En la vida de David Cantero dan ganas de quedarse a vivir. Su padre fue un gran aventurero, un intrépido aviador y militar. Quizá por emularlo, quizá por genes, desarrolló una pronunciada querencia por el riesgo: se la jugó y mucho muchas veces. En Mozambique sólo un milagro le salvó de recibir uno de los balazos que cosieron el taxi en el que viajaba como reportero gráfico.
"Habían masacrado a toda una aldea a machetazos y a tiros, y a la vuelta nos asaltó un comando de la RENAMO (Resistencia Nacional Mozambiqueña)". En El Chad lo detuvieron por saltarse un toque de queda y, en Botsuana, por un motivo más peregrino: "¡Me decían que no íbamos a salir de allí en la vida! Pasamos muchísimo miedo, además nos detuvieron por beber una cerveza en la calle, una cosa estúpida".
Las orejas empezó a vérselas al lobo del peligro con la paternidad, porque David ejerce la ternura: "No sé qué mecanismos se despertaron en mí, pero me hicieron replantearme mi propia seguridad. Vi que tenía una responsabilidad inmensa, que tenía que cuidar de esos seres humanos".
Lo que nunca ha dejado es el arte, porque en el arte uno no arriesga la vida: sólo el alma, que ya está bien. Hace treinta años que pinta, y sus cuadros cuelgan por doquier: "Yo ponía mis precios y la gente compraba en casas de subastas. Hay muchos cuadros míos por ahí, en España y fuera de España, en casas particulares y en edificios públicos. Trabajar en fin de semana tiene una gran ventaja: me permite dedicar un montón de horas a la pintura". También a la guitarra. Hace 15 años este músico se propuso serlo, amar y conocer un instrumento tanto como eso exige: "Y a día de hoy puedo decir que soy instrumentista".
Dice que no es guapo este guapo canónico, si acaso que lo fue, aunque nunca lo usó demasiado porque siempre fue muy tímido: "Yo no le doy mucho valor al aspecto físico, y en mi vida personal soy muy gañán, me preocupo muy poco por mi apariencia física". La poesía sí, la poesía sí la usó este también poeta: "Mi mujer era la novia de un amigo mío, y yo ya me fijé en ella cuando lo era. Pero luego cuando me enteré de que ya no estaban juntos, digamos que me acerqué de forma muy poética a ella". Como todo le sale bien a este mago de lo posible, lleva 27 años a su vera, y aún conserva a su amigo.
Es afable hasta la médula, y su voz rotunda sólo suena dura cuando habla de temas que lo "colapsan", como la crisis migratoria: "Siempre tenemos esa visión mezquina y cortoplacista y estúpida de las fronteras. El mundo visto desde un avión, a 12.000 metros de altura, no tiene fronteras. Deberíamos ser mucho más abiertos".
Ahora vuelve a formar pareja televisiva con María Casado, con quien presentó el Telediario Fin de Semana de la Española entre 2006 y 2010. Ese es su "salario emocional", compartir pantalla con quien comparte mirada. Por ahí empieza esta charla.
P.– Está reencontrándose profesionalmente con María Casado. Son muy amigos y hasta se llaman melón y meloncilla, que lo he visto en el test de parejas icónicas de Mediaset…
R.– ¡Sí, eso es muy antiguo! Yo es que tengo la costumbre de decir 'melón' y 'melona' y ella lo adoptó y desde entonces nos intercambiamos ese apelativo cariñoso. Ha sido un placer totalmente inesperado reencontrarme con ella. Antes de irme de vacaciones, Paco Moreno me dijo 'en septiembre te vas a llevar una alegría' y pensé que me subían el sueldo, pero de pronto me encontré que la gran sorpresa era la reincorporación de María Casado a los informativos, y a mi lado. María y yo nos separamos en un momento muy álgido personal y profesionalmente. Me acuerdo de la despedida, nos fuimos a un bar cerca de Torrespaña y le dije que me iba a Informativos Telecinco, y fue muy triste separarnos en ese momento. Pero, mira por dónde, la vida es así de sorprendente.
P.– Ha sido una subida del salario emocional, entonces.
R.– Sí, sí. El salario emocional está por las nubes.
P.– ¿Y qué es lo mejor de trabajar con un amigo, una amiga?
