Es domingo en el corazón del Hospital Clínico Universitario de Valladolid y el doctor José María Pradillos se prepara para dos intervenciones quirúrgicas que cambiarán la vida de Aida y Celestino, dos niños recién llegados desde Guinea-Bisáu. Pero esta historia no comenzó aquí, bajo las luces brillantes del quirófano. Comenzó, en realidad, a miles de kilómetros, en una tierra donde la escasez de recursos médicos es sólo una de las muchas barreras para la supervivencia.

José María, jefe de Cirugía Pediátrica del Clínico de Valladolid con más de una década de experiencia en misiones médicas en África occidental, sabe bien lo que significa luchar contra la adversidad. "Desde pequeño quise hacer medicina para ayudar a los niños", comenta, casi con humildad, como si el trabajo que realiza en Guinea-Bisáu fuera simplemente una extensión de su vocación.

El compromiso de José María con los niños del país africano se remonta a hace casi diez años, cuando un colega le ofreció unirse a una misión médica en el país. "En realidad, siempre he querido ir allí a ayudar", recuerda. Y así comenzó una trayectoria de viajes regulares a este país, donde las condiciones sanitarias son extremadamente limitadas.

José María se abraza a un niño después de haberle atendido en Guinea-Bisáu. Cedida.

"Llevamos todo el material y nos aseguramos de que ningún niño pague nada por las operaciones", explica, haciendo hincapié en cómo han logrado que las intervenciones pediátricas sean completamente gratuitas en los hospitales públicos. Sin embargo, a veces las condiciones locales son tan precarias que se hace imposible realizar ciertos procedimientos. Este fue el caso de Aida y Celestino, dos niños a los que conoció durante su último viaje, en Semana Santa. "Cuando vimos los casos de Aida y Celestino, supimos que no podríamos tratarlos allí de forma segura", admite.

Los dos menores

Aida, de sólo tres años, sufre una grave malformación en la pared abdominal, una condición que ha hecho que sus intestinos estén fuera de su cavidad, lo que le da una apariencia similar a un embarazo. Sin una cirugía adecuada, su calidad de vida y su esperanza de supervivencia serían limitadas.

Por otro lado, Celestino había ingerido sosa cáustica, una sustancia utilizada comúnmente en Guinea-Bisáu para la limpieza de utensilios, lo que había quemado su esófago. "Los niños suelen confundir la sosa con otra cosa y beben el líquido, lo que les causa un daño enorme", explica, refiriéndose a este trágico incidente que a menudo tiene resultados fatales en el país. En el caso de Celestino, la ingesta de la sustancia había dejado su esófago completamente cerrado, impidiéndole tragar alimentos sólidos.

José María y su equipo decidieron que la única solución para ambos niños era trasladarlos a España, donde podrían operar en condiciones óptimas. "No teníamos los dilatadores ni el equipo necesario para tratar a Celestino en Guinea-Bisáu", señala el cirujano, añadiendo que la seguridad de los pequeños siempre es lo primero.

Un esfuerzo internacional

El traslado de los niños no fue sencillo. La embajada española en Guinea-Bisáu jugó un papel crucial, facilitando los permisos y coordinando el transporte. A pesar de los constantes cambios en la administración guineana, el equipo de José María logró asegurar un pasaje para los niños hacia Valladolid.

Una vez en el Hospital Clínico Universitario, la intervención quirúrgica de Celestino se centrará en dilatar su esófago para permitirle volver a tragar sólidos. Para Aida, el procedimiento será más complicado: reconstruir su pared abdominal, un proceso que implica devolver los intestinos a su posición correcta y reforzar la cavidad abdominal con una malla si es necesario.

José María (izquierda) realiza una intervención quirúrgica en un hospital de Guinea-Bisáu. Cedida.

La historia de Aida y Celestino no sólo es un ejemplo del impacto de la medicina humanitaria, sino también de los lazos que se crean entre las familias guineanas y el equipo médico. "Las familias están profundamente agradecidas", comenta José María. Aunque algunos niños no pueden viajar acompañados por sus padres debido a las difíciles condiciones económicas, aquellos que lo hacen expresan un agradecimiento inmenso.

El médico recuerda con especial cariño el caso de una familia a la que ayudaron en una misión anterior. "Nos trajeron anacardos como muestra de agradecimiento. Era lo poco que tenían, pero para ellos era su manera de mostrarnos lo agradecidos que estaban", relata.

Una nueva esperanza

Para José María, cada viaje a Guinea-Bisáu es una reafirmación de su misión. "Me siento más útil en África que aquí en Valladolid", confiesa, aunque también reconoce que su trabajo en España es lo que le permite seguir llevando a cabo estas misiones. "Si no trabajara aquí, no tendría los medios para comprar el material que necesitamos allí", añade, subrayando el vínculo inseparable entre su vida en España y su labor en Guinea-Bisáu.

A pesar de las mejoras en el sistema sanitario local, queda mucho por hacer. Sin embargo, José María es optimista. "Las condiciones del hospital han mejorado enormemente desde que empezamos. Ahora hay un bloque quirúrgico en condiciones, algo que era impensable cuando llegamos por primera vez", dice con satisfacción. También celebra el progreso del personal local, que ahora es capaz de realizar cirugías menores con garantías de calidad.

Aida y Celestino representan sólo dos de los muchos niños que han encontrado una nueva esperanza gracias al trabajo de José María y su equipo. "Cada vez que volvemos de un viaje, me llevo mucho más de lo que doy", reflexiona, consciente de que su labor va más allá de salvar vidas: se trata de ofrecer a estos niños la oportunidad de un futuro mejor.