Sergio Ruiz lleva cultivando el campo desde que tiene uso de razón. Igual que su padre. Igual que su abuelo. Generación tras generación, los suyos han hundido sus manos en las cálidas tierras de Almería para cultivar todo tipo de productos hortofrutícolas. Él, como los cultivadores del pimentón de La Vera o los del tabaco rubio y Kentucky, es el último bastión de una estirpe de labriegos en peligro de extinción. "Lo he vivido desde chico", confiesa con orgullo, sabedor de que es una rara avis y de que muchos de sus amigos han emigrado ya a la ciudad para buscar una vida más cómoda y menos sacrificada.
Hoy, Sergio, que apenas supera los 40 años, cultiva tres hectáreas de tomates pera, pero no siempre fue así. "Antes tenía también de rama, pero lo tuve que dejar por la falta de mano de obra y por la ausencia de rentabilidad. Tuve que cambiar. El tomate, según de qué variedad sea, vale más o menos producirlo. El de rama es peor, porque debes trabajarlo mucho, quitarle las puntas, meter más mano de obra. Pierdes kilos y ganas menos".
La ausencia de trabajadores de temporada es, precisamente, uno de los mayores problemas con los que se encuentra Sergio Ruiz todos los años durante las temporadas de producción y cosecha. Eso, a pesar de que son dos las localidades de Almería, El Ejido y Roquetas de Mar, las que más número de trabajadores extranjeros tienen de toda España, junto con Lorca, en Murcia.
De los extranjeros residentes en toda España, un 42 % corresponde a trabajadores domésticos y, el 37,4 %, a peones agrarios, forestales y de pesca. Sin embargo, en Almería el 47,2 % de los trabajadores del sector de la agricultura, la ganadería y la pesca son extranjeros. ¿Cómo se explica que siendo una de las regiones con más porcentaje de inmigración haya tanta escasez de mano de obra?
Asociaciones como COAG o ASAJA, a la que pertenece Ruiz, han denunciado reiteradamente que la Ley de Extranjería dificulta enormemente las contrataciones de personal que se encuentra a la espera de poner en regla su documentación. "Somos partidarios de que les dé un permiso de trabajo temporal mientras regularizan lo suyo", reclama el agricultor. "Eso puede facilitarnos la vida a los dos sectores, ya que la mano de obra es uno de los principales problemas que tenemos".
A eso se le suma que muchas veces "la gente llega, se les arregla los papeles y sigue para arriba", hacia Francia o Bélgica. "No hay arraigo. La gente, después de un año, deja el trabajo y viaja a otros lugares de Europa". Si a ese 'desarraigo' se le añaden las propias trabas legales para la contratación de personas que están resolviendo aún su situación irregular –para que un emigrante demuestre arraigo social debe haber residido de forma ilegal en España durante tres años y presentar pruebas–, el exceso de inmigración no se traduce en un exceso de mano de obra.
Ausencia de relevo generacional
Los padeceres personales de Sergio Ruiz son el vivo ejemplo de por qué el campo se muere lentamente. Él, autónomo, tiene dos hectáreas de cultivo de tomate y entre dos y tres trabajadores fijos discontinuos durante ocho o nueve meses al año. "Yo sólo cultivo el campo, y cada año tengo que poner en mis tierras todo lo que tengo... y más. No tengo un margen de decir 'tengo dinero para el año que viene'. No. Todos los años los empiezo poniendo en riesgo a mi familia, mi casa, mi sustento, debo meterme en el banco para poder cultivar hasta la hora de cobrar. Y no sé si voy a cobrar a fin de año".
"Vamos justos y a pérdidas", incide. "Ha habido años que... han sido muy difíciles. Piensa que tengo dos hijos pequeños. Ha habido meses en los que he tenido que meterle al campo 100.000 € antes de saber si lo voy a recuperar. ¿Qué joven quiere arriesgarse de esa manera? Hace tres años perdí 50.000 € en primavera por culpa de la calima. Tuve que tirar toda la producción de tomates porque no maduraba", lamenta.
Sergio Ruiz recuerda que ya no es sólo una cuestión de falta de relevo generacional, sino de estigma social. Él recuerda cómo los profesores de su escuela le decían 'si no estudias, irás al invernadero'. Esa demonización de la profesión del agricultor ha hecho que muchos de sus amigos hayan emigrado a las ciudades en busca de una vida mejor. "La gente, lógicamente, estudia y quiere evitar el campo, buscar otro trabajo. O incluso acaban en los sectores auxiliares, como los almacenes", que dan algo más de estabilidad.
Él no paga mal a sus trabajadores. De hecho, uno de sus temporeros puede embolsarse mensualmente alrededor de 1.200 €. En meses "más flojos", ese cupo económico puede bajar a 900 € o 1.000 € y pico. "Yo creo que ganan bien. No tengo queja con ellos ni ellos conmigo. Tengo a un trabajador de Senegal y a otro de Mali que están unos 8 meses al año".
Ruiz reclama una mayor dedicación por parte del Gobierno hacia el campo y agilizar los trámites legales para contratar a personas que también necesitan trabajar. La crisis de los precios bajos y la expansión de los productos marroquíes en el mercado español tampoco ayudan a que la situación mejore. "Marruecos es nuestro mayor temor, porque cuando abran la frontera y metan lo suyo, lo nuestro cae en picado. Nuestros costes de producción... alguien que aquí gana 70 € en un día allí gana 10 €. No es posible competir con ellos. Su coste de producción es un 70 % más bajo".
Para colmo, el precio por el kilo de los tomates no siempre cubre costes, a pesar de que luego muchos supermercados inflan los precios y sacan pingües beneficios. "En enero estaba a 20 céntimos. Ha sido ruin. Ahora, por lo menos, lo tenemos a 1€. Pero la producción está siendo mínima. Las plantas [consecuencia de las sequías y de la mala climatología] están siendo muy pequeñas. Estamos teniendo que tirar hacia cultivos más tardíos, y eso también es un problema".