flota’, que no se moja, que no hace nada.
P: ¿Y los ciudadanos no premian o castigan estas cosas?
R: Vivimos en el mundo de Donald Trump. Di un bulo, repítelo una, dos, tres veces y para parte de la población se convertirá en realidad. La ‘verdad’ ha desaparecido. Lo importante no es lo que haces, sino lo que pareces hacer. Artur Mas, en las reuniones con los consellers de la Generalitat siempre contaba lo mismo: “Ha de parecer que hacemos cosas”. Por ejemplo, de Pedro Sánchez, se han dicho cosas buenas, también muchas malas, pero entre sus virtudes está que ha conseguido fanatizar a una parte de la población en su apoyo, a lo Taylor Swift. Para esos ‘fans’ que el presidente del Gobierno diga que va a traer a Puigdemont ante la justicia y que luego le conceda la amnistía, ‘está bien’; que coja y diga que está en contra del concierto económico y que luego se lo dé a Cataluña, pues también ‘está muy bien’. Por el contrario, ¿cuántos fans, al estilo Pedro Sánchez, crees que tiene Feijóo? Te lo digo yo: ni uno. El último ejemplo del ‘fenómeno fan’ es Pablo Iglesias, que tuvo muchísimos, pero empezaron a caer con la compra del chalet, pues si le digo a la gente que no se debe endeudar con los bancos y que debe vivir de alquiler y, al mismo tiempo, me compro un chalet y me endeudo notablemente, me pasa factura.
P: La conversación política en España sobre vivienda parece cortada por ese patrón de ‘parecer que haces’.
R: El único que se ha presentado al debate de la vivienda, y con mucha intensidad, ha sido Unidas Podemos, y lo ha hecho como una fuente de ganancia de votos. Su estrategia se basa en lo que es este partido: populista de izquierda. ¿Qué es lo primero que hizo? Llamar a los propietarios ‘especuladores’. ¿De verdad un propietario de un piso en el Barrio de Salamanca que obtiene una rentabilidad anual del 3% es un especulador? Y el que gana un 5% anual en Vallecas, ¿también? Pues evidentemente, no. La otra medida que proponen es la creación de muchas viviendas públicas, cosa que apoyo, pero para ello debes crear suelo urbanizable, reconvirtiendo terreno agrícola. Para eso necesitas a los ayuntamientos para que los recalifiquen. Hoy en día tienes a los encargados de ello, el alcalde, el regidor de urbanismo y el arquitecto municipal. Algunos de ellos tienen miedo. Los otros, pánico.
P: Hace unos días tuvo una sonada discusión en televisión con unos jóvenes que se quejaban del precio de la vivienda y, al mismo tiempo, de no haberse podido ir de vacaciones al extranjero. Usted reflexionó sobre la ‘cultura del esfuerzo’. ¿Le han fallado los padres a sus hijos al no poder inculcársela?
R: En España no tenemos una enfermedad política, ni una económica. En nuestro país solo tenemos dos enfermedades terribles que se llaman ‘mamitis’ y ‘papitis’. Hemos tenido menos hijos y, por tanto, los hemos cuidado como ninguna generación de padres en la historia. Les hemos acompañado al colegio, a los partidos de fútbol, les hemos intentado solucionar todos sus problemas. Con esto hemos impedido que se desarrollen. A este problema hay que añadirle determinadas iniciativas políticas, como la de Sumar en las últimas elecciones, en las que proponían que cuando los jóvenes cumpliesen 23 años, se les darían miles de euros para lo que quisieran.
P: ¿Esto ha tenido repercusión en su vida laboral?
R: Hemos programado a nuestros hijos para lo mejor de lo mejor. Pero cuando han de encontrar, para empezar, un trabajo nefasto (que todos hemos tenido en algún momento), dicen que no, pues ellos ‘merecen’ el trabajo de sus sueños. Uno en el cual se sientan realizados.
P: Pero no son todos iguales, ¿no?
R: Si hablas con los empresarios te dirán algo muy injusto: que los jóvenes tienen una muy escasa capacidad de sacrificio. Yo te digo que hay dos tipos de jóvenes, unos que son así y otros que son todo lo contrario. Si comparamos la capacidad de sacrificio de nuestros jóvenes con la de los inmigrantes de la misma edad, la diferencia es abismal. Los jóvenes españoles lo que hacen es disfrutar del momento, y lo que vamos a ver es una caída todavía mayor de la tasa de la natalidad. Si eso ocurre, lo que nos vamos a encontrar es un país multicultural, tremendamente diferente al actual. Puede ser que los que somos españoles de tres, cuatro o más generaciones seamos minoría. Hemos alargado la juventud de nuestros hijos hasta extremos que no existían antes. La adolescencia es una creación moderna.
P: Volvemos al principio, ¿necesitamos la inmigración?
R: Totalmente. No solo eso, sino que es nuestra salvación.