Pocos en el barrio malagueño de La Luz se atreven a echarle más de ochenta años de edad. Aunque en su pelo asoman algunas canas y en su rostro se dibujan algunas arrugas que cuentan historias, la realidad es que la agilidad de Sara Bullón y su rapidez mental impiden pensar que el pasado 6 de septiembre cumplió 102 años.
Su rutina es sencilla. No es una mujer, dice, “de muchos misterios”. Cada día se levanta a las siete de la mañana para poder llegar a misa a tiempo o, en su lugar, a la clase de gimnasia que lunes y viernes comparte con amigas del barrio. Antes, desayuna leche con galletas integrales o cereales con Cola Cao y reza una oración. “No me gusta salir de casa sin hacerlo”, declara esta entrañable anciana.
Aunque nació en Santibáñez de la Sierra (Salamanca), es malagueña de adopción desde los años 60. Ya en la Costa del Sol, perdió a su marido Manuel en un trágico accidente de tráfico en 1985. Aquel suceso provocó que se viniera abajo durante años, hasta que su hija Mari Ángeles le obligó a apuntarse a hacer gimnasia y a clases de pintura. Su casa ahora está repleta de obras de arte.
“Empecé haciendo gimnasia de estiramiento y relajamiento, me tiraba en el suelo con una esterilla, pero ya no puedo”, dice la mujer que, pese a ello, sí que consigue con facilidad tocarse los dedos de los pies con las manos totalmente recta.
En los últimos años ha practicado, principalmente, taichí y zumba junto a su entrenador José Manuel Ruiz, que ya se ha jubilado, pero sigue dándole clases voluntariamente. El taichí le ayuda a fomentar la movilidad –demuestra ante este periódico cómo sabe realizar algunas posturas– y el zumba la rejuvenece. “Me encanta bailar al ritmo de la música, es divertido”, sostiene.
Durante las lecciones de zumba opta por sentarse en una silla cuando se cansa, aunque dice que, normalmente, por las mañanas, se levanta con mucha energía y no le es necesario. Una vez pasado el mediodía, esta energía "ya va disminuyendo". Por ello, aprovecha las tardes para descansar principalmente.
Sara Bullón superó un cáncer de mama y un ataque de reumatismo que la dejó en silla de ruedas y totalmente inmovilizada entonces. "Mi hija tenía que ayudarme hasta a lavarme la cara. La gente que me ve andando tan rápido por la calle no se lo cree. De hecho, camino tan rápido porque andando lento me voy para los lados", relata.
A sus 102 años, es totalmente independiente. Vive sola, aunque recibe visitas de su familia -tiene tres hijos y cinco nietos-, y trata de ser ella la que haga todas las tareas del hogar. Entre horas, de hecho, le gusta hacerse zumos naturales con la licuadora porque le sientan “fenomenal”.
No usa gafas de ver y detesta el teléfono móvil, un aparato que, desde su punto de vista, quita mucho tiempo a la gente y hace que cada día hablemos menos entre todos. “No lo quiero ni regalado. Tengo el fijo en casa… Y poco más. Sí que reconozco que veo la tele. ¿Por qué no iba a verla?”, cuenta.
Ella se ve bien, pero reconoce que trabaja también para conseguirlo. Es una señora muy coqueta y le gusta acudir a todos lados bien vestida y peinada, aunque eso suponga tener que levantarse algo antes. "Yo siempre digo que me dejo llevar a la bondad de Dios. El Señor me sacó del pozo cuando murió mi marido y me permite vivir como vivo", declara.
Manuel siempre fue el gran amor de su vida. Llegó a Málaga porque él encontró trabajo en Cortijo Blanco en 1960 y trece años más tarde se afincó en La Luz junto al resto de su familia, un barrio obrero de la zona oeste de la capital que la ha visto crecer y envejecer.
Sara acude a diario a misa a la parroquia Nuestra Señora de La Luz y guarda una estrecha relación con colectivos solidarios como Cáritas. Fue voluntaria con San Vicente de Paúl, también ha ayudado en Cáritas, pasó por la Pastoral de la Salud... Para ella es muy importante ayudar al prójimo y hacer buenas obras porque le da "paz".
También hay que destacar el espectacular ADN que posee. Su madre, Aurora, falleció con 96 años. Sara es la única que aún vive de cinco hermanos. Los dos últimos que murieron, Fernando y Ángel, también rozaron la cifra de los cien años, una prueba más de la envidiable genética de los Bullón.