El 1 de julio de 1885, el Estado Libre del Congo fue oficialmente reconocido, pero no como un país, sino como propiedad personal del rey Leopoldo II de Bélgica, quien instauró un brutal régimen de terror donde eran frecuentes las mutilaciones y los asesinatos en masa. En la práctica, el Congo se convirtió en un gigantesco campo de trabajos forzados bajo condiciones infrahumanas en beneficio de una sola persona: el rey.

Lo más sorprendente es que Leopoldo II llegó a ser presidente honorario de la Sociedad para la Protección de los Aborígenes y fue anfitrión y promotor de eventos como la Conferencia Antiesclavista de Bruselas. Afortunadamente para la Corona belga, el rey que lo sucedió 43 años después, no solo demostró ser una figura admirable, sino que fiel a sus principios, llegó a renunciar a su cargo temporalmente para no traicionarlos: Balduino I, el quinto rey de Bélgica. Ahora, el Papa Francisco ha anunciado que va a iniciar el proceso para beatificarlo.

Debido a la alta demanda de caucho y látex y a que en el Congo abundaban estos árboles, su padre, el rey Leopoldo III, pensó que podría adueñarse de la mayor parte del mercado, así que, para aumentar la producción, los nativos congoleños eran obligados a trabajar 24 horas al día, recibían palizas y las muertes por fatiga eran comunes. Si no se extraían las cantidades diarias exigidas se realizaban ejecuciones en masa, los pueblos que se negaban a colaborar eran masacrados e incluso se amputaba la mano derecha como castigo.

Durante los años de dominio de Leopoldo sobre el Congo, la población del país se redujo en unos diez millones de personas, hasta que, en 1907, debido a la presión internacional, Leopoldo II fue obligado ceder el país a Bélgica, dejando de ser de su propiedad, aunque la represión y el esclavismo no terminaron cuando el territorio congoleño quedó a cargo del gobierno. Pronto se descubrieron nuevas materias primas como oro, cobre, estaño, uranio y diamantes y la población congoleña fue, de nuevo, víctima de la explotación colonial.

Balduino era hijo del rey Leopoldo III y de su primera esposa, la princesa Astrid de Suecia. Se convirtió en quinto rey de los belgas tras la abdicación de su padre el 16 de julio de 1951, reinando hasta su muerte en 1993 en Motril (Granada) por un ataque al corazón.

El 15 de diciembre de 1960 contrajo matrimonio en Bruselas con la aristócrata española Fabiola de Mora y Aragón, hija de los marqueses de Casa Riera y propietaria de una casa en Motril a la que bautizaron como 'Villa Astrida', en honor a la reina Astrid, madre de Balduino. Durante su reinado se produjo la independencia del Congo, en 1960, Ruanda y Burundi, en 1962, que supuso el fin del estatus belga como potencia colonial.

Balduino fue un monarca fervientemente religioso que gozaba de una popularidad extrema en su país puesta a prueba en 1990, cuando protagonizó el momento más polémico, alabado y también criticado de todo su reinado con una decisión que solo él podía permitirse.

El monarca belga, en 1962.

El monarca belga, en 1962. Wikimedia Commons

En marzo de ese año, el Parlamento y el Senado belgas, acababan de despenalizar el aborto en ciertos casos concretos, pero el rey no quería firmar una ley que chocaba contra sus principios más básicos y profundos que había manifestado con anterioridad ante la más que posible llegada de esta legislación. Ya en su discurso de Navidad del año anterior, en 1989, había recordado que "los niños merecen especial protección y cuidado, y ello incluye los derechos del no nacido".

Un rey objetor de conciencia

A pesar de que la ley había sido aprobada democráticamente por los representantes del pueblo belga, Balduino alegaba que su conciencia no le permitía firmar algo que iba en contras de sus principios y creencias religiosas, por lo que habría que buscar una solución para que no tuviera que hacerlo sin eludir sus responsabilidades y salvaguardando el normal funcionamiento de las instituciones democráticas.

Para ello, envió una carta al Gobierno en el que pedía que se buscara una solución jurídica y que se le reconociera su derecho a la libertad de conciencia, tal y como se le reconocía a cualquier ciudadano belga. El hecho de ser el rey no podía ser la única excepción.

Balduino y la reina Fabiola durante una visita a Richard Nixon en 1969.

Balduino y la reina Fabiola durante una visita a Richard Nixon en 1969. Wikimedia Commons

Cuando su decisión se hizo pública, el primer ministro tuvo que mediar para rebajar la extrema tensión y buscar el consenso entre los líderes de la oposición, las figuras más influyentes de Bélgica y los miembros de su propio partido, ya que se trataba de algo nunca visto hasta ese momento.

Tan solo en 1940, durante la Segunda Guerra Mundial, el padre de Balduino, Leopoldo III, había dejado de reinar temporalmente, por razones de fuerza mayor mientras estuvo prisionero de los nazis, pero jamás nadie lo había hecho voluntariamente y menos por las razones de este caso.

La Constitución al rescate

Tras numerosas consultas, se decidió que el rey podía acogerse al artículo 82 de la Constitución belga que estipula la sustitución del jefe del Estado en caso de imposibilidad temporal para reinar, solución que obtuvo el respaldo real y del Consejo de ministros. Sería este órgano el que, tras constatar la incapacidad temporal para reinar del representante de la Corona, asumió sus poderes y sancionó el texto que despenalizaba el aborto en Bélgica.

La nueva ley permitía el aborto antes de la 12ª semana siempre y cuando supusiera un riesgo grave para la madre o que el niño sufriera de algún problema grave incurable. Además, la norma estipulaba que los profesionales sanitarios podían acogerse a una cláusula de conciencia para no practicarlo. Lo que no reconocía la nueva ley era el supuesto de violación, por lo que era considerada la norma más moderada de toda Europa.

El gesto del rey fue ampliamente aplaudido y apoyado por el Vaticano, desde donde alabaron su actitud y su proceder con el que Balduino había dado a la nación un inequívoco punto de referencia de valores. Además, la mayoría de los belgas también apoyaban la decisión del monarca y su coherencia, lo que le permitió poder tomar esa complicada decisión.

36 horas sin rey

Durante el tiempo en el que Balduino dejó de ser rey de los belgas, 36 horas entre el 4 y 5 de mayo de 1990, se produjo un tenso debate en el que unos defendían la libertad de conciencia de todos los ciudadanos, incluido el rey, mientras otros afirmaban que la Corona era una institución que debía acatar las decisiones tomadas democráticamente por los representantes del pueblo. Hubo quien llegó pedir la abdicación del rey y cuestionaba su capacidad, proponiendo la adopción de la República o la transformación de la figura real en una institución simbólica.

El monarca belga, durante un discurso pronunciado en 1964.

El monarca belga, durante un discurso pronunciado en 1964. Wikimedia Commons

Día y medio después de su renuncia al trono, el rey recuperó su corona tras una sesión conjunta de ambas cámaras del Parlamento, trasmitida en directo por todos los medios de comunicación del país. 245 diputadores y senadores votaron a favor. 93 se abstuvieron.

Durante su visita a Bélgica hace unos días, el Papa Francisco acudió a la cripta real de Nuestra Señora de Laeken y se detuvo frente a la tumba de Balduino. Allí comunicó al mundo que los principios que promovió durante su reinado de más de cuatro décadas eran suficientes para su beatificación como, posiblemente, el único rey que se negó a firmar una ley porque no se lo permitía su conciencia.