R.– Pues mira, María hizo su primer informativo conmigo, y desde el primer día notamos que había una sincronización y una comunicación perfectas, nos entendíamos casi sin palabras. Y en aquellos años que presentamos juntos los telediarios, y que dirigimos también Informe Semanal y mil cosas más, resultó muy fácil trabajar juntos. Porque además profesionalmente tenemos una manera de pensar y ejecutar un informativo muy similar. Y es un gustazo porque estar en el plató con alguien con quien no te entiendes es muy incómodo, sobre todo haciendo informativos. María, aparte de como profesional, es una persona magnífica, con un corazón extraordinario.
P.– Contaban en ese vídeo que tienen estrategias para controlar la risa, y que con María son necesarias… ¿Cuáles son? A Hilmar González le dio el otro día un ataque de risa con Matías Prats y no lo pudo reprimir…
R.– (Ríe). ¿Sabes qué pasa? María es muy guasona, y yo también. Parezco muy serio, pero tengo mucho sentido del humor, y mucha ironía. Ella e Isabel Jiménez me han hecho vivir momentos muy difíciles, sobre todo en momentos del informativo cuando ya estás más relajado y has contado ya la actualidad más terrible del día. María me tiene cogido el punto y sabe cómo hacer que se me salte la lágrima. Pero bueno, ya lo tengo más controlado: es cuestión de experiencia. Me concentro parar tratar de evitar el ataque de risa. Y, si me entra, saber dominarlo.
P.– ¿Y lo contrario? ¿Ha tenido que controlar el llanto alguna vez?
R.– Sí, sí. Sí me ha pasado, de esto que apareces con los ojos como Heidi, porque te viene la emoción profunda en algunas noticias. También piensa que he presentado Informativos Telecinco con mi padre recién muerto, con mi madre de cuerpo presente… Son días especiales en que no dejas de trabajar, porque preferí no dejarlo, y tenía un nudo en la garganta. Y también hay noticias que te afectan directamente, o te impactan más. Con el accidente de Spanair, por ejemplo, yo tengo una familia de pilotos, y ese día antes de entrar a plató -con esa emergencia de una noticia de última hora que se acaba de producir- me llamó mi hermano para tranquilizarme, pero por otro lado me contó que había fallecido el comandante, que era intimísimo de la familia y nos conocíamos de toda la vida. Entonces entras con un impacto que tienes que saber controlar, en eso consiste esta profesión, en controlar tus emociones delante de la cámara.
P.– Yo una vez no pude. Estaba grabando para la tele un reportaje sobre Alzheimer. Era una pareja, él la cuidaba a ella con muchísima ternura, pero estaba tan malita... Sólo me ha pasado una vez, pero se abrió el grifo y ya no podía parar.
R.– A mí eso me afectó mucho también, porque viví el Alzheimer con mi padre durante casi diez años. Te puedes imaginar lo que es eso. Y eso me emociona muchísimo y me emocionó muchísimo en su día. Hay días que te pilla más bajo. Eres un ser humano y vienes con la sensibilidad a flor de piel.
P.– Además, la historia de su padre es tremenda. Se la contó a mi compañera Lorena en una entrevista. Fue aviador, piloto y militar… ¿Él ya no recordaba nada de aquello?
R.– Sí, tuvo una vida de lo más intensa… Y poco a poco fue perdiendo la memoria y perdiendo todos esos recuerdos. Nos tenía a sus hijos para intentar recordarlo, charlando con él, pero no… Vivir de cerca el Alzheimer es muy duro. Hay que poner en valor el papel de los cuidadores porque es muy, muy complicado. Y es muy triste perder los recuerdos de toda una vida. Mi padre fue un aventurero de verdad.
P.– Sí, leí lo del disparo que recibió en la guerra civil, aunque a usted le contaba que la cicatriz era porque le había atacado un león.
R.– Sí, mi padre fue un superviviente nato. Se libró de la muerte varias veces, y una de ellas fue esa. Le dieron un tiro y la cicatriz enorme que tenía me decía que había sido por un león, porque él vivió muchos años en el Congo Belga, en aquellos tiempos. Y yo llevaba a mis amigos a casa y le hacía que les enseñara la cicatriz y les decías '¿veis? Le atacó un león y le arrancó media espalda'. Era un tipo muy especial.
P.– También se la jugó usted como reportero durante muchos años. Cuenta que hizo de todo y que vivió peligrosamente, jugándose el tipo incluso. ¿Cuál fue la peor situación?
R.– Fueron muchas veces. Tal vez me arrepiento de eso: era muy joven y la vida la ves de otra manera, no sabes lo corta que es y lo breve que es su paso. Yo es que además buscaba el riesgo, lo buscaba, me gustaba mucho. Y si estaba en una guerra, me ponía en primera línea. Recuerdo una vez en Mozambique, cuando todavía estaba en guerra y Maputo estaba sitiada y no se podía salir, por encabezonarme yo salí y me puse a buscar imágenes... Había habido una matanza en una aldea, era una masacre terrible, de las cosas más terribles que he visto en mi vida porque los habían masacrado a todos a machetazos y a tiros, y a la vuelta nos asaltó un comando de la RENAMO (Resistencia Nacional Mozambiqueña), nos acribillaron el coche a balazos y no nos mataron de milagro.
P.– Madre mía. ¿Pero iba blindado?
R.– ¡No, no, qué va! Si era un taxi que alquilamos. Nos salvamos de milagro. Y de esas he vivido unas cuantas, también detenciones. Yo viajaba mucho a África y ahí te la jugabas. Una vez en Botsuana me encerraron 24 horas en un calabozo sin saber muy bien qué iba a pasar, sin poder comunicarme con nadie.
P.– ¿Y qué le decían?
R.– ¡Me decían que no íbamos a salir de allí en la vida! Pasamos muchísimo miedo, además nos detuvieron por beber una cerveza en la calle, una cosa estúpida.
P.– ¿Y qué pasó al final?
R.– Pues un delegado de Iberia medió y nos libró. Y en El Chad lo pasé también muy mal. Había toque de queda, pero salimos a pesar de eso a rodar. La gente que estaba escondida y aterrorizada salía de los rincones más insospechados, así que conseguimos unas secuencias muy buenas. Pero el guía que llevábamos nos había tomado el pelo y en realidad era un policía de paisano. Nos detuvieron también y yo seguí grabando, hasta cuando nos metieron en un calabozo, en una mierda de comisaría.
P.– ¿Y ahí cuánto tiempo estuvo detenido?
R.– No, ahí unas horas nada más. Pero el susto te lo dan. Son cosas que te pasan cuando eres reportero, y no hace falta que estés en África ni en un país en guerra. Una vez me monté encima de un caballo con una cámara y me pegué un hostión que no veas. También he hecho vueltas ciclistas sobre una moto, y por conseguir el plano más espectacular (además es que los equipos en aquella época pesaban mucho y eran muy difíciles de manejar) me la jugaba mucho. Y me bajaba de la moto y me subía en helicóptero e iba en la puerta agarrado sólo con la mano. Cosas así en las que te jugabas el tipo, pero no importaba: te lo pasabas bien, era divertido y buscabas conseguir la mejor imagen. También éramos muchos menos, antiguamente no había muchos reporteros, no había muchas cámaras. A día de hoy todo el mundo lleva una cámara en el bolsillo.
P.– ¿Y en qué cambia eso con la paternidad?
R.– Hombre, para mí la paternidad lo cambió todo. Con mi primer hijo, con Álvaro, yo seguía siendo reportero y seguía yendo a situaciones muy complejas, y todo el día de viaje. De hecho, me perdí su nacimiento porque estaba por ahí, lo conocí con cuatro días. Y eso me hizo sensibilizarme muchísimo porque no me lo quería perder. Y luego he visto mucho sufrimiento humano, he visto muchos niños sufriendo, he visto la muerte muy de cerca y es muy duro… Cuando tienes un hijo, empiezas a verlo de otra manera. No sé qué mecanismos se despertaron en mí, pero me hicieron replantearme muchas situaciones y mi propia seguridad y mi propia vida. Empiezas a tener miedos que antes no tenías. Yo soy muy paternal, y siempre vi que tenía una responsabilidad inmensa, que tenía que cuidar de esos seres humanos.
P.– También por esa trayectoria de reportero aguerrido sabrá bien lo que viven los reporteros en la calle. Supongo que le agradecerán que les entienda cuando no encuentran al unicornio multicolor, porque a veces desde la redacción se pide cada cosa…
R.– Me lo dice, me lo dice mucha gente. Yo soy un caso bastante excepcional, hay muy pocos presentadores de informativos de primera línea y con tanta trayectoria como yo que hayan estado al otro lado y que hayan vivido lo que es hacer un directo en circunstancias muy complicadas, o llegar a enviar unas imágenes… En un día de temporal, o en una manifestación en la que se lían a palos, tú sabes lo que está sintiendo esa gente y lo dificilísimo que es a veces. Por eso antes de tirar unas colas o una pieza lo piensas mucho, porque a lo mejor al equipo le ha costado conseguirlo veinte horas de trabajo y mucho sufrimiento. Conozco muy bien la profesión: empecé de chavalín tirando cables en un plató, fui telecámara, reportero gráfico, y he acabado pasando al otro lado, delante de la cámara. Siempre respeté mucho a la gente que se ponía delante de la cámara porque me parece muy difícil, sobre todo la gente que está en la calle y conecta en directo en situaciones muy complicadas. El plató es muy cómodo. No te digo que sea fácil, pero es más cómodo.
P.– Dice que no se considera guapo. ¡Yo siempre creí que los guapos saben que lo son!
R.– Ay, pero sabes qué pasa… Yo de pequeño era extraordinariamente guapo en una época en la que a lo mejor eso llamaba mucho la atención, en los años 60, 70. '¡Qué guapo es este chico!', decían todas las niñas… Pero yo nunca lo utilicé porque siempre he sido muy tímido. A lo mejor era guapo, yo qué sé, pero eso no es ningún mérito, lo heredas por genes de tu familia, y a mí me provocaba hasta cierto complejo porque quería pasar desapercibido. Yo no le doy mucho valor al aspecto físico, y en mi vida personal soy muy gañán, me preocupo muy poco por mi apariencia física, por mi forma de vestir. Soy poco coqueto, si puedo no me peino ni me afeito, y me da igual lo que me pongo de ropa. De hecho mi mujer a veces me dice '¡¿pero cómo puedes salir así, que te van a echar un día?!'. (Risas). Es verdad que en esta profesión si eres agraciado, pues mira, un punto más a favor, pero en esto no se vive de ser guapo, puedes ser el más guapo de la tierra, pero como no haya un fondo no te sirve de nada.
P.– Sobre guapura hablaba con Lorena García, la copresentadora de Espejo con Susanna Griso, de que es más frecuente ver a presentadoras guapas que a presentadores. Ella me decía que le parece que se está equilibrando la balanza, ¿cómo lo ve?
R.– Sí, esa es otra de las reminiscencias machistas que arrastramos en este país. Hemos sido un país muy machista en muchos sentidos, y ese era uno más. Las mujeres siempre tenían que ser de un tipo, y el hombre daba igual que fuera calvo, gordo o como fuera. Yo creo que eso ha cambiado rotundamente. Los chicos hoy día son muy diferentes, cuidan más su apariencia, y no sólo los jóvenes. Y a una mujer ya no se le exige sólo que sea un bellezón para aparecer ante las cámaras. Todavía creo que sigue sucediendo un poco, y no sé qué remedio hay para eso. Yo creo que irá poco a poco normalizándose. Un día nos hicieron una entrevista a Pepa Bueno y a mí, y ella mantenía algo con lo que estoy de acuerdo: a una mujer se le perdonan mal las canas, y en mí es un valor.
P.– 'Mira qué sexy el canoso'.
R.– Sí, son gilipolleces que arrastramos de una sociedad que era bastante cateta, machista y retrógrada. El cambio ahora es imparable. Soy un defensor de la igualdad de siempre, porque tuve la suerte de tener unos padres muy avanzados y modernos y una madre muy guerrera en ese sentido. Me hizo entender la gran lucha entre hombres y mujeres, que es que seamos iguales. Y si preguntas a las mujeres que han trabajado a mi lado te dirán que no sólo soy una persona muy respetuosa con las mujeres, sino que he intentado hacer todo lo posible para que exista una igualdad evidente, un equilibrio absoluto entre mi trabajo y el suyo.
P.– ¿Ha peleado por los salarios igualitarios, quizá?
R.– Claro, eso está fuera de mi alcance porque son las empresas las que mantienen ese tipo de desigualdades, pero les he mostrado mi apoyo diciéndoles que si tenía que hablar y que estuviéramos igualados en todos los sentidos, ahí me tenían.
P.– David Cantero fascina por lo polifacético. Tiene varios libros publicados, sobre todo novelas, pero yo me voy a quedar con la poesía. He tratado de encontrar algo de 'Caudal de ausencias', pero sólo está a la venta de segunda mano, y por casi 200 euros. ¡Quién dijo que la poesía no era lucrativa!
R.– Tú fíjate. Yo, sobre todo en mi época de adolescencia y juventud, escribía muchísima poesía, muchísima. De hecho publiqué dos poemarios, uno absolutamente descatalogado, y del otro aún tengo algunos ejemplares. Creo que la poesía desgraciadamente no tiene un público muy amplio. Yo recomiendo leer poesía, sobre todo a la gente joven, creo que en la adolescencia es una herramienta muy interesante. Los raperos, en cierto modo, son los poetas de nuestros días, y hay gente muy interesante. Mi faceta de escritor la tengo muy abandonada, aunque escribí cinco libros, pero terminé muy cansado. Me encanta escribir, pero es un trabajo muy duro, hay que dedicarle muchos días de tu vida a veces para un resultado mediocre. Y creo que cada vez es más difícil captar la atención de la gente con un entretenimiento tan maravilloso como la lectura, pero que requiere de un esfuerzo intelectual que ya no se hace porque tiene en la mano una pantallita de colores que nos tiene atontolinados… Yo dedico todos mis esfuerzos creativos desde hace 15 años a la música. Me propuse de verdad tocar un instrumento, la guitarra, y convertirme en un músico. Y a día de hoy puedo decir que me he convertido en un músico, que soy instrumentista y puedo tocar la guitarra con bastante acierto.
P.– Y lo hace, en un grupo, ¿no?
R.– Sí, aunque ahora mi grupo está disgregado. Pero sí, todo ese esfuerzo que podía dedicar a escribir se lo dediqué a estudiar música, pero en profundidad. A comprender, a vivir la música y a conocer sus misterios, que es algo maravilloso. Y con una diferencia respecto al oficio de escribir, y es que tocar la guitarra me hace feliz constantemente, y escribiendo sufro y me frustro.
P.– No me deje con la espinita, dígame un verso de algún poema, ya que no he podido encontrar el poemario.
R.– Uf, de memoria me cuesta muchísimo recordar mis propios poemas.
P.– ¿Eran de amor, desamor…?
R.– Sí, amor y desamor sobre todo, aunque hay poemas dedicados a mi padre, a mis hijos… Hay un título que me gusta especialmente, 'Todo puede cambiar'. Y fue un poemario de un éxito impresionante, no te puedes imaginar… Te diré que tengo hasta críticas de Antonio Gala, un escritor al que yo admiraba profundamente y que quedó fascinado con mi libro. O Terenci Moix, gente que para mí eran dioses de la literatura. Para mí la poesía fue una herramienta de supervivencia, hasta para romper la timidez y acercarme a las chicas que me gustaban.
P.– ¿Se declaró con algún poema?
R.– Sí, sí, sí, para mí los poemas eran una forma de conquistar.
P.– ¿Y lo logró?
R.– (Con timidez). Alguna vez, no todas (risas).
P.– ¿A su mujer la conquistó con un poema?
R.– ¡En cierto modo sí! Mi mujer era la novia de un amigo mío, y yo ya me fijé en ella cuando lo era, lo que pasa es que lo respetaba. Pero luego cuando me enteré de que ya no estaban juntos, digamos que me acerqué de forma muy poética a ella (risas).
P.– ¿Y cómo se gestionó eso? ¿Se enfadó su amigo con usted?
R.– No, no, ¡seguimos siendo amigos! Son cosas de la vida. En el fondo le estoy muy agradecido, gracias a él conocí a la mujer con la que llevo casi 27 años. Imagínate si fue un acierto. ¡Un acierto total!
P.– Me asombra lo bien que lo llevan entre hombres, porque yo le quité el amante -ni siquiera era novio- a una amiga…
R.– Y no te lo ha perdonado.
P.– ¡Jamás! Perdí a mi amiga para los restos.
R.– En este caso no, no, seguimos teniendo amistad. No hubo traición, esto fue una sucesión: yo fui el siguiente, sólo que con mucho más éxito que el anterior. (Risas).
P.– Y pintar, no para de pintar.
R.– Te diré que la faceta que más domino y desde más pequeño es la pintura. La pintura siempre me ha hecho feliz, y me sigue divirtiendo. Llevo pintando en serio desde hace 30 años, no te creas que es ahora. Aunque he expuesto pocas veces, he vendido mucho. Vendía a través de casas de subastas y vendía mucho, yo ponía mis precios y la gente lo compraba. Hay muchos cuadros míos por ahí, en España y fuera de España, en casas particulares y en edificios públicos. Pintar me fascina. Trabajar en fin de semana tiene una gran ventaja, y es que me permite dedicar un montón de horas a la pintura.
P.– Son impactantes su Al cruzar la frontera y su Con el viento de levante. En el primero he creído ver muchas caras tristes y algunos peces difíciles… ¿Tiene algo que ver con la crisis migratoria?
R.– El misterio que se esconde detrás de la creación artística, cuando te pones detrás de un lienzo o una tabla, es muy raro. Te dejas llevar completamente… Puede ser que me haya influido lo que me afecta el drama de la inmigración, del que hablo con mucha frecuencia y que me colapsa porque no lo puedo comprender. No puedo entender que a la gente se la maltrate de esa manera simplemente por querer huir de la miseria o la guerra. Nosotros fuimos un país de emigrantes, mucha gente huyó de una dictadura terrible y tuvo que buscarse una vida mejor, es así de simple. Y esta gente que ve en la inmigración una amenaza, o que cree que vienen a quitarnos algo, no, no: son personas como tú o como yo. Puede que de mil venga un tío torcido o una mujer torcida, porque hay de todo en todos lugares, pero la inmensa mayoría de gente que llega a nuestro país busca mejorar un poquito su vida, darle un futuro a sus hijos, reunir a su familia. Es algo que debemos entender.
P.– Y solucionar, pero ¿cómo lo solucionamos?
R.– Pues mira, yo creo que hay mecanismos para solucionarlo. Si se pusiera un poquito… Siempre tenemos esa visión mezquina y cortoplacista y estúpida de las fronteras. El mundo visto desde un avión, a 12000 metros de altura, no tiene fronteras. Deberíamos ser mucho más abiertos. Desgraciadamente vivimos unos tiempos muy extraños en los que parece que las fronteras vuelven a imponerse, y creo que la gente debería moverse con mucha más libertad y poder ser ciudadano del mundo. En vez de ir a lo pequeño, debemos ir a lo grande. La gente debería poder moverse con libertad sin ser criminalizada.
P.– Última, por tocar también alguna de sus facetas deportivas, ¡porque da para tanto David Cantero! El judo. Emplazó a mi compañera Lorena a que viera su momento judoka en Sálvame. Yo he cumplido la recomendación, y es verdad que es hilarante ver a Jorge Javier cayendo como un fardo al suelo con vuestras llaves.
R.– (Ríe). Que se hizo daño en un dedo el pobre.
P.– Pero luego ya bien, ¿no?
R.– Sí, fue una tontería. El judo es un deporte maravilloso que practico desde que tengo 8 años, y el judo para los judokas siempre está presente en nuestra filosofía de vida, a pesar de las idas y las venidas. Es un deporte maravilloso que recomiendo, sobre todo a los niños, porque les cambia la vida. Se tranquilizan, son más divertidos y aprenden a administrar mejor su esfuerzo. Este año lo hemos petado con Fran Garrigós, 'Pinchito', al que adoro y conozco desde chiquitín, y que se ha llevado el bronce. Es de mi club, de Brunete salen constantemente campeones y campeonas gracias a nuestro maestro, a Quino, Joaquín Llorente.
P.– ¿Y a quién le haría una llave de judo David Cantero para inmovilizarlo?
R.– Uy. A mucha gente. (Risas). En judo digamos que tenemos prohibido utilizarlo de forma agresiva. Cualquiera que practique un arte marcial lo sabe: no la utilices de mala manera, porque puedes hacer mucho daño. Pero a unos cuantos los inmovilizaba, sin hacerles mucho daño, porque realmente estaríamos mejor sin algunas personas en este mundo.
P.– No vamos a dar ningún nombre, ¿verdad?
R.– ¡No! (Risas